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CINEMA DE PERRA GORDA

William Fairchild

THE EXTRA DAY (1956, William Fairchild)

THE EXTRA DAY (1956, William Fairchild)

Uno de los tópicos perezosos en torno al cine británico, señala que según se fue diluyendo la importancia de los modos de comedia de los Estudios Ealing -expertos, por otra parte, en otros géneros, que trataron con similar grado de acierto-, este perdió fuelle en dicha vertiente. Una afirmación que cabría poner en cuarentena, en la medida que no todos los exponentes Ealing fueron memorables -algunos de ellos quizá incluso han sido relativamente sobrevalorados-, y en los últimos años cincuenta, junto con una clara vulgarización, no dejaron de aparecer títulos de cierto interés. Dentro de este capítulo, podemos situar la curiosa THE EXTRA DAY (1956), segundo de los tres largometrajes, dirigidos por el habitual guionista William Fairchild -ejerciendo aquí igualmente como tal-, que aparece en sus inicios como una sorprendente muestra de ‘cine dentro del cine’, erigiéndose a continuación, como una curiosa ronde de situaciones y personajes, puestas en evidencia, a partir de un incidente inesperado.

La película se inicia con una escena de tinte dramático, centrada en torno al responsable de un pequeño teatro de guignol. Pronto descubriremos que se trata de la filmación del plano de conclusión, de una película dirigida por el egocéntrico realizador alemán Kurt Vorn (Laurence Naismith, en un personaje quizá inspirado en el lejano Erich Von Stroheim). Se acaba un proyecto y, con él, culminan una serie de experiencias, tensiones y, también, afectos. Su equipo se separa con rapidez, pero pronto se producirá un tremendo imponderable; en el trayecto de la furgoneta, se perderá la lata que contenía esa secuencia de cierre. Por ello, Vorn encargará a su ayudante de dirección -Joe Blake (Richard Basehart)-, la búsqueda de los extras que protagonizaron la secuencia que contemplamos en su filmación. Contra todo pronóstico, dichas búsqueda no solo estará trufada de dificultades, si no incluso le afectará a nivel personal, al tiempo que le servirá, de manera inesperada, para vivir como testigo diferentes contextos en los que se describe la Inglaterra de su tiempo.

De entrada, THE EXTRA DAY asume no pocos elementos singulares. La presencia en su reparto -junto a numerosos intérpretes británicos-, del norteamericano Richard Basehart o, sobre todo, la francesa Simone Simon, en su penúltima aparición ante la pantalla. Sin olvidar la presencia como operador de fotografía, del muy pronto esencial técnico de Hammer Films, Arthur Grant, que brinda un suave cromatismo a sus imágenes. O la del posterior guionista y realizador Bryan Forbes, en su cometido de actor, como parte del equipo de rodaje. Son elemento que rodean un título extraño, tan apreciable como desigual en su conjunto, pero que estimo se tomó su artífice muy en serio, sobre todo a la hora de describir a través de su pase argumental, una pequeña radiografía de los contrastes que se podían establecer en la sociedad británica de mediada la década de los cincuenta. Un contexto en el que la lucha de clases se encontraba a punto de ebullición. En el que tradicionalismo y una superficial renovación social se iba a implantar en su vida diaria. Y en el que las nuevas familias, quizá no albergaran una mirada lo suficientemente sincera, hacia aquellas que les precedieron. A grandes rasgos, todos estos enunciados, son los que propone la pequeña pero estimable propuesta de Fairchild, en una narración a modo de episodios, descritos todos a través de la búsqueda de Blake, a los domicilios de los diferentes intérpretes y extras que han participado en la secuencia de apertura, que fue precisamente la de la conclusión de la película. Como sucedería antes y después en numerosos exponentes cinematográficos -y no solo centrados en la comedia-, nos encontramos ante un film ‘encuesta’ que, en su dramatización, nos brindará perfiles contrapuestos, al que el inmediato destino, y la propia agudeza del ayudante, logrará revertir en su inevitabilidad, en ocasiones de manera incluso casual.

De tal forma, su recorrido se iniciará con la búsqueda de Steven Marlow (George Baker), con un grupo de excombatientes de la II Guerra Mundial. La cita, preparada con él, tendrá un inicio desolador, ya que solo concurrirán dos de los convocados, pudiendo comprobar como la mesa está prácticamente vacía. Será una mirada en torno al rápido paso de aquella traumática vivencia, que intentarán simular el fracaso vivido, llevando a cabo una serie de bromas, que a Marlow le acercarán hasta Michele Blanchard (Simone Simon), la estrella francesa de la película, con la que en el rodaje ha mantenido una relación de abrupta conclusión. Será un bloque iniciado sin mucha convicción, que de manera paulatina, irá alcanzando cierto interés, una vez abandone esa poco lograda mirada en torno a la contienda, y se inserte en su vertiente romántica, por más que la manera de propiciar ese reencuentro, aparezca desprovista de la más mínima credibilidad.

Por su parte, Joe intentará buscar a Toni Howard (Josephine Griffin), a la que su timidez ha impedido pedir en matrimonio, y que sabe se va a casar esa mima mañana con el que pronto descubrirá es un conocido cantante juvenil -Ronnie Baker (Dennis Lotis)-. Para ello, llegará a contactar con el tío de la muchacha, el bondadoso y estrafalario Sir George Howard (Colin Gordon). Este le confirmará los recelos de su sobrina a celebrar dicha boda, estableciendo un plan para provocar dicha ruptura, utilizando para ello las hordas de fans adolescentes del cantante. Todo ello, propiciará una divertida mirada, en torno a esa juventud alienada por esos cantantes y crooners que proliferarían en aquel tiempo, en figuras como Clift Richard o Adam Faith. Las peripecias vividas en torno a Ronnie, por momentos parecen acercarnos a propuestas desmitificadoras, filmadas por Frank Tashlin durante aquellos años.

Más penosa será la perspectiva vital del ya maduro Barney West (Sidney James), otro de los extras que busca afanosamente Joe, y que ha descubierto se dispone a un combate de boxeo, en el que podrían, literalmente, partirle la cara, imposibilitándole el poder rodar de nuevo la escena perdida. Ello le llevará hasta el propio entorno del ring, y permitirá al espectador asistir a una desoladora mirada, en torno a los bajos fondos y las clases populares inglesas, en medio de una extraña pelea que, de manera inesperada, y contra todo pronóstico, ganará Berney, lo que le permitirá cumplir su promesa, de retirarse de estos deprimentes combates, cuando venciera en uno de ellos por vez primera.

Como se puede comprobar, la suma de episodios, alimentan la intención de propiciar una mirada más o menos global, en torno a diversos estratos de aquella Inglaterra en estado de transformación. Lo efectúa con tanta eficacia como cierta blandura. Sin embargo, uno de dichos episodios, aparece inesperadamente revestido de dureza, y valdrá por toda la película. Narra el retorno de una anciana pareja de extras al domicilio de su hija, tras abandonar la profesión, e incluso la pensión en la que residían. Hacerlo unos días antes, pillará a su hija -encarnada por Jill Bennett- con el pie cambiado. Sin embargo, el mazazo llegará en el retorno del esposo que, sin saber que sus suegros se encuentran en la casa, anunciará a su esposa que ha cerrado los trámites, para trasladarlos a un asilo. Por momentos, la comedia se tornará en drama, parece que evocamos el espíritu de MAKE WAY FOR TOMORROW (1937), de Leo McCarey, y preludiamos el muy posterior THE WISPERERS (1967), curiosamente, dirigido por el ya citado Bryan Forbes.

Calificación: 2’5