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CINEMA DE PERRA GORDA

José Luís Garci

LUZ DE DOMINGO (2007, José Luís Garci)

LUZ DE DOMINGO (2007, José Luís Garci)

Reconozco que la figura de José Luís Garci ha provocado siempre en mí un encontrado sentimiento ambivalente. Admirable en su tarea divulgativa en torno al cine clásico –su programa ¡Que grande es el cine! o su revista Nickelodeon son referencias inexcusables en el acercamiento a las nuevas generaciones de un pasado que parece quedar casi en un tercer término-, cierto es que el tono casi lastimero con que en ocasiones ha defendido el mismo, me ha resultado chirriante. Y ello, en el terreno estrictamente fílmico, siempre ha tenido su contraprestación a la hora de dar de lado su aportación como cineasta. Mi único acercamiento a su por otro lado no muy extensa filmografía, se resume a un lejanísimo –y poco grato- recuerdo sobre LAS VERDES PRADERAS (1979), y desde entonces jamás he tenido interés alguno de recuperar su filmografía. Entiendo que ello pueda tener bastante de injusto, en la medida que, pese a no ser una figura que goce en nuestro país de un predicamento entre la crítica, ni incluso entre los aficionados, su aportación es tan incuestionable como notorios sus éxitos en un periodo en el que nuestro cine no gozaba de tanto “reconocimiento” como en los últimos años –en alguna ocasión habrá que intentar sugerir las causas de esa reciente apreciación, que estimo no se da en el hecho de que este se se encuentre, ni de lejos, en sus mejores momentos-.

Hecho este obligado preámbulo, creo que era de justicia romper esa laguna filmográfica, para lo cual me enfrenté con LUZ DE DOMINGO (2007) con tanta inquietud como temor, con tanta intuición de lo que iba a contemplar, como cierta esperanza en encontrar en sus modos narrativos, algo que me permitiera destacar su figura entre la mediocridad del cine nacional y, sobre todo, estableciendo en su aportación un determinado marchamo de personalidad o singularidad, en un hombre que –y eso no se lo puede negar ni el más acérrimo de sus adversarios- conoce el cine de siempre como nadie. Pues bien. De todos estos rasgos, encontré sobradas raciones en esta clásica, esteticista, a ratos entregada al cine de “estampita”, a ratos magnífica, adaptación libre de la novela de Ramón Pérez de Ayala, en la que Garci planteó una estructura de western –ya retomada en otros títulos suyos precedentes-, trasladada al imaginario municipio asturiano de Cenciella, a principios del siglo XX. Hasta allí llegará el joven e idealista Urbano Cagigal (Álex González), para ocupar la plaza de secretario del municipio, cuyo alcalde es Atila Becerril (Carlos Larrañaga), representante de una de las dos fuerza políticas presentes en el consistorio, padre de tres hijos, y cacique de la localidad. Muy pronto, Urbano quedará prendado –y correspondido- por los encantos de Estrella (Paula Echevarría), nieta de Joaco (Alfredo Landa), hombre enigmático e introvertido, retornado a tierras asturianas tras lograr una cierta fortuna en las américas. Pero muy pronto el romance que se establece entre la joven pareja protagonista, mostrará sus ingerencias con el clan de los Becerril. Ingerencias tanto a nivel de actuación política, al mostrarse Urbano contrario a ofrecer la legalidad de ciertas actuaciones del alcalde, como en lo relativo a la relación existente entre el joven secretario y Estrella, objeto de los recelos de Leto (Iker Lastra), el hijo más prepotente de la familia e infructuoso pretendiente de los favores de la bella muchacha. Dichos elementos de conflicto conformarán una creciente espiral de recelos, que poco a poco irá abandonando su condición larvada, para estallar en toda su magnitud en los límites de la tragedia.

Los primeros minutos de LUZ DE DOMINGO, hacen temer lo peor. Con una estética cercana a aquellos célebres anuncios de Nescafé –que firmaba por otra parte el prestigioso Víctor Erice-, asistiremos a la narración de un ya envejecido Ramón (Fernando Guillén Cuervo), trasladándonos en flash-back al marco donde se se desarrollará la acción. Para ello se recurrirá con acento lastimero a la voz en off de dicho personaje introductorio –que ejerce en ese pasado las funciones de médico rural-, describiéndonos la llegada de Urbano y la primera vivencia de este, en las fiestas patronales de Cenciella, dentro de un idílico ámbito rural. Pese a las excelencias fotográficas ofrecidas por Félix Monti, uno no puede dejar de tener la sensación de asistir a una reactualización de esas inefables “antologías” de la zarzuela que nos ofrecía la televisión de hace décadas. Hay falsedad en el movimiento de las masas. Parece que estén escuchando las órdenes del director a la hora de ofrecer sus movimientos. Y sin embargo, cuando todo parece anunciar un producto melifluo, cuando uno intuye que se encuentra ante un auténtico pastel, la película va cobrando cierta vida, mostrando las trazas de un Garci ejerciendo como competente narrador. Contemplando las imágenes de LUZ DE DOMINGO, uno tiene la sensación de que si el realizador, dejara de lado ese molesto componente esteticista, esa obsesión por configurar imágenes tan vacuas como bellamente construidas, y en su lugar siguiera el sendero de la pura y simple narración, su obra se engrandecería de modo manifiesto. Es por ello que los mejores instantes del título que nos ocupa, que los tiene, y más de lo que se le suele reconocer, son aquellos en los que Garci deja de lado esa obsesión por las ya señaladas “estampitas”, por esa incidencia bucólica tan escasamente creíble, y se somete en su lugar por la sencillez del juego de actores, por el plano-contraplano, efectuando un juego de cámara efectivo e incluso inspirado. Es cuando la rueda de molino de su cine esgrime una vitalidad que en otros momentos el propio director parece despreciar.

Y en esa dicotomía, es a mi modo de ver donde se encuentra la clave para entender la admiración y al mismo tiempo el rechazo que viene provocando el cine de Garci. En esta ocasión, el artífice de VOLVER A EMPEZAR (1982) acierta cuando sus fotogramas se ciñen a la progresión de su base argumental, lindando con un costumbrismo bien llevado, y ciertas gotas de crítica social de un contexto, en el que el caciquismo campaba por sus respetos. A través de sus imágenes, la película decrece cuando el alcance descriptivo tiene un mayor protagonismo, y alcanza un ascendente de interés cuando lo puramente narrativo tiene una presencia preponderante. Será una tesitura en la que Garci encontrará como especial aliado su capacidad para la dirección de actores, permitiendo sorpresas tan estimulantes como la magnífica labor de Carlos Larrañaga –en mi opinión, el más brillante de todo el reparto-, la contundencia del joven Iker Lastra, o incluso la capacidad para saber aprovechar la luminosidad y la –aún poco reconocida- solvencia demostrada por los jóvenes Paula Echevarría y, sobre todo, Álex González, ofreciendo con su carisma ese potencial que aún no ha terminado de ser explotado en nuestro cine. Sin embargo, y aún reconociendo que me encuentro “a la contra”, no puedo adherirme a la entusiasta catarata de alabanzas dedicadas a la labor de Alfredo Landa, quien en todo momento ofrece una labor forzada en su contención –esa típica cara de estreñido que lo ha definido por lo general-, situándose por debajo de lo que sugiere su papel, y superado por el conjunto de los actores del reparto.

A partir de estas premisas, LUZ DE DOMINGO discurre en esa confluencia de la eficacia y ocasional inspiración cuando sus fotogramas eligen el sendero de una progresión argumental, mientras que naufragan cuando abrazan lo descriptivo, más aún cuando esta tendencia alcanza un matiz sublimador –la ridícula plasmación del viaje de la joven pareja a New York-. Unamos a ello lo discutible de la plasmación de la resolución del drama presente en el film, o el ingenio en la manera de devolver a su conclusión la historia a un tiempo presente, marcado por una visión agridulce de la iconografía franquista, y entenderemos las posibilidades y limitaciones de esta película, que bien podría apreciarse como una extensión de cualquier dramático televisivo –entendiendo estos dentro de los realmente cuidados-, pero que al mismo tiempo atesora en sus mejores momentos la escurridiza sabiduría de un cineasta, al que ese cariño por el cine clásico no le tendría más que permitir albergar en su profesión algo de dicha herencia. Con todas sus limitaciones -asumiendo esas plañideras nostalgias por el pasado norteamericano, intentando esa crítica social que tan lejos está del mejor Visconti- que son muchas, prefiero las cualidades que esgrime un cineasta que navega contracorriente, como es Garci, que la pretendida audacia de los más “prestigiosos” Almodóvar o Amenábar, aunque reconozca que esta afirmación no “venda” mucho. Al menos, contemplar LUZ DE DOMINGO me anima a recuperar –sin entusiasmo, pero también sin anteojeras- la filmografía previa de su artífice. Para terminar, destacar un momento genial en la película –que quizá fue insertado de forma improvisada-, y que rompe la solemnidad de la misma. Me refiero a una de las tertulias en la fonda que comanda doña Predes (Kiti Manver). En ella, y ante la ausencia de la propietaria, el músico Alpaca (estupendo Manuel Galiana) lanza un escupitajo para finalizar la tertulia que acomete, realizando un comentario de complicidad mientras la imagen se funde. Es, sin duda, el cambio de plano más vivo y divertido, dentro del abuso de este recurso estético que esgrimen sus secuencias.

Calificación: 2