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CINEMA DE PERRA GORDA

THE FRANCHISE AFFAIR (1951, Lawrence Huntington)

THE FRANCHISE AFFAIR (1951, Lawrence Huntington)

De forma callada, de la mano de realizadores tan ignorados como necesitados de revisionismo, como es el caso de Wolf Rilla, Montgomery Tully o el gran Lance Comfort, lo cierto es que la gran especialización del cine inglés -el drama psicológico- sirvió como base a buena parte de la obra de estos realizadores, para articular miradas críticas en torno a la sociedad de su tiempo, vehiculando dicha vertiente discursiva en relatos dominados por su aura sombría, al tiempo que dotados de ese escepticismo e impavidez dramática, que fue otra de las señas de identidad del cine de las islas, independientemente del género donde se ubicara. Lawrence Huntington podría perfectamente insertarse en dicha nómina, sea por el desconocimiento de buena parte de su obra, por el notable nivel de lo que de ella conocemos, y también por la similitud en las elecciones genéricas abordadas junto a los realizadores antes señalados, pero que también fueron compartidas por otros de obra más justamente reconocida -Crichton, Hamer, Dearden…-. En este sentido, la sorprendente brillantez de THE FRANCHISE AFFAIR (1951), no supone más que otra muestra más de esa capacidad que albergó en la cinematografía inglesa, no solo para ofrecer una mirada crítica sobre su propia sociedad, sino hacerlo además desde un planteamiento insólito, inserto en el ámbito de una propuesta que en algunos momentos se acerca a intrigas detectivescas cercanas al universo cercano de Agatha Christie.

Adaptado de una novela de Josephine Tey, que se transformó en guion de la mano del propio realizador junto a Robert Hall, la película se inicia -como tantas otras de su tiempo- en plena acción, en un ambiente nocturno envuelto en una abundante lluvia. En medio del campo surgirá una muchacha -que pronto sabremos se trata de Betty Kane (Ann Stephens)- deambulando por una carretera y siendo recogida por un camión. La acción pasará al día siguiente, describiendo el entorno del abogado Robert Blair (un magnífico Michael Denison, que en numerosas ocasiones nos hace recordar al joven James Stewart). Se trata de un joven jurista de acomodada situación que sobrelleva un gabinete lleno de actividad, y en el que se encuentra quizá sobreprotegido por sus empleados más cercanos -esa secretaria, encargada de servirle su reiterado almuerzo diario-. Su plácida rutina se romperá al recibir una extraña llamada. Se trata de la joven Marion Sharpe (admirable Dulcie Gray, en una de las películas que coprotagonizó con Denison su propio esposo, y que en algunos momentos parece como un inesperado precedente de la aún por descubrir Audrey Hepburn). Intrigado por la urgencia de la llamada, el jurista acudirá a una mansión aislada de la población, denominada ‘The Franchise’ -atención al plano general con el que se determinará la importancia que va a tener en el desarrollo del relato-. Una vez allí se topará con la presencia de agentes de policía, y comprobando que tanto Marion como su madre, la anciana Mrs. Sharpe (maravillosa Marjorie Fielding), se encuentran acusadas por la muchacha que hemos contemplado en los instantes iniciales del relato. Obteniendo el permiso de madre e hija y la anuencia de Blair ya convertido en abogado, Betty testificará ante los acusados, describiendo con precisión los rincones de la casa, e incluso el lugar donde les acusa de haber sido secuestrada e incluso golpeada. La exactitud de su relato llegará a convencer a los agentes de policía presentes, aunque Marion y su progenitora -esta última con un agudo sentido de la ironía- nieguen con enorme serenidad la acusación. Dentro de una situación tan extraña -y, con ello, llena de atractivo tanto profesional como incluso personal- Robert se imbricará en una defensa en la que se aunará la curiosidad inicial, pero que pronto percibirá tendrá sus consecuencias en el cómodo entorno que hasta entonces ha venido desarrollando su existencia, hasta llegar a modificar esa pasividad que hasta entonces ha caracterizado su vida.

A grandes rasgos, THE FRANCHISE AFFAIR se articula en tres vertientes que se encuentran brillantemente entrelazadas. Por un lado, el seguimiento de la resolución de una intriga que busca intentar ante todo clarificar una acusación que muy pronto intuiremos no resulta creíble. Por otro, brindar una denuncia de considerable calado en torno a la tendencia al linchamiento colectivo, incluso en una sociedad tan aparentemente abierta y democrática como la británica. Finalmente, el film de Huntington articulará con notable sutileza la creciente relación que se irá estableciendo entre Blair y la joven Marion, en el que destacará la enorme madurez y serenidad esgrimida por alguien que en todo momento tendrá muy claro su mirada no solo ante lo sombrío del futuro judicial que le espera a ella y a su madre, pero que en todo momento reivindicará su inocencia con una naturalidad desarmante.

A partir de estas premisas, una vez más se articulará esa ya señalada norma dramática inherente a buena parte del cine de las islas, consistente en describir la situación más anómala con el máximo grado de desdramatización. El título que comentamos será un magnífico exponente de dicha tendencia, acertando al ir modulando su entraña dramática desde ese concepto de aparente imperturbabilidad. Será un trazado en el que no faltarán las miradas, los gestos, la ironía incluso -especialmente presente en las actitudes y los diálogos pronunciados-. E incluso nos permitirá contemplar como personajes hostiles en su inicio a proporcionar una mirada comprensiva hacia las dos acusadas, poco a poco irán mutando en ellas su inicial desconfianza. Es algo que se manifestará en el inspector de policía que ha estado cerca en todo momento, o incluso en la tía del abogado protagonista -Lin (Athene Seyler)-, que inicialmente solo recomendaba a su sobrino que se desentendiera del caso encomendado, consciente de los problemas que iba a generar, y que en última instancia intuirá la inocencia de ambas.

Lo cierto es que en el ámbito de la resolución de la intriga, la película irá avanzando a través de una serie de intuiciones -el instante en el que el letrado descubre la manera con la que se pudo descubrir el interior de la vieja mansión, o la presencia de ese avión que hará ver en Marion como reconocer el interior de la misma-, como si en realidad ello no fuera su principal objetivo dramático -de hecho, la vista que resolverá el caso aparece descrita de manera muy prosaica, y en ella se descubrirá el oscuro juego esgrimido por una joven amiga de la acusadora, que en el fondo se quería vengar al haber sido despedida por las dos implicadas--. Y es que la entraña de esta magnífica película se centra en la hondura manifestada a la hora de describir el fascismo cotidiano de un entorno en apariencia plácido y tolerante. Lo hará a través de pequeñas pinceladas que irán creciendo en intensidad y sentido de la amenaza -la primera llamada telefónica, la primera pedrada a uno de los cristales de la vieja mansión, la pintada en el exterior del muro que la delimita, hasta alcanzar el clímax del ataque de una serie de vecinos, que no dudarán en asaltar el jardín y destrozar los cristales de la vieja edificación a base de pedradas, incluyendo en ello la agresión a los empleados amigos de Michael que se encontraban allí y querían evitar el encontronazo. Será un episodio que alcanzará un enorme dramatismo, precisamente al estar plasmado con absoluta naturalidad, facilitando el crear una sensación de oscuro terror, en el que resaltará la enorme entereza y dignidad de las acusadas, que en todo momento se negarán a abandonar el recinto pese a las recomendaciones, no solo por estar convencidas de su inocencia, sino fundamentalmente por entender que, si lo hicieran, la integridad de la vivienda se encontraría en peligro.

Y antes lo señalaba. Una de las grandes cualidades emanadas en esta espléndida y desconocida película, reside en la modernidad y serenidad existente en la creciente cercanía y confianza entre el joven abogado y Marion -se notaba la química existente en los dos intérpretes en la vida real- que tendrá un admirable exponente en una secuencia en la que ambos se desplazan en coche, ya en la parte final del relato, en donde el abogado le pedirá que se case con ella, y la muchacha le analice de absoluta lucidez las circunstancias que le impedirían aceptar dicha proposición.

THE FRANCHISE AFFAIR concluye con la misma serenidad con la que ha discurrido, y la absolución de las dos imputadas. Y será poco después, cuando Lawrence Huntington proporcionará al relato su instante más memorable -de conmovedora fuerza dramática-, al describir en un picado subjetivo la desolación que sienten la madre adoptiva de Betty y su hijo -siempre enamorado de ella- solos y aislados, al asumir el vacío que queda ante ellos con el engaño sufrido que han defendido hasta el último momento. El momento tendrá su contraste con un leve contrapicado subjetivo en el que estos dos contemplan al abogado y también a Marion, quien les mirará con absoluta comprensión.

La película concluirá, en el fondo, con ese final feliz que la pareja protagonista deseaba en su interior, y aparece con la misma imperturbabilidad -en esta ocasión teñida de vitalismo- con la que se ha extendido el resto del metraje. Hay que reconocer que, en ocasiones como esta, la presencia de un Happy End aparece casi obligada, dentro de un drama psicológico tan contenido y punzante en sus formas, como brillante tanto en la justeza de su ejecución y la pertinencia de objetivos alcanzada. En definitiva, THE FRANCHISE AFFAIR se erige como otra de las muchas delicatessen que se encuentran semiocultas, dentro del inmenso baúl de tesoros del cine británico.

Calificación: 3’5

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