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CINEMA DE PERRA GORDA

MAN'S CASTLE (1933, Frank Borzage) Fueros humanos

MAN'S CASTLE (1933, Frank Borzage) Fueros humanos

Mas allá de la enésima demostración de la capacidad de Borzage para plasmar el sentimiento romántico mediante una intensidad melodramática tan personal e intensa –iluminación, disposición de primeros planos, entrega de los actores-, creo que uno de los rasgos más destacables de MAN’S CASTLE (1933) –FUEROS HUMANOS en España-, no reside tampoco en su innegable carácter de testimonio sobre la “gran depresión norteamericana”. Mas allá de estos rasgos indudablemente remarcables, creo que la principal cualidad que desprende esta película es la propia singularidad y originalidad que emerge en buena parte de su plasmación cinematográfica.

Una originalidad que se aprecia ya desde esos primeros planos que nos muestran una vista general de la ciudad de Nueva York, pasando a otro ya más cercano en el que se nos brinda a un hombre lujosamente vestido con traje –Bill (Spencer Tracy)- dando de comer a los pájaros de un estanque. A su lado una sensible joven –Trina (Loretta Young)- mira temerosamente y delatando el hambre que sobrelleva. Ambos traban contacto y Bill lleva a la joven a comer a un distinguido restaurante. Aparentemente se trata de un rico que tiene un gesto con una indigente, pero pronto este señalará que no tiene un centavo, utilizando una argucia para que ambos puedan abandonar el recinto sin tener que pagar la cuenta ni ser denunciados a la policía. Es en esos momentos cuando este señala que la aristocrática vestimenta que lleva es en realidad el uniforme de “hombre anuncio” que en su camisa interior tiene luces fluorescentes indicando el producto anunciado simplemente paseando por las calles.

Muy pronto Bill hará tangible a Trina su despreocupada visión de la vida, en la que solo intenta lograr dinero cuando realmente le hace falta. Él vive en un suburbio de chabolas que se establece en las afueras de la ciudad y cerca de una estación de tren –la imagen de estas es irremisiblemente atrayente en su miserabilismo-. Pese a lo depresivo del entorno muy pronto Trina se integrará en él y mostrará su innato optimismo ante la vida, en medio de una relación establecida entre ambos en la que estará presente tanto un verdadero amor por parte de ella como un sincero respeto por la singular concepción que aparentemente define la misma por parte de Bill. Este es un hombre libre por naturaleza que entiende cualquier relación siempre anteponiendo que la misma no rompa con el anhelo de libertad del individuo. Pese a todo ello y a la aparente rudeza con que Bill trata siempre a Trina –la llama “huesitos”-, en realidad también tiene nobles sentimientos ante ella –la complace en su deseo de comprar una cocina pagada a plazos-. La sincera unión entre la pareja –se llegan a casar de forma simbólica- llevará a Trina a quedarse embarazada y a su nuevo esposo a intentar robar en una fábrica cercana la nómina de trabajadores para poder dejar dinero a la muchacha y marcharse lejos prosiguiendo su andadura definida por la libertad. Sin embargo el atraco se frustrará y pese a los cortapisas que le brinda el insidioso Bragg (Arthur Hohl), ambos jóvenes finalmente huirán en tren con la convicción de un futuro optimista para ambos. La cámara describirá un arriegado travelling de retroceso en grúa sobre los dos amantes, con la esperanza puesta en ellos.

Ciertamente si algo caracteriza la enumeración del argumento de MAN’S CASTLE es lo liviano de la estructura dramática del film. Realmente parece que Borzage le interesa más la descripción, la sensualidad y evidencia del marco colateral de miseria en plena gran ciudad, que el recurso a una estructura dramática llena de elementos melodramáticos y autocomplacientes. En su escueta duración propia de una serie B, el realizador se interesa fundamentalmente por introducirnos con su demostrada sensibilidad y humanidad ante dos personajes contrapuestos que pese a ello se enamoran, y  que al mismo tiempo mantienen un singular respeto en la intensidad de su relación –lo que no impide que se plantee en ella una modernidad a la hora de aceptar la libertad de ambos-.

Quizá sea esta paradójicamente una de las películas que mejor reflejan la miseria y angustia subyacente por la mencionada “gran depresión”, y de forma paralela esta es plasmada de forma auténticamente colateral y sin impedir que ese marco limite las posibilidades románticas de la historia de sus dos principales personajes. Un marco en el que de alguna manera se recogen influencias del mayestático ...Y EL MUNDO MARCHA (The Crowd, 1928. King Vidor) –los trabajos que acomete Bill recuerdan poderosamente los que retomaba John Sims en la obra maestra vidoriana-, pero en el que por derecho propio se vuelve a apostar por la libertad del hombre, por su dignidad, su unión con la naturaleza –esa costumbre de Bill de dormir siempre viendo las estrellas- y la sensibilidad marcada por los detalles –los juguetes que contempla Bill antes de intentar su robo y que le hacen recordar su futura paternidad-.

Si a ello unimos las excelencias de una dirección de actores marcada por su intensidad y pureza –Loretta Young está admirable, Spencer Tracy acomete uno de sus trabajos más libres y convincentes de su carrera, los personajes secundarios están muy bien definidos, especialmente el que interpreta con enorme sensibilidad Walter Connolly-, obtendremos el balance francamente positivo de un título sencillo y sensible, en el que Frank Borzage nos transmitió su visión de un periodo traumático de la vida americana del pasado siglo, siempre con su máxima de la preponderancia del amor sobre cualquier otro sentimiento.

Calificación: 3’5

 

1 comentario

Xavier Sans Ezquerra -

Un prodigio de concisión y sensibilidad,anticipa el norrealismo.