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CINEMA DE PERRA GORDA

Roland Emmerich

10.000 B. C. (2008, Roland Emmerich) 10.000

10.000 B. C. (2008, Roland Emmerich) 10.000

No voy a intentar en estas líneas realizar una defensa de la andadura del alemán afincado en Estados Unidos Roland Emmerich. Ni me he molestado en ver muchos de sus títulos, ni los que he contemplado hasta la fecha me han permitido atisbar en él más que a un ampuloso practicante de blockbusters, aderezados en ocasiones con temáticas percutantes y pseudo comprometidas –THE DAY AFTER TOMORROW (El día de mañana, 2004). Por todo ello, y partiendo de la más bien –previsible- negativa recepción que tuvo 10.000 B.C. (10.000, 2.008), que incluso afectó a una carrera comercial caracterizada por cubrir apenas su cuantiosa inversión, quisiera aprovechar estas líneas para desmarcarme, siquiera sea ligeramente, del generalizado menosprecio que ofrece una película que, justo es reconocerlo, jamás podría ser considerada una producción ni siquiera interesante, pero que considero se erige como una simpática evocación de aquel ya olvidado cine prehistórico del que, justo es señalarlo, toma de prestado no pocos referentes de otros títulos previos más prestigiosos, pero que no por ello deja de aparecer como un pequeño relato anclado en un pasado remoto, y al que el ocasional abuso de elementos altisonantes –el exceso en la presencia de grandes planos aéreos, la digitalización centrada en la plasmación de las fieras antidiluvianas -que perjudican más en el primero de dichos aspectos –en mi opinión bastante innecesario-, que en el segundo, al integrarse dicha digitalización de forma acertada en el conjunto de esta aventura que combina con relativo acierto su condición de evocación en tono de leyenda intimista, la historia encabezada por el heroico y joven D’Leh (un adecuado Steven Strait, en la que quizá quede como su único rol más o menos aceptable antes de refugiarse en la televisión), en defensa de la tribo a la que forma parte, tras crecer en calidad de hijo de un líder que en apariencia huyó de la misma en un acto de cobardía.

La voz en off de Omar Shariff, será el hilo conductor para el desarrollo de una historia de tintes fantásticos, a la que se ha achacado su falta de rigor histórico -¿Cuántos títulos más prestigiosos insertos en dicho género al cabo del tiempo acusan esa carencia de base histórica, máxime cuando nos adentramos tan atrás en el tiempo, sin que se le haya reprochado tal circunstancia?-. Sin embargo, hay algo que de entrada me hace acoger con moderado agrado la función, pese a la escasa receptividad que la misma ha obtenido; ese intento por proponer una narrativa intimista, intentando –otra cosa es que se consiga-, un determinado grado de perfilado en sus personajes. Es decir, que aunque Emmerich no renuncie a su querencia por un cine de espectáculo en el que dejen entrever no pocas debilidades y clichés –antes los hemos señalado-, lo cierto es que al mismo tiempo esta tendencia va aparejada por el intento de componer un relato en el que la desmesura esté combinada con ese cierto aliento aventurero y fantástico, a la hora de expresar un argumento que se toma todas las licencias que estima oportuna, a la hora de insertar diversos episodios que describan la odisea encabezada por D’Leh y sus compañeros, a la hora de liberar a aquellos que se encuentran apresados en lo que finalmente será una civilización que se encuentra elaborando las pirámides –aspecto este mostrado por unos gigantescos planos generales en los que la falta de sentido de la medida anula su grado de efectividad-.

No obstante, aún contando con su ingenuidad, o la deuda que mantiene con otros referentes previos quizá más inspirados, aprecio en la película la elegancia que expresa el uso de la pantalla ancha, la diversidad de aventuras que recorre su enunciado, o la sencillez que se plantea en su trazado como tal propuesta. En esa sensación en definitiva, de asistir casi a una visión actualizada de la antañona serie B, pero contando con un presupuesto superior a los cien millones de dólares. En la insospechada capacidad demostrada por Emmerich, por hacernos parecer en ocasiones que nos encontramos ante una actualización de las legendarias aventuras del gran Ray Harryhausen, o en aquellas auspiciadas por Hammer Films protagonizadas por Raquel Welch. Es decir, que el tiempo en ocasiones no va ni a favor ni en contra de nada. Simplemente, quizá se pierda la ingenuidad, la capacidad de maravillar, y también algunos clichés envejecidos –que no todo era perdurable en aquellas producciones, sobre todo las correspondientes al segundo de los enunciados-. Así pues, dentro de su limitada capacidad de ensoñación, justo es reconocer que 10.000 B.C. se erige como una tan discreta como estimable muestra de cine de lo maravilloso, que supera otras propuestas coetáneas como PRINCE OF PERSIA: THE SANDS OF TIME (Prince of Persia: Las arenas del tiempo, 2010. Mike Newell). Es decir, que sin negar que nos encontramos ante un producto destinado a todos los públicos, en donde se detectan los elementos más cuestionables del cine de un realizador superficial y ampuloso, su resultado en esta ocasión al menos sobrepasa la barrera de la mediocridad, y alcanza en sus mejores momentos un grado de entrañable discreción, lo que no es poco tratando de quien se trata. La mesura en su duración, la capacidad de ofrecer una –por así decirlo- puesta en escena que descansa en una planificación cuanto menos clásica. El ya señalado acierto en el uso de la pantalla ancha –lo que permite composiciones tan hermosas como aquel enorme plano general que muestra el discurrir de los componentes de la tribu por las arenas del desierto-, la adecuada presencia de bestias digitalizadas, sobre las que no se incide en exceso, la competencia de su banda sonora –por más que esta sea muy similar a la de otros títulos de estas características-, completan un conjunto  que no pasará a las antologías del género, pero que me sorprende haya contado con una acogida tan hostil.

Calificación: 2

THE DAY AFTER TOMORROW (2004. Roland Emmerich) El día de mañana

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Creo que cualquier espectador mínimamente sensible con la esencia del buen cine, estarán sobre aviso ante nombres como Michael Bay o Roland Emmerich. Ambos son representantes de determinadas producciones mainstream en las que preconizan catástrofes o facultan “grandes relatos” del pasado norteamericano. Y sus películas siempre se tamizarán de un discurso patriotero tamizado de una cargante estética visual de planos cortos heredada de la televisiva MTV.

Como se puede intuir, detesto este tipo de películas carentes de rigor y entidad, y solo accedo a ver alguna de ellas desde un prisma en el que se mezcla el análisis y un cierto grado de masoquismo personal. En este caso además es justo señalar que cuando se estrenó THE DAY AFTER TOMORROW (El día de mañana, 2004. Roland Emmerich), a raíz del tema abordado se generó una saludable controversia entre grupos ecologistas y otros sensibles a los extremos a que los países occidentales –especialmente USA- someten a la naturaleza. Todo ello creo que contribuyó a generar una corriente de simpatía hacia este producto, a lo que fue unido que su resultado cinematográfico alcanzara cierta valoración entre determinados comentaristas.

Craso error, obrar así es confundir la gimnasia con la magnesia y negar el análisis riguroso que merece una propuesta tan mediocre, falaz en sus planteamientos, carente de auténticos personajes, y en el fondo bañada de ese al parecer inevitable sentimiento de “superioridad del americano” que la película desprende sobre todo en sus compases finales.

THE DAY AFTER TOMORROW se inicia con una conferencia internacional en la que el experto en climas Jack Hall (Dennis Quaid) avisa sobre los indicios que le hacen considerar una futura edad del hielo en la humanidad. Allí tendrá una pequeña discusión con el vicepresidente de los Estados Unidos, que le reprochará su sensacionalismo y el riesgo que para el desarrollo de la economía plantean sus agoreras predicciones. Muy poco después se irán produciendo en diferentes lugares del mundo extraños fenómenos metereológicos, como un fortísimo huracán que llegará a devastar Los Angeles –incluido el célebre letrero ubicado en las colinas de Hollywood (uno de los momentos más sonrojantes de la película).

Pero algo más adelante llegará una amenaza mundial, con espectaculares lluvias generadoras de tremendas inundaciones, que posteriormente serán rematadas con la llegada de unas instantáneas bajadas de temperaturas que alcanzarán los sesenta grados bajo cero. Una vez el catastrófico proceso llega a Europa, en apenas horas lo hará en la parte norte de USA y casi a continuación en los estados del sur, teniendo que huir la población norteamericana hasta la frontera de México –para que el país centroamericano autorice esta masiva llegada de personas, el Presidente de Estados Unidos acepta condonar la deuda de América Latina, otra de las simplificaciones que destila el metraje-.

Pese al tema elegido, la ausencia de personajes dotados del mínimo perfil psicológico, la ausencia real de coralidad, la frialdad con las que acogí sus más espectaculares efectos especiales –los planos de ARTIFICIAL INTELLIGENCE: AI (Inteligencia Artificial, 1999), de Steven Spielberg en las que se contemplaba Manhattan anegada por las aguas tienen mil veces más fuerza, al estar perfectamente integrados en un guión y una realización ejemplar-, permiten que THE DAY AFTER TOMORROW sea valorada como una auténtica mediocridad. Y para ello hay que destacar que la historia del heroico viaje de Jack a Nueva York para rescatar a su hijo, constituye casi un insulto al espectador tras haberlo introducido en una situación dantesca y para un conjunto amplio de personas, y máxime cuando el hijo que se ha de rescatar –Sam (Jake Gyllenhaal)-, demuestra a las claras que sabe salir por sí solo –e incluso ayudar a los que le rodean- de situaciones como esta, por muy apocalíptica que puedan ser. Cierto es que pese a su tendencia al abuso de planos rodados en grúas, uso casi inevitable de músicas altisonantes y otras debilidades propias de este tipo de producciones, al menos no existe esta apuesta por el plano corto, tan habitual en el insoportable Michael Bay o incluso los hermanos Scott. Ello no impide que la grisura y convencionalismo de su resultado haga añorar la relativa seriedad –dentro de su afán discursivo-. Que manifestaban ON THE BEACH (La hora final, 1959. Stanley Kramer) o la muy poco conocida e inédita en España THE WORLD, THE FLESH AND THE DEVIL (1959, Ranald MacDougall)

Calificación: 1