MOULIN ROUGE (1952, John Huston) Moulin Rouge
Hay que reconocer que por encima de sus virtudes y defectos, MOULIN ROUGE (1952, John Huston) se ha convertido en un auténtico caballo de batalla entre los detractores y admiradores del cine de su artífice. Una relativa controversia que creo con el paso del tiempo ha quedado prácticamente en el olvido. No existe ya una batalla a la hora de valorar en mayor o menor medida su cine, puesto que entre las generaciones más jóvenes de aficionados –salvo algunas excepciones-, el decir “cine clásico” no supone más que una estéril mirada en el pasado que a nadie interesa.
Puesto que ya de antemano confieso declararme un moderador admirador del cine de Huston –sería demasiado extenso elaborar una pequeña teoría sobre los fulgores, vaivenes y oscilaciones de su carrera-, he de confesar que no sería el título que nos ocupa el mejor ejemplo para valorar su cine. Y es que pienso que esta traslación a la pantalla de la andadura de la atormentada vida del pintor Toulouse-Lautrec –a quien encarna de forma espléndida José Ferrer-, está muy escorada hacia el lugar común y el estereotipo que el cine norteamericano –y con él, el de otras cinematografías- ha ido afirmando a lo largo del tiempo ante la pantalla. Es así como pese a los diferentes vaivenes que han ido sufriendo los modos narrativos, la figura del artista siempre ha sido vista como un ser especial, atormentado o, en su defecto, suavizado o adulterado en su recorrido biográfico –lo que siempre era una opción más negativa-. Huston sucumbió a la primera de estas trampas, a la que cabría añadir otra casi peor; la demostración de ese “mundo maravilloso” que el pintor reflejó en sus impetuosas y rápidas obras, y que en esta película da pie a todo un rosario de can-canes, colorines y ambientes progresivamente más “franceses”. Es un lugar común en el que también incurrió el curiosamente francés Jean Renoir –FRENCH CANCAN (French Can-Can, 1955), e incluso Max Ophuls LA RONDE (La ronda, 1954), pero que por ejemplo, Jacques Becker si logró eludir en su magnífica MONTPARNASSE 19 (Los amantes de Montparnasse, 1958).
En este caso la narración atropellada se centra en los últimos diez años de vida del pintor, que ha decidido establecer su trayectoria lejos de un yugo familiar que incluso le reportaría un reconocimiento social para él repugnante. En su oposición, decidirá plasmar en sus cuadros, dibujos y apuntes la vitalidad, los contrastes y el fluir artístico que emana de su turbulenta y sarcástica personalidad.
No hay que olvidar un rasgo que incide bastante en la estética y narrativa del film; nos encontramos con una producción inglesa –Romulus- claramente inclinada hacia el denominado “academicismo inglés” –algo que en sí mismo no es nada peyorativo, pero que en este caso sí que perjudica y diluye algo su desarrollo-, aunque en su vertiente positiva permite la magnífica prestación como operador de fotografía de Oswald Morris, quien ofrece una iluminación y gama cromática que en todo momento evoca en la pantalla la pintura de Lautrec –la colaboración con los directores de fotografía ha sido uno de los elementos que con más cuidado ha desarrollado Huston a lo largo de su carrera-. La aportación inglesa permitirá la presencia de técnicos posteriormente tan prestigiosos como Jack Clayton y Freddie Francis, y actores como los entrañables Peter Cushing y Christopher Lee –este en una breve aparición no acreditada-. Esa influencia del academicismo británico, el indudable interés del realizador por ofrecer el retrato de un personaje interesante a nivel dramático, las convenciones holyywoodienses a la hora de llevar a la pantalla biografías de artistas, y el servilismo ambiental a lo “genuinamente francés” son elementos que chocan en la película, que se inicia con unas secuencias de gran brillo formal –planos largos en grúa- empleadas para mostrar los tópicos existentes de cara a esa presumiblemente “auténtica” ambientación mostrada. Una ambientación esta que no omitirá la atracción que el pintor sentirá por una prostituta de ademanes y actitudes grotescas, o los flash-backs que evocan su traumática infancia y el apego a su madre –con su padre solo se ha desarrollado la frialdad-.
Pero mentiría si dijera que MOULIN ROUGE se reduce a eso. Más allá de todos esos estereotipos que Huston no pudo o no quiso sortear, e incluso del esfuerzo plástico buscado, que no puede negar ni el mayor de los detractores de la película, es algo obvio que cuando esta adquiere su condición melodramática alcanza una notable temperatura. Y ello se manifiesta especialmente en el fragmento que narra la relación del pintor con Maryamme. Es indudable que en ello influye la espléndida labor de Suzanne Flon, pero lo cierto es que la película abandona lo discursivo y se centra en una historia de amor latente aunque nunca confirmada por ninguno de los dos partícipes, y demostrada siempre a través de gestos y miradas que no tienen respuesta por uno u otro. Ambos sienten algo por quien tienen enfrente, pero nunca se deciden a hacerlo público, y cuando uno de ellos lo hace, es demasiado tarde.
Al mismo tiempo, hay dos momentos que me parecen especialmente brillantes en la película –que en su segunda mitad aumenta en su interés, pese a un epílogo final que incide en los peores defectos del conjunto-. Uno de ellos revela la madrugada en la que el protagonista quiere suicidarse por inhalación de gas, y abre todas las espitas de la casa. De repente, su febrilidad creativa le lleva a dar marcha atrás en la idea, y tras practicar con la pintura abre la ventana y contempla el amanecer de París –algo de lo que el espectador logra contagiarse-. El otro fragmento notable, reviste a mi juicio un carácter casi documental, y nos describirá el proceso de litografiado de los carteles que finalmente irán acercando a la fama la obra del pintor. Todo confluirá en una secuencia muy bien modulada y que, como la anterior que hemos comentado, logra transmitir el propio estado de febrilidad que siente el artista.
Y es que entre elecciones y secuencias previsibles, forzadas o chirriantes –se llegan a insertar dos breves fragmentos de montaje mostrando obras del artista- y otras realmente logradas y denotativas de una especial sensibilidad cinematográfica, MOULIN ROUGE es un título de mediano interés en la filmografía del irregular pero en ocasiones apasionante aventurero americano y uno de sus primeros pasos, de lo que sería un largo e intermitente periplo europeo.
Calificación: 2’5
5 comentarios
miguel villafines -
virgintz -
virgintz -
Enique -
Saludos y Saludas
El Jaibo -
Quizás si la revisionase de nuevo entendendería a que te refieres con los estereotipos que parece ser Houston no supo sortear...o quizás no.
Según recuerdo, aún manteniendo un tono dramático altísimo, la narración me pareció ser bastante comedida, sin grandes alardes de tremendismo por tremendismo. Es decir, veía justificación a todas las escenas, y para nada insertadas de forma artificiosa para aumentar el dramatismo de la historia.
Por otro lado, me gustaría destacar el principio del film, con ese baile y touluse pintando (aunque no recuerdo del todo bien), que me pareció rodado con una maestría y una elegancía frutal.
En sí no tengo nada que aportar, simplemente quería expresar mi opinión de la película, que en su momento me maravilló y me tocó la fibra sensible (esa escena del suicidio está también logradísima). Basicamente que me ha chocado tu nota del film.
Saludos, y ánimo para continuar. Que el trabajo que llevas(llevaís?) a cabo es genial.