Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Ray Milland

PANIC IN YEAR ZERO! (1962, Ray Milland) Pánico infinito

PANIC IN YEAR ZERO! (1962, Ray Milland) Pánico infinito

Fred MacMurray, Vincent Price, Ray Milland… Intérpretes –habría otros muchos- que sobrellevaron carreras en las que ocasionales fulgores se vieron sucedidos por el descenso a los parámetros de la serie B. Y si cito estos tres nombres, es al establecerse una extraña analogía entre ellos, erigiéndose el tercero como intersección entre MacMurray y Price. Milland, al igual que MacMurray, vivió sus años dorados como intérprete al amparo de la Paramount –destacando ambos por su participación en títulos realizados por Mitchell Leisen-, teniendo posteriormente su acomodo en la American International al inicio de los años sesenta al igual que Price, conservando el protagonista de THE LOST WEEKEND (Días sin huella, 1945. Billy Wilder) una extraña e irónica personalidad interpretativa, que se sitúa en un término medio de la de los dos actores citados. Pero junto a una larga y zigzagueante carrera que le llevó de la obtención del Oscar por el título de Wilder, hasta intervenir en sus últimos años en títulos y series televisivas infames, hay una faceta poco conocida de nuestro protagonista; la de director de cine. Apenas son conocidos los cinco títulos que firmó –al parecer no nos perdemos mucho en este oscurantismo-, de los cuales el único mencionado en ocasiones es PANIC IN YEAR ZERO! (Pánico infinito, 1962). Si nos tenemos que atener a lo que nos ofrece en función de sus supuestas cualidades como mettre en scène, estas no invitan a rastrear sus otras películas –siempre escoradas en los recovecos de la serie B-. En cualquier caso, siendo como es un título de escaso interés, al menos nos sirve para intuir un cierto grado de personalidad o bagaje personal que, entre la mediocridad del conjunto, logra introducir de manera intermitente su realizador.

PANIC IN YEAR ZERO es un exponente tardío de esa corriente de la ciencia-ficción norteamericana, que abordó la visión del apocalipsis mundial siempre desde un prisma anticomunista. No cabe duda que esta producción de la AIP sigue de cerca los pasos de títulos no muy lejanos en el tiempo, como ON THE BEACH  (La hora final, 1959. Stanley Kramer) o la mucho menos conocida pero apreciable THE WORLD, THE FLESH AND THE DEVIL  (1959, Ranald MacDougall). De todos modos, su resultado se encuentra a un nivel bastante más menguado de estos y otros referentes, situándose más cerca de otras tentativas del género firmadas en aquellos años por el propio Roger Corman. Es curioso, el ya veterano actor firma esta película –en el periodo en que estuvo contratado por la productora de Nicholson y Arkoff-, en un marco temporal en el que este subgénero renacería episódicamente en el cine USA, por medio de muestras posteriores tan significativas como DR. STRANGELOVE OR: HOW I LEARNED TO STOP WORRYNG AND LOVE THE BOMB (¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú, 1964. Stanley Kubrick) o FAIL-SAFE (Punto límite, 1964. Sidney Lumet) –la primera de alcance casi mítico, y la segunda aún necesitada de su necesario reconocimiento-. En medio de dicho contexto temático –en el que la situación estadounidense del momento se mostraba propicia a exponentes de esta tendencia-, el título que nos ocupa se inicia haciendo temer lo peor –un grosero zoom de retroceso sobre un aparato de radio ubicado en un vehículo, con el fondo estridente de una pieza de rock-, al que sucederá la presentación de los componentes de la familia Balwin, predisponiéndonos al sermón moralizando que, en última instancia, proponen sus imágenes. Es algo que por lo general siempre se ha aducido –y no sin razón- a la hora de ser comentadas, y de lo que no se puede desprender un relato que parece prefigurar una tendencia que seguirían otras estrellas como John Wayne en la década siguiente. Pero aún reconociendo su reaccionarismo o su sesgo moralizador, si algo molesta en PANIC IN YEAR ZERO, es que ese alcance discursivo no se encuentre trascendido por una puesta en escena que deje en un segundo término y supere ese molesto rasgo. Cierto es que, más allá de esa temible presentación de los personajes –con especial detalle en el detestable Frankie Avalon, que interpreta a Rick -el hijo- sin despeinarse en todo el metraje, o en la no menos odiosa Mary Mitchel, que encarna a su hermana Karen-, los primeros minutos del film albergan cierto aire malsano, a lo que ayuda la labor del propio protagonista masculino –siempre con esa extraña ambivalencia en su estilo interpretativo- y la veterana Jean Hagen, sólida en su papel de esposa. El adecuado uso de la pantalla ancha, la fisicidad de su blanco y negro fotográfico o el uso del sonido del viento como fondo, propician la presencia de un aire fantastique que brindará a la película sus mejores momentos. Hay una extraña sensación de horror inesperado e intangible, vivido por la familia protagonista a través de ese lejano plano de la nube atómica que contemplan desde la lejanía, acentuando dicha tendencia la manera con la que el actor / realizador sabe plantear la sensación de sus componentes al debatir estos como se ha alterado su vida cotidiana, y recurriendo al off narrativo –los partes de noticias emanados a través de la radio- que anuncian el devenir y el desarrollo de la tragedia –una elección narrativa que al tiempo que servía para ahorrar presupuesto, permite que con la incorporación de ciertos momentos más o menos impactantes, se resuelva su presunto componente inquietante-. Por desgracia, a pesar del atractivo de esos minutos, Pánico infinito pronto queda desprovisto del más mínimo interés. Poco a poco su desarrollo argumental deja de lado su adscripción al género, su componente reaccionario se va aposentando en el mismo hasta alcanzar unos niveles desusados y, lo que es peor, su conjunto va apoderándose de un sopor generalizado, que hace que su ajustado metraje se torne excesivo.

Y es triste que una propuesta de género que se inicia con cierto grado de interés, apenas conserve a su conclusión de atractivos. Todo su desarrollo es tan convencional, tan rutinario –apenas retener el modo con el que se introducen fundidos en negro para entrelazar algunos episodios, o la manera con la que se planifican las secuencias del cuarteto protagonista en el interior del coche, expresando la evolución del pensamiento de todos ellos-, la música de fondo es tan horripilante -¿Cómo es posible que Les Baxter fuera responsable de ese desaguisado?- que, al final, entre tanta mediocridad, uno tiene la única sensación que Ray Milland utiliza un encargo que sabe rutinario y sin apenas posibilidades, para introducir ecos de su pasado como actor. Es ahí donde en algunos momentos uno parece retener secuencias emanadas de extrañas y excelentes películas como GOLDEN EARRING  (En las rayas de la mano, 1947. Mitchell Leisen) o CIRCLE OF DANGER (1951, Jacques Tourneur) –algunos de los instantes rodados en un bosque simulado en estudio- o los ecos del episodio de la cueva nos traslada al Allan Dwan de la entonces no muy lejana THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1957). Pero al contrario de aquel singular y extraña película, el poco avezado cineasta no logra convertir esta historia, que le hubiera permitido un cuento moral sobre el lado oscuro que anida en todo ser humano cuando este se enfrenta con una situación límite, en lo que en última instancia no es más que una soflama sobre la irrenunciable fuerza de la familia, propia de la más blanda propuesta de cine conservador tamizado por aires teeanagers… ¡que además culmina con un alegato en torno a la importancia del ejército como elemento normalizador de la vida cotidiana!

Calificación: 1’5

A MAN ALONE (1955, Ray Milland) Un hombre solo

A MAN ALONE (1955, Ray Milland) Un hombre solo

A MAN ALONE (Un hombre solo, 1955) fue la primera, de las cinco aportaciones como director para la pantalla grande del actor Ray Milland –que extendió esta faceta de su carrera en diversas producciones televisivas-. Entre las mismas, cierto es que la más conocida de ellas es la muestra de ciencia-ficción de corte moralista y escasos vuelos PANIC IN YEAR ZERO! (Pánico Infinito, 1962) al amparo de la American International. Es quizá por ello, y por el mero hecho de la dificultad de acceder a ellas, que el resto de las realizaciones del magnífico intérprete que fue Milland –que solía firmar sus películas con un escueto R. Milland-, apenas hayan gozado del más mínimo interés. Y es una pena que así suceda, ya que el título que centra estas líneas, bastaría para permitir que la labor del intérprete de THE LOST WEEKEND (Días sin huella, 1945. Billy Wilder) como director, mereciera una referencia, dentro del capítulo de actores-directores.

Y es que esta modesta pero brillante producción de clara serie B de la Republic Pictures, supone una extraña y personalísima muestra de western, en unos años donde dicho género se iba abriendo a diferentes aportaciones y abstracciones, en las que podían incluirse desde el Edgar G. Ulmer de THE NAKED DAWN (1955), hasta el Jacques Tourneur de GREAT DAY IN THE MORNING (Una pistola al amanecer, 1957), pasando por MAN FROM DEL RIO (Un revolver solitario, 1956. Harry Horner). Es decir, que el género iba abriendo sus compuertas para una serie de títulos caracterizados por ámbitos de producción reducidos, centrados en el estudio de personajes y ofrecer unos matices hasta entonces poco frecuentados en el mismo –algo que quizá tendría su exponente más rotundo en el ciclo de producciones auspiciado y protagonizado por Randolph Scott, y dirigido por Budd Boetticher-.

En medio de una tormenta de arena en plena área casi desértica, un vaquero –Wes Steele (Ray Milland)- cae de su caballo, que muy pronto comprobará se ha lesionado en una pierna, y al que tendrá que sacrificar, tras despojarlo de los pocos enseres que portaba, y sin apenas agua. Lo veremos intentar sobrevivir al ataque de una serpiente, bebiendo un trozo de cactus –algo que en muy pocas ocasiones se ha contemplado en la pantalla-, y contemplar el tremendo resultado del asalto a una diligencia, en el que han perecido cinco personas –mujeres y niños incluidos-. Soltando algunos de los caballos de la diligencia, llegará hasta una población cercana a donde han cabalgado los mismos, siendo muy pronto acusado de haber provocado el asalto, y enfrentándose a pistola con el ayudante del sheriff, al que dejará herido, mientras se refugia en un recinto, donde escondido escuchará a los verdaderos responsables del asalto que ha contemplado previamente, al tiempo que asistirá entre penumbra al asesinato de uno de los mandatarios del grupo de asaltantes –un banquero que no ha querido llegar a dichos extremos-. Steele se verá acorralado por todos lados, refugiándose en el sótano de una vivienda, sin saber que se trata de la del sheriff de la localidad, que se encuentra enfermo y está siendo cuidado por su hija –Nadine (Mary Murphy)-.

Será todo ello el vigoroso e insólito punto de partida, en un fragmento caracterizado casi por la ausencia de diálogos –recordemos que apenas tres años antes, Milland había protagonizado THE THIEF (El espía, 1952. Russell Rouse) caracterizada por carecer de diálogo alguno-, la fuerza de la aridez que percibe el espectador y, lo que es más importante, la capacidad que imprime Milland en este tercio inicial del relato para percibir que ni falta ni sobra un solo plano. Esa capacidad descriptiva, la apuesta por el detalle enriquecedor del relato –el instante en el que contempla la ropa que conforma la dote de Nadine mientras está curioseando en el sótano; el encuentro con unos tarros de melocotones, que consumirá con avidez-, nos adentra en lo que supone el tema central del film; la posibilidad de la redención de sus principales personajes. En concreto, Steele es un pistolero de reconocido prestigio –porta una gran cantidad de dinero, que nunca sabremos si procede de un asalto o de la venta de un terreno-, que intenta abandonar ese pasado peligroso, reinsertándose en un modo de vida más pausado. Pero esa redención también la intentará buscar la joven muchacha que se ha encontrado con él, hasta ese momento sojuzgada por la sobreprotección marcada por su padre, e intentar convertirse en la mujer que ya es, pero que su progenitor se niega a contemplar. Y será el propio Gil (Ward Bond), astuto pero envejecido mandatario de la Ley en la ciudad, quien en último extremo asumirá esas sensaciones marcadas en su hija y Wes, quienes poco a poco se han ido enamorando, poniendo en práctica incluso una insólita capacidad de sacrificio, logrando al mismo tiempo emerger del ámbito del siniestro Stanley (Raymond Burr), que en realidad ha sido quien planificó el asalto a la caravana y, con la ayuda del exaltado Clanton (Lee Van Cleef), el asesinato antes señalado. Serán delitos por los que se acusará a Wes, siendo este protegido y al mismo tiempo apresado por el veterano sheriff, viendo el pistolero como poco a poco se cierne sobre él el peso de su pasado, al tiempo que las insidias marcadas por Stanley y sus secuaces.

Estoy seguro que si Milland no hubiera dirigido más que esta película, y esta se encontrara más cercana al gran público, ahora mismo nos encontraríamos con una auténtica cult movie. La capacidad que sus imágenes albergan para aunar sentimientos encontrados, para erigirse como apólogo moral de alcance casi bíblico, para basarse en el peso de la cámara, la mirada y el gesto de los actores, la fuera de la música –magnífica, de Víctor Young-. Todo en su conjunto conforma un relato narrado siempre en voz baja y, precisamente por ello, provisto e una enorme intuición cinematográfica, entre la cual no conviene olvidar la capacidad para describir la facilidad con la que una colectividad puede mostrarse exaltada, respondiendo al más mínimo estímulo –ese inesperado improperio de la vieja cuando van a llevar al sheriff al linchamiento en la catarsis del film-. No olvidemos a este respecto que nos encontramos en 1955, y aún las huellas del maccarthismo se encuentran bien presentes, y el eco de referentes tan inolvidables y cercanos en el tiempo como el de SILVER LODE (Filón de plata, 1954. Allan Dwan), se encuentran bien presentes ¿Quizá por ello Milland trabajó un par de años después con el veterano cineasta en THE RIVER’S EDGE (Al borde del río, 1957)? No lo sabemos. Lo que sí podemos, es establecer una especie de puente, entre esta magnífica y apenas conocida propuesta de Milland, como consecuencia de la citada obra protagonizada por John Payne, los lejanos ecos de JOHNNY GUITAR (1954) de Nicholas Ray, el ya mencionado THE NAKED DAWN, o incluso el posterior GREAT DAY IN THE MORNING –con el que comparte además la presencia del siempre ambivalente Raymond Burr-.

Lo cierto es que estos y otros exponentes, conforman un conjunto necesitado de un estudio más pormenorizado, que albergan en su seno una mirada crítica a la Norteamérica del momento de realización de dichos títulos, camuflada por medio de argumentos insertos en el western, ligados al melodrama, y al mismo tiempo por lo general unidos a formatos de serie B. A MAN ALONE es uno de ellos. Quizá de los más valiosos, al tiempo que de los menos conocidos. A tiempo estamos de revalorizar una película magnífica, vibrante, perfecta en planificación y dirección de actores, sorprendente en algunos extremos –su propia conclusión-, que demuestra que no solo Marlon Brando supo ofrecer títulos personales en el contexto del cine del Oeste con ONE-EYED JACKS (El rostro impenetrable, 1961). Seis años antes y con mayor modestia, Ray Milland lo hijo, mejor si cabe.

Calificación: 3’5