GRUPO 7 (2012, Alberto Rodríguez)
Recuerdo con moderado agrado 7 VÍRGENES (2005), la película que proporcionó al excelente Juan José Ballesta el precoz premio al mejor actor del Festival de San Sebastián. Su tono melancólico, la capacidad de descripción de personajes, y el acierto que mostraba a la hora de plasmar un mundo juvenil revestido de desesperanza, fueron motivos suficientes para resaltar a un cineasta que ya había descollado en títulos previos, y desde entonces ha sobrellevado una andadura profesional más o menos estable. Y aunque GRUPO 7 (2012) se aleja en el tiempo y en ciertos aspectos al señalado referente –que era el único de su realizador que había contemplado hasta el momento-, lo cierto es que mantiene no pocas semejanzas con 7 VÍRGENES, además de la anecdótica presencia de la cifra “7” en ambos títulos. Para empezar, nos encontramos con un argumento desarrollado en Sevilla, percibimos la semejanza en la sensibilidad de la descripción de sus personajes, al tiempo que no se olvida la capacidad de penetración del cineasta en barrios bajos o marginales de la ciudad.
Toda semejanza queda dispuesta en dichos parámetros, ya que GRUPO 7 centra su argumento en la actuación de un grupo de cuatro policías, encargados por sus superiores de limpiar a partir de 1987 de delincuencia el centro de la ciudad de Sevilla, con la vista puesta en la posterior celebración de la Exposición Universal de 1992. Así pues, la película se describe como la crónica de ese proceso, las oscilaciones entre los éxitos y fracasos de sus componentes, la frontera que ambos sobrepasan a la hora de ejecutar sus acciones sin tener en cuenta el respeto a la Ley, o las humillaciones y ataques que ellos mismos sufrirán por parte de los narcotraficantes a los que combaten. En suma, se ofrece un retrato que podría parangonar la película –aunque en un tono bastante menor y sin las complejidades propuestas en sus mejores obras-, a las crónicas dirigidas por Sidney Lumet en las décadas de los setenta y, sobre todo, los ochenta. Todo aquello que Lumet supo exponer con creciente maestría generalmente en el ámbito de la urbe neoyorquina, Rodriguez lo traslada con más modestia, ubicando su radio de acción en una Sevilla que es mostrada en sus zonas más degradadas –es curioso por ello que se hable por parte del superior de limpiar el centro de la misma de delincuencia-, sin olvidar el importante factor religioso inherente a sus habitantes, y poblando una galería de personajes caracterizados por su diversidad y un divergente grado de credibilidad. Destacará entre ellos el observador y reflexivo Rafa (el siempre excelente Antonio de la Torre), capaz en su mirada de mostrar su escepticismo ante ese lodazal en el que se ha introducido el grupo, en donde la imposibilidad de conciliar el respeto a la Ley, a su profesión, dentro del mundo contra el que luchan, se encuentra reflejado a la perfección. Menor entidad tienen el resto de compañeros, especialmente el insulso Mario Casas, incapaz de proporcionar a su rol de Ángel -¡A ver si aprendemos lecciones de vocalización!-, la necesaria hondura en su evolución como un agente limpio, hasta un ser envuelto en la peligrosa espiral en la que se ha visto rodeado.
Aunque esta afirmación pueda parecer un tanto fuera de tono, no puedo ocultar que esperaba más de GRUPO 7, debido sobre todo al buen recuerdo que tenía de 7 VÍRGENES –ligeramente superior- y, ante todo, la entusiasta acogida recibida por la crítica. No quiero con ello señalar que nos encontremos con un título desdeñable. Incluso resulta positivo apreciar como en cada vez mayor medida nuestro cine se encuentra inclinado hacia propuestas de género. Sin embargo, percibo una ausencia de verdadera hondura, quizá centrada en la no muy adecuada combinación de momentos intimistas –a mi juicio, los mejores de la película-, junto a otros más decantados al cine de acción –la persecución inicial, por otro lado impecablemente filmada-, que personalmente creo impiden que el relato adquiera la suficiente profundidad. Esa sensación de desaprovechamiento establecido entre los componentes del comando policial y ese superior que los utiliza como auténticas marionetas, galardonándolos cuando la ocasión se torna propicia, y poniéndolos en la picota cuando las denuncias de sus excesos empiezan a abundar. Será un aspecto que se dejará de lado, dentro de un metraje que se dividirá en espacios temporales según se acercan los años para la celebración de la Expo Sevilla 92, que dicho sea de paso apenas tienen repercusión en la evolución de sus protagonistas –otra de las debilidades del film-.
Como antes indicaba, y sin desdeñar que nos encontramos ante un título más que estimable, no dejo de reconocer que echo de menos una mayor incardinación de las diferentes vertientes que se insertan en el mismo, y me quedo ante todo en estos momentos relajados, más personales. En las miradas de Antonio de la Torre, en esos planos en los que vemos las imágenes de un Cristo, en el momento memorable de la visita al hospital, contemplando la tremenda paliza sufrida por una moribunda La Caoba (magnífica Estefanía de los Santos), en la tremenda ironía que se desprende de la imagen del rey inaugurando la exposición universal o, en definitiva, en esos planos finales desarrollados en la tasca donde los cuatro compañeros han desarrollado durante años sus citas, viviendo con mal disimulada nostalgia su disolución como grupo y en donde el espectador llega a sentir en carne propia la humanidad de todos ellos, pese a retener en su mente el hecho de haber traspasado con amplitud la frontera de lo permisible en sus cuestionables pero efectivas actuaciones. Esa incapacidad para articular el relato intimista con la acción pura y dura, y al mismo tiempo profundizar con la suficiente contundencia el elemento de denuncia de unos comportamientos tan deplorables como los ejecutados por los delincuentes a quienes han perseguido durante años –y que se vengarán de ellos, humillándolos en una de las secuencias más inesperadas del relato-, es la que a mi modo de ver impide que, con ser una propuesta digna de reconocimiento, GRUPO 7 no alcance esa hondura que, solo en algunos contados momentos, se llega a atisbar.
Calificación: 2’5
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