THE AFFAIRS OF ANATOL (1921, Cecil B. De Mille) El señorito primavera
Cuando Cecil B. De Mille acomete la realización de THE AFFAIRS OF ANATOL (El señorito primavera, 1921), se encontraba prácticamente en el ecuador de una filmografía extendida en más setenta títulos, y en un periodo de especial febrilidad como cineasta, ya que su obra se iría relajando a partir de la llegada de los años treinta. Conocido en nuestros días por sus “colosales”, lo cierto es que la obra de De Mille alberga temáticas y propuestas de diferentes vertientes y, sobre todo, esconde en ella la enorme contradicción de un hombre de cine caracterizado por su extremo puritanismo, aunado por una serie de obsesiones de índole sexual que siempre estuvieron presentes en una trayectoria que incluyó “westerns”, films de aventuras y que, tengo de reconocerlo, nunca ha suscitado en mi un gran interés. Confieso que pesa en mi apreciación de sus films –en los que es indudable se da cita el talento de un pionero del cine-, más su vertiente negativa, y una cierta pesadez que a mi juicio nunca le abandonó, antes que valorar esos aspectos que, justo es reconocerlos, no conviene dejar de lado. Es por ello que ha supuesto para mi una grata sorpresa poder apreciar esta adaptación de la obra teatral del vienés Arthur Schnitzler, en la medida que supone uno de los exponentes más valiosos de un periodo prestigiado pero muy poco conocido de la filmografía de De Mille. Me refiero, por supuesto, a esas comedias sofisticadas y con una fuerte carga insinuante, que este firmó para la Paramount en torno a inicio de la década de los años veinte. Adaptada de la obra del mismo título de un dramaturgo caracterizado por el análisis de los comportamientos cuestionables y vacuos de las clases altas europeas, la base dramática de Schnitzler fue utilizada a lo largo del tiempo por cineastas que van de Max Ophuls -LA RONDE (La ronda, 1950)-, al mucho más cercano Stanley Kubrick de su póstuma EYES WIDE SHUT (1999). En estas y otras adaptaciones se aprecia un cuestionamiento de las apariencias que ocultan comportamientos hipócritas e insatisfechos, que tomaron sus superficiales privilegios de clase para enmascarar una profunda insatisfacción existencial.
Todo ello, retomado como comedia, es lo que asume con destreza un De Mille, dentro de un conjunto de títulos que habría que situar en el seno de cualquier antología de evolución del género, dentro de un periodo en el que la misma estaba centrada en el periodo dorado del slapstick. Por ese olvido ejercido en torno a la aportación del autor den THE TEN COMMANDMENTS (Los diez mandamientos, 1956), es quizá el primer motivo para destacar esta comedia que esconde bajo sus aparentes sencillas costuras y su presunto moralismo, una visión acre y por momentos desencantada de los sentimientos amorosos, escondiendo también en su metraje esa inclinación por las perversiones sexuales, que el famoso director dejó patentes en buena parte de su obra. THE AFFAIRS… se inicia de manera precisa, con unos planos de detalle que describen el nerviosismo de su protagonista –Anatol Spencer (un estupendo Wallace Reid, revelando su dotación para la comedia y sus atisbos como intérprete dramático), centrados en los movimientos de sus pies y manos, al esperar a su esposa Vivian (Gloria Swanson, en un rol de menor importancia en el relato), quien se está terminando de arreglar para asistir a una cena. En apenas unos pequeños apuntes, De Mille logra transmitir al espectador tanto la debilidad de la relación existente en la nueva pareja –apenas llevan unos meses como matrimonio-, como en la descripción de esos primeros años veinte, en los que el baile y la despreocupación fueron uno de sus rasgos más distintivos. A partir de esos momentos, y ayudado con la intención y divertido sentido moralizador expuesto en los títulos de crédito, descubriremos la voluntad de “arreglar el mundo”, esgrimida por el ingenuo esposo, empeñado en erigirse como salvador de mujeres supuestamente inmersas en situaciones comprometidas. Será una intención que pondrá en practica en una joven –Emile Dixon (Wanda Hawley)-, atenazada por la insistencia de su amante, un viejo y lúbrico productor teatral de pocos escrúpulos, quien provocará la intervención de un Anatol imbuido de su intención de erigirse como supuesto salvador de mujeres desvalidas –aunque ello le llevara a la desconfianza y decepción por parte de su esposa-. En la capacidad de De Mille a la hora de ofrecer credibilidad, sentido de la comedia elegante, juego con el doble sentido y cariño por sus personajes, es donde cabe valorar la vigencia de una comedia adulta, capaz de describir una serie de situaciones definitorias de la complejidad y escasa positividad en la condición humana. Personajes como la esposa de ese granjero que ha robado el dinero que su esposo albergaba para comprarse un vestido, y que llegará a intentar suicidarse, aunque el paso providencial por el río de Anatol y Vivian –que han decidido viajar al campo tras la azarosa experiencia vivida con Emile y su esposa con un atractivo mago, les llevara a un entorno supuestamente más tranquilo-, los lleve a su rescate… y a reanudar la inveterada condición de este de casi entrometido salvador de féminas, aunque en el caso de esta le haga aprender la lección de ser robado por la suicida –quien con el providencial rescate de este logrará salvar la situación generada ante su esposo-. Sin embargo, esta situación será contemplada por Vivian, cuando con la llegada de un médico compruebe con sus ojos como Anatol besa a la recuperada suicida, rechazándolo cuando este pretenda retornar a su hogar.
Será el elemento límite para que nuestro elegante y atolondrado protagonista se someta a la catarsis de vivir una noche de supuesta lujuria con la devora hombres Satan Synne (encarnado por la popular Bebe Daniels). Una artista de variedades definida en una escenografía de atractivos siniestros, que acogerá a Anatol por la necesidad perentoria que tiene de tres mil dólares. Para ello, emplazará a este en su lujosa vivienda –caracterizada por elementos sensuales –el dormitorio con la presencia de un tigre- e incluso macabros –ese esqueleto que ve reflejado Anatol en un espejo-. Será de entrada una catarsis, que muy pronto se revelará en una petición de esta de dinero, convencida de la entrega brindada por el esposo… y casi de inmediato se revelará la necesidad de tal cantidad; sufragar una operación dedicada a su joven esposo, que desde que regresara de la I Guerra Mundial se encuentra afectado por la metralla. Será sin duda este el fragmento más brillante de la película, a través de la inflexión dramática y sincera propuesta por los sentimientos expresados por la vamp –que recibirá de este el talón con dicha cantidad, demostrando en ese momento la absoluta sinceridad de su comportamiento-. Es en fragmentos como este, a partir de la aparente frivolidad, donde se llega a insuflar en el relato la sinceridad de un personaje que puede parecer el epítome de la perdición, atisbando la talla que podía reflejar Cecil B. de Mille en sus mejores instantes. La realidad que le brinda Satan a Anatol, hará regresar a este hasta su mujer con la intención decidida de salvar su matrimonio, pero para ello intentará utilizar los servicios del hipnotizador, intentando descubrir si ella le ha sido fiel. Solo será la insistencia del amigo de la pareja para que confíe en ella, el detonante para que renuncie a cualquier desconfianza hacia su esposa, apostando por la continuidad de un matrimonio puesto a prueba, en realidad, por la ausencia de una verdadera sinceridad entre ambos.
Esa capacidad para saber expresar con la mezcla de drama y comedia, su acierto en la descripción de la contradicción de sus personajes, y la intuición para lograr desviarse de la senda del fácil moralismo, es la que otorga la definitiva vigencia a una película que, más de noventa años después de ser realizada, mantenga intacto su considerable interés.
Calificación: 3
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