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CINEMA DE PERRA GORDA

Richard Kelly

THE BOX (2009, Richard Kelly) La caja

THE BOX (2009, Richard Kelly) La caja

“El infierno son los otros” –célebre proclama de Jean-Paul Sartre-, será comentada en una de las clases realizadas por la profesora Norma Lewis (Cameron Díaz). En la misma, uno de sus alumnos -de aspecto inquietante-, no dudará en humillarla al forzarle a que muestre su pié desnudo, en el que una radiación le amputó todos sus dedos. Será quizá este, el primero de los contantes elementos inquietantes, que recorren y se enseñorean a lo largo del generoso pero siempre apasionante metraje de THE BOX (La caja, 2009. Richard Kelly), que ya de entrada no dudo en calificar como una de las propuestas más valiosas e inquietantes legadas por el cine fantástico a lo largo de la última década y, por supuesto, bastante superior al recordado debut del mismo director con la atractiva DONNIE DARKO (2001). Ello sin haber podido contemplar hasta el momento el polémico e incluso denostado SOUTHLAND TALES (2006). Pero lo cierto y verdad es que en esta reactualización de un breve capítulo de la serie The Twlight Zone, rodada mediada la década de los ochenta por Peter Medak, y partiendo de un guión de Richard Matheson, se transcienden las connotaciones que pudieran emanar de aquella emisión televisiva, para erigirse como una monumental propuesta de auténtico fantastique, en el que se aúna una visión desoladora de la sociedad de consumo,  incorporan lejanos ecos de la incomunicación que tantos años atrás importara a la pantalla Michelangelo Antonioni, ofrece una mirada nada solapada en torno a la alienación humana, o incluso aporta propuestas que logran hacerse casi incomprensibles, elevando el relato dentro de extraños contextos místicos. El fantástico es un género que transmite dicha cualidad precisamente a través del lenguaje utilizado, y en esa faceta concreta Richard Kelly logra deslumbrar al espectador receptivo –no así a aquellos que pensaban asistir a una simple historia al uso, y que muy pronto se unieron a la hora de rechazar airadamente sus imágenes-, a través de su constante capacidad para transmitir sensaciones, emociones, dirigirse por senderos cercanos a la abstracción, dejar siempre en el espectador muchas preguntas sin ser contestadas, pero al mismo tiempo y junto a ello, lograr que el magnetismo de sus imágenes y la progresiva automatización de sus personajes más o menos secundarios, contribuyan a plasmar un universo de pesadilla, en el que por otro lado no se ausenta ni la más mínima convención social.

THE BOX se inicia relatando las dificultades paralelas que vivirán el matrimonio compuesto por Norma (Cameron Díaz) y Arthur Lewis (James Marsden). Nos encontramos en la Virginia de 1976. Ella trabaja como profesora y él como físico, viviendo ambos cómodamente junto a su hijo, aunque en realidad su situación económica resulta apurada para la pareja. A partir de estas limitaciones, ambos recibirán casi de manera paralela sendos relevos profesionales, quedando mermados en sus posibilidades económicas. En ese preciso momento, recibirán de manera misteriosa una extraña caja, cubierta con una cúpula de cristal, a la que poco después acompañará la llegada de Arlington Stewart (excelente, como siempre, Frank Langella), visitando a la esposa cuando esta se encuentra sola, y explicándole, mientras ella contempla la ausencia de medio rostro por parte de este misterioso personaje, la propuesta de algo tan sencillo como terrible; la oportunidad de pulsar el botón que contiene dicho artefacto, con lo que lograrán matar a alguien que no conocen, y al mismo tiempo recibir una dotación económica de un millón de dólares. El dilema está creado, y los dos esposos dudarán incluso de la veracidad de lo planteado, hasta que Norma apriete nerviosa el botón, y muy pronto reciba la recompensa señalada por el misterioso enviado. Será el inicio de una pesadilla que se prolongará cuando Arthur intente investigar la matrícula de su coche, abriéndose el terreno de la pesadilla dentro de una densidad conceptual que, a fin de cuentas, se erigirá como referencia para una propuesta para dejarse fascinar por lo que proponen sus imágenes, antes que el seguimiento de una intriga sorprendente, pero que de forma deliberada no se preocupa en dejar cerradas sus costuras. Sin duda por ello, es por lo que una película que podría quedar delimitada dentro de un contexto “mainstream”, fue acogida con escepticismo e incluso irritación por un sector considerable del público, y también buena parte de la crítica. Se señala con no poca razón la semejanza que proporciona Kelly en esta película, con el cine elaborado por David Lynch –al que nunca se reconocerá la importancia que tuvo para lograr un lenguaje personal, la aportación como músico de Angelo Badalamendi-. La diferencia estriba que el público de Lynch sabe lo que va a ver, y Richard Kelly aun no dispone del corpus necesario para reconocérsele una impronta visual muy particular. En definitiva, que nos encontramos ante un realizador con un mundo personal y cinematográfico propio, que hay ya que considerar junto al propio Lynch, Nolan, Shyamalan, Spielberg, Niccol y algunos otros nombres que se me quedarán en el tintero, como uno de los representantes más valiosos del “fantastique” de nuestros días, teniendo todos ellos marcadas características que los hacen al mismo tiempo personales.

Puliendo y estilizando esa capacidad para dominar los resortes del género desde un prisma irracional, adornado con la presencia de inquietantes y episódicos personajes secundarios –el alumno provocador, ese papa Noel que logra con su inesperada presencia provocar un accidente de tráfico-, THE BOX logra una extraña coherencia, y tanta fascinación como desapego hacia una narrativa más o menos tradicional. El placer que proviene de atender a detalles que en su metraje pueden destacar en una impecable ambientación seventies –en el que desentona de forma deliberada ese auto de Arthur, decididamente anacrónico en su aire futurista-, o en la descripción de una sociedad en apariencia idílica, sobre la que se traza con enorme acierto ese virus de la ascendencia por lo material, representado en una pareja que vive un grado de comodidad que, pronto lo advertiremos, poco tiene de tal más que la fachada –aunque ello no les impida vivir en una vivienda en extremo acomodada-. De repente, la relativa estabilidad económica que definía al joven matrimonio y su hijo, se verá quebrantada por el inesperado despido de la esposa –que trabaja como maestra- y la frustración que sufre el marido al serle denegada su solicitud para un ascenso laboral en la NASA. Será quizá el momento esperado por el enigmático Stewart, para someter a una pareja de apariencia ejemplar a la dura diatriba de apretar ese botón en una extraña caja, que les dará una considerable fortuna… pero al mismo tiempo provocará la inesperada muerte de un ser que no conocerán. Serán muchas las dudas para decidirse, pero al final la tentación se impondrá , iniciando una espiral de pesadilla  que superará con mucho esa comodidad material que ante ambos se cierne –el extraño enviado de inmediato cumplirá con su promesa-, introduciendo a dos seres desvalidos, quizá no demasiado maduros en la solidez de sus relaciones, en una espiral de proporciones casi metafísicas, mostrando con ello un extraño germen de alienación colectiva, inserto en los cimientos más profundos de una cómoda postal residencial del sur de Estados Unidos.

Como antes señalaba, la fascinación del film de Kelly no proviene –aunque tampoco lo desdeñe-, en el seguimiento de una base argumental nítida pero libre y sin cerrar. Por el contrario, se encuentra en la manera con la que la acumulación de detalles inquietantes va violentando lo que a primera instancia contemplamos como algo cotidiano y de clase media-alta. La propia manera de describir una situación de limitación económica en un matrimonio de cierto nivel acomodado resulta sorprendente, pero lo resulta más la manera con la que Kelly sabe establecer un tempo, ubicar la cámara siempre en el lugar más perturbador, componiendo una extraña y sórdida sinfonía que nunca levanta la voz y, quizá por eso, resulta más admirable en sus resultados. El horror y la normalidad aparecerán casi en la misma situación –por ejemplo, al mostrar u ocultar la deformidad que ha privado de media cara a Stewart; en la aparición de seres cotidianos que actúan como inesperados voyeurs detrás de las ventanas, ejerciendo como observadores de este extraño ser-. Es más, esa vertiente metafísica se extenderá incluso en la propia definición de Stewart, al cual como extraña, relajada, maléfica y actualizada prolongación del célebre monolito de 2001, se puede definir de diversas maneras. Todas ellas ambivalentes, y todas al propio tiempo difíciles de definir en un contexto determinado. A partir de esos encuentros y desencuentros, por momento parece que asistamos al mismo tiempo a una actualización de aquellos lejanos títulos dirigidos por Michaelangelo Antonioni que describían la incomunicación de la pareja, mientras que en otras ocasiones diversas subtramas nos introducen en matices nuevos, desalentando las expectativas del espectador, pero al mismo tiempo proporcionando al relato  nuevos matices complementarios que, en definitiv,a irán formando ese insólito y desolador THE BOX, que concluye con una de las miradas más demoledoras en torno a la insolidaridad de la condición humana, que haya podido proporcionar el cine USA de los últimos años.

Sé que no faltan quienes consideran a Richard Kelly como un falso genio, o incluso un auténtico impostor. Se trata de una calificación de la que me desmarco por completo. La película muestra a un cineasta vigoroso y seguro, mesurado e inquietante, portador de un mundo propio tanto a nivel temático como, lo que es más importante, en sus capacidades como verdadero hombre de cine. En esta ocasión lo logra en una propuesta de casi inagotable complejidad, en la que sería muy prolijo destacar elementos de interés –ese plano terrible en el que durante la clase, Norma es casi obligada a mostrar la mutilación sufrida en uno de sus pies-. Sin embargo, no voy a dejar de mencionar el que considero mejor pasaje de la película. Se trata del plano sostenido y oscilante que envuelve a la pareja protagonista mientras desarrollan un baile lento en la celebración de una boda. En el mismo, un transfigurado Arthur intenta relatar a su esposa la indescriptible vivencia de ese viaje cósmico que ha experimentado poco antes. La secuencia destaca por la cadencia e intimismo desplegado por el realizador y, justo es reseñarlo, la extraordinaria intensidad que James Marsden imprime al momento, en el que estoy convencido se trata del mejor fragmento desplegado en toda su carrera como actor, por cierto mucho mejor intérprete de lo que pueda desprenderse de su aspecto de ídolo teenager. La entrega con la que da vida a este personaje, es una prueba más de ello, en el conjunto de esta inquietante y sobrenatural sinfonía de resonancias místicas y metafísicas, llegando en su alcance a no pocos ecos bíblicos.

Calificación. 4