CARMEN (1915, Cecil B. De Mille)
Personaje tan extravagante como reaccionario –rozando los límites del fascismo ideológico-, lo cierto es que la figura cinematográfica de Cecil Blount De Mille (1881 – 1959) suscita en nuestros días no pocas reticencias. Es bien cierto que buena parte de lo que hemos podido ver de su cine resulta por lo general ampuloso, grandilocuente y poumpier, pudiéndose afirmar que sus películas en ningún momento se adscriben a cualquier tipo de intimismo. Sin embargo, lo cierto es que su nombre va ligado a la representación más ajustada del “hombre espectáculo” que lo consagró como uno de los directores estrella de Hollywood durante varias décadas. Confieso que la imagen más entrañable que me queda de la figura de De Mille, lo proporciona su magnífica –y lo digo con sinceridad- interpretación en SUNSET BOULEVARD (EL crepúsculo de los dioses, 1950) de Billy Wilder, o su breve cameo en SON OF PALEFACE (El hijo de Rostro Pálido, 1952) de Frank Tashlin.
Sin embargo, los historiadores –de quienes hay que mantener reservas en cuanto a sus apreciaciones-, siempre han destacado la etapa muda del realizador, algunos de cuyos éxitos reeditó en la pantalla en su periodo sonoro –sería el caso de THE TEN COMMANDAMENTS (los diez mandamientos) dirigida en 1923 y reeditada en 1956-. Dicha circunstancia es la que me permitió contemplar con interés una de sus primeras producciones, que además se inserta en el periodo inicial del cine mudo norteamericano, antes de que su gramática se consolidara con la aportación de numerosos realizadores conocidos por todos. La experiencia no ha sido baldía, puesto que CARMEN (1915) resulta en sí misma una película bastante estimulante, planteándose como una adaptación de la conocida obra de Próspero Mérimée que, pese a situarse muy lejana en el tiempo de su rodaje, y a los tópicos folkloristas que desprende la misma, sigue despertando un cierto encanto y grado de frescura.
La historia que desarrolla en un metraje que no alcanza la hora de duración, es sobradamente conocida. Cuenta a grandes rasgos la pasión amorosa que se desarrolla en el joven oficial don José (Wallace Reid), a partir de su encuentro con la cigarrera Carmen (Gearldine Farrar), que se ha propuesto seducirle, para lograr con ello el botín de una banda de contrabandistas. El oficial queda absolutamente prendado de la sexualidad que emana de la protagonista, pero ella prefiere ligar su pasión a la figura de un conocido torero que la llevará hasta Sevilla. José por su parte, después de sufrir la deshonra de haber matado a un compañero suyo de cuerpo a causa de una pelea provocada por Carmen, no dudará en incorporarse a la banda de contrabandistas para seguir a su amada y, cuando esta huye hacia Sevilla, la buscará con afán hasta desembocar en el final trágico de la relación de ambos.
No se puede decir que a nuestros ojos pueda sernos ni remotamente original el argumento que presenta el film de De Mille. Han sido tantas las versiones que se han efectuado de este argumento envuelto en pasiones, descripciones folkloristas y tópicos de guardarropía, que contemplar las imágenes de esta película resulta en cierto modo un ejercicio de benevolencia en este sentido. Pero no puede decirse que acceder a esta muestra casi centenaria de cine pueda resulta un mero esfuerzo de carácter arqueológico. Lo cierto es que la película se conserva bastante bien como un producto folletinesco que no decae en su ritmo, acierta en la descripción de sus secuencias y juega bastante bien con los recursos con que entonces contaba el lenguaje cinematográfico –uso de objetivos circulares y primeros planos, incipientes travellings frontales, e incluso un montaje bastante adecuado-. Es evidente que se observa en la película el esfuerzo de producción de la Paramount, y que tiene una especial significación en la primera secuencia que tiene como marco la ciudad de Sevilla. Un gran plano general nos ofrece una descripción del entorno folklorista que podría deducirse a las entendederas de la época, definido en un gran despliegue de medios. Al mismo tiempo, en varias de sus secuencias se detecta esa inclinación de De Mille por la incorporación de momentos caracterizados por su fuerte sexualidad e intensidad.
Pero por encima de todas estas consideraciones, personalmente acceder a esta película me ha permitido contemplar el encanto que tenía el que fuera una de las primeras grandes estrellas masculinas de Hollywood; Wallace Reid. Y es que el overacting de Geraldine Farrar, afortunadamente tiene un contrapunto valioso en la frescura, el magnetismo y la pasión que ofrece intuitivamente este entonces joven intérprete, que logró muy pronto una fama legendaria, y fue pocos años después una de las víctimas del abuso de la morfina y las drogas a partir de una accidente que sufrió. Solo el hecho de poder mantener la memoria de esta olvidada y más que apreciable estrella cinematográfica, merece la pena recordar la película de De Mille, con el que por cierto colaboró el actor en numerosas ocasiones, especialmente en comedias de doble sentido de índole sexual. En resumen, y con todo el esquematismo revestido de ingenuidad que le rodea, esta versión de la obra de Mérimée me parece mucho más viva y valiosa que las firmadas por Charles Vidor en 1948 –THE LOVES OF CARMEN (Los amores de Carmen)- y la muy reciente y mortecina de Vicente Aranda en 2003.
Calificación: 2’5
2 comentarios
Rebeca -
jj -
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