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CINEMA DE PERRA GORDA

Leo McCarey

THE BELLS OF ST. MARY’S (1945, Leo McCarey) Las campanas de Santa María

THE BELLS OF ST. MARY’S (1945, Leo McCarey) Las campanas de Santa María

Parece que el paso de los años no termina de ver consolidada una tendencia lo suficientemente sólida para reivindicar el talento de uno de los directores más sensibles con que contó el cine norteamericano; Leo McCarey. Los textos aparecidos aquí y allá en diversos países, o el entusiasta libro que Miguel Marías le dedicó hace unos años en España no han servido, mucho me temo, para hacer ver al aficionado la valía de un realizador que fue considerado uno de los más grandes por sus propios compañeros, pero que él mismo no tenía en demasiada consideración. Quisiera no seguir creyendo que el ingenuo conservadurismo de su personalidad –es cierto, era anticomunista-, o el éxito comercial que adornaron sus películas más conocidas, ha ido en menoscabo del análisis o –lo que es más difícil de describir- la apreciación de sus imágenes y de la sensibilidad y al mismo tiempo sencillez de su puesta en escena. Algo que solo estaba al alcance de la mano de unos pocos grandes, y que McCarey prodigó con pasmosa facilidad dentro de unos métodos de dirección que, al parecer, estaban basados en la espontaneidad e intuición con que acometía las tareas de realización, dejándose en segundo término el seguidismo de guiones prefijados de antemano. Por ello, es por lo que me resulta –por poner un ejemplo-, sorprendente, que un festival como el de San Sebastián, haya programado retrospectivas de realizadores inicialmente paralelos –y muy inferiores- como Gregory La Cava, o recientemente Robert Wise –por salirnos del marco genérico en el que se desarrolló su obra-, y no hayan reparado en la figura de McCarey ¿Cuándo llegará la hora de su definitivo reconocimiento? Algo así se vienen preguntando comentaristas y estudiosos como el citado Marías, Miguel Rubio, José María Latorre y tantos otros, por ceñirnos al propio entorno de nuestro país.

Mientras tanto, para el aficionado queda la posibilidad de ir recuperando su obra, de apreciar la pasmosa destreza que McCarey alcanzaba para combinar el más preciso timing cómico, y al mismo tiempo su capacitación para manejar y combinar los resortes del melodrama junto a los tintes de comedia. Esa dualidad, en el fondo pienso que escondía un profundo conocimiento de las debilidades del comportamiento humano logrando, como gran hombre de cine que era –un auténtico “autor” digámoslo ya-, plasmarlo a través de unas películas sencillas y comerciales en apariencia, pero que tras ese barniz lograban una hondura psicológica, unos matices en sus personajes, una perfección en la dirección de actores y una confianza plena en la intuición del dominio de sus secuencias, que permiten que por encima de la aparente simpleza de sus argumentos, sus películas respiren “verdad” y conmuevan, siempre logrando equilibrar el porcentaje irónico y de distanciación, aplicado generalmente con verdadera maestría.

Uno de los exponentes más populares de la vigencia y perdurabilidad de los métodos de McCarey, lo tenemos en la admirable THE BELLS OF ST. MARY’S (Las campanas de Santa María, 1945), de tan estruendoso éxito comercial en su momento como posteriormente olvidada rememoranza. Un extraño contraste en su valoración. quizá debido a ser un título “de curas y monjas”, con lo que enojoso puede tener recuperar películas aparentemente centradas en dicha temática –que mantiene tantos productos olvidables, pero que alberga joyas del calibre de GOING MY WAY (Siguiendo mi camino, 1944) del propio McCarey, o THE SON OF BERNADETTE (La canción de Bernadette, 1943. Henry King)-. Al parecer, THE BELLS... es un título que el realizador tenía pensado hacer antes de GOING MY WAY pero, por circunstancias de producción hubo de postergarse, teniendo el terreno transitado tras el enorme éxito de la primera. Y lo cierto es que ambas pueden verse prácticamente sin solución de continuidad. Conservan el mismo estilo cinematográfico, mantienen el mismo protagonista –un Bing Crosby brillante en ambas ocasiones-… y son igual de magníficas.

THE BELLS… se inicia con la llegada del padre O’Malley (Crosby) a un pequeño y bastante deteriorado colegio católico. Allí muy pronto comenzará a tener desencuentros con la hermana Benedict (Ingrid Bergman). Estos se manifestarán en discusiones que nunca sobrepasarán el ámbito civilizado, aunque mostrando un contraste de métodos que no les impedirá aglutinar sus objetivos en la intención común de lograr que el edificio de nueva construcción ubicado junto a la escuela, sea cedido por su propietario; el acaudalado y cascarrabias Horace P. Bogardus (Henry Travers). Junto a este eje central se entrelazarán diversas subtramas, como el conflicto existente con la familia de una niña que aparentemente resulta díscola, las aficiones boxeísticas de otro de los alumnos o, finalmente, los síntomas contraídos por la hermana Benedict. En todo caso, lo primero que puede sorprender para aquel que contemple la película sin tener un conocimiento previo de la andadura de McCarey en general, o de GOING MY WAY en particular, es el notorio desprecio del realizador por la continuidad narrativa, entendiendo la misma como el seguimiento de un guión. Por el contrario, su artífice se planteará la película –que dura algo más de dos horas, pero se contempla con aparente ligereza-, como la sucesión de una serie de secuencias generalmente planteadas con un carácter impresionista, unidas por fundidos en negro. McCarey marca su discurrir con aparente indolencia, tomándose su tiempo para dilatar aquellos momentos en los que, por su intensidad, los planos han de prolongarse más allá de lo habitual, mientras que siempre, incluso en aquellos instantes en los que la lágrima del espectador aflora de la forma más sincera posible, exista el contrapunto oportuno de un matiz de comedia. Hay muchos ejemplos al respecto incorporados a lo largo de la película, pero existe uno que casi ejerce de efecto terapéutico. Me estoy refiriendo a la casi dolorosa secuencia en la que O’Malley anuncia a la hermana Benedict su traslado, marchándose la novicia de forma tan disciplinada como hundida. En ese momento, pasan los empleados de la mudanza cargados con un cajón, y de ellos el sacerdote entresaca un manual de boxeo, que le servirá para recordar la afición que había observado en ella en una de las secuencias iniciales.

Melodrama y comedia –lo denominaban “comedramas”-, confluyen con una fluidez pasmosa en esta magnífica película, repleta de momentos de una refinada y al mismo tiempo espontánea sensibilidad cinematográfica, que llegan incluso a plantearse con una sorprendente modernidad; el modo inusual en el que Bogardus anuncia a la hermana Benedict su donación, sin mediar el crescendo habitual melodramático, o el contrapunto que muestra de este, cuando la apariencia hace ver que ha sido atropellado, ola superposición de las imágenes de los niños en las nuevas instalaciones, mostrando los deseos de la monja, que luego serán “contagiados” a Bogardus. Por otra parte, esa inclinación del director por esa estructura discontínua, siempre me ha parecido similar a la que años después utilizaría Jerry Lewis en sus mejores aportaciones a la comedia cinematográfica, y que además McCarey logra sintonizar, con una forma muy especial de encuadrar los primeros planos de los intérpretes, que en muchos momentos parecen “mirar” a la cámara en sus manifestaciones –un detalle este poco comentado al apreciar su estilo-, lo que proporciona una extraña sensación de veracidad. Es indudable que a ello contribuye de forma notable las facultades que el director lograba con la dirección de actores. Todos los que componen el cast de THE BELLS… se encuentran en verdadero “estado de gracia celestial” –valga la expresión en este caso- y habría que contemplar la película en varias ocasiones para apreciar los matices que proporcionan los personajes secundarios. Lo cierto es que el director logra una aliada de excepción en una asombrosa Ingrid Bergman, de la que extrae un trabajote enorme sutileza, que tiene su máxima expresión en ka secuencia en la que conoce las intenciones de ser trasladada, sin saber la verdadera razón por la que O’Malley decide tomar la decisión. Esa sensación de resignación y tristeza tendrá un exponente hermosísimo con ese plano en penumbra en el que la hermana se dispone a abandonar las instalaciones descendiendo por las escaleras, mientras en el fondo se escuchan cánticos alegres. Es tanta la implicación que el espectador siente por la sensación de Benedict –aún sabiendo el espectador las verdaderas razones que han forzado al mismo-, que no se puede finalizar la película sin que como espectadores sintamos y compartamos con ella su sensación de felicidad al conocer que el mismo se debe a razones de protección de su salud. Así finaliza una película tan aparentemente deudora de una época, como hermosa, bellísima y representativa del mejor estilo de un realizador que habría que considerar entre los mejores exponentes del cine “esencial”.

Calificación: 4