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CINEMA DE PERRA GORDA

LOLA (1961, Jacques Demy) Lola

LOLA (1961, Jacques Demy) Lola

Es bastante probable que de todos los realizadores que probaron sus armas en la profesión en plena eclosión de la nouvelle vague francesa, Jacques Demy sea al mismo tiempo uno de los más olvidados y denostados por cierto sector de crítica y aficionados, como mitificado por otros tantos. La especial musicalidad y evanescencia de sus películas, su innegable inclinación a intentar plasmar la pureza del amor –con los riesgos que ello conlleva- y la reiteración en los temas e incluso los personajes que poblaron su no muy nutrida cinematografía –y que se extendieron a ciertos títulos de su esposa, la también realizadora Agnes Varda- posibilitaron esa singularidad que ya se manifiesta en el título que prácticamente significó su encumbramiento: LOLA (1961).

Dedicado a la figura de Max Ophuls –y algo de ese sentimiento se intentará trasladar el espíritu de esta película como más adelante comprobaremos-. La película intenta trasplantar a la pantalla todo un mosaico de personajes en apariencia banales e intrascendentes, todos ellos finalmente relacionados entre sí por azares del destino y por la incesante búsqueda del amor. Desarrollada en Nantes, LOLA nos muestra la azarosa búsqueda de Roland Cassard (Marc Michel) -joven y romántico muchacho-, de un sentimiento que se acerque a su anhelo de amor. El destino le lleva a un fortuíto reencuentro con Lola (Anouk Aimée), una encantadora prostituta con la que tuvo relaciones en la primera juventud de ambos y que enseguida reaviva la ensoñación que le produce. Pese a su apasionamiento ella solo le manifiesta una sincera amistad, ya que sigue ensimismada en el recuerdo del único amor de su vida, Michel, el padre de su único hijo. Junto a este amor no correspondido se interrelaciona la presencia de una elegante y madura mujer que intenta alcanzar infundadamente la estima de Roland, al igual que su sobrina. El muchacho por otra parte se muestra deseoso de huir de Nantes al ratificar la inexistencia de amor por parte de Lola hacia él, y decide embarcarse en una oscura aventura pese a conocer que tiene su origen en unos traficantes de diamantes.

Esa casi ophulsiana “ronda” de personajes y sentimientos entrecruzados, estará dotada de una sensación de huidiza evanescencia, de felicidad que se alcanza únicamente por instantes y se desvanece con la misma fragilidad del paso del tiempo. Acompañado por el impagable fondo sonoro de la música de Michel Legrand, la cámara de Demy –bien respaldada por la libre iluminación de Raoul Coutard- recorre las calles de Nantes, registra confesiones y momentos aparentemente inocuos, pero que según discurre el devenir film irán haciéndonos notar esa amalgama de sentimientos y emociones que adquiere una acusada confesionalidad en esas conversaciones filmadas con mirada frontal fundamentalmente entre Lola y Roland –aquellas que tienen lugar en un pequeño restaurante donde ambos confiesan sus sentimientos-. Al mismo tiempo encontramos ecos de fondo en el lejano cine musical norteamericano –la presencia de esos marinos que nos retrotraen a UN DÍA EN NUEVA YORK (On the Town, 1949. Stanley Donen y Gene Kelly)- aspecto en el que Demy incidirá en su filmografía posterior. Uno de ellos, precisamente, será el que de alguna manera simbolice ese sentimiento de pureza del amor. Y se manifestará en la actitud y entrega de Frankie (Alan Scott). Un personaje que de forma paradójica protagonizará los que son, bajo mi punto de vista, el mejor y peor momento de la película. El primero de ellos se produce cuando este se despide por última vez del domicilio de Lola, discurriendo por la barandilla central de una calle con pendiente, mientras la cámara registra un doble movimiento de grúa ascendente y descendente. Por su parte, hoy queda ciertamente ridícula la utilización de un chirriante ralenti en el momento en el que Frankie discurre en un carrusel por la pequeña Cécil


En cualquier caso, bajo su inicial insustancialidad pero con el posterior esfuerzo de dotar de sentido tanto a los personajes como a sus acciones, LOLA adquiere paulatinamente una pátina de romanticismo perdido que tiene su momento más cortante precisamente en esas imágenes finales con la protagonista en apariencia satisfecha ante el inesperado regreso de Michel (una incidencia ciertamente un tanto artificiosa), entrecruzando su mirada al contemplar como Roland está a punto de embarcarse en su odisea por Sudáfrica. Quizá esa espera con el que consideró el “amor de su vida”, no fue más que una vana ilusión y dejó pasar a la persona que verdaderamente la podría corresponder.

Una finalmente sensible esta LOLA de Jacques Demy, que nos muestra la mirada del sentimiento y que ha logrado pervivir con el paso del tiempo. En cualquier caso es curioso reseñar la curiosa semejanza del argumento y el spirit de esta película con el de la obra maestra de Blake Edwards –DESAYUNO CON DIAMANTES (1961, Breakfast at Tiffany’s)- y de alguna manera con esa nueva forma de concebir la comedia romántica que pusieron en solfa nombres como el propio Edwards, Richard Quine o Stanley Donen. Me quedo sin duda con los referentes norteamericanos, pero en cualquier caso ello no invalidad el sentimiento de frustración y melancolía en clave musical que desprende esta finalmente notable cinta.

Calificación: 3

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