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CINEMA DE PERRA GORDA

THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE (1948, John Huston) El tesoro de Sierra Madre

THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE (1948, John Huston) El tesoro de Sierra Madre

Aunque con anterioridad a su participación en la contienda ya iniciara el proceso de adaptación de la conocida novela de B. Traven, no sería hasta una vez concluida la decisiva intervención aliada que logró revertir la ofensiva nazi que protagonizó la II Guerra Mundial, cuando John Huston se implica plenamente en la puesta en marcha de un ambicioso proyecto de Warner Bros. Una valiosa mixtura de cine de aventuras y western teñida en todo momento de un aura sombría, poco habitual en el cine del momento, que procuraba una mirada optimista de posguerra, hasta el punto que en el momento de su estreno no gozó de un especial apego por parte del público. En cualquier caso, no solo considero que se trata de un título excelente, sino de manera muy especial proporciona una de las cimas en la obra de su irregular, controvertido y, en sus mejores momentos, apasionante realizador. Esa manera de percibir eso tan cuestionado como evidente en sus mejores obras como “lo hustoniano” alberga en esta película una de sus muestras más valiosas, cercanas y, sobre todo, dominadas por una extraña patina de pesimismo.

Tras el impactante tema musical de Max Steiner que envuelve sus títulos de crédito, de ambientación mejicana, THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE (El tesoro de Sierra Madre, 1948) despliega unos minutos iniciales dominados por una extraña fluidez visual, descritos en el entorno un tanto caótico de la ciudad de Tampico. Con general limitación de diálogos se nos presentará al casi indigente Fred C. Dobbs (Humphrey Bogart), quien pronto conocerá al más joven Curtin (Tim Holt), aunque pronto se percibirá la extraña y arisca personalidad del primero. Tras vivir juntos su explotación como trabajadores, ese mismo destino les ligará en un mugriento alojamiento al anciano pero vivaracho Howard (Walter Huston). Será todo ello la entraña del auténtico punto de partida en el relato, en el que el destino jugará dos oportunas ayudas. De una parte, el reencuentro de Dobbs y Curtin al explotador que les dejó sin pagar, al que lograrán recuperar el montante debido, tras una pelea descrita con tanto desequilibrio visual como el contexto de este bloque inicial. De otra, la inesperada fortuna que asumirá el personaje encarnado por Bogart cuando le anuncien que le ha tocado la lotería. Todo ello permitirá que los tres protagonistas puedan acometer la intención que Howard les ha inoculado; reciclar la mediocridad de su futuro inmediato al adentrarse como buscadores de oro. Todo este impecable episodio inicial, además de destacar por su extraña fluidez, lo formulará a través de una cierta querencia expresionista en su planificación, que combina la credibilidad de su ambientación mejicana con un predominio por primeros planos que acentúan una cierta crispación en torno al comportamiento de sus personajes, a lo que ayudará de manera poderosa la rotunda y contrastada iluminación en blanco y negro brindada por Ted McCord,

Muy pronto la acción se trasladará de ese marco mitad urbano y mitad primitivo en el que se ha iniciado el relato, a través de un no demasiado extenso recorrido por la geografía mejicana, hasta buscar esa hipotética mina en la que los otros dos vértices del círculo se dejarán guiar por el muy avezado Howard. En ello, el film de Huston prolongará esa fluidez narrativa y claridad expositiva -destaquemos en todo momento la labor del montador Owen Marks- de la que hará gala en el conjunto de la película, a lo que se unirá  algo que ya hemos comprobado previamente; la perfecta ambientación de esa miseria y primitivismo mejicano que sobrellevaba aquella sociedad en los años 20 del pasado siglo. Lo brindará con pertinencia, acertando al evitar la peligrosa tendencia al pintoresquismo e incluso a la fascinación por lo folklórico. Es algo que tendrá quizá un claro exponente en uno de los pasajes más memorables de la película; el intento de curación por parte de ese niño indígena por parte del anciano del grupo, lo que dará pie a un episodio lleno de contenida emoción, en el que Huston desplegará una envolvente e incluso elegante planificación, que esquiva con brillantez cualquier cercanía al cine de Emilio Fernández. Ese traslado a un México rural y montañoso nos permitirá asistir a un cruento y verosímil intento de asalto al tren en que viajan nuestros personajes, llegando a participar con sus armas en su respuesta a este. Y será en esos momentos, cuando THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE traslada esa querencia creciente en su aura levemente expresionista. Lo hará ya en un marco exterior, combinando esa extraña mixtura de western y film de aventura interior que caracterizará la entraña de la película. Esa combinación de exteriores reales buscados en precisas localizaciones, con otras secuencias rodadas en falsos exteriores rodados en estudio, lo cierto es que contribuirá a brindar al relato una extraña personalidad, que irá acrecentada por esa estructura a través de diversos episodios que se suceden de manera independiente, pero que a su través configurarán una oscura tela de araña, a través de la cual se manifestará la traslación de la metafísica del lado oscuro de la condición humana que, a fin de cuentas se erige como la quintaesencia del relato.

Y es que el film de Huston acierta al imbricarse en un film que se disfruta a través de sus diversas capas, y todo a partir de la interrelación del trío protagonista. Una mirada en la que contrastará la experiencia del más veterano de ambos, perfecto conocedor de la avaricia que indefectiblemente acompañará a todos aquellos que se enriquezcan con rapidez en la extracción del oro, la relativa integridad de Curtin, y la pronta caída de Dobbs en el universo de la degradación del egoísmo, que de manera paulatina se irá acrecentando, hasta invadir los más íntimos recovecos de su alma. Para ello, Huston estructurará la película a modo de bloques e incidencias complementarias, dentro de una impecable articulación dramática, en la que concederá una gran importancia a la química de sus tres intérpretes -entre los que destacará de manera admirable un Walter Huston en el mejor papel de su carrera cinematográfica, justo merecedor a una estatuilla de la Academia de Hollywood como mejor actor secundario-. Poco a poco, con una gradación delimitada al milímetro, y al propio tiempo en una escalada dominada por la naturalidad, se irá creando una sombría maraña de oscuros sentimientos, que Huston servirá con una extraña mezcla de apuesta por lo inevitable, un notable sentido de la fisicidad, y un admirable equilibrio entre la acción física y la expresión de la psique de sus personajes.

Esa cercanía a unos ambientes, al primitivismo de ese Méjico que es mostrado como si la cámara de adentrara a un entorno anclado en un pasado remoto, o a la presencia de inesperadas situaciones como la que provocará la irrupción de Cody (Bruce Bennett), que introducirá en las tribulaciones de los protagonistas la conciencia del asesinato en defensa de su fortuna -anteriormente, Dobbs ya había hecho muestra de su personalidad turbia e incluso violenta, como en el episodio del lagarto-. A partir de ese momento y de la inflexión que producirá el ataque de unos bandidos -que paradójicamente eliminarán al recién llegado, antes de que los tres buscadores de oro lo sentenciaran por votación- se acrecentará una vertiente siniestra y desasosegadora en el relato, en donde la creciente deriva del personaje encarnado por Bogart mostrará su irrefrenable sensación de avaricia. Será el principio del fin. Una vez la mina quede agotada y los tres buscadores restañen la herida infringida en la montaña, ambos decidirán llegar hasta Durango a obtener el pago del oro obtenido. Cada uno portará en su interior un deseo de vida. Para el anciano un futuro cómodo como propietario de una pequeña venta. Para Curtin se acerca el deseo de acercarse al entorno familiar del desaparecido Cody -en su mochila aparecerán escritos y cartas con sus señas- e incluso se mostrará dispuesto a compartir sus ganancias con dicha familia. Sin embargo, en el rostro de Dobbs solo se refleja un objetivo; apoderarse del oro de los tres.

Una vez más, el destino -la llamada de unos indios pidiendo ayuda para salvar a uno de sus niños, obligará a Howard a trasladarse al entorno de dicha tribu, y a dejar a Curtin a merced de un Dobbs dominado por la senda autodestructiva de la ambición ciega. Y ello permitirá una deriva de terrible dramatismo, en la que THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE abandone su condición de relato de aventuras, para erigirse en una oscura mixtura de apólogo moral y transgresora tragedia griega. Ese encuentro con lo más primitivo del ser humano que encarna el personaje de Bogart, en no pocos momentos me apareció como un precedente de la muy posterior APOCALYPSE NOW (Apocalypse Now, 1979) de Coppola. Hay en las imágenes más duras del film de Huston -sobre todo aquellas que prefiguran el intento de asesinato de Tim Holt y su posterior deriva atormentada psicótica de Dobbs-, todo un descenso al lado más oscuro del ser humano, pero siempre envuelto en andanzas y situaciones a las que el destino girará de manera caprichosa sus intenciones iniciales. Así pues, nada concluirá como sus personajes hubieran deseado, aunque ese mismo destino castigue involuntariamente al protagonista de tantas desdichas, de un pathos tan doloroso para sus intenciones, como absurdo de su conclusión final, que por otro lado también parece adelantarse en varias décadas al final de una de las últimas realizaciones de Huston, también con ambientación mejicana, como podría ser el episodio final en la vida del cónsul Firmin en UNDER THE VOLCANO (Bajo el volcán, 1984).

THE TREASURE OF THE SIERRA MADRE es un relato seco y árido, en el que no faltan momentos e instantes donde se presenta un peculiar sentido del humor -la danza de Howard cuando ha encontrado el primer indicio de la proximidad de la veta de oro-. Donde uno siente muy de cerca la fisicidad de un escenario, incluso el sabor de la tierra. Pero por encima de esa fisicidad el film de Huston habla de ambición y de codicia. Y lo hace conformando una de las películas más atrevidas del cine de su tiempo. Inusual mixtura de géneros recibida con frialdad por el público de la época, pero que con el pasado de los años ha adquirido una eterna vigencia. No seré yo quien le ponga la más mínima objeción. Antes, al contrario.

Calificación: 4

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