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CINEMA DE PERRA GORDA

Ralph Nelson

COUNTERPOINT (1967, Ralph Nelson) Una tumba al amanecer

COUNTERPOINT (1967, Ralph Nelson) Una tumba al amanecer

1.- Resulta paradójico señalar como uno de los regímenes totalitarios más atroces del siglo XX como fue el nazismo, pudo manifestar un especial respeto al arte y la cultura. Un respeto que por un lado estuvo marcado por el intento del siniestro Joseph Goebbels por atraer cualquier manifestación artística como elemento de difusión y promoción del III Reich, pero que de forma paralela se expresó, de forma insólita, en el decidido respeto por monumentos y objetos artísticos, que no se dudaron en saquear, pero que en todo momento se intentaron respetar. Una película tan magnífica como THE TRAIN (El tren, 1964. John Frankenheimer) resulta reveladora de dicha tendencia, y de la existencia dentro del régimen, de personas cultas y refinadas, que de manera incomprensible se mantuvieron firmes en mantener esta sensibilidad, al tiempo que intentar compatibilizarla con el soporte a un monstruoso sistema de gobierno. Sin duda, se trata de una de las más sorprendentes paradojas encerradas una de las páginas más negras de la historia moderna, que también expresó con enorme sensibilidad el excelente y sentido debut cinematográfico de Jean-Pierre Melville con LE SILENCE DE LA MER (1949)

2.- Ralph Nelson (1916 – 1987) siempre fue un director -integrado dentro de la denominada “Generación de la televisión”- que, a falta de mayores dosis de talento, intentó la búsqueda de una notoriedad ausente en la valía de su cine, pero que intentó con cierta astucia disimular sus menguadas cualidades –que con todo afloraban cuando se limitaba a ser un simple y artesanal hombre de cine-, por medio de temáticas “comprometidas” y pretendidamente atrevidas o, lo que es peor, con la adopción de elementos visuales importados de Europa, que en su mayor parte quedaron envejecidas ya en el momento en que se adoptaron. La verdad, es más fácil encontrar en la filmografía de Nelson, horrores de la calaña de CHARLIE (1968) o SOLDIER BLUE (Soldado azul, 1970), que títulos modestos pero aceptables como FATHER IS THE HUNTER (Los pasos del destino, 1964). Es más, cuando el gran actor francés Alain Delon buscó un realizador para que filmara su debut en su frustrante andadura en el cine americano, eligió a Nelson en detrimento del veterano Raoul Walsh, dando como fruto la muy discreta ONCE A THIEF (El último homicidio, 1965). En definitiva, cualquier reguero dejado por Nelson en su andadura como hombre de cine –en la que solo me resta por contemplar con cierta curiosidad SOLDIER IN THE RAIN  (Compañeros de armas y puñetazos, 1963), en la medida de proceder de un guión de Blake Edwards-, en nada se podía intuir la existencia de una pequeña gema. Un título que si bien no redimiera al realizador de una andadura gris, pretenciosa y, en conjunto, decepcionante, al menos permitiera el milagro de demostrar que en el cine, como en cualquier otra manifestación artística, una labor de equipo, un material de partida interesante, o un ocasional grado de inspiración, suscitado por estas u otras circunstancias, pueden confluir en un resultado brillante.

3.- Contra todo pronóstico, COUNTERPOINT (Una tumba al amanecer, 1967) es uno de esos pequeños milagros que, a contracorriente, se ofrecen de vez en cuando enla pantalla. Cierto es que la película podría inscribirse dentro de una vertiente, inserta a finales de los sesenta, en la que se incluían dramas bélicos destacados en mostrar un determinado grado de crueldad y sinsentido del hecho bélico –otro ejemplo de película de considerable calado, que del mismo modo gozó de una recepción adversa, es ANZIO (La batalla de Anzio, 1968. Edward Dmytryk)-, y cierto es también que su insólito planteamiento, y la confluencia de elementos de diversa índole, podrían preludiar un resultado tan extravagante e incluso rechazable como lo evidenciaría su inmediatamente posterior CHARLY o incluso THE WHILBY CONSPIRACY (La conspiración, 1975). Por fortuna, sucedió todo lo contrario, a partir de una propuesta –en la que cabría resaltar el origen literario ofrecido por la novela de Allan Sillitoe, uno de los escritores más representativos de los Angry Young Men británicos- en la que se entremezclan múltiples y sugestivos matices, sustentados por una competente estructura dramática. En realidad, desde el primer momento se tiene la sensación de que todos y cada uno de cuantos formaron el equipo de esta película, tomaron su cometido con especial convicción, asumiendo las posibilidades que la misma brindaba, e incluso potenciando y enriqueciendo con aspectos secundarios, este cuento cruel de supervivencia, a través de dos maneras de entender la existencia, en apariencia opuestas entre sí, aunque en la práctica más semejantes de lo que pudiera parecer a primera vista.

Nos encontramos en 1944, la II Guerra Mundial parece ya decidida a favor de la ofensiva aliada, y algunos territorios europeos se encuentran ya liberados del yugo nazi. Bélgica es uno de dichos países, donde actuará como elemento de normalización cultural una prestigiosa orquesta norteamericana, dirigida por el prestigiado y temperamental Lionel Evans (Charlton Heston). En una ofensiva nazi, los componentes de la agrupación serán objeto de una estratagema que los hará ser detenidos por el comando que encabeza el general Schiller (Maximillian Schell). La dramática situación derivará en un enfrentamiento psicológico entre ambos representantes, al solicitarle el militar nazi que la orquesta –a la que admira con devoción-, realice un concierto en el castillo donde se encuentran atrincherados. La negativa de Evans provocará una creciente dosis de tensión, en la que de un lado incidirá la intención clara del coronel Arndt (Anton Driffring) –el militar de inmediata inferior graduación, muy crítico con las órdenes de Schiller- de eliminar a los músicos detenidos. Por otra parte, los componentes de la orquesta serán acompañados de forma secreta por dos componentes del ejército aliado, entre los que se infiltrarán intentando la huída. El enfrentamiento entre Schiller y el irascible director, irá creciendo en una espiral en la que al mismo tiempo se advertirá la lucha de los nazis allí presentes para lograr combustible y protagonizar  una ofensiva, mientras que por parte de los músicos intentarán prolongar al máximo el interés en que desarrollen el concierto, siendo conscientes de que en ese juego se sustenta su propia supervivencia.

Desde sus primeros compases, COUNTERPOINT deja bien a las claras el atractivo de la propuesta. Esa actuación que de repente queda interrumpida por las noticias recibidas por los militares, provocando la ira de Evans y, de alguna manera, dejando bien claro ese enfrentamiento de modos de entender la existencia, e incluso la propia disciplina, que se manifestará entre los dos protagonistas. Dos seres cultos y sensibles, uno representando un mundo de pavorosa ascendencia pero de modales delicados y sensibles, y otro ejemplificando la cultura, el arte y la libertad, dominado por el contrario por un talante autoritario ¿Dónde está la frontera del comportamiento ejemplar y censurable? Será esta una de las principales dicotomía que se plantearán en un por momentos fascinante duelo psicológico, que debería ser tenido muy en cuenta, por cuantos lo despreciaron en su momento, y pocos años después ensalzaron hasta la extenuación el planteado en la brillante pero sobrevalorada SLEUTH (La huella, 1972. Joseph L. Mankiewicz). Admirablemente encarnados por unos Charlton Heston y Maximillian Schell en estado de gracia, COUNTERPOINT logra centrar el principal foco de interés en ese casi mefistofélico juego del gato y el ratón que se establece entre ambos, pero sin olvidar en ningún momento el conjunto de roles secundarios que complementan y refuerzan los ejes vectores que justifican las reacciones de ambos. Lo harán por un lado el perverso Arndt en contra del educado y sensible general nazi, mientras que por otro lado lo propiciarán los músicos que forman la orquesta en contra de la actitud taciturna e intransigente manifestada por su exigente director. A partir de este punto de partida, la película se despliega con una casi inagotable gama de matices, que van desde la extraña relación que Evans mantiene con la esposa –Annabelle (Katrhyn Hays)- de su hombre de confianza en la orquesta –Victor Rice (Leslie Nielsen)-, la presencia de un inesperado traidor entre los en apariencia unidos miembros de la orquesta –que aparecerá en los compases finales del film, siendo paradójicamente castigado por aquellos a quienes ha servido, la tensión que ofrecen todos los intentos de los dos oficiales americanos por facilitar la huída –escalando el interior del campanario de la capilla en la que están confinados los músicos, intentando huir por los tejados nevados de la misma-, llegando a ofrecerse incluso Annabelle a cenar con Schiller, y logrando con ello intuir que este sabe más del juego secreto de los músicos de lo que pudiera parecer.

El film de Nelson aparece además como realizado fuera de época. Es probable que en ello influyera el hecho de contar como director de fotografía con el legendario Russell Metty, pero lo cierto es que en esta ocasión acierta de pleno al dejar de lado cualquier veleidad visual, centrándose por el contrario en el juego e imbricación de sus personajes, logrando un acertado uso del formato panorámico, y, ante todo, demostrando una verdadera inspiración en todas aquellas secuencias protagonizadas por los dos protagonistas –magníficamente encarnados por unos intérpretes que en principio cabrían temer en su inadecuación o excesos-, que son planificados con auténtica brillantez en unos encuadres que buscan, ante todo, extraer el máximo juego dramático y enfrentamiento psicológico, de dos personalidades que, como señalará en los últimos minutos el propio Schiller, en realidad defienden sendas formas de moralidad, en las que el espectador no sabrá dilucidar cual de ellas o, mejor dicho, que matices o elementos de cada una de ellas, merecen una consideración ética. En medio de este contexto de tensión, todos aquellos seres que viven de un lado o de otro una situación excepcional, revelarán las debilidades y franquezas de su auténtica personalidad. Así pues, del mismo modo que los músicos se sentirán solidarios a la hora de proteger y alentar la actuación del oficial norteamericano que está siendo interrogado musicalmente por el intuitivo Arndt, estos no dudarán en los minutos finales en rebelarse a las órdenes de su director, sin ser conscientes que la actuación en apariencia despótica de este, está por completo destinada a salvarlos de una muerte segura.

En definitiva, COUNTERPOINT se define, plano por plano, como un cuento cruel en torno a la supervivencia, envuelto en la insólita importancia que para la misma revestirá la música clásica, ejerciendo incluso como elemento físico para encubrir las intenciones de fuga de los dos oficiales norteamericanos o en calidad de rasgo para ralentizar la cercanía de una muerte inevitable de todos sus ejecutores –el desarrollo del concierto final, mientras en el patio del castillo se ha excavado una fosa común para todos ellos, es especialmente demoledor-. Todo ello se ofrece con unos tonos sombríos, y una escenografía de interiores que ligan la película con determinados elementos iconográficos del cine de terror. Es más, no dudaría en destacar la determinada afinidad que la película brinda con el look del cine de Hammer Films. La escenografía tenebrosa de interiores del castillo, la propia presencia de Driffring en el reparto, la semejanza que proporciona el enfrentamiento final entre Arndt y Evans –que se liga de forma palpable con el mantenido por Christopher Lee y Peter Cushing en la inolvidable conclusión de HORROR OF DRACULA (Dracula, 1958. Terence Fisher)-, o incluso la manera con la que se concluye la película, con un plano largo del personaje encarnado por Heston, que se acerca a la de la maravillosa QUATERMASS AND THE PIT (¿Qué sucedió entonces?, 1967. Roy Ward Baker), son rasgos que unifican la legendaria productora inglesa, con esta tan extraña como magnífica película, incómoda de contemplar y asumir incluso en nuestros días, y que en nuestro país prácticamente solo ha contado con un defensor, el siempre agudo José María Latorre. Me alegro que su intuición me haya permitido gozar de una inesperada y espléndida digresión sobre la casi imposible frontera existente entre el bien y el mal, y en la que no dudaría en destacar un instante absolutamente glorioso, de los que dan sentido a la propia vitalidad del cine. En el concierto que finalmente contempla Schiller, sentado de manera autoritaria junto a su ayudante como único público, en un determinado momento quedará conmovido por la fuerza de la música interpretada, levantándose de dicha butaca y prosiguiendo la contemplación del recital, sentándose con comodidad y placer en un peldaño de la señorial escalera que se encuentra detrás. En realidad, el ser humano ha vencido a través del arte al horror de lo que representa su insólito espectador.

Calificación: 3’5