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CINEMA DE PERRA GORDA

Nanni Moretti

HABEMUS PAPAM (2011, Nanni Moretti) Habemus Papam

HABEMUS PAPAM (2011, Nanni Moretti) Habemus Papam

Divertido y lúcido, iconoclasta y controvertido. Capaz de plasmar una filmografía punteada de temas pocas veces abordados, y al mismo tiempo erigirse film tras film en un auténtico espíritu crítico de la Italia contemporánea pero, ante todo –y es algo que sus detractores aún no se han planteado en reconocer-, bajo su transparente puesta en escena se esconde un cineasta que sabe articular los resortes de la misma con la necesaria simplicidad para que sus cargas de profundidad tengan el suficiente calado. Curiosamente, el mayor éxito –crítico y de público- obtenido por Moretti, provino del excelente melodrama LA STANZA DIL FIGLIO (La habitación del hijo, 2001) –Palma de Oro del Festival de Cannes-, que se alejaba de los postulados más inclinados a sutiles terrenos satíricos hasta entonces abordados por el cineasta. Moretti desde entonces ha ido distanciando su vinculación al cine, siendo HABEMUS PAPAM (2011) su última película, tras varios años ausente de la realización. Y hay que reconocer que en cierto modo, con ella se encuentran entrelazados los modos irónicos habituales en su obra. Tamizados por una mirada en la que el componente reflexivo y –si cabe la expresión- melodramático, que ofrece este auténtica subversión que la película ofrece en torno a la elección de un nuevo Papa en el Vaticano, tras la muerte del anterior pontífice –del que se muestran imágenes de sus rituales-. En esos primeros minutos, el realizador parece contagiarse de la innegable magia que desprende un rito tan anacrónico en su esencia como fascinante en su envoltorio, como es la elección de un nuevo mandatario para la Iglesia Católica. El lento desfilar del Colegio Cardenalicio, los intentos baldíos de los periodistas para romper el silencio de sus componentes antes de introducirse en la Capilla Sextina y elegir al nuevo Vicario de Cristo, la multitud expectante en la Plaza de San Pedro… Todo ello no evitará que Moretti introduzca elementos característicos de su innata ironía; el apagón que sufren los cardenales antes de iniciar su primera votación, el plano de retroceso que culmina la reflexión interior de los cardenales, quienes en el fondo no desean bajo ningún concepto ser elegidos a la máxima responsabilidad. Esa capacidad para una mirada disolvente, dará lugar a una primera votación fallida, que anunciará una fumata negra. Tras un receso, una nueva votación llevará a una elección casi unánime a un anónimo cardenal –Melville- que se encuentra ausente en el cónclave. El nuevo Papa (un excepcional Michel Piccoli), apenas dará crédito a su elección, en medio del júbilo de sus electores –quienes probablemente con ello han logrado sustraerse a la difícil papeleta de ser ellos los elegidos-. El rito volverá a retomar su forma; la fumata blanca, el balcón del vaticano se abrirá para anunciar la deseada noticia… y en pleno anuncio se escuchará un grito; el Papa no desea ocupar el cargo (Me gustaría señalar de entrada que este comentario está elaborado unas fechas antes de la dimisión de Benedicto XVI y la elección de Francisco I)

Tan singular decisión será la entraña de HABEMUS PAPAM. El elemento sobre el que girará la singularidad de esta estupenda tragicomedia, de la que solo cabría oponer ciertos desequilibrios de ritmo en su segunda mitad, aunque el mismo se eleve en sus conmovedores pasajes finales. El recién elegido pontífice no cejará en su empeño a la hora de manifestar su incapacidad para asumir el cargo pese a los requerimientos de sus cardenales –en especial del que era favorito para ocupar el trono de San Pedro-, y para intentar romper su interiorizada decisión, se solicitarán los servicios de un prestigioso psicólogo ateo (interpretado por el propio Moretti) –aspecto este sobre el que no se detendrá la película más que en contados momentos-, quien intentará introducir en el reticente pontífice a la hora de encontrar las razones internas que motivan su decisión –aunque los asesores vaticanos le recomiendan no tocar determinados temas poco gratos en el mundo vaticano-. Sin embargo, y cuando parece que poco a poco este va venciendo sus temores –las gentes en la Plaza de San Pedro se encuentran inquietas ante su decisión-, en un traslado en coche nuestro protagonista logrará escaparse vistiendo sencillas ropas de calle, provocando un auténtico cataclismo en el encargado de comunicación vaticana, quien decidirá ocultar a los cardenales el hecho, e incluso simular que el papa se encuentra en sus aposentos orando –para lo cual utilizará a un poco sutil componente de la Guardia Suiza, encargado de pasearse ante las cortinas de forma periódica e incluso asomarse levemente, para dar la impresión de la meditación papal-.

Mientras tanto, el pontífice parece respirar en esos meditados paseos por una Roma muy ajena a su vida diaria, descubriendo la ausencia de vida interior que le ha caracterizado hasta entonces. Hombre tan amable como provisto de determinados momentos de ira, acudirá a otra psicóloga, simulando ser un actor –lo cual nos revelará ese aspecto de interpretación ejercido por el ritual católico-.  Por su parte, y sin conocer esa huída, el psicólogo organizará incluso encuentros entre esos cardenales que no pueden abandonar las dependencias vaticanas hasta que la proclamación papal sea un hecho ante el Balcón de la Basílica de San Pedro, en donde estos quizá por vez primera en muchos años, muestren su semblante humano al disputar un torneo deportivo. A través de elementos ligados a cierto tono de comedia, y también otros centrados en la figura de un protagonista que recorrerá ausente esa Roma que muestra matices mucho más complejos que los asumidos en una vida quizá revestida de insatisfacción –confesará en un momento dado su pasión por la actuación-. Es en esta vertiente, ayudado por la admirable performance de Piccoli, e igualmente la espléndida banda sonora de Franco Piersanti, donde Moretti alcanzará sus mayores aliados, a la hora de dar vida a una película que descarga sus cargas de profundidad en unos terrenos dispares de los que inicialmente pudiera parecer, valorándose sobre todo la capacidad de descripción de personajes y situaciones insertas en ese mundo oculto del mundo exterior que es el Vaticano. Cierto es que aspectos como ese guardia suizo que suplanta al pontífice pueda resultar algo fuera de tiesto, pero ello no evita la hondura que adquiere ese fragmento final, con el retorno del elegido a la Basílica de San Pedro, recibiendo desde dentro de su vehículo el cariño de los fieles, e introduciendo al espectador en la esperanza de un happy end que no se producirá. En su lugar, ofrecerá una insólita y arriesgada catarsis, que no dudo en situar entre los fragmentos más valiosos filmados por su realizador, noqueando al espectador en sus expectativas, y logrando paradójicamente una película, opuesta por completo a la ya lejana y olvidable THE SHOES OF THE FISHERMAN (Las sandalias del pescador, 1969. Michael Anderson), otra de las escasas que abordaron en su momento –aquella sin mayor interés que adentrarse, cual revista del corazón, en los recovecos del proceso de elección papal-.

Calificación: 3’5

CARO DIARIO (1993, Nanni Moretti) Querido diario

CARO DIARIO (1993, Nanni Moretti) Querido diario

Hablar hoy día de la figura de Nanni Moretti, es hacerlo de una de las personalidades más valiosas emergidas no solo en el cine, sino quizá en el contexto de la cultura italiana de los últimos tiempos. Activo observador y crítico de una sociedad consumista, siempre desde un prisma progresista, lo cierto es que el cine italiano ha encontrado en Moretti uno de sus exponentes más valiosos y un cronista tan distanciado como irónico, tan personal como valioso en la forma con la que expresa en pantalla sus inquietudes. Todo ello ha conformado una trayectoria ralentizada en los últimos años tras su tan sorprendente –por su intenso dramatismo- LA STANZA DEL FIGLIO (La habitación del hijo, 2001), y un título dedicado a cuestionar bajo el prisma de su incontenible ironía, la figura del todopoderoso Silvio Berlusconi. Una trayectoria que tiene en CARO DIARIO (Querido diario, 1993) una de sus propuestas más características, al tiempo que se ofrece como una película tan aparentemente original en sus formas, divertida en sus momentos más irónicos, irregular en la estructura de sus tres capítulos, y emotiva cuando su mirada llega a mostrar un evidente cariño por algunos de los elementos que forjan su imaginario o su propia percepción de la vida italiana.

 

Como antes señalaba, el film de Moretti –una vez más protagonizado por él mismo e interpretando su propio personaje- se estructura en tres capítulos, el primero de ellos centrado en un recorrido por la ciudad de Roma, en donde efectúa una mirada distanciada y divertida aunque finalmente emotiva sobre la personalidad de su ciudad, cerrando el episodio con un recorrido hasta el lugar donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini. El segundo nos narra el viaje de Moretti junto a un escritor –aparentemente desligado de la televisión pero en el fondo obsesivamente dependiente a los culebrones que se emiten en la pequeña pantalla- hacia diferentes islas italianas, que le servirá para efectuar una crítica sobre una serie de neuras que definen la personalidad de cada una de dichas poblaciones. El último segmento nos llevará a conocer la aventura real del protagonista a partir de la presencia de unos molestos picores en piernas y brazos, que le forzarán a una laberíntica y casi kafkiana odisea por médicos y especialistas, culminada en la misma mesa de operaciones, cuando erróneamente se le ha detectado un cáncer de pulmón.

 

Las tres historias de CARO DIARIO poseen diferente personalidad, aunque bien es cierto que en ambas está presente la aguda personalidad del protagonista, a lo que contribuye su singular prestación como intérprete, siempre menguada en gestos pero al mismo tiempo permanentemente presente en efectividad. Un elemento que ha de figurar en el haber de una propuesta de estas características –donde a la dualidad director / intérprete se aúna su alcance confesional-, es el hecho de que en ningún momento esta caiga en la autocomplacencia o cualquier tipo de narcisismo. A las capacidades de Moretti realizador es indudable que se  acompaña una extraña lucidez a la hora de plantear sus reflexiones, inquietudes e incluso neuras en la pantalla. Esto se manifiesta en el conjunto de una película en que la que más allá de esa capacidad reflexiva y distanciada, el cineasta italiano demuestra su profundo conocimiento e incluso cariño por la esencia de la sociedad en la que ha vivido. Sin que en ningún momento ello limite el alcance de su mirada crítica, o la integración de elementos satíricos –que en unas ocasiones funcionan más que en otras, todo hay que decirlo-, lo cierto es que esa querencia tiene acto de presencia especialmente en el primero de los episodios, donde el realizador plasma toda una singular declaración de amor a esa Roma que adora y que plasma de manera tan singular, por medio de un hermoso recorrido por viejos edificios y áticos de diferentes épocas. Una mirada que tiene tanto de estética como de sentimental –en el que resuenan los ecos del ROMA (1972) de Fellini-, pero que logra sortear con pasmosa inventiva cualquier rasgo de convencionalismo, hasta esbozarse como un recuerdo por las diferentes generaciones que hicieron grande la ciudad en un pasado más o menos reciente. Y lo hace con ese prolongado recorrido a través de su vespa –seguido por una cámara que ejerce de testigo-, y por diferentes zonas, calles y edificios. Todo ello sin sublimaciones ni elementos estetizantes –quizá solo eliminando el previsiblemente intenso tráfico de sus calles-, apostando eso sí por una luminosa fotografía en color de Giuseppe Lanci, y una acertada utilización de la música –uno de los elementos más cuidados por Moretti-. Confieso que me sorprendió la fuerza que llega a adquirir este recorrido, más allá de la argumentación previa que presenta en su crítica a esa clase progresista del pasado ahora anclada en las servidumbres del poder, o los irónicos private joke constantemente introducidos, que tienen en la evocación y presencia de la inefable Jennifer Beals y los ecos de FLASHDANCE (Adrian Lynne,1983) o en la secuencia paródica que muestra las afirmaciones de un prestigioso crítico cinematográfico romano, sus destellos más evidentes. El relato de Moretti se cerrará con el largo –se nota que pretendía hacer llegar al espectador la ubicación física del lugar- recorrido que culminará hasta detenerse en el entorno donde fue asesinado Pasolini y se encuentra casi abandonado un pequeño monumento a su figura. Evocación, crítica, ironía y originalidad narrativa, son elementos que se dan cita en un fragmento de irresistible fuerza.

 

Es algo que tendrá un cierto descenso en el segundo de los fragmentos, en el que sigue estando presente un recorrido por la Italia de las islas, pero en esta ocasión se encuentra dominado por un alcance centrado en la vertiente satírica. Desde la dependencia en una de ellas –caracterizado por los hijos únicos de las parejas existentes-, hasta el mal temperamento dominante en los habitantes de Stromboli –cuyo alcalde es un fantasioso amante de rasgos cinematográficos-, en esta ocasión lo caricaturesco domina el conjunto en líneas generales logrando sus objetivos, aunque en algún momento la búsqueda por el alcance cómico y satírico esté demasiado forzada –como puede ser en su situación final-. En esta mirada a diversas neuras de la sociedad italiana tiene una especial incidencia la alienación que sobre la televisión ofrece el colaborador de Moretti, que viaja junto a él en la preparación de un proyecto cinematográfico –es de destacar la manera con la que el realizador destaca la importancia de las noticias de prensa para elaborar sus argumentos-, obsesionado por completo por seguir los culebrones que emiten los distintos canales italianos.

 

Por si el contraste entre los dos fragmentos previos no fuera suficiente, Moretti cierra CARO DIARIO con un episodio personal de su vida, en el que contemplaremos un interminable discurrir por médicos y burócratas a partir de la aparición de unos molestos picores. Ello dará pie a una azarosa historia en la que su indudable alcance satírico quedará en todo momento tamizado por la implicación personal que muestra, y que llevará al momento intenso de detectársele al protagonista un cáncer de pulmón. Una extraña mezcla de escepticismo, pudor emocional y sinceridad se adueña de la pantalla, y si antes nos había mostrado el cariño y la distancia que siente sobre su ciudad y un entorno concreto del país, en esta su última historia el realizador se muestra más íntimo, más cercano y al mismo tiempo quizá más lúcido. Es probable que la extructura abierta y libre de la película podría haber cobrado otro de desarrollo, otros intereses u planteamientos contrapuestos. No importa. El conjunto es coherente, la aportación es interesante, Moretti sabe expresarse como observador de su sociedad pero, de manera bastante consistente, lo hace con modos estrictamente cinematográficos, combinando su singular personalidad y, al mismo tiempo, buscando una mirada tan personal como lúdica y atractiva. Pese al relativo desnivel existente en su fragmento central, confieso que me hubiera quedado atento si CARO DIARIO se hubiera extendido en otros tantos recorridos, y me ratifica en el interés existente en su aportación a la pantalla.

 

Calificación: 3