THE GODLESS GIRL (1928, Cecil B. De Mille) La incrédula
Nunca me cansaré de señalarlo. El primer año absolutamente glorioso de la andadura cinematográfica, lo constituyó ese 1928 en el que, de manera paradójica, se producía la -inoportuna- irrupción del sonoro, por medio de la insustancial THE JAZZ SINGER (El cantor de jazz, 1927. Alan Crossland). En dicha ocasión ofrecerán lo mejor de sí mismo, aportando alguna de las cimas absolutas del Séptimo Arte figuras como King Vidor, Friedrick W. Murnau, Frank Borzage, Charles Chaplin, Buster Keaton, Fritz Lang, Paul Leni, e incluso nombres de menor relevancia, como Paul Fejos o el británico Anthony Asquith. Pues bien, dentro de ese contexto temporal de enorme febrilidad creativa, cabe insertar, siquiera sea en un segundo plano, la magnífica THE GODLESS GIRL (La incrédula, 1928), última película silente dirigida por Cecil B. De Mille, que se estrenó inicialmente como tal, en el verano de 1928, y fue sonorizada y vuelta a exhibir en la gran pantalla durante los primeros meses de 1929. La copia que he podido disfrutar responde, por tanto, a las intenciones originales del realizador, ofreciendo, bajo mi punto de vista, una de sus obras más libres -temática y cinematográficamente- que le conozco, aunque bien es cierto que cerca de 80 largometrajes, no más de una docena de ellos.
Nos encontramos en una escuela donde la joven Judy Craig (Lina Basquette) actúa haciendo proselitismo en la propagación del ateísmo. Siempre de manera oculta y editando y distribuyendo pasquines. Los responsables del colegio detectarán dicha propaganda iniciando una campaña para buscar a sus responsables. El joven Bob Hathaway (Tom Keene) sí que conoce el origen de dichas acciones, ya que Judy coquetea con él, un muchacho criado en el cristianismo, que se ofrecerá como representante de los estudiantes para solucionar la presencia de esta insólita agrupación entre los propios alumnos. Para ello, junto a un grupo de compañeros acudirán de manera sorpresiva a la reunión convocada por la muchacha, en donde ella explicará las razones de su rechazo de la religión, e incorporando nuevos adeptos a la misma, aunque estos no lo hagan con demasiada convicción. La llegada de los compañeros de Bob, en un primer momento provocará la altanería de Judy pero, poco después, todo desembocará en una auténtica batalla campal, que culminará con la inesperada muerte de una de las amigas de esta, quien implorará en sus últimos instantes, la existencia de ese más allá que ha ido negando en su corta existencia, mientras Judy asume impresionada la inesperada y terrible circunstancia.
La llegada de la policía condenará a la pareja de jóvenes, así como un a atolondrado amigo de ambos. Inicialmente estos se odiarán sin remedio, aunque de manera paulatina se instalará entre ellos una creciente atracción. Todo ello, en medio de la extrema dureza de las condiciones de prisión, en la que Bob -dada su juvenil altanería- recibirá de manera muy especial la inquina del oficial de prisiones, encarnado por Noah Beery. Dicha circunstancia posibilitará episodios de especial tensión -en uno de ellos, el oficial pondrá en marcha la estructura eléctrica de la valla que separa a hombres y mujeres en el patio de la prisión, provocando que ambos jóvenes reciban heridas en sus manos-. Bob será incluso confinada en una de las celdas de castigo, aunque conseguirá de manera inesperada escapar de su celda, al dejar encerrado en la misma a su brutal vigilante, logrando fugarse junto a Judy. Contra todo pronóstico consolidarán su huida en un carro, de la que se detendrán cuando crean que han logrado vencer el rastro de sus perseguidores. Dormirán camuflados junto a una granja, en plena naturaleza, donde ambos consolidarán su amor, y la muchacha podrá vislumbrar, por vez primera, que hay un orden supremo en la existencia. Para su desgracia, la emboscada del personal de prisiones logrará capturarlos de nuevo, siendo reducidos y esposados en sendas celdas de castigo -por separado- situadas en el recinto. La grave situación tendrá un desenlace inesperado, puesto que se producirá un incendio -algo que, de alguna manera, había implorado Judy a la divinidad- pronto extendido al conjunto de la prisión. Los reclusos organizarán una rebelión de la que Bob quedará al margen, hasta que sepa por la presa fiel amiga de ambos, que Judy se encuentra encerrada y olvidada por todos. El muchacho arriesgará su vida para salvarla entre las llamas, pero, a requerimientos de esta, salvará igualmente la vida del fiero oficial de prisiones, que se encuentra inconsciente y a punto de perecer quemado en el dantesco incendio.
Lo primero que llama la atención en THE GODLESS GIRL reside en la modernidad de su tono. Confieso mi temor a que, al comenzar a contemplarla, De Mille ofreciera uno de esos sermones que caracterizaron parcialmente su cine. Por fortuna, desde el primer momento, la película asume el tono de una comedia estudiantil, predominando los pequeños destellos cómicos incorporados con efectividad. Y otro detalle curioso, en ningún momento se cuestiona esa opción de la muchacha. Por el contrario, De Mille no duda en caricaturizar la intransigencia del vetusto profesorado, ante la opción que marcan dichos pasquines. Dicha tonalidad se extenderá a la hora de describir la reunión librepensadora de Judy y la emboscada de Bob y sus compañeros, o insertando un magnífico plano de grúa ascendente que describirá el ascenso por esa escalera, que poco después definirá el primer punto de inflexión de la película. Lo ofrecerá la trágica caída de la joven amiga de Judy por el quicio de la misma descrita por una planificación de admirable, deslumbrante, que noquea al espectador al anticipar esos instantes tremendamente dolorosos, de sus instantes postreros, y el primer indicio de duda para nuestra protagonista.
Contra todo pronóstico, ese tono de comedia volverá al aparecer los primeros instantes y la inadaptación de la pareja en prisión. Ambos se encontrarán acompañados de ese otro joven -que por lo general se insertará como contrapunto cómico, aunque su presencia solo sirva finalmente para brindar una posibilidad de futuro a la otra reclusa, amiga de Judy, en los instantes finales del film-. Ese tono ligero irá tiñéndose de manera paulatina de tonos sombríos, al aparecer una mirada revestida de crueldad, en torno a las condiciones de la prisión. Fruto de ello aparecerá tanto el ya señalado y cruel episodio de electrocución de la pareja al aire libre -en el que, se quedarán las señales de las quemaduras en las manos de Judy ¡en forma de cruz!- como la previa, en la que una contestación y una inesperada mojadura con agua de Bob provocará por vez primera la cruel represalia de ese guardián, que arremeterá contra él con la fuerza del chorro de agua de una manguera, hasta dejarlo exhausto.
A esa espiral de crueldad -tan solo tamizada, por las ocasionales ocurrencias cómicas del amigo de Bob, por lo general bastante prescindibles- dará paso el magnífico episodio de la fuga perfectamente planificado, con una clara herencia del universo de Griffith, a la que sucederá el bloque más perdurable de la película, y que aún sorprende, en la medida de estar plasmado por un cineasta que no solía hablar de sentimientos amorosos y sí, por el contrario, de pasiones. Me refiero a esas horas en la que los dos jóvenes se encontrarán en plena naturaleza, dando rienda suelta, por vez primera, a esos sentimientos que hace ya tiempo los unen, en medio de una planificación en la que el cineasta incorporará una extraordinaria sensación de placidez existencial que Judy interpretará, feliz, al haber descubierto la armonía de un orden divino, expresada en su amor a Bob. Un episodio digno del más romántico y telúrico hombre de cine, que no dudaría en destacar como el más hermoso que hasta el momento he presenciado en toda su filmografía. Una extraordinaria sensación de plenitud que, por momentos, no dudo en emparentarla con lo más hermoso legado en esta vertiente, por figuras de la talla de los ya citados Murneu o Borzage, que culminará cuando los oficiales de la prisión lleguen al entorno de la pareja y, finalmente, los capturen de nuevo, y los encierren en sendas celdas separadas. Será el momento en el que, quizá, por intervención divina -Judy implorará dicha mediación-, el incendio de la penitenciaría formará otro bloque narrativo de deslumbrante fuerza. Un auténtico tour de force. Toda una catarsis, en la que se pondrá a prueba la angustia de la salvación en el último momento, la fe de la muchacha y, sobre todo, la capacidad de redención de una pareja que, en este recorrido físico y emocional, han encontrado el sendero de la madurez de unas vidas que, a partir de ese momento, y merced a su acción ejemplar de salvar a ese sádico guardián, forjarán un pasaporte al futuro. THE GODLESS GIRL supone la prueba evidente de un cineasta no solo engrasado en sus virtudes cinematográficas sino, lo que es más sorprendente, provisto en sus mejores pasajes, de un sorprendente grado de inspiración y emotividad.
Calificación: 3’5
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