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CINEMA DE PERRA GORDA

ROPE OF SAND (1949, William Dieterle) Soga de arena

ROPE OF SAND (1949, William Dieterle) Soga de arena

Al igual que pocos años antes lo manifestaran títulos como FIVE GRAVES TO CAIRO (Cinco tumbas a El Cairo, 1943. Billy Wilder), ROPE OF SAND (Soga de arena, 1949. William Dieterle) es una extraña, en ocasiones atractiva -en otras insuficiente-, mezcla de géneros y temáticas, orquestadas bajo el amparo de Hal W. Wallis en la Paramount. Una productora –la Paramount-, un responsable –Wallis- y una reiterada joven estrella –Burt Lancaster-, que establecieron una serie de títulos, en líneas generales escorados a la vertiente policiaca y del thriller, aunque en su planteamiento exterior revista los ecos del cine de aventuras exóticas, y la disposición de sus personajes y, sobre todo, su cast, nos remita una vez más al eco de la mítica CASABLANCA (1942, Michael Curtiz) –no lo olvidemos, producida por el propio Wallis en el seno de la Warner  Bros-.

 

La acción se desarrolla en un indeterminado país africano, en cuyo desierto se encuentra la explotación de unas importantes minas de diamantes. Hasta allí regresará el joven aventurero Mike Davis (Burt Lancaster), quien un par de años atrás viviera una azarosa aventura tras lograr robar junto a un compañero un buen lote de diamantes, que dejó enterrados en medio de aquel agreste paisaje. Su llegada al puerto de la localidad, mostrará desde le primer momento su enemistad con el jefe de policía Paul Vogel (un espléndido Paul Henreid), una acritud que se extiende hacia este por parte del veterano, irónico y sutil Arthur Martingale (Claude Rains), propietario de las minas, que desde el primer momento ha demostrado su antipatía hacia Vogel al evitar con su oposición que este pueda obtener un distrito bajo su autoridad. Resulta evidente que la llegada de Davis alertará a todos ellos en la posibilidad de recuperar aquellos desaparecidos brillantes, para lo cual Martingale introducirá el cebo de una joven y bella cantante de cabaret, a la que convertirá en Suzanne Renaud (Corinne Calvet), una hipotética hija de inversores. Poco a poco Davis irá acercándose hacia la muchacha, mientras que este irá alimentando su interés en recuperar dichos diamantes, aunque inicialmente solo había regresado para recuperar una licencia que se le apropió. A partir de esa comunión de intereses, la tensión se agudizará entre los principales caracteres de la función, exteriorizándose incluso hasta el paroxismo físico el enfrentamiento existente especialmente entre Vogel y Davis, al cual finalmente se agregará Martingale con tácticas sutiles pero de gran efectividad.

 

Antes hablaba de esa sensación de mixtura que destila el conjunto de este pequeño y atractivo relato. Una mixtura que bajo mi punto de vista tiene su flanco menos atractivo en ese afán de evocar el eco de la mencionada CASABLANCA, a un nivel muy por debajo del interés planteado por el film de Curtiz –que por cierto sí logró retardadas imitaciones de mayor alcance, como la estupenda THE MASK OF DIMITRIOS (1943, Jean Negulesco)-. En esta ocasión, considero que la oposición de personajes no reviste un especial interés –especialmente palpable resulta en el menguado protagonismo marcado por el encarnado por Peter Lorre, o la escasa credibilidad con la que se introduce en el interpretado por Corinne Calvet. Por el contrario, ROPE OF… eleva su atractivo en todas aquellas secuencias desarrolladas en el desierto, que van desde los atractivos travellings descritos en la secuencia inicial, que nos muestran el exterior de las minas de extracción de diamantes, dominados por las arenas del desierto, y describiendo la persecución de un obrero de la mina que ha escapado con varios de estos brillantes. Dentro de esta misma línea, que duda cabe que el flash-back relatado por Davis a Suzanne deviene en una notable fuerza dramática, como lo manifiesta el tenso episodio en el que el personaje encarnado por Burt Lancaster viaja con un jeep policial a la búsqueda de los preciados minerales, teniendo como obligado rehén a Vogel. En un momento determinado abandona a este en las arenas del desierto en plena noche, con la única iluminación de los faros del vehículo. Un fragmento admirable, tenso y físico –sin duda, el mejor de la película-, en el que en apenas segundos de distancia, la víctima se intentará convertir en verdugo, dentro de una pelea de inusitada fuerza.

 

Junto a estos episodios, es fácil constatar la potenciación que Dieterle desarrolla de la escenografía de interiores –la mansión de Vogel, dominada por la presencia de bellos objetos artísticos, que definirá a un esteta de tendencias sádicas-, acentuando el uso de las sombras sobre los rostros de los actores –rasgo por otra parte habitual en las producciones de Wallis para Paramount-. Paralelamente, incorpora una atmósfera de cine negro, en la que resaltará la adecuada descripción del enfrentamiento existente entre el sutil Martingale –en los primeros planos del film, comprobaremos como ha sido él quien ha vetado el ascenso del oficial- y el violento, torpe, y recónditamente sensible Vogel. Sin embargo, esta acertada descripción de personajes, no tiene su justa correspondencia con la blandura y escasa entidad ofrecida al encarnado por un Burt Lancaster, que de alguna manera reitera ese retrato de joven íntegro, que representaría en otros títulos de aquella época, como los previos DESERT FURY (1947, Lewis Allen) o I WALK ALONE (Al volver a la vida, 1948. Byron Haskin). Con ellos comparte esa eficacia, ocasional intensidad y limitado alcance, que de nuevo reiteraremos en esta película de Dieterle que, como las citadas, comparte una atmósfera noir dominada por una verdadera ausencia de esa turbiedad consustancial a los mejores títulos del género, y que además, concluye de manera demasiado acomodaticia, renunciando con ello a los tintes virulentos previamente alcanzados.

 

Calificación: 2’5

2 comentarios

Alfredo Alonso (cineyarte) -

Soga de arena es un filme epidérmico, en el que los personajes responden a poses creadas ex ante (mero calculo comercial) antes que a verdaderas motivaciones fruto de una óptimo trabajo de elaboración dramática (amor de la meretriz protagonista hacia Lancaster, apariciones de Lorre, odio irracional de Vogel, actitud artificialmente estoica de su jefe...).

A pesar de sus virtudes (fotografía de Charles Lang) y del interés ofrecido por su deficiente pero atractiva mezcolanza de géneros e intenciones, finalmente predomina una cierta sensación de monotonía a todos los niveles.

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