CAUSE FOR ALARM! (1951, Tay Garnett) [Motivo de alarma]
Dentro del devenir de la mixtura del melodrama con el relato de suspense, más allá del magisterio proporcionado por la atapa americana de Alfred Hitchcock, y probablemente a partir del éxito alcanzado con sus inolvidables producciones, se irá consolidando una determinada manera de entender el género, a través de relatos determinados por el protagonismo de personajes femeninos encarnados por grandes estrellas. De forma paralela, se perfilará una corriente que introdujo dichos argumentos dentro del ámbito de esa nueva sociedad del American Way of Life. Es decir, dentro de familias en apariencia ideales y espaciosos marcos de convivencias vecinal. Fruto de dicho contexto podríamos encontrar en primer término, con títulos como SUDDEN FEAR (1952, David Miller), al servicio de una espléndida Joan Crawford o el inmediatamente posterior JEOPARDY (Astucia de mujer, 1953. John Sturges), atractivo thriller con una magnífica Barbara Stanwyck. Si ampliamos el foco, detectamos una determinada especialización por parte del norteamericano Andrew L. Stone, o la presencia de títulos como RANSOM! (1956, Alex Segal). Es curioso señalarlo, pero fue sin duda la Metro Goldwyn Mayer el estudio que apostó de manera más directa por este tipo de dramas de suspense, caracterizados por su hábil estructura mecánica y, al mismo tiempo, su escasa capacidad transgresora. En el fondo, relatos destinados al sufrimiento de las mujeres americanas de la época, con las que pasaban un rato de efímera tensión antes de tomar la merienda. Y al mismo tiempo, todos ellos dignos precedentes de aquella célebre serie televisiva auspiciada por el ya citado Hitchcock.
CAUSE FOR ALARM! (1951, Tay Garnett) supone, por tanto, uno de los primeros exponentes de esta pequeña tendencia. Nos encontramos ante un relato minimalista, reducido a escasos escenarios, un reparto mínimo, una duración de menos de 80 minutos, y que parte de una premisa tramposa; un inicio a partir de un monólogo interior de la protagonista, que en ocasiones es traicionado con la incorporación del punto de vista de su esposo -y enemigo-. Asumamos, sin embargo, esa trucada premisa, y comencemos la película con la descripción -ligada a la voz en off de la propia protagonista- de la vida cotidiana de Ellen Jones (espléndida Loretta Young), esposa de un matrimonio acomodado y sin hijos, a quien vemos realizando las tareas del hogar, poco después conoceremos que prácticamente se encuentra el servicio de su marido -George (Barry Sullivan)- confinado en una habitación ubicada en el piso superior de la vivienda, ya que sufre una dolencia cardiaca. La película efectuará un único flashback, que nos remitirá el momento en que Ellen conoció a su esposo, dentro de una divertida secuencia de equívoco que se encuentra entre lo más logrado de su metraje. Con un preciso montaje, Garnett nos trasladará al rápido enamoramiento de la pareja sin dejar de constatar el desencanto producido en la persona que involuntariamente los hizo conocerse, y que siempre se ha encontrado secretamente enamorado de esta; el dr. Ranney Grahame (Bruce Cowling). Muy pronto el relato volverá al punto de partida, al comprobar el creciente recelo que el obsesivo esposo mantiene con su teoría de que Ellen y Graham son amantes y preparan su asesinato. Para ello planteará un increíble plan que llegará a abordar su propia muerte al enviar una carta a la fiscalía que revelaría el supuesto y ficticio plan. La alambicada premisa albergará un inesperado giro al encontrar Ellen la ira de su marido, y muriendo este de una alteración cardíaca cuando se encontraba a punto de matar a su esposa. Sin embargo, la misiva ya ha salido con rumbo a su destino, provocando en Ellen un creciente pánico, e iniciando una casi psicótica deriva en el intento de rescatar el sobre por todos los medios.
Lo señalaba anteriormente. CAUSE FOR ALARM! es una película que se agota en sí misma. Es más, resulta poco atractiva en la plasmación del tóxico vértice masculino, pese a la habitual eficacia de la labor del veterano Barry Sullivan. Todo su engranaje dramático se plantea como un juguete de suspense al servicio del protagonismo de la Young, quien acierta a ofrecer los matices de un rol dominado por una vida acomodada. La presencia del relato en off ofrece un oportuno contrapunto, y la cámara de Garnett brinda el adecuado seguimiento tras la cámara, percibiéndose de manera especial en la brillante utilización del espacio escénico que se produce en su primera mitad. El recorrido a las estancias y habitaciones de la vivienda familiar, con especial mención a esa escalera que se erigirá como una de las protagonistas, unido a esa mirada descriptiva en torno a la cotidianeidad de la protagonista, son elementos suficientes para dotar de interés una primera parte centrada en el desarrollo de una cotidianeidad, que se verá violentada con la inesperada muerte de George. La presencia de personajes episódicos como ese cartero quejoso y parlanchín, o ese impertinente niño, hijo de unos nuevos vecinos, ejercen como complementos necesarios en la medida que tendrán una decidida importancia en esa segunda mitad, hacia la que se encuentra abocado todo su metraje previo.
Y justo es reconocer que es a partir de ese momento, cuando el film de Garnett adquiere su decidida temperatura, desde el momento que plasma de manera muy precisa como se le hunde -literalmente- el mundo a su protagonista. A partir de ese momento, la falsa cotidianeidad que ha rodeado a Ellen se vendrá abajo. Y es cuando el uso de la voz en off devendrá más pertinente, ayudando a mostrar la amenaza en todo lo que hasta ese momento aparecía como cotidiano. Esa ascendencia casi a un universo del cine de terror, de entrada, convertirá en exterior la película, con la desesperada búsqueda de la carta que el marido ha enviado antes de morir, y que la incriminaría de un crimen que no ha cometido, así como también a Ranney. Garnett acierta plenamente al describir la casi angustiosa tribulación de la protagonista, en primer lugar, persiguiendo al cartero, luego luchando con creciente nerviosismo para que le devuelva la carta, llegando a apelar al departamento de correos, en donde incrementará su tribulación, y más tarde fingiendo ante la tía de su esposo para quitársela de encima… Todo un auténtico calvario que llegará a transmitirse al espectador, ayudado por un brillante montaje y una adecuada banda sonora de André Previn. Lo cierto es que el relativo logro de la película reside en su pertinencia al plasmar esa escalada en la angustia de la protagonista, inserta además en un contexto dominado por esa misma cotidianeidad y comodidad en la que la película se inició. No busquemos en ello una mirada personal en torno a la soledad o la incomunicación del ciudadano -aunque por un momento, uno crea asistir a un cierto precedente de la normalidad cotidiana que definiría los primeros minutos de la inolvidable THE INCREDIBLE SHRINKING MAN (El increíble hombre menguante, 1957. Jack Arnold)-. Es por ello que, de manera inesperada, quizá su momento más valioso lo ofrezca una breve secuencia inserta casi como oasis dentro de la cúpula de situaciones casi irrespirables para la protagonista. Será esa vecina incorporada a la comunidad hace escaso tiempo, que ha contemplado los nerviosos movimientos de la protagonista, y que en un momento dado se dirigirá a ella, no para preguntarle que le pasa, sino fundamentalmente para brindarle su intento de amistad.
No será este el sentir general de una película hábil e incluso desasosegadora en su fase final, pero que en el último momento revela, de manera casi sorpresiva, que todo ha supuesto un juego para el espectador.
Calificación: 2’5
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