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CINEMA DE PERRA GORDA

WHERE THE SIDEWALKS ENDS (1950, Otto Preminger) Al borde del peligro

WHERE THE SIDEWALKS ENDS (1950, Otto Preminger) Al borde del peligro

Después de haber visto –y por lo general disfrutado de 20 de las 37 películas que componen la filmografía de su artífice (incluyendo los que rodó en Alemania y en USA antes de la mítica LAURA (1944), de los que renegó abiertamente)-, no dudo un instante a la hora de situar la figura de Otto Preminger como uno de mis realizadores preferidos en la historia del cine. El hecho de que aún no haya podido visionar algunos de sus títulos más significativos, en cierto modo me anima a un intento de búsqueda para poder completar una filmografía. Una tarea de seguimiento que estoy seguro me deparará algún que otro nuevo placer cinematográfico.

Y esa es la sensación que me quedó cuando el tradicional The End clausuraba WHERE THE SIDEWALKS ENDS –titulada en España AL BORDE DEL PELIGRO-. Una película de 1950 encuadrada en esa especial fórmula de cine negro que siempre caracterizó al gran realizador austriaco, quizá de las menos conocidas pero que contaba con buenas aunque lejanas referencias. Pues bien, esta producción del propio Preminger –que logró con ese cometido el control de buena parte de su filmografía- y guión de Ben Hetch ha de ser reivindicada de forma urgente, puesto que entre los títulos que firmados por el realizador que he logrado contemplar me permite situarlo sin duda entre los cinco mejores –junto a la mencionada LAURA, ANATOMÍA DE UN ASESINATO (Anatomy of a Muerder, 1959, quizá el mejor film de juicios jamás realizado), PRIMERA VICTORIA (In Harm’s Way, 1965, uno de los más grandes títulos del género bélico) y muy especialmente TEMPESTAD SOBRE WASHINGTON (Advise and Consent, 1961, a mi juicio su obra cumbre y quizá la mejor producción que sobre la política se ha rodado jamás-, todos ellos auténticos pilares de su filmografía-.

Pero mientras que todos los ejemplos citados –quizá con la excepción de PRIMERA VICTORIA, que solo en los últimos años está siendo valorada en sus merecimientos- ostentan justamente la consideración de clásicos, AL BORDE EL PELIGRO es un título apenas conocido y bueno será que estas líneas sirvan al menos para suscitar el interés entre aquellos posibles seguidores de la trayectoria del cineasta vienés. En su propuesta –inicialmente enclavada en las coordenadas del cine negro-, ya partimos de un inicio singular: los dos títulos de crédito iniciales están dibujados en el asfalto, siendo pisados por los protagonistas cuando se disponen a entrar en un coche policial –dentro de la cual prosiguen dichos títulos con una imágenes de carácter casi documental y sin fondo sonoro alguno-. Ya desde aquellos años Preminger prestaba una especial atención a estos créditos, que más tarde tuvieron una especial significación con la colaboración del rotulista Saul Bass.

Muy pronto –y sin recurrir jamás a la voz en off-, descubrimos el carácter arisco y propenso a sobrepasar las limitaciones de la ley que ofrece el Sargento Max Dixon (Dana Andrews), caracterizado por maltratar a delincuentes y no atender los derechos que estos reclaman en el momento de ser detenidos. En cierto modo –y con todas las distancias que haya que salvar-, nos encontramos con un curioso precedente de Quinlam, el veterano policía encarnado por Orson Welles en la magistral SED DE MAL (Touch of Evil, 1958).

Ese carácter expeditivo que más adelante se nos explicará procede de sus orígenes en la figura del delincuente que representó su padre, tendrá una prueba de fuego definitiva cuando el sargento mata accidentalmente a un personaje de dudosa catadura e intenta disolver cualquier pista que pueda reconocerle como culpable. Es a partir de ese momento cuando realmente WHERE THE SIDEWALKS ENDS cobra su definitiva complejidad, abandonando de alguna manera su intención inicial de cine negro y transformarse en un fascinante recorrido interior por la psicología y personalidad de Dixon, en la búsqueda de una imposible dignidad a todas sus actuaciones precedentes que han tenido su detonante en esta muerte accidentada.

Gracias a la extraordinaria composición de Dana Andrews –que en todo momento logra transmitir la vulnerabilidad y el tormento que asiste a su soledad interior- se logran totalmente los objetivos de Preminger –siempre atento en su filmografía a temas candentes y polémicos-, que hablan a las claras de la frontera de la ley –en un momento determinado un superior llega a inducir al nuevo Teniente (encarnado por Karl Malden) que utilice los procedimientos prácticos de Dixon-, este sufre toda una evolución interior que tiene su punto de inflexión con el encuentro con Morgan Taylor (Gene Tierney), a cuyo padre acusan del crimen que este cometió. Es en ese momento cuando el brusco sargento intentará por todos los medios salvar al inocente, hasta llegar a la conclusión de que su única redención está basada por una parte en la captura de la banda de delincuentes que ha sido la base de esta situación, a costa incluso del precio de su vida.

Evidentemente, la propuesta de AL BORDE DEL PELIGRO siempre rodea la ambigüedad. En ella se entrecruza la soledad urbana –hay un plano admirable en el que desde la ventana se contempla la ciudad de noche fundiendo hasta el amanecer, girando levemente la cámara y mostrando al sargento sin haber dormido y totalmente destrozado-. Del mismo modo, la planificación aplicada por el director es opresiva –a lo que contribuye no poco la fotografía en blanco y negro del gran Joseph La Shelle-, con planos largos que recogen las actuaciones principales sin posibilidad alguna de escape. Y en la misma coexisten además personajes secundarios –todos ellos femeninos-, que adquieren un extraño interés en la película. El primero de ellos es la anciana que siempre está sentada en una mecedora dentro del portal de la finca en donde Dixon ha cometido el asesinato accidental. En el momento en que esta es interrogada sus palabras denotan la imagen de una mujer que ya nada tiene que hacer en la vida más que esperar el discurrir el paso del tiempo –comenta que se duerme en la propia mecedora-, quizá en espera de reunirse con su esposo cuando muera. Por otra parte no sería justo omitir la veterana camarera en el fondo consejera del policía, que ve que en la relación de este con Morgan hay una posibilidad de redención para un ser que, como ella mismo señala en un momento determinado “No tiene a nadie en el mundo”.

Además de la precisa, aguda y realmente cinematográfica descripción de tipos y villanos –a destacar la presencia poderosa de un joven Neville Brand-, las secuencias finales se decantan por la relación amorosa entre Dixon y Morgan y la falsa acusación del padre de esta del crimen que –secreta y accidentalmente-, ha cometido el agente protagonista. Y llegada la hora de decidir el duro policía opta por la vía de la dignidad, planificando una operación que permitirá la captura de la banda de delincuentes buscada desde el primer momento, con el coste de su propia vida y escribiendo en una carta –en unos alucinantes primeros planos de Andrews- la confesión de su crimen accidental al superior en la jefatura. Afortunadamente, la operación resulta un éxito y su figura queda rehabilitada ante sus compañeros. Sin embargo nuevamente en el rostro de Dixon solo queda una salida, confesar la verdad de lo sucedido. Así lo hace indicando a su superior que lea el contenido de este escrito –había indicado que se hiciera solo en el caso de su muerte-, lo que marca su detención aunque un rayo de esperanza quedará para este hombre. Quizá haya adoptado el mejor de los caminos posibles, pues aunque su reclusión sea una realidad, esa nueva relación que le ha llegado con Morgan le esperará el tiempo que sea y quizá termine con su soledad y el recuerdo de un pasado familiar turbulento.



Como se puede comprobar, la densidad argumental y psicológica de sus personajes es extrema y atrevida. Si a ello destacamos la emotividad de los momentos finales de la confesión –que se produce por la lectura de la carta por parte del mando policial y su amada-, una narrativa de primer orden atenta a potenciar el carácter opresivo y el movimiento de los actores, nos permitirá calibrar que nos encontramos con una película poco recordada pero que lleva el marchamo de algo muy cercano para enjuiciarla y que tiene la denominación de obra maestra.

Comentario realizado en septiembre de 2002 y remodelado para la ocasión

Calificación: 4

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