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CINEMA DE PERRA GORDA

Max Nosseck

DILLINGER (1945, Max Nosseck)

DILLINGER (1945, Max Nosseck)

El progresivo reconocimiento y revisitación de todas aquellas manifestaciones que en su momento formaron el cine noir norteamericano, es el que ha permitido que con el paso de los años, a la hora de valorar las diversas variantes que de esta corriente fueron prodigándose por diferentes estudios y productoras, esa búsqueda llegara hasta títulos como DETOUR (1945. Edgar G. Ulmer), hoy reconocido como un auténtico e insólito exponente del fatalismo cinematográfico dentro del género. Esa intensificación en la investigación, es la que ha permitido en los últimos años hacer valer una mirada hacia películas que en su momento fueron rápidamente enterradas en las oscuridades del olvido. Obras por lo general realizadas bajo la producción de los estudios “pobres” de Hollywood, bajo suyo amparo –es cierto- era corriente la aparición de exponentes de cortos vuelos, pero también –y de forma menos ocasional de lo que pudiera parecer a primera vista-, surgieron títulos de verdadero interés, que a base de talento y agilidad expresiva, lograban sustraerse a la enormes limitaciones de producción. Ese es, el ejemplo que nos plantea DILLINGER (1945, Max Nosseck) curiosamente rodada el mismo año que la ya mencionada y célebre obra de Ulmer, surgida dentro de la producción de la Monogram –lo que no impidió que Philiph Yordan recibiera por su trabajo una nominación al Oscar al mejor guión-, y que en sus imágenes ejemplifica buena parte de las mejores virtudes de esa serie B que tantos títulos de enorme valía aportó al cine norteamericano.

Con el fondo de una torrencial tormenta acompañada de aparato eléctrico, se suceden los títulos de crédito. A continuación contemplamos un relato en off, mientras en imágenes vemos los resultados de un atraco de la banda de Dillinger. Pronto comprobaremos que se trata de una proyección cinematográfica, y del cine emerge la figura del padre, quien se presta a comentar los motivos por los que su hijo se decidió a integrar el mundo de la delincuencia. Ello nos introduce ya en su figura –encarnada por Lawrence Tierney en su primer papel cinematográfico-, y su primer y ridículo atraco de poco más de siete dólares, que le lleva a la cárcel. Allí conocerá a Specs Green (Edmund Lowe), un conocido atracador de bandos, y a una serie de compañeros de este, a los que se ofrece a ayudar una vez cumpla su leve condena. Aunque el tiempo pasa lentamente para los reclusos, y estos cada vez recelan más del ofrecimiento de Dillinger, lo cierto es que finalmente este les proporcionará armas para poder huir de la cárcel –todo ello además propiciando una de las elipsis mas atrevidas de la función; ese plano de los reclusos recogiendo las metralletas del tonel, para pasar instantes después a ver a los ya fugados delincuentes en plena acción-.

Una de las cualidades que atesora esta crónica que supone DILLINGER, es su constante demostración del sentido de lo inmediato. Parece que la cámara de Nosseck se presta sobre todo a un arrollador uso del montaje, imprimiendo nervio a una película que en ocasiones avanza casi a ráfagas, y en la que se renuncia de antemano a profundizar en la psicología de sus personajes. Y ello es especialmente significativo en la muchacha que ejerce como pareja de Dillinger –Helen Rogers (Anne Jeffreis)- en la que no se puede detectar matiz alguno que con lógica lleve a esta joven a seguir a un atracador. Es indudablemente uno de los puntos flacos de la película, y en cierto modo no es importante que lunares de este tipo existieran. Del cine de serie B sería fácil decir que no estaba cosido con perfección, pero que incluso en esa pobreza general de presupuestos, muchas veces el ingenio y el talento lograron generalmente extraer de la limitación virtud, y ofrecer un producto notable, como en esta ocasión sucede con la película filmada por el extraño Max Nosseck. Desde el primer momento, vemos en el rápido fluir de la película la utilización de numerosos recursos cinematográficos que permiten ir a lo esencial, como por ejemplo resolver un atraco en un par de planos o jugar con la elipsis de forma notable. Esa apuesta por un ritmo directo y en algunos momentos percutante, es la que permite alcanzar la personalidad, el ritmo y el alcance de crónica que finalmente preside la película.

Dentro del conjunto de elementos de interés de la misma, me gustaría destacar el acierto de otorgar el papel protagonista a Lawrence Tierney en su debut ante la pantalla. Interprete de presencia antes que de registro, Tierney sabe ser en la película compañero, transmite un cierto grado de confianza, un aire de juventud a punto de ser sustituida por una forzada madurez, que le caracteriza le permite ser admirado por las chicas. Y es que su rostro al mismo tiempo hierático y de corte infantil, es el idóneo para encarnar la figura de uno de los grandes gangsters de su tiempo, finalmente convertido ya en un auténtico e indiscriminado asesino. A ese respecto, no conviene olvidar un momento aterrador; el asesinato de los padres de Kirk Otto, cuando furtivamente los descubre a punto de llamar a la policía. Se trata sin duda, del instante más terrorífico de una película que avanza a velocidad de vértigo, mostrando una cierta autenticidad con ese tono elegido de crónica criminal, que en definitiva es el que define su conjunto y queda incrustado en la memoria del espectador.

Aún teniendo en cuenta todas estas cualidades y rasgos de personalidad, y pese a que en su conjunto se erija como un título digno de tenerse en cuenta en cualquier antología sobre el cine “noir” norteamericano, lo cierto es que prefiero la desmesura e inventiva cinematográfica demostrada por un posterior film de Nosseck, que contemplé no hace mucho tiempo –THE HODLUM (1951)- En este último estaban presentes una serie de rasgos fatalistas que en esta ocasión no tienen cabida, y que me permitieron en aquella ocasión, sorprenderme de la garra cinematográfica expresada por el poco conocido realizador alemán Max Nosseck. Sin embargo, las referencias hablaban de la superioridad de DILLINGER, y eso es algo que no comparto, por más que considere que nos encontramos con un titulo de notable interés, que le hacen merecedor de un cierto reconocimiento dentro de la historia del género.

Calificación: 3

 

THE HOODLUM (1951, Max Nosseck) [El gangster]

THE HOODLUM (1951, Max Nosseck) [El gangster]

Contemplar THE HOODLUM (1951, Max Nosseck) ha supuesto para mi la prueba evidente de que dentro del cine negro norteamericano aún quedan grandes títulos por descubrir. Películas que forman parte de su entramado, que en algunas ocasiones por sus cualidades merecen ocupar los puestos de cabeza en la hipotética galería de grandes exponentes del género pero que, por una causa u otra, no han logrado ni la definitiva difusión, no solo entre los aficionados, sino incluso entre el siempre más reducido colectivo de estudiosos, que de una u otra forman son los que avanzan y dejan entrever aquellos títulos que merecen ser recogidos y recuperados del olvido. Así sucedió hace ya algunos años con películas hoy debídamente rehabilitadas, como DETOUR (1945. Edgar G. Ulmer) o GUN CRAZY (El demonio de las armas, 1950. Joseph H. Lewis). Fueron estos y otros, títulos que lograron ser recuperados a partir de una reconsideración de las trayectorias de sus realizadores. Pero ¿qué puede suceder con una gran película en la obra de un director desconocido? En cierta forma, este es el exponente que puede definir el ejemplo de THE HOODLUM, en la medida que el desconocimiento de la obra de su realizador es palpable. El alemán Max Nosseck posee una trayectoria bastante similar a la realizada por su compatriota Edgar G. Ulmer. Con él comparte una andadura como realizador que le llevó a diversos países –incluso a rodar un par de títulos en España en el periodo republicano-, a filmar alguna película en yiddish o rodar en el ocaso de su carrera un film nudie. En cualquier caso, y pese a que el conocimiento de su obra es aún parcial, Ulmer es hoy día alguien relativamente reconocido, mientras que de Nosseck prácticamente no sabemos nada. Que yo sepa, en España tan solo se le dedicaron unas líneas en el nº 328 de la revista “Dirigido por…” –noviembre de 2003-, dentro de un recorrido que el comentarista Quim Casas realizaba por los diferentes directores que caracterizaron la serie B norteamericana, dentro de un magnífico dossier que ocupó tres números de la citada revista. Sin embargo, en aquella sucinta referencia, tan solo hacía mención a THE BRIGHTON STRANGLER (1945) y DILLINGER (1945). No se cita THE HOODLUM, ni otros títulos de Nosseck presuntamente vinculados al cine noir. Si alguien de la amplitud de conocimientos de Casas, apenas ha podido visionarlos y no ha tenido acceso a otros exponentes del realizador, es comprensible que el desconocimiento de su obra sea moneda corriente, algo que de un modo relativo se empieza a despejar con el lanzamiento de esta película en DVD, bajo la traducción española de EL GANGSTER.

Lo cierto es que en mi experiencia personal, no esperada nada demasiado estimulante de esta película. Hace unos años tuve ocasión de visionar la citada THE BRIGHTON STRANGLER, y no me pareció más que una bienintencionada pero torpe película de misterio. La reciente contemplación de DILLINGER me ha permitido descubrir la valía de su director. Sin embargo, la realidad de esta película me ha supuesto una de las sorpresas más estimulantes de los últimos meses como aficionado cinematográfico. THE HOODLUM me ha resultado desde el primer momento una película magnífica, una auténtica experiencia noqueante, que revela algunas de las mejores propiedades emanadas por el propio cine, al tiempo que un producto que se revela como un extraño exponente que se sitúa ciertamente como algo fuera de contexto –está firmada a inicios de la década de los cincuenta-, ya que por su estructura, planificación y estética, podría prácticamente ser encuadrada entre el conjunto de las más valiosas producciones de gangsters”de inicios de los años treinta, y sus mejores momentos revelan una querencia visual entroncada con el mejor cine mudo. Son todo ello rasgos que avalan la singularidad e interés de una producción de muy bajo coste –apenas se desarrolla en unos escasos decorados-, con actores poco conocidos y una duración que apenas sobrepasa la hora de duración. No hace falta que se extienda en mayores elementos, al igual que puede manifestarse en los mejores exponentes de esa serie B siempre concisa, el film de Nosseck revela en todo momento una deslumbrante inventiva, una precisa utilización de los mejores recursos cinematográficos, una querencia con el fatalismo, una notable expresividad dramática, y la sensación que en todo momento se tiene de que cada plano aporta una idea que enriquece su conjunto. Personalmente, hacía mucho tiempo que no contemplaba títulos de estas características –me tendría que remontar a un título tan alejado en rasgos como SUPERNATURAL (Sobrenatural, 1933. Victor Halperin), para encontrar un simil semejante-. Pero al mismo tiempo, encontramos en esta semidesconocida película, una sequedad y una visión desoladora y casi nihilista de la propia existencia, mostrando un determinismo ante un personaje que se ve abocado al abismo del mal, con una ausencia de sentimientos positivos que no puede remediar el proteccionismo de su madre o la ayuda que le brinda su hermano. Como si nos encontraramos ante una nueva versión de la parábola bíblica de Caín y Abel, THE HOODLUM se inicia de forma abrupta con los planos ante un coche en marcha de los dos hermanos, mientras se suceden los títulos de crédito, y la tensión entre ambos en un ambiente urbano nocturno es manifiesta, hasta que el vehículo llega a un vertedero. Ya esos primeros compases, la fuerza de su elemento visual nos ofrece un indudable atractivo, que se incentivará instantes después ante el imperceptible inicio de un contundente flash-back que en muy pocos planos nos avanza la andadura delictiva del protagonista –Vincent Lubeck-, como si un determinismo moral le impulsara ante la delincuencia. La acción se centra tras ello en la oficina de las autoridades, donde se debate la posibilidad de otorgar a Lubeck la libertad provisional tras cinco años de cárcel. Los responsables se debaten ante ello, encontrando la férrea oposición de uno de ellos, que está convencido que proporcionarle la misma no supondrá más que la reanudación de su andadura delictiva, a la que hasta ese momento solo le ha faltado la culminación del asesinato. Cuando este parece que va a lograr imponer su criterio, la presencia de la madre de Lubeck –brillante Lisa Golm-, logra conmover al tribunal, logrando que el delincuente –que ya se muestra bajo el rostro de Lawrence Tierney-, alcance esa deseada libertad, no sin antes recibir de quien se oponía a la condicional, el aviso de lo que le va a brindar el futuro en su vida. El momento está impactantemente mostrado con un plano general sobre el que descienden los dos en una escalera expresivamente iluminada, haciendo a Lubeck abrir una puerta que le revela el destino que le reserva el futuro; la puerta revela la silla eléctrica.

El desarrollo posterior de esta película elíptica, seca, austera, fatalista y llena de fuerza, no será más que la expresión de esa espiral a la que está condenado el protagonista, que desdeñará el trabajo que le ofrece su hermano en la gasolinera de su propiedad, y que no cejará en su entrada hacia los abismos del delito y del mal puro. La estación de servicio se encuentra frente a un banco, del que descubre casualmente la llegada del furgón blindado. Del mismo modo trabará contacto con una de las empleadas de la entidad, y todos sus objetivos se centrarán en su plan de atracarla entidad. Mientras tanto, su relación familiar no es más que una espiral de degradación, en la que Vincent llegará a seducir a la novia de su hermano Johnny –interpretado por el verdadero hermano del protagonista –Edward Tierney-, llevando a esta a una situación límite –se queda embarazada del delincuente y al verse rechazada por este, se suicidará, en una de las elipsis más sorprendentes de la película-. El atraco se llevará a efecto, simulando el entierro de un cadáver que antes ha provocado Vincent –en otra arriesgada elipsis-, llevando a un enfrentamiento con su hermano menor –que detecta momentos antes del asalto la intencionalidad del mismo-, y matando a dos policías en un seco y cruel tiroteo. Una vez han logrado huir sus partícipes –de los que uno de ellos también cae muerto en el asalto-, todos sus componentes se enfrentarán a Vincent, al cual noquearán, llevando a este al inicio de su propia destrucción. Este regresará a su casa, donde sabrá de boca de su madre lo que provocó en la novia de Johnny, y que su lamentable actitud llevó también a acabar con su propio hijo, que se encontraba gestando la joven. Llega para él el momento del arrepentimiento ante su madre, que se encuentra totalmente acabada y recostada en la cama. Pero este ya es inútil; en un magnífico primer plano de las manos de la cabeza de Lubeck junto a las manos de la anciana, se revela la muerte de esta. La caída del delincuente ya solo es cuestión de tiempo. Abandonado por todos, es llevado a punta de pistola por su hermano hasta el vertedero –lo que nos devuelve a los planos iniciales-, donde este morirá entre la basura, como un auténtico despojo humano.

THE HOODLUM es una película apasionante, donde como antes señalaba cada plano aporta una idea nueva, describe un detalle, una necesidad dramática, logrando transmitir a través de su seca narración un entramado moral, del cual emerge la figura de un gangster de baja estofa, que siempre ha gozado de una madre tan protectora como bienintencionada, y cuya andadura en la pantalla podría establecerse como un digno sucesor de aquellos que encarnaron en el pasado nombres como Paul Muni, Edward G. Robinson o James Cagney. Sin tanto alcance mítico como aquellos, la efectividad es tan valiosa como en estos precedentes, mostrada en una película que nos retrotrae a la sequedad, la concisión, el fondo moral y la eficacia cinematográfica, que quizá ya podía resultar algo fuera de lugar en el modo de narrar de principios de los cincuenta. En cualquier caso, el cine negro proporcionó a través de sus diferentes periodos de expresión exponentes de estas características. Incluso años después, ya que en cierto modo la espiral que muestra esta película, me recuerda poderosamente la que logró expresar Budd Boetticher –con mayores medios pero similares calidades-, en su magnífica THE RISE AND FALL OF LEGS DIAMOND (La ley del hampa, 1960), con la que comparte ese sincretismo cinematográfico propio del mejor cine de gangsters.

En el film de Nosseck se expresa asimismo esa inmediatez cinematográfica que proporciona un uso destacado de sobreimpresiones, unos primeros planos dotados de una expresividad propia del mejor cine mudo, y todo ello propicia una sensación de fatalismo y determinismo que debería obligar a replantearse la valía de esta película, en la que la presencia de Lawrence Tierney resulta realmente impactante. Vaya por delante que, salvo en la previa DILLINGER, no me ha parecido un actor ni una presencia de relieve en los títulos que hasta ahora lo he podido contemplar –firmados en aquella época por realizadores como Robert Wise o Richard Fleischer-. Sin embargo, sus rasgos y características como presencia, más que como intérprete, creo que en esta ocasión se ajustan como un guante, proporcionando un notable retrato cinematográfico.

Magnífica sin duda este THE HOODLUM. Cine puro, físico, directo, sincrético, que va al grano y sabe penetrar en un argumento de apariencia tan simple como rotunda. Que duda cabe que debe situarse en un lugar destacado entre los exponentes de la serie B norteamericana, y puede ejercer como piedra de lanza para intentar redescubrir la andadura de uno de los realizadores más misteriosos que pulularon por los meandros de los estudios pobres en el cine norteamericano en las décadas de los cuarenta y cincuenta.

Calificación: 4