Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

Robert Redford

ORDINARY PEOPLE (1980, Robert Redford) Gente corriente

Lo reconozco. Siempre me he mostrado bastante reacio al seguimiento de esos melodramas matrimoniales que proliferaron en los primeros años de la década de los ochenta, dominados por un matiz conservador, y algunos de los cuales tuvieron reconocimiento en forma de Oscars. Es por ello, que durante décadas me he mantenido reacio a contemplar ORDINARY PEOPLE (Gente corriente, 1980) primero de los nueve largometrajes, rodados a lo largo de más de tres décadas, que hasta el momento -es improbable que filme alguno más- ha forjado la andadura como realizador del popular actor Robert Redford. Un debut que le permitió la obtención de nada menos que cuatro estatuillas, entre ellas la de mejor película y, sorprendentemente, mejor director, iniciando una corriente encaminada a galardonar a actores-directores, que pronto se prolongaría por nombres como Warren Beatty o Kevin Costner.

En un año en el que se relegaron los premios a la excelente RAGING BULL (Toro salvaje, 1980. Martin Scorsese) e incluso se le negó el más mínimo reconocimiento -entre sus ocho nominaciones- a la magnífica THE ELEPHANT MAN (El hombre elefante, 1980. David Lynch), puede hasta cierto punto entenderse mi desdén y reticencias, en torno a un melodrama que, de entrada, no se me antojaba nada atractivo, aunque el deseo de ir contemplando la nada desdeñable filmografía del conocido intérprete -en la que cabría destacar el considerable atractivo de QUIZ SHOW (Quiz Show. El dilema, 1994), probablemente su mejor película, LIONS FOR LAMBS (Leones por corderos, 2007) o THE CONSPIRATOR (La conspiración, 2010)-. Por ello, visionar ahora una película que ya atesora casi 45 años de historia, y hacerlo con la debida inocencia, me revela el encontrarme ante un título pequeño, que sorprende -o quizá no tanto- haberse colado en la elección de los académicos de la edición. Pero al mismo tiempo se trata de una película más que estimable, que anticipa la cualidad y el defecto que mejor definiría la andadura posterior de Redford como director. En el primer ámbito, su capacidad para formular un cine intimista y dotado de una cierta sensibilidad, ayudado por su capacidad como director de actores. Como rémora, cabe citar una cierta tendencia al esteticismo visual, que lastrará a mi modo de ver la muy posterior A RIVER RUNS THROUGH IT (El río de la vida, 1992).

En esencia, ORDINARY PEOPLE narra -a partir del guion propuesto por Alvin Sargent- la historia de la fractura de una familia. Es la que forman el exitoso abogado Calvin Jarrett (Donald Sutherland) y su esposa Beth (Mary Tyler Moore, rompiendo con coraje su imagen habitual ligada a la comedia). Junto a ellos, y en su acomodada residencia, se encuentra su hijo Conrad (un extraordinario Timothy Hutton, erigiéndose de repente como uno de los mejores actores de su generación, en una carrera que, sin embargo, le brindó pocos roles con las mismas posibilidades). La aparente tranquilidad del colectivo, pronto se verá violentada por el primer y fugaz flashback -quizá el elemento narrativo, por su reiteración, más discutible del relato-, revelando la certeza de un contexto de comodidad económica y aparente placidez. Pero muy pronto, dentro del ritual del desayuno de cada día, podemos comprobar que la armonía familiar es inexistente. El rasgo conciliador del padre se verá contrastado por la frialdad de su esposa y el carácter esquivo del muchacho -que en su rostro transmite una sensación de desequilibrio-. Poco a poco descubriremos que Conrad retorna a las clases y la vida normal después de haberse recuperado -en apariencia- de un intento de suicidio. Que la aparente placidez del entorno familiar, en el fondo, encubre una cada vez más clara tensión, en la que Beth trata a su hijo con cierto recelo,

En realidad, podemos señalar que el drama interior del film de Redford, obedece a una entraña argumental quizá, con el paso de los años, bastante previsible. Pronto vamos a apercibirnos que la tragedia que encierra la familia Jarrett, reside en el traumático accidente de mar que vivieron los dos hijos -Conrad y Buck-, en el que el segundo, hijo mayor, adorado por su madre, perdió la vida. En realidad, la desaparición de Buck irá apareciendo como esa columna, ante cuya ausencia se irá desmoronando un universo familiar, quizá hasta entonces ya entonces herido, pero que, a partir de ese momento, revelará ya claramente deteriorado.

Con revestir cierto grado de convencionalismo, sobre todo con la mirada distanciada que proporciona el paso del tiempo, lo cierto es que lo mejor de ORDINARY PEOPLE proviene de la capacidad de observación que brinda un neófito Redford como realizador. Pese a ese cierto grado de blandura que limitará su alcance, ello se podrá mostrar en el episodio de la fiesta a la que acude el matrimonio protagonista, donde du director acierta a describir el convencionalismo y la ociosidad de esas parejas acomodadas y superficiales. Pero esas cualidades tendrán una mayor precisión en cuanto la acción se centra entre la familia Jarrett, o incluso en las tensiones emanadas entre Calvin y Beth -la discusión que se establece entre ambos mientras se encuentran jugando al golf junto a un matrimonio amigo viviendo sus vacaciones navideñas, descrita en un plano secuencia-. Todo ello nos brindará momentos verdaderamente intentos, como aquel que describe el encuentro de la familia, junto a sus padres, donde se exteriorizará la desafección de Beth con su hijo, el diluirse esta del intento de realizarse una fotografía de los dos y estallar el muchacho.

En todo caso, la esencia de la película se vehicula en torno al drama interior del muchacho -al que Hutton brindará una absoluta entrega interpretativa-, es cierto que podremos cuestionar el esquematismo juvenil que rodea a Conrad en sus estudios. O la blandura con la que se expresa su incipiente relación sentimental con Jeannine (Elizabeth McGobern) -su primer paseo descrito en plano general encuadrado en teleobjetivo y endulzado con un fondo musical, ausente casi en el conjunto del relato-. Sin embargo, el joven se erige en la esencia del relato. Sus miradas, su tormento interior, la interiorización de su drama personal, calan de inmediato con el espectador, alentado por la cámara precisa y sensible de su realizador, y que tendrá quizá su mayor punto de interés en aquellas secuencias en las que el atormentado joven desarrollará con el dr. Berger (un estupendo Judd Hirsch). Un proceso inicialmente de ayuda, que Redford acertará a describir con una creciente intensidad, como si a su través se dirimiera la columna vertebral del discurrir del relato.

Ello permitirá una magnífica secuencia final entre ambos, a modo de catarsis, en la que el muchacho exteriorizará esa frustración interior que hasta entonces atormentaba a este muchacho herido psicológicamente, consolidándose una incipiente amistad entre ambos. ORDINARY PEOPLE aún nos reservará momentos más intensos. Este se expresará en la última secuencia establecida a solas entre el matrimonio, en la que el esposo se sincerará ante Beth, revelando la imposibilidad de continuar una relación rota entre ambos. Ni siquiera el inesperado gesto de acercamiento de ese Conrad que aparece como un joven renacido, podrá impedir esa ruptura, en unos instantes rodados por Redford con enorme sensibilidad e incluso dureza, que tendrá quizá su momento más rotundo, en ese instante -maravillosa la Tyler Moore- en el que su rostro reflejará con una mezcla de rabia y terror, el irreductible miedo a un futuro carente de la seguridad que ha vivido hasta ese momento. Es una pena que el conjunto de la película, no sea prodigo de episodios definidos por similar entidad. Sin embargo, con sus insuficiencias y limitaciones, ORDINARY PEOPLE queda finalmente definido como un drama tan pequeño como apreciable, al que la carga de unos Oscars que siempre le vinieron anchos, no puede esconder esa tímida sensibilidad cinematográfica, que se hará extensiva en el posterior devenir como realizador de la tan popular estrella cinematográfica.

Calificación: 2’5

THE CONSPIRATOR (2012, Robert Redford) La conspiración

THE CONSPIRATOR (2012, Robert Redford) La conspiración

Sin albergar hasta el momento una filmografía lo suficientemente amplia –ocho films estrenados en treinta años de andadura-, lo cierto es que de manera paulatina aquel estupendo galán y nada desdeñable actor que fuera Robert Redford, ha ido forjando en sus últimos títulos una extraña madurez. Madurez que ha ido ligada tanto al progresivo abandono de esa cierta blandura que caracterizara sus primeros títulos –curiosamente, los más aplaudidos en su momento, aunque hoy día prácticamente olvidados-, hasta alcanzar un cierto grado de hondura narrativa, en la que dicha tendencia se transmutara en un cierto grado de serenidad, permitiéndole sus mayores logros como realizador, de entre los que me permitiría destacar QUIZ SHOW (El dilema, 1994) y, sobre todo, la casi ignorada –quizá por incómoda en el momento de su estreno- LIONS FOR LAMBS (Leones por corderos, 2007), que no dudo en considerar su propuesta más simple, al tiempo que la más arriesgada de su filmografía. Tres años después de aquel título, Redford ratifica su buen estado como cineasta, planteando THE CONSPIRATOR (La conspiración, 2010), una muestra por un lado de versatilidad al elegir para el desarrollo del film la vista posterior que se desarrolló tras el asesinato del Presidente Lincoln, su vicepresidente y el secretario de estado, en la segunda mitad del siglo XIX, y cuando la Unión aún no se encontraba más que hilvanada tras su sangrienta guerra civil. Las autoridades del momento, jaleadas por Edwin Stanton (un sorprendente Kevin Kline), no dudarán en responder al magnicidio deteniendo a ocho personas, de entre las cuales tres jóvenes son sometidos a juicio, y al mismo tiempo será juzgada Mary Surratt (admirable Robin Wright), la dueña de la casa de pensiones en la que se efectuaban las reuniones secretas de lo que bien pudiera ser la conspiración que dio como fruto dicho magnicidio, al tiempo que reconocida sureña –también católica-, y madre de John Surratt, otro de los jóvenes componentes del grupo de conspiradores, que ha logrado huir de la captura del grupo.

Pese a haber transcurrido nueve meses de los crímenes, los ánimos siguen muy alterados en la aún débil sociedad norteamericana –sobre todo la establecida en Washington-, siendo Reverdy Johnson (Tom Wilkinson) quien se encargue de la defensa de Mary, aunque desde el primer momento advertirá que el tribunal militar creado para juzgarla –junto al resto de encausados- no es más que una pantomima destinada a llevarla a la horca. Consciente de que su condición no es la más adecuada para intentar siquiera una defensa, trasladará la misma a uno de los más destacados componentes de su bufete, Frederick Aiken (magnífico James McAvoy, sin dejarse amilanar por el impresionante conjunto del reparto), caracterizado por su heroica condición de militar nordista –tal y como nos demostrará la secuencia de apertura-. El joven letrado asumirá la defensa sin ninguna convicción, y con la absoluta certeza de la culpabilidad de la Surratt. Sin embargo, y este es uno de los méritos de la base dramática del film, poco a poco no solo se irá estableciendo una soterrada corriente de mutuo afecto entre abogado y encausada, sino que esta irá paralela al progresivo convencimiento de su inocencia, aunque estuviera en todo momento rodeada de esa conspiración que sí existió… aunque en principio no para cometer asesinato alguno.

En sus declaraciones, Redford señalaba que su interés esencial en THE CONSPIRATOR, se centraba ante todo la capacidad de una madre por sacrificar incluso su propia vida para preservar la de su hijo. Sin embargo, y aún reconociendo que este sentimiento queda patente en los fotogramas del film, no cabe duda que nuestro director aplica en un relato situado cerca de dos siglos atrás, una serie de coordenadas que las acercan a la situación social de la Norteamérica actual. Con esa eterna conciencia liberal que caracterizara su carrera –incluso en su condición de intérprete-, lo cierto es que la película marca desde el primer momento esa comparación de pasado y presente, en la que no cuesta mucho contemplar la vulneración de los derechos humanos que tanto tiempo después fueran marca de fábrica de nefastas figuras como George W. Bush. Pero con ser atractiva dicha semejanza –bastante evidente para cualquier espectador más o menos avezado-, si por algo THE CONSPIRATOR se erige como una película notable, es por la capacidad que Redford muestra a la hora de elevar un film de tesis Al terreno del thriller –trasciende incluso la condición de film de juicios-, logrando trasladar un impecable crescendo narrativo, ayudado por una creíble, mesurada y nunca excesiva ambientación de época, la espléndida utilización de luces y sombras –esos haces de luz que parecen enaltecer los elementos de verdad que se difuminan en el relato- y un inmaculado cast, aspectos todos ellos que el realizador articula con méritos cercanos a la sabiduría del mejor cine clásico. No se puede decir que en THE CONSPIRATOR alberguemos grandes sorpresas. Podemos incluso oponer al conjunto del film cierto maniqueísmo a la hora de presentar el conjunto de militares que juzgarán a nuestra protagonista –es curioso en este sentido lo respetuoso que resulta el retrato del fiscal Joseph Holt (Danny Huston)-, pero no es menos cierto que en su metraje –se devora con un creciente sentido de la intriga, implicando al espectador en esa tela de araña que Redford irá tejiendo con el esmero de un cineasta al que ya se ha de reconocer algo más que buenas maneras. Esa capacidad para el intimismo que despliega –las conversaciones de Aiken con la encausada y la propia hija de esta, su intento desesperado para que un veterano juez firme la posibilidad de que su defendida sea sometida a un nuevo juicio civil-, no impedirán ese catárquico episodio final, en el que curiosamente me vino a la mente ese sentimiento de inutilidad que alberga la pena de muerte, expresado en un contexto y situación bien diferente por Richard Brooks en IN COLD BLOOD (A sangre fría, 1967), a partir de la célebre novela de Truman Capote.

Planteada quizá para ser candidata a la hora de la cosecha anual de premios en el año de su estreno, THE CONSPIRATOR pasó de largo. Quizá la figura de su artífice no se encuentre de moda, o quizá el verdadero regusto al buen cine clásico que despliegan sus fotogramas, no fueron suficientes para que su resultado fuera recibido con el suficiente interés. Y es que sin ser una película definitiva, no cabe duda que nos encontramos ante un título dotado del suficiente interés, que demuestra varias cosas. A saber; que Robert Redford se ratifica como un director a tener en cuenta. Que las coordenadas del cine clásico y de género pueden mantenerse en la producción de nuestros días y, en última instancia, que cualquier aspecto discursivo no tiene por que mermar el seguimiento de un relato atractivo, despojado incluso de las coordenadas temporales en las que este se inserta. No son pocos los elementos que proporciona la carambola establecida, a la chita callando, por aquel guaperas –hay ya más que ajado- que se consagrara a partir de BAREFOOT IN THE PARK (Descalzos por el parque, 1967. Gene Saks).

Calificación: 3