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CINEMA DE PERRA GORDA

Roy William Neill

THE HOUSE OF FEAR (1945, Roy William Neill) La casa del miedo

THE HOUSE OF FEAR (1945, Roy William Neill) La casa del miedo

Puede resultar un tanto pretencioso hacer una afirmación tan arriesgada, máxime cuando no he tenido la oportunidad de poder ver los catorce títulos que formaron la presencia cinematográfica del detective Sherlock Holmes en la pantalla –inicialmente en el seno de la 20th Century Fox, poco después, y de manera más prolongada, bajo la égida de la Universal-. Sin embargo, no creo equivocarme demasiado al intuir que con THE HOUSE OF FEAR (La casa del miedo, 1945. Roy William Neill) nos encontramos ante una de las mejores muestras de este auténtico ciclo cinematográfico, al tiempo que con ella podría quedar representado uno de los más interesantes –al tiempo que olvidados- exponentes del cine de misterio insertado dentro de los confines de la serie B norteamericana en la década de los cuarenta.

 

Puede sorprender esta positiva valoración en la medida que nos encontramos pocos años antes del definitivo desgaste de esta serie, con títulos casi escorados por sus limitaciones de producción a los confines de la serie Z. Sin embargo, y pese a los vaivenes que registró la misma, sinceramente pienso que en esta ocasión estamos ante un título que, en definitiva, no precisaba la referencia al célebre detective para dar la medida de su específico atractivo como relato de misterio. THE HOUSE… alcanza un notable interés desde sus minutos iniciales, en los que una voz en off –que poco después descubriremos que se trata del encargado de una compañía de seguros-, relata los dos primeros crímenes que se suceden en una vieja mansión situada junto a un acantilado escocés, en donde se reúnen los seis componentes de un extravagante club de amigos. La precisión de unas imágenes delimitadas por una planificación escueta y tremendamente eficaz –realmente se detecta la necesidad de cada plano ofrecido-, la fuerza que adquiere la narración de los dos asesinatos –uno de ellos en un acantilado y otro en un lago-, la presencia amenazadora de la vieja sirvienta, o la fuerza que en estos instantes reviste el relato, marcan un prólogo atrayente –en la medida que un par de décadas después lo manifestaría la magistral THE HAUNTING (1963, Robert Wise)- que nos introduce a la aceptación de Holmes y su fiel ayudante del caso previamente comentado. En este sentido, conviene destacar de entrada una de las virtudes del título que nos ocupa. Esta es la integración de su punto de partida, de tal forma que no hay que mostrar la siempre molesta introducción –más o menos ingeniosa- del detective dentro de la historia narrada. Si a ello añadimos la ausencia de claros anacronismos temporales del entorno cronológico del radio de acción del protagonista, digamos que de entrada partimos con una ventaja en la medida de poder introducirnos en su argumento sin la presencia de distorsiones accesorias.

 

Dentro de este contexto, lo cierto es que este prólogo nos vaticina la fuerza y garra definitoria en la película, que se manifiesta suntuosa y espléndidamente configurada en una narración centrada en casi la totalidad de su metraje en el interior de la mansión en donde se encuentran los miembros de este extraño club, muriendo paulatinamente todos ellos –como si nos encontráramos en una adaptación de los “diez negritos” de Agatha Christie-, dentro de una atmósfera admirablemente lograda, basada en una impecable utilización de una recargada escenografía de interiores –atención a la manera con la que se utilizan pequeñas esculturas y motivos decorativos para complementar diversos de sus encuadres-, una precisión en su fotografía en blanco y negro, y una dosificación de situaciones bastante ajustada. Todo ello confluirá en el logro de una magnífica atmósfera en la mejor tradición del relato gótico, combinando con verdadera eficacia los rasgos del cine de misterio con algunos apuntes plenamente ligados el género de terror. Es precisamente a través del trabajo específicamente cinematográfico de Neill, cuando se alcanza la fuerza, progresión y necesaria tensión de una película indudablemente concebida como complemento de programa doble cinematográfico, pero que a mi modo de ver alcanza unas cualidades muy por encima de tantas y tantas producciones terroríficas que la propia Universal pergreñaba en aquellos años, tan mitificadas por los fanáticos del género como generalmente deficientes en cualidades. En este sentido, THE HOUSE OF FEAR me recuerda sus afinidades con un título que en aquellos años produjo la propia Fox en similares condiciones de producción, firmada por otro brillante realizador. Me estoy refiriendo a THE UNDYING MONSTER (1942. John Brahm).

 

Aciertos en la configuración de un relato que ofrece una cuidada realización por parte del poco valorado Neill, que apuesta en ocasiones por la inserción de planos inclinados –elemento poco habitual en el cine de aquellos años-, que en otros momentos incide en la manifestación de una clara expresión de la intriga –el instante en el que dos de los componentes del club desconocen a quien va dirigido la misiva que, como inapelable amenaza mortal, se cierne por uno de ellos-, mientras que en otros fragmentos se inclina específicamente por matices terroríficos –el episodio en el que Watson se ve dominado por una situación pesadillesca en el interior de la mansión, caracterizada por la presencia de una tormenta-. Incluso en ocasiones la narración alternará rasgos ligados al relato gótico, combinados con otros de tinte humorístico –las andanzas de Watson con un búho, mientras excava la tumba de un asesinado-. En este último aspecto, cierto es que una de las escasas limitaciones de THE HOUSE… reside en un cierto desequilibrio y alcance bufonesco a la hora de insertar dicha faceta cómica –especialmente centrada en las torpezas de Watson o el grotesco inspector de Scotland Yard que investiga el caso junto al célebre detective-. Sin embargo, y pese a esas leves ingerencias, lo cierto es que el ajustado metraje del film de Roy William Neill nos propone una de las más interesantes películas de misterio legadas por el cine norteamericano en aquellos años. Una atractiva perla cinematográfica arrinconada entre un ciclo auténticamente serial, pero no por ello menos atractivo.

 

Calificación: 3

THE SPIDER WOMAN (1943, Roy William Neill) La mujer araña

THE SPIDER WOMAN (1943, Roy William Neill) La mujer araña

Aunque mi conocimiento de la serie que la Universal produjo en torno al personaje de Sherlock Holmes durante la década de los cuarenta es bastante fragmentario, no se puede dejar de reconocer que THE SPIDER WOMAN (La mujer araña, 1943. Roy William Neill) resulta uno de sus exponentes más solventes. Lo es en primer lugar por situarse cronológicamente dentro de un ámbito de producción más cuidado que el de los últimos exponentes de dicho ciclo, pero al mismo tiempo por contar sus características con un guión relativamente ingenioso –en la medida que lo podían ser los contextos codificados de estas historias ligadas al contexto del serial-, y una realización francamente eficaz. Todo ello propiciará un relato trepidante, que dentro de su habitual y ajustada duración de poco más de una hora, ofrece los suficientes giros y elementos ligados al cine de misterio, para lograr con su conjunto una apreciable compenetración, evitando en buena medida elementos y convenciones molestas que lastraban –fundamentalmente a nivel argumental- otros títulos posteriores de la serie, en líneas generales más descuidados a todos los niveles.

Estamos en un Londres asolado por la sucesión de suicidios protagonizados por diversos de sus ciudadanos. Un rápido montaje nos muestra una ciudad en estado de “shock”, devastada por la reiteración de estas noticias trágicas, planteándose ante la población la ineficacia de la policía y, lógicamente, la inacción de Sherlock Holmes (Basil Rathbone), que aparentemente se encuentra desaparecido de la vida cotidiana. Holmes disfrutas de unas vacaciones en Escocia, aunque allí confiese al siempre despistado Watson (Nigel Bruce) que sufre una serie de extraños mareos que podrían indicar un delicado estado de salud. De repente, sufrirá uno de estos desvanecimientos, cayendo por el rápido fluvial y ahogándose. La noticia consternará la vida londinense y provocará el abatimiento de sus más estrechos colaboradores, incluso algunos que –como el inspector Lestrade de Scotland Yard, en vida siempre fue combativo con el célebre detective-. Sin embargo, todo será una estratagema estudiadamente preparada por el investigador para hacerse pasar por muerto, estableciendo con ello un elemento de confianza hacia los criminales que están provocando estas muertes –Holmes nunca ha creído que los suicidios fueran accidentales-. En esta línea se hará pasar como un alto militar hindú en horas bajas económicas, para contactar con los criminales que están provocando estas muertes, de quien está convencido se encuentran liderados por una mujer, dado lo refinado de los métodos empleados. No andará desencaminado, puesto que de forma paralela la pérfida Adrea Spedding (Gale Sondergaard) pica en la trampa urdida por el detective, acercándolo al casino en el que desarrolla sus actividades. Allí se relacionará con él, estableciéndose un extraño juego entre ambos personajes, progresivamente conscientes ambos de tener a su lado un peligroso rival. Un duelo de matices irónicos y perfiles psicológicos, quizá establecido con cierto esquematismo, pero indudablemente eficaz en su desarrollo, que culminará con el fallido intento de asesinato de Sherlock –utilizando una araña de gran tamaño y veneno letal, que logrará ser neutralizada por su propio destinatario-. Sin embargo, la labor del detective no logrará, pese a todo, establecer las pruebas necesarias para detener a Adrea y su grupo de colaboradores, aunque esta muy pronto logre descubrir que detrás de la caracterización del militar hindú se encuentra nuestro legendario protagonista. A partir de ese momento, los vericuetos del guión nos mostrará a un extraño niño –sobrino de Adrea-, otro intento de asesinato de Sherlock y Watson, las incidencias que se suceden en la mansión de un especialista en artrópodos tropicales –de donde partió la venta de las arañas utilizadas en los crímenes-, y una conclusión final desarrollada en las instalaciones de una feria, que el investigador definirá como el lugar perfecto para poner en práctica cualquier crimen, ya que este pasaría desapercibido entre el clamor de la multitud.

Con sinceridad, para poder disfrutar de los valores que ofrece una película tan codificada como la que nos ocupa, cierto es que hay que manifestar ciertas tragaderas. Nunca me ha resultado especialmente creíble la suficiencia que Holmes –especialmente en los títulos protagonizados por Rathbone-, despliega en sus diferentes títulos. En este caso tampoco es una excepción. Esa facilidad para detectar que los crímenes los ha cometido una mujer, o el hecho de que Adrea visite a Holmes de forma tan fácil –se supone que está muerto-, son ingenuidades que, preciso es reconocerlo, no me resultan demasiado creíbles. Pero intentando hacer abstracción de ellas, cierto es que THE SPIDER… ofrece no pocos motivos de interés. Desde la singularidad del planteamiento inicial, mostrando la muerte de Holmes, los toques de comedia que se proyectan en Watson en las secuencias desarrolladas con posterioridad a la muerte de su amigo –que más adelante tendrán su divertido contrapunto en el episodio entre este y el viejo profesor, al que Watson cree el propio Holmes disfrazado-, hasta el desarrollo de la falsa relación entre el detective –camuflado de hindú- y la pérfida Adrea, descrito en un tono de alta comedia y jugosos apuntes. Lo cierto es que la conjunción de todos estos elementos logran establecer en la película un conjunto atractivo, lo suficientemente bien dosificado en los elementos de misterio, y algunos simplemente inquietantes, de los cuales me gustaría destacar el aspecto bizarro que aporta ese extraño sobrino mudo de Adrea –a mi juicio el mayor acierto del film-, que parece establecerse como un hipotético descendiente secreto del Renfield encarnado por Dwight Frye en el DRACULA (Drácula, 1931) de Tod Browning.

Esa estructuración en breves episodios, es obvio que se encuentra amparada por una puesta en escena muy ágil por parte de Neill, experto en plasmar atmósferas de estas características, e insertando en ella oportunos toques de comedia para equilibrar el conjunto del relato. Lógicamente, la película tendrá que concluir con un episodio especialmente atractivo, que combina en su desarrollo un apunte antinazi, la posible destrucción de Holmes ¡a cargo de su fiel Watson, sin que él lo sepa!, y un planteamiento de salvación en el último minuto, quizá hoy día algo previsible, pero indudablemente efectivo, que me recordó los planteamientos que décadas después, planteaban los episodios de la excelente serie televisiva The Wild, Wild West (Jim West). Neill filma el fragmento con una adecuada ubicación de la cámara y una notable movilidad de su planificación, caracterizada por la utilización de reencuadres y ofreciendo una lograda continuidad del plano. Todo ello para redondear un conjunto atractivo, dentro de las limitaciones de la serie, y en la que la equilibrada distanciación y aceptación de sus coordenadas, así como una adecuada realización cinematográfica, redondean un resultado francamente apreciable.

Calificación: 2’5