Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

LES PARAPLUIES DU CHERBOURG (1964, Jacques Demy) Los paraguas de Cherburgo

LES PARAPLUIES DU CHERBOURG (1964, Jacques Demy) Los paraguas de Cherburgo

Decía el personaje que admirablemente encarnaba Deborah Kerr en unos de los momentos más intensos de la inolvidable AN AFFAIR TO REMEMBER (Tu y yo, 1957. Leo McCarey); “la belleza me hace llorar”. Evidentemente, cada espectador podrá encontrar como valor supremo en el cine un determinado objeto, y también cada uno de ellos podrá determinar desde su personalidad lo que considere bello, hermoso o sensible. La experiencia siempre me ha indicado que, más allá de reír o vivir cualquier otra sensación, la virtud suprema del arte cinematográfico es la de conmover. Algo que no se busca –aunque en ocasiones se pueda intuir-, pero que muy de tarde en tarde se degusta en la pantalla de forma plena al gusto de cada uno. Lo cierto es que a la hora de realizar una evocación de mis preferencias cinematográficas, bien podría incluir una selección de sentidos melodramas, o en su lugar títulos de otros géneros en los que resaltaran momentos caracterizados por su intensidad a la hora de transmitir sensaciones en la interacción de la felicidad / infelicidad del ser humano.

Esta larga digresión viene a mi mente tras asistir absolutamente embriagado a este auténtica eclosión de sentimientos que, bajo mi punto de vista, ofrece esta extraordinaria, sencilla y compleja al mismo tiempo, etérea y eternamente vigente LES PARAPLUIES DE CHERBOURG (Los paragua de Cherburgo, 1964. Jacques Demy). Hacía mucho tiempo que una película me hechizaba de la forma que lo ha logrado esta tan mítica como controvertida, arriesgada, estilizada y sorprendente película totalmente cantada, que desde el momento de su estreno ha sido objeto de la controversia más extrema. Palma de Oro del festival de cine de Cannes en 1964, considerada por otros como el ejemplo más perfecto de un cine insustancial y totalmente decorativo –el respetado José María Latorre no dudaba en calificarla en 1981 como horrorosa-, LES PARAPLUIES... no es un título que pase desapercibido, y quizá pueda calar especialmente en un aficionado de mis características, amantes de un cine etéreo y volátil aparentemente basado en las formas, y practicado en aquellos añorados años sesenta por directores como Stanley Donen, Richard Quine, Blake Edwards, entre otros.

Sin embargo, con ser un reconocido admirador de la obra de dichos directores –especialmente el hoy denostado Donen-, creo que la película de Demy ofrece algo más que un perfecto exponente de virtuosismo cinematográfico. Por encima de estos rasgos, la arriesgada propuesta del realizador ofrece por un lado un arraigo asombroso con las mejores virtudes del melodrama cinematográfico –esa ya antes señalada intención de buscar apelar a la sensibilidad más extrema del espectador-, marcando una evolución con propuestas precedentes de “cine ópera”, poniendo en la práctica un deslumbrante ejercicio de mise en scène, que además se basa en una historia sencilla, simple, aparentemente reiterada, pero que en el fondo no es más que la actualización de la eterna historia –consustancial al ser humano- de la infelicidad de las relaciones afectivas y amorosas. LES PARAPLUIES… entronca, en ese sentido, con la vertiente más honesta y honda del melodrama cinematográfico, en una rama que ya hace muchos años definió con gran acierto el comentarista Luis Aller. Una vertiente que podría tener ejemplos en el cine silente tan gloriosos como SUNRISE (Amanecer, 1927. Friedrich W. Murnau) o la sublime THE CROWD (…Y el mundo marcha, 1928. King Vidor), y que en aquellos mismos años retomaría como elemento consustancial a su cine el excelente Frank Borzage. Una sinceridad en sus personajes que podría palparse en los momentos más sinceros del cine de Ford o del ya mencionado McCarey, y que se prolongaría ya en los años sesenta con clásicos como SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1961. Elia Kazan) –un título que tiene muchas afinidades con el que comentamos-, THE APARTMENT (El apartamento, 1960. Billy Wilder), BREAKFAST AT TIFFANY’S (Desayuno con diamantes, 1961. Blake Edwards), y que posteriormente proporcionaría obras tan memorables como THE SANDPIPER (Castillos en la arena, 1965. Vincente Minnelli) o la más reconocida TWO FOR THE ROAD (Dos en la carretera, 1967. Stanley Donen). Bajo mi punto de vista, en todos estos referentes se trasladaba a sus imágenes una sinceridad, una hondura, un pudor y una sensación de “verdad” en la expresión de los sentimientos amorosos, que les han hecho perdurar en la memoria del aficionado –y aquí señalo la absoluta convicción de que cada espectador eliminará o añadirá los títulos que prefiera en esta relación tan personal-. Desde luego, en la mía desde hoy se incorpora la película de Demy, que desde el primer momento subyuga por la asombrosa inspiración con la que logra expresar por un lado ese estado de felicidad que subyace en los primeros compases del primero de los tres actos en que se divide la historia contada y cantada.

Estamos situados en la ciudad de Cherburgo en 1957, y en su amable contexto se define la relación amorosa que mantienen Geneviève (Catherine Deneuve) y Guy (Nino Castelnuovo). Ella es la joven hija de la propietaria de un comercio de paraguas, cuyo nombre da título a la película, mientras que Guy trabaja como empleado en un garaje. A pesar de haber mantenido una relación muy corta, ambos son conscientes del sentimiento que les une, aunque la madre de la protagonista -Anne Vernon- desconfíe de la misma. Mme. Emery sufrirá la necesidad de afrontar un pago importante para evitar la hipoteca de su comercio, para lo cual tendrá que empeñar su joya más preciada. La operación propiciará el encuentro con Roland Cassard (Marc Michel), un joven tratante de diamantes amable y sensible, quien se ofrece a ayudar a la propietaria, y desde el primer momento queda prendido por la muchacha. Ella sin embargo está fuertemente unida a Guy, quien sorprendentemente le revela la noticia de que ha sido destinado a la Guerra de Argelia, separándose repentinamente de su entorno vital. El segundo acto mostrará la ausencia de los amantes, a cuyo sentimiento se une el hecho no conocido por Guy de haber dejado embarazada a su enamorada. La joven cada vez irá notando más frialdad en el trato epistolar, introduciéndose entre ambos los deseos de Cassard de casarse con ella. Ayudado por el interés que despierta en su madre el comerciante de diamantes, y acuciada por la cercana llegada el mundo de su hijo, Geneviève finalmente acepta el ofrecimiento de un Cassard que se ofrece a dar lo que necesite a su hijo, y en el fondo comprende que nunca va a recibir el amor que él está dispuesto a proporcionarle.

Ambos finalmente se casarán y abandonarán Cherburgo, regresando Guy en el tercer acto, y viviendo una vida sin rumbo fijo al sentir en carne propia la ausencia de su amada. Finalmente y de forma aparente se la suplirá la acompañante de su madrina –Madeleine (Ellen Farner)-, quien logra enderezar su vida, aunque tampoco nunca logre cubrir la ausencia del gran amor de quien llegará a convertirse en su esposo. El tiempo pasará, Guy regentará una estación de servicio, y durante una nevada noche navideña, casualmente pasará por allí en su coche Geneviève, portando además al hijo de ambos. Los dos antiguos amantes se saludan y en sus miradas se delatará el eco de un amor irremisiblemente perdido, pero que entre ellos quedará perenne en lo más hondo de sus corazones.

Puede que el relato del argumento de LES PARAPLUIES… no pueda inducir demasiado a penetrar en la asombrosa entraña romántica de la película. No dudo que así sea, pero precisamente una de las grandes virtudes de la película, es la de lograr convertir lo simple en denso y hacer parecer sencilla una admirable plasmación visual, que además está inspirada con el más profundo de los romanticismos. Desde sus propios títulos de crédito, hasta ese plano final en la que en medio de una noche gélida y triste se aleja el eco del amor perdido de los dos protagonistas, el hechizo y la magia del film de Demy se ofrece al ojo, al oído y al sentimiento del espectador con una hondura tal, que cualquier atisbo de virtuosismo cinematográfico, en ningún momento queda por encima del sustrato dramático y la emotividad que desprenden todos sus fotogramas. Pocas películas en mi experiencia como espectador cinematográfico han provocado en mí esa sensación de totalidad, de aprehender en la sensibilidad de sus personajes, de lograr que una mirada furtiva o un rostro que ensombrece su semblante, pueda decirnos tanto de un sentimiento, o en donde la elección de un color o una tonalidad en el decorado pueda no solo informarnos de su personaje, sino redondearnos el retrato de sus sentimientos o la interacción entre ambos. A este respecto, resulta a mi juicio especialmente magnífico el tratamiento que se proporciona al personaje de Cassard –al margen de que Marc Michel le otorgue una medida y sensible encarnación a su personaje-, en donde observamos desde su primera aparición un refinamiento y amabilidad, que en un momento determinado revela un desengaño amoroso para él. Y en un momento de extrema sinceridad se lo contará a la madre de Geneviève, remontándonos a los ecos de su personaje en LOLA (1961) del propio Demy, título del cual recupera el bellísimo tema musical que le definía en aquella ocasión, trasladando esa evocación con unas imágenes circulares que evocan el lugar donde Cassard se relacionó con la protagonista de aquel film.

Es evidente que a la hora de hablar de cualquier vertiente estética en la película, no se puede dejar de destacar la labor excepcional del equipo de dirección artística y el operador de fotografía, logrando en su interacción un resultado no solo en sí mismo deslumbrante, sino sobre todo por la necesidad dramática que estos elementos, decorados, cromatismos y diseños tienen en su desarrollo. Unos aspectos artísticos que en todo momento alcanzan o dejan entrever entre líneas la significación que cualquier elección formal tiene en la evolución de sus personajes –a este respecto, me gustaría destacar la presencia de espejos en los que se refleja la protagonista cuando se plantea en su personaje un sentimiento de duda-.

Por otra parte, es interesante destacar el hecho de encontrarnos ante una historia que podríamos clasificar como “universal” dentro de los tintes románticos. Pero al mismo tiempo, y pese a su aparente estilización, el film de Demy no deja de pulsar determinados temas controvertidos en su periodo de realización. Son cuestiones como el matrimonio no deseado, la prostitución, o la propia mención de la Guerra de Argelia. Sin ser un título que incida en una vertiente realista, no es menos cierto que todos estos rasgos se integran a la perfección dentro de una película que, de la forma más arrebatadora, expresa un torrente de sentimientos, confesiones, renuncias y vivencias sentidas con el alma y que, definidos a través de la fórmula elegida –la de ser un film “en canto”-, llevaron a que el riesgo inicialmente fuera mayor. Sin embargo, tras su estreno el público pudo vivir e incluso conmoverse, ante un modo de hacer cine que combinaba los elementos estéticos propios del cine de los 60, una propuesta singular, entremezclados con un romanticismo que siempre ha sido el elemento más noble del melodrama cinematográfico.

Incluso para aquellos que en su momento consideraron LES PARAPLUIES… uno de los mayores exponentes de la cursilería en la pantalla –definición ante la que estoy seguro muchos de ellos se retractarían sin complejo de culpa-, nadie niega que tras las imágenes arrebatadoras del film de Demy, se encuentra la apuesta sincera y apasionada de un realizador que aportó algo único –vivir la experiencia de una película completamente cantada-. Algo que por otro lado ha ejercido con el paso de los años como un referente válido para propuestas posteriores como ABSOLUTE BEGGINERS (Principiantes, 1986. Julian Temple), ONE FROM THE HEART (Corazonada, 1982. Francis Ford Coppola), EVERYONE SAYS I LOVE YOU (Y todos dicen I Love You, 1996. Woody Allen) y, muy especialmente, en la admirable PUNCH-DRUNK LOVE (Embriagado de amor, 2002. Paul Thomas Anderson) De hecho, el propio Demy prolongó de forma no tan rotunda la vertiente creada con LES DEMOISELLES DE ROCHEFORT (Las señoritas de Rochefort, 1967) –más escorada en su vinculación con el musical norteamericano clásico-, e intentó una fórmula tan atrevida –y hasta el momento poco imitada- con UNE CHAMBRE EN VILLE (Una habitación en la ciudad, 1982).

¿Es LES PARAPLUIES DE CHERBOURG, la obra cumbre del cine musical? Probablemente para mí lo sea, aunque creo que su grandeza excede esas limitaciones genéricas, quedando como una experiencia límite de entre varias alcanzadas por el cine moderno en sus diferentes vertientes. Una propuesta hecha “a contracorriente” que, además de lograr un enorme triunfo de público y crítica, logró entrelazar el romanticismo más noble con una plástica atrevida, ligada a las corrientes de vanguardia en aquellos años, y que ha logrado envejecer noblemente, traspasando la frontera del tiempo llena de vida

En cualquier caso, el film de Demy y Legrand a partes iguales –no hemos hecho mención, por obvia, la aportación fundamental del compositor francés-, queda como una de las cimas del cine francés en la década de los sesenta, y pese al relativo olvido que sufrió años después, ha sido en épocas reciente cuando por un lado se ha restaurado la copia existente, editándose de forma muy cuidada en DVD. Gracias a ello y afortunadamente, cualquier aficionado puede sumergirse y vivir la experiencia hipnótica que de acercarse a Geneviève, Guy, o Cassard… Sentir con intensidad la grandeza del melodrama, demostrando que con composiciones musicales tan intensas como las creadas por Legrand, unidas a la magnífica mise en scène del realizador, se pueden vivir secuencias tan conmovedoras como la de la despedida de los dos amantes en la estación del tren, o el reflejo de la sorda tristeza que refleja la que da fin a su metraje.

Sin duda, LES PARAPLUIES DE CHERBOURG es una película que llega al corazón, apela a los sentidos, y parte de la base de una humildad sensorial con la intersección de una plasmación fílmica extraordinaria, basada en el uso de planos largos, predominio de una coreografía interna, una esplendida dirección de actores -de quienes además se potencia su aspecto físico, fundidos de planos en momentos especialmente intensos –la boda de Geneviève-. Pero lo cierto y verdad es que con LES PARAPLUIES… Demy logró no solo un film en chanté, sino una de más hermosas y tristes historias de amor y desamor que jamás se han visto en la pantalla, así como una obra maestra absolutamente irrepetible.

Calificación: 5

 

0 comentarios