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CINEMA DE PERRA GORDA

BULLDOG JACK (1935, Walter Forde)

BULLDOG JACK (1935, Walter Forde)

No deja de resultar estimulante encontrarse de vez en cuanto con películas tan pequeñas como finalmente agradables, y que pese a su decidida ausencia de pretensiones, demuestran conservar su encanto más de siete décadas después de su realización. BULLDOG JACK (1935, Walter Forde) es uno de dichos ejemplos, realizado por un desconocido director inglés, al parecer dedicado en buena parte de su trayectoria a títulos de misterio como el que nos ocupa, en esta ocasión combinado en buena medida por un importante aporte de comedia. Una tendencia –la de la comedia de misterio-, bastante frecuente en el cine británico, y que ya el propio Alfred Hitchcock utilizó en su estupenda NUMBER SEVENTEEN (El número 17, 1932), aunque no fuera hasta THE LADY VANISHES (Alarma en el expreso, 1939), cuando puede decirse que sentara cátedra en un subgénero que tantos exponentes memorables ha ofrecido al cine a lo largo del tiempo. En esta ocasión no resulta nada gratuita la referencia paralela a uno de los últimos títulos de la etapa inglesa de Hitchcock y el que protagoniza estas líneas, puesto que a ambos le une la presencia como guionista del hoy poco menos que olvidado Sidney Gilliat. Productor, guionista e incluso realizador, sin duda encontramos en su figura uno más de tantos y tantos referentes legados por el cine británico, menospreciados por la sempiterna fama “académica” de su trayectoria. Sin duda, resulta hoy día más rentable hablar de nombres de “moda” –y que cada uno incluya ahí la lista que estime oportuno-, que intentar recuperar y valorar la aportación de nombres como Gilliat, que tantos y tan buenas muestras de ingenio nos brindó en su larga andadura.

 

En esta ocasión –un producto de la Gaumount inglesa-, y dentro de un metraje que apenas supera los setenta minutos, se nos ofrece la inesperada andadura del torpe, divertido y pedante Jack Pennington (un algo cargante Jack Hulbert), que de forma casual y tras haber sufrido un accidente provocado que buscaba atentar con su vida, se ve inducido a suplantar la personalidad del detective Bulldog Drummond. Lo que inicialmente parece un juego fácil, e incluso le va a permitir conocer a Ann Manders (Fay Wray), muy pronto se convertirá en una aventura muy peligrosa, que incluso llevará a contactar con la banda que dirige el malvado Morelle (una divertida composición de Ralph Richardson). Los bandidos, expertos en la falsificación de joyas, tienen su centro de operaciones en una abandonada estación de metro londinense, y centran todos sus esfuerzos en completar la falsificación de las alhajas que porta una escultura de gran tamaño ubicada en el Museo Británico.

 

Como se puede comprobar, la descripción argumental del film en buena medida nos lleva a ambientarnos a un entorno muy cercano del serial. Guaridas ubicadas en lugares subterráneos, pasadizos a los que se accede por medio de secretos mecanismos, conexiones que nos llevan de túneles ferroviarios a tumbas en un museo… toda una amplia iconografía que es planteada a la pantalla con notable ligereza y pertinencia, y que es combinada con reiterados toques de comedia, en ocasiones francamente divertidos –la constante rivalidad del falso Drummond y su compañero de andanzas, en todo momento provisto de su sombrero de copa; la lucha con boomerangs que se describe en el Museo Británico; los momentos llenos de ritmo que se establecen en las escaleras de salida de la madriguera de Morelle; el momento espléndido en el que Pennington cae dentro del andén del metro, y la cámara describe a una panorámica ascendente que finaliza en un anuncio de una compañía de seguros-. Lo cierto es que pese a cierto esquematismo, BULLDOG JACK se conserva muy bien, tiene dosificados sus elementos de comedia y misterio, e incluso muestra una utilización dinámica del lenguaje cinematográfico, con la presencia de cortinillas, un montaje bien elaborado y una excelente utilización y aprovechamiento de escenarios más o menos siniestros consustanciales a este tipo de films –los interiores nocturnos de la abandonada estación de metro, la sala del Museo Británico-, que permiten que ese previsible apelmazamiento quede en un lugar bastante discreto. Pese a este buen sabor de boca manifestado –quizá excesivamente matizado en la medida de las escasas expectativas que despertaba la película a priori-, cierto es que la vertiente de comedia podría haber alcanzado un grado más estimulante, y en cierta medida se ve mitigada por el escaso atractivo de su actor protagonista. De todos modos, son pequeños matices que no impiden el disfrute de un título tan modesto como perdurable en sus atractivos, y francamente agradable.

 

Calificación: 2’5

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