Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

THE TRAGEDY OF OTHELLO: THE MOOR OF VENICE (1952, Orson Welles) Otelo

THE TRAGEDY OF OTHELLO: THE MOOR OF VENICE (1952, Orson Welles) Otelo

Aún siendo un título tremendamente considerado por los incondicionales de la obra de Orson Welles –algo que parece remitir en los últimos tiempos, como sucede por otro lado con muchos de los directores más o menos clásicos consagrados en épocas precedentes-, lo cierto es que una mirada más o menos sensata revela que THE TRAGEDY OF OTHELLO: THE MOOR OF VENICE (Otelo, 1952) es una de las demostraciones más claras de la irregularidad de su andadura cinematográfica. No se me entienda mal, me gusta bastante la obra de Welles –adoro TOUCH OF EVIL (Sed de mal, 1958) y siempre me han deslumbrado las posibilidades que mostraba F FOR FAKE (Fraude, 1974), pero creo que su trayectoria engloba diversos vaivenes que no pocos comentaristas han basado en la autoconvencida aura de “genialidad” que el propio Welles sobrellevaba, y su incapacidad para someterse a unos criterios de producción más o menos normalizados.  

Fruto de esos desequilibrios surgieron una serie de películas, algunas de las cuales quedaron inacabadas, y otras se estrenaron demostrando irregularidades que se plasmarán en títulos desequilibrados e imperfectos. De ellos, destacan dos de sus adaptaciones de Shakespeare –MACBETH (1948) y THE TRAGEDY OF OTHELLO... que, bajo mi punto de vista, se encuentran entre lo menos estimulante y más retórico y desequilibrado filmado por Welles a lo largo de su trayectoria como director. Y es que quizá el segundo de los títulos citados, tiene más interés en la azarosa gestación de su rodaje, que se prolongó durante cuatro años –entre 1948 y 1952-, que el propio resultado del film. Como buen “vendedor” de sus propias historias, Welles fue astuto y en 1978 filmó un documental titulado FILMING ‘OTHELLO’ –jamás estrenado en España-, en el que relataba la compleja gestación de una película para la que hubo que reemplazar en diversas ocasiones a los principales actores y técnicos, rodándose en diferentes escenarios y países. Hasta tal punto llega todo este proceso, que en muchas ocasiones podemos contemplar en pantalla un actor en un encuadre que muestra a su oponente de espaldas. Pues bien, se trata generalmente un figurante que sustituye al actor que le da la réplica y cuyo contraplano en ocasiones había sido filmado meses antes o después a miles de kilómetros de distancia. 

Lo que quizá no entendió Welles o su personalidad de enfant terrible del cine norteamericano no se lo permitía, es que no se podía hacer una producción que precisaba medios solventes, con las limitaciones de producción con las que –pese a la presencia de un productor que finalmente se desentendió de la película-, se partía con THE TRAGEDY OF OTHELLO... . Esa circunstancia se notaba mucho en MACBETH y se volvió a notar –aunque con un look diferente-, en el título que nos ocupa. Se trata de un desequilibrio que en algunos momentos llega a resultar irritante, y en el que secuencias bien planteadas y resueltas, tienen como continuidad otras planteadas de forma enfática y con grandilocuencia en las que por mucho que Welles pretenda darnos “gato por liebre”, se advierte que están realizadas por un prestidigitador cinematográfico, y en modo alguno siguen a una lógica dramática. 

Esta manifiesta irregularidad se da cita ya desde los primeros compases de la película, tras una brillante secuencia progenérico de cuyos fotogramas volveremos a tener muestras en el final de la función, en el que se muestra el desfile de los cadáveres de Othello y Desdemona, planificados y filmados con una extraordinaria dramatización y uso de las sombras, contrapicados y sensibilidad pictórica y analítica, que muchos revelan como una influencia muy clara del cine de Einsenstein. Es así como a este inicio tan atractivo, se sucederán las secuencias inicialmente enmarcadas en Venecia, que destacan por el montaje de planos cortos y una amalgama de encuadres y situaciones que revelan bien a las claras sus complicaciones de producción. Son unos minutos que, al menos personalmente me dieron esa impresión, me resultan incluso molestos en esa forzada búsqueda de un ritmo sincopado, con planos caracterizados por una ausencia de estructura interna. Se trata de una tendencia que prácticamente acompañará toda la película, y en la que ocasionales destellos de inventiva visual –destacaría el aprovechamiento de la profundidad de campo en interiores de edificios nobles, en especial una breve secuencia en el subsuelo de uno de ellos, totalmente inundado de agua-, se unen a otros totalmente artificiosos en esa constante búsqueda del raccord, provocando planos realmente irritantes. Un ejemplo de lo expuesto se puede señalar en la tan comentada secuencia de la sauna –en la que Welles logró convertir en virtud las limitaciones de producción-, que culmina de forma chapucera con la superposición de dos planos diferentes al matar Iago a Cassio.  

Es curioso señalar a este respecto, que esa desigual imposición de la impronta visual característica del realizador de CITIZEN KANE (Ciudadano Kane, 1941) –abruptos picados y contrapicados, uso acusado de la profundidad de campo, incorporación de los techos, especial ubicación de los actores dentro del encuadre-, se abandona en esta película de forma arbitraria y poco convincente –es a mi juicio una de las principales objeciones de la película-, dando paso a planos largos durante las parrafadas de Welles actor –que encarna a Othello-. Pero al mismo tiempo deja paso a una de las secuencias más logradas –y relevantes- del sentido de la película, que es aquella ubicada en la parte final en la que Desdemona y su doncella conversan junto a la ventana de palacio sobre los límites establecidos para sobrepasar la virtud. Unos momentos estos ausentes de énfasis alguno que dan la medida del aliento que podría haber alcanzado finalmente la película, de no haberse visto abocada a esa retórica visual ligada a su azaroso rodaje tanto como a las propias intenciones de Welles director, y que este ya había incorporado como marca de su “genio”. 

Con todos estos clamorosos desajustes, la abundancia de malos actores, la pésima banda sonora, o la sensación que por momentos se tiene de estar ante una serie B –Welles no era Edgar G. Ulmer, que sabía desenvolverse a las mil maravillas con presupuestos cortos-, lo cierto es que en su conjunto, THE TRAGEDY OF OTHELLO... logra una cierta atmósfera trágica y su atractivo visual se mantiene con el paso del tiempo –en la que contribuyó no poco la prestación de Alexander Trauner-, merced sobre todo a la fuerza expresiva que el norteamericano logró insuflar al conjunto. Su tono fotográfico duro y contrastado con el uso de sombras, y el conocimiento que el realizador tenía de la obra de Shakespeare, se logra trasladar a la pantalla. La película obtuvo una pintoresca Palma de Oro –compartida-, en el festival de cine de Cannes de 1953, pero lo cierto es que hay que considerarla entre las experiencias cinematográficas más pintorescas de su carrera y, bajo mi punto de vista, uno de los resultados menos interesantes de la misma.

Calificación: 2’5

0 comentarios