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CINEMA DE PERRA GORDA

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS (2016, Alberto Rodríguez) El hombre de las mil caras

EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS (2016, Alberto Rodríguez) El hombre de las mil caras

Aunque me confieso un tanto despegado a la hora de formular un seguimiento más o menos ordenado del cine español, lo cierto es que si he procurado atender la aún no muy extensa filmografía del sevillano Alberto Rodríguez. Un realizador que prosigue en su estela de madurez, al caracterizarse por una cierta querencia -bajo vertientes en ocasiones incluso opuestas- hacia el cine de género -policíaco y thriller de manera muy especial- y por la crónica del pasado más o menos reciente de nuestro país, a nivel temático. Serán dos premisas, a través de las cuales cabe codificar a uno de los hombres de cine más valiosos de nuestro país en lo que llevamos de siglo, sabiendo aunar precisión narrativa con el elemento discursivo, de manera mucho más equilibrada que la de otros profesionales -bajo mi punto de vista-, bastante débiles en esa vertiente esencialmente cinematográfica, al margen de procurar una generalizada brillante dirección de actores, que ha permitido frecuentes galardones a los intérpretes de sus películas. En su oposición, Rodríguez ha ido consolidando su andadura, discurriendo y experimentando dentro de dichas corrientes genéricas, donde probablemente se encuentre lo más valioso de nuestro cine. Fruto de esas características surgió la magnífica y multi galardonada LA ISLA MÍNIMA (2014), aparecida como prueba evidente de su madurez como cineasta. Un logro que sabía aunar un relato apasionante, junto a una mirada sombría en torno a los recovecos presentes en la reciente sociedad española. Un par de años después, Rodríguez daba un paso adelante con EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS (2016), recibida con calidez en el momento de su estreno, aunque sin reiterar la entusiástica acogida del título precedente. Personalmente, creo que esa recepción más tibia, procede del grado de riesgo formal y argumental que esgrime ésta en apariencia liviana, irónica e incluso festiva, recreación de las andanzas de uno de los personajes más controvertidos -y al mismo tiempo fascinantes- que pulularon por el periodo final de la hegemonía socialista en nuestro país.

El film de Rodríguez se inicia con la voz en off de Jesús Camoes (José Coronado), quien a partir de ese momento surgirá como constante y oportuno contrapunto al devenir del relato, describiendo su último encuentro con Francisco Paesa (Eduard Fernández) en el restaurante de un aeropuerto durante 1995. Su evocación retrotraerá la película a un largo flashback que describirá la situación en la que se encontraba Paesa un tiempo atrás, prácticamente en el ostracismo, asumiendo la delegación diplomática de un país de cuarta fila, asediado por trabajos sucios realizados en las cloacas del Estado, y prácticamente en la ruina económica, que intentará superar intentando consolidar de manera infructuosa turbios negocios. En ese contexto, un día recibirá la visita del aún entonces director de la guardia civil -Luis Roldán (Carlos Santos)- y su esposa Nueves Fernández (Marta Etura). Roldán planteará a Paesa la posibilidad de encargarle el traslado de una enorme cantidad de dinero que atesora, procedente de fondos reservados, e intentar asumir una salida a una situación personal que intuye se le va a presentar insostenible. Ello será el inicio de la estrecha relación entre Roldán y el, en ese momento, casi desahuciado diplomático. El primero se pondrá a la total disposición de Paesa, quien a partir de ese instante -ayudado por Camoes y un muy reducido elenco de colaboradores-, ideará un complejo plan, al objeto de ocultar al fugado en Paris, poniendo en práctica una trama que haga que la enorme fortuna que ha atesorado este -más de mil quinientos millones de pesetas- pueda evadirse de las pesquisas policiales y judiciales. La impactante fuga de Roldán provocará una auténtica hecatombe social y política en España, lo que llevará al Estado a aplicar todos sus recursos para la captura de quien ha burlado su autoridad. Todo empezará a estrecharse en torno al fugado, al decidir su esposa volver a España para declarar, y siendo ingresada en prisión. Como quiera que parece que la búsqueda de este se va estrechando, Paesa propondrá a su insólito cliente la posibilidad de ponerse al servicio de una oscura organización, que le mantendrá fuera de cualquier posible localización. Sin embargo, transcurridos unos meses, Roldán comenzará a desfallecer en su aguante, al plantear la posibilidad de entregarse a las autoridades españolas. Será algo que gestionará con el propio Paesa, quien articulará una estrategia de entrega, al tiempo que de manera paralela -y sin que su cliente lo sepa- se encuentre negociando con el entorno del nuevo ministro de Interior y Justicia -Juan Alberto Belloch (Luis Callejo)-, una recompensa por su gestión. Todo se irá desarrollando según los planes establecidos por el mediador, aunque un inesperado giro de los acontecimientos motivará que el sofisticado castillo de naipes creado, se vaya derrumbando poco a poco.

Rodada a partir de la adaptación del libro de investigación escrito por el periodista alicantino Manuel Cerdán, efectuada por el propio realizador y Rafael Cobos, considero que EL HOMBRE DE LAS MIL CARAS aparece no solo como el primer logro absoluto de su director, sino que se despliega como una fascinante charada, que combina en su recorrido una mixtura de thriller, mirada y reconstrucción de un pasado que muchos tenemos aún cercano y una notable dosis de ironía. Todo ello aparecerá dominado y envuelto por una alambicada estructura narrativa, muy en consonancia con determinados registros visuales asumidos por algunos de los cineastas más reconocidos del momento en el seno del cine norteamericano. La capacidad de imbricar todos estos elementos, proporcionando un conjunto que se acerca a las dos horas de duración, en el no se registra el más mínimo bache de ritmo, que resulte apasionante en el conjunto de su metraje, en el que el diseño y desarrollo de sus personajes aparezca tan preciso, y que ofrezca una mirada colectiva tan desencantada de la sociedad de su tiempo, al tiempo que un análisis tan desencarnado de los oscuros manejos del poder, son algunos de los elementos que, a mi juicio, permiten considerar esta admirable película, que no dudaría en destacar entre los mejores títulos legados por el cine español en las dos últimas décadas.

El film destacará desde sus primeros compases, por esa alternancia en su mirada irónica -en el que tendrá una considerable efectividad, la presencia de esos rótulos anunciadores; impagable el denominado “el cochero de Drácula”, definiendo la siniestra figura del ministro Juan Alberto Belloch; la propia deriva de Paesa, su capacidad para idear escenarios, en los que sus constantes estafas aparecen como una sofisticada charada-, con una progresiva deriva a un sendero sombrío, e incluso inquietante en no pocos momentos -la creciente sensación de amenaza por parte de los poderes del estado, la presencia de delincuentes de nuevas nacionalidades-. Todo ello, irá dado de la mano de lo que supone uno de los mayores logros de la película; la sorprendente capacidad que alberga, para humanizar e incluso transmitirnos sus debilidades y flaquezas, de unos personajes de comportamientos absolutamente deleznables. Esa facultad de interesarnos por estos seres oscuros, pero que en su interior albergan sentimientos e incluso en ciertos momentos de lucidez -la incapacidad de Roldán para suicidarse, la lealtad de su esposa, los intentos de Paesa para volver con su mujer-. Para ello, Alberto Rodríguez contará con un extraordinario reparto, inmejorable, en el que no se sabe que destacar más, si la mezcla de amistad y picardía desplegada por un gran José Coronado, la entrega de un Carlos Santo al encarnar a Roldán, permitiéndonos superar el artificio inicial que se desprende su caracterización. Pero buena parte del grado de complicidad que establece esta espléndida película con el espectador, proviene sin duda del asombroso trabajo ofrecido por un descomunal y, sobre todo, contenido Eduard Fernández, capaz de seducir con sus miradas, su contención, con esa palabra siempre justa, esa capacidad para embaucar y adular, para no saber si dice la verdad o todo es un embuste o, en última instancia, intentar bucear en sus silencios, los recovecos de un alma compleja e incluso atormentada.

Dichos mimbres aparecerán ligados por medio de una perfecta adscripción de elementos y rasgos visuales, habituales en algunos de los mejores cineastas del momento y utilizados con una admirable presión, en la que cada breve secuencia, cualquier variación de escenario o incluso los en apariencia arbitrarios saltos en el tiempo, desprenden una coherencia única. Y en todo su discurrir, incluso en sus pasajes a primer vista festivos, más lindantes con la charada, se advierte una sorda mirada en torno a un pasado, a la que ayudará no poco la excelente iluminación de Álex Catalán, capaz de envolver de manera precisa las numerosas secuencias caracterizadas por sombras, y transmitiendo en su conjunto una mirada cruel -dentro de la configuración de un extraño pero real enredo- desarrollada en unos tiempos al mismo tiempo esperanzadores y convulsos para la vida española.

Calificación: 4

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