MAN ON THE RUN (1949, Lawrence Huntington)
Dentro de la extensa producción abordada por el cine británico al plantear las diversas consecuencias del final de la II Guerra Mundial, lo cierto es que recuerdo escasos exponentes que trataran sobre la consecuencia que dejaron esos miles de desertores ingleses, contabilizados durante la contienda. Víctimas cuya dolorosa situación contribuyó no solo a atormentar muchos antiguos combatientes, sino que incluso favoreció el florecimiento de un determinado flujo de delincuencia, por parte de una parte de este colectivo que veía en su práctica la única manera de poder alcanzar una mínima estabilidad económica. Entre mi acercamiento al cine de las islas, solo recuerdo una película que tratara en su argumento dicha cuestión, aunque lo hiciera desde parámetros completamente diferentes. Me refiero a la estupenda SILENT DUST (1949, Lance Comfort) en la que, sin embargo, dicha cuestión adquiría un rasgo más perverso.
Por el contrario, el universo de los desertores supondrá el punto de partida para esta sombría historia de soledades compartidas, que protagoniza la interesante MAN ON THE RUN (1949), con la que Lawrence Huntington -director y guionista- prolongaba su querencia por historias oscuras y desasosegadoras, en esta ocasión centrada en la figura de uno de dichos desertores, quien lleva una vida que oscila entre lo placido y lo gris. Se trata del antiguo sargento Peter Burden, que vive de manera solitaria en una pequeña población trabajando como camarero, bajo el nombre falso de Brown (un impecable Derek Farr). Un mal día, el destino permitirá que uno de sus antiguos compañeros -encarnado por Kenneth More- lo reconozca, reprochándole su comportamiento y sometiéndole a un pequeño chantaje, que Burden intuirá se iría prolongando en el tiempo. Harto de permanecer oculto huirá de aquel entorno cerrado, y viajando hasta un Londres que aún transpira el aroma de la posguerra, donde se refugiará en un degradado cuartucho que, semanas después, será incapaz de pagar. Por ello, se verá obligado a vender algunas de sus escasas pertenencias, entre las cuales se encuentra la pistola que utilizó en combate, con la mala fortuna que cuando va a ofrecerla a un comercio de compra-venta, vivirá un asalto al destartalado establecimiento por parte de dos atracadores, y siendo confundido con uno de ellos, en una huida que costará la vida a un agente. A partir de ese momento, todo se transformará en una pesadilla para el protagonista, quien intentará camuflar su aspecto afeitándose el bigote, pero en su estado de nervios vivirá un incidente en una taberna que le hará huir de la policía, cuyos agentes siguen el sendero de unas pistas que no llegan, pese a que el crimen contra el agente, ha calado en la opinión pública.
Será en el momento en que un cada vez más atormentado Peter se vea perseguido por la policía, en plena noche, cuando ese destino que hasta entonces le ha sido tan adverso, le brinde el encuentro y, muy pronto, la ayuda, de una aún joven viuda que lo acogerá en su casa. Ella es Jean Adams (Joan Hopkins) quien, no solo salvará al protagonista de una segura captura, sino que desde el primer momento iniciará una inmediata atracción hacia él, al tiempo que descubrirá de manera intuitiva su condición de desertor. Sin que ambos lo aprecien, y sorteando el riesgo que los atenaza -a él, acusado de un crimen, además de la irregular condición militar que sobrelleva; a ella, por encubrirlo- se irá consolidando algo más que una amistad, y ayudando activamente Jean al azorado Burden -desde tirar la pistola que este porta por el río, hasta llevárselo de viaje a casa de una amiga suya que se encuentra en la costa, donde ambos consolidarán lo que ya supone una esperanza de futuro-. En realidad, para el acusado, tan solo hay una opción para librarse de una pesadillesca persecución popular; encontrar a los auténticos autores del golpe. Para ello, tan solo contarán con una única pista; uno de los dos asaltantes tenía acento australiano y le faltaban dos dedos centrales en una mano.
Con estas premisas, Huntington urde una brillante mixtura de relato policial, propuesta romántica, y una mirada revestida de cierta desesperanza, en torno a esa sociedad inglesas de posguerra. No sabría señalar en cuál de dichas facetas MAN ON THE RUN funciona a mayor alcance, pero justo es reconocer que, si su conjunto no llega a alcanzar cuotas mayores, deviene fundamentalmente por una cierta inclinación de su guion hacia determinadas casualidades, algunas de las cuales aparecen demasiado pilladas por los pelos -por ejemplo, la manera con la que Jean se encontrará casualmente con el asaltante de los dedos amputados-. Sin embargo, sí que es justo reconocer que Huntington acierta al crear una pintura dominada por la desesperanza, no solo en la propia existencia de ese gran número de desertores -se llega a apuntar que existieron unos 20.000 tras la conclusión de la contienda mundial- si no en la manera con la que se describe esa forzada cotidianeidad de la vida inglesa, oscura, dominada por un sordo pesimismo -ese tugurio en el que Peter se hospeda tras su llegada a Londres-. Será algo en lo que el realizador apostará por medio de episodios, como el magnífico que plasmará la huida del protagonista descrito prácticamente sin diálogos y solo con sonido directo, en donde el espectador casi puede sentir ese pathos que parece adueñarse de su azarosa andadura. También la secuencia nocturna, en la que Jean tira al rio el arma de Peter, donde será interceptada por un agente. O ese otro pasaje inserto casi al final de la película, en que se mostrarán las circunstancias y planes ulteriores de esos dos asaltantes dispuestos a huir, tras ser casi acosados por una policía que, por cierto, aparece en la película caracterizada por una nada oculta antipatía -entre ellos ese joven agente deseoso de nuevos galones, encarnado por un jovencísimo Lawrence Harvey-.
En medio de un escenario tan desesperanzado, sin evitar incluso tras su valerosa acción final, que el protagonista tenga que sufrir una depuración militar, ante la cual será Jean la que lo esperará, planteando una esperanza de futuro para dos seres solitarios a los que unas circunstancias límite unieron de manera inesperada. Huntington no desaprovechará la ocasión para justificar la deserción del protagonista -el fallecimiento de la hermana y la madre de Peter- al tiempo que dejar entrever esa tendencia a la intolerancia de la población -la indignación generalizada por la muerte del agente-, en un contexto duro de posguerra. En cualquier caso, considero que lo más perdurable de MAN ON THE RUN reside en esa inusual historia de amor establecida entre Peter y Jean. Dos soledades compartidas en un tenso escenario, que se beneficiará de la lánguida intensidad ofrecida por una extraordinaria Joan Hopkins, una actriz de corta andadura en el cine inglés bajo cuya mirada, sus emociones contenidas, y su determinación, a la hora de creer y ayudar a este hombre en apuros que se ha cruzado en una vida aún joven, pero quizá destinada a una rutina indefinida, se encuentra lo mejor, lo más auténtico de la película. Es por ello, que esa secuencia en la playa entre ambos supondrá un estallido emocional en el fondo esperado por el espectador y, con probabilidad, el instante más emocionante de esta atractiva y olvidada producción.
Calificación: 3
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