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CINEMA DE PERRA GORDA

WANTED FOR MURDER (1946, Lawrence Huntington) Gritos en la noche

WANTED FOR MURDER (1946, Lawrence Huntington) Gritos en la noche

Basada en una obra teatral escrita por Percy Robinson y Terence de Marney, WANTED FOR MURDER (Gritos en la noche, 1946), nos pone en contacto con la figura del británico Lawrence Huntington –uno de tantos y tantos realizadores que conformaron el grueso del cine clásico británico, y de los que apenas se conocen sus producciones-. En sus características, aparece no solo como una apreciable muestra de cine de misterio, centrada en la figura de un asesino de mujeres, tan ligada al cine de las islas. Es, al mismo tiempo, una película que se articula dentro del ámbito de la inmediata posguerra bélica, y se caracteriza por la aportación que le pudiera brindar unas de las personalidades más singulares del cine de las islas; la de Emeric Pressburger. No sabríamos hasta que punto se plasma en la película el aporte de uno de los componentes de The Archers, ni al propio tiempo lo que la misma podría describir en la supuesta personalidad de Huntington, un hombre de cine del que apenas conocemos su cine. Más allá del hecho de no poder discernir este último enunciado, lo cierto es que WANTED FOR MURDER aparece como una propuesta atractiva pero desigual, que discurre por diversas vertientes, alcanzando aspectos valiosos en cada una de sus subtramas, pero sin lograr la necesaria cohesión en el conjunto de las mismas, e impidiendo por ello un alcance más decidido en sus logros.

De entrada, hay un elemento que sorprende tras contemplar los títulos de crédito –insertos tras la imagen de un cadáver que se vislumbra tras una masa vegetal-; percibir el dinamismo que asume el primer cuarto de hora del metraje, asumiendo que nos encontramos ante una adaptación teatral. Los primeros instantes describirán de forma casi paralela, el inesperado encuentro de la joven Anne Fielding (Dulcie Gray) con Jack Williams (Derek Farr). Este último ya se había fijado en la muchacha, cuando ejercía como conductor de autobús, acompañándola a una feria, en donde Annie acude con retraso para encontrarse con un amigo, al haberse producido un apagón en el metro. Antes hemos contemplado por la espalda la andanza de un hombre que desconocemos, que poco después descubriremos se trata de Víctor Colebrooke (Eric Portman). El airado encuentro entre ambos –Víctor es el amigo que Anne esperaba-, romperá el inesperado acercamiento que esta ha mantenido con Jack, adentrándonos en la figura de este hombre de mediana edad, atildado y de modales refinados, que la base argumental del relato nos mantiene aún en la duda, si es el responsable de los estrangulamientos que se anuncian por los vendedores de prensa en las calles. Sin embargo, si conoceremos el opresivo entorno familiar que rodea su vida diaria, donde se dirime por un lado un claro complejo de Edipo –la presencia de fotografías de madre e hijo son pertinentes a este respecto-, y por otro la huella de un padre que se presume padecía una huella familiar de locura. Muy pronto –ayudado por la enorme gama de matices que ofrece la magnifica performance de Portman-, descubriremos el extraño tormento personal que vive alguien de acomodada extracción social, del que sin embargo se dirime una extraña imposibilidad en su normal relación con las mujeres.

Será este uno de los elementos vectores del relato, teniendo notable importancia en el mismo, dos secuencias confesionales en las que Colebrooke y su madre –magnífica Barbara Everest-, describen dentro del interior de su vivienda, un aura opresiva, por otro lado bastante extendida dentro de los films de suspense psicológico habituales en el cine inglés. Sin embargo, el aspecto que limita en una medida notable el alcance de un relato en ocasiones intenso, aparece delimitado por la incorporación de esa trama detectivesca erigida por parte de los responsables de Scotland Yard, el inspector Conway (Roland Culver) y el sargento Sullivan (Stanley Holloway). Con estar dominado por un fino sentido de la ironía, al margen de estar magníficamente interpretada por ambos actores, lo cierto es la misma supone una ingerencia, por el apoyo en la racionalidad, y en una serie de cánones bastantes previsibles, ante una propuesta que en sus mejores momentos, adquiere personalidad propia. Así pues, dentro de ese recurso a lo convencional que limita, y no poco, el alcance de la película, se agradece el gusto por el detalle esgrimido por Huntington –la presencia de ese orondo camarero que interfiere y finalmente se erige como cómplice en esa cena que celebran Anne y Jack; el apunte humorístico, revelador por otra parte de las carencias entre la población inglesa de la época, en la que un anónimo comensal, se come el menú que había pedido Jack, cuando un agente le reclama inesperadamente-.

En cualquier caso, y pese a detectarse una cierta desconexión entre la plasmación del drama del asesino protagonista, la relación entre la joven pareja de amantes, y el desarrollo de las indagaciones policiales, hay instantes en los que WANTED FOR MURDER, se caracteriza en su conjunto por una acertada atmósfera en blanco y negro, que despliega su inestimable fuerza visual. Lo hará en el episodio del climax, desarrollado en Hyde Park, aunque quizá demasiado dependiente del recurso del montaje, para poder alternar ángulos paralelos en la operación de captura al asesino, intentando al mismo tiempo que este no asesine a Anne. Sin embargo, el gran fragmento, el pasaje que permitirá que el film de Huntington ocupe un pequeño lugar, dentro de los títulos de suspense rodados en Inglaterra en la década de los cuarenta, lo proporciona la descripción del paseo y cortejo nocturno de Víctor con la que será su futura víctima, escenificada dentro de un inesperado oscurecimiento de la luna, que permitirá, con un oportuno movimiento de cámara, el oportuno off narrativo, para describir el asesinato de la joven. Un fragmento de raíz expresionista, que bien podría haber sido tomado como referencia por el Charles Laughton en su célebre THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955), que contará con un angustioso aporte; la inesperada presencia de una pareja de jóvenes, ante la cual Colebrooke, simulará vivir una situación de cortejo amoroso ante su víctima, para disipar las sospechas de los recién llegados. El fragmento tendrá como colofón una retórica pero impactante visita de este al museo de cera de Madame Tusaud, donde se reencontrará con la figura de su antepasado -facultado por las autoridades del momento, para estrangular a seres condenados-, destrozando la figura tras mostrar su tormento interior. Más adelante, la película prolongará la situación vivida de tensión, al tener que sufrir Víctor la prueba de aparecer –en teoría por casualidad, aunque forzada por Conway, que ya intuye la sospecha de que se encuentra con el asesino-, como posible referente cara a ser identificado como tal, por parte de la pareja de testigos –en un pasaje, donde la intensidad y tensión de la planificación, unido a la labor de los actores, deviene totalmente adecuada-.

Calificación: 2’5

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