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CINEMA DE PERRA GORDA

THE BRIDE CAME C. O. D. (1941, William Keighley)

THE BRIDE CAME C. O. D. (1941, William Keighley)

Sería interesante poder indagar en los condicionantes sobre los que se establecieron los parámetros de la comedia norteamericana, una vez esta traspasó el umbral de la década de los cuarenta, dejando atrás el fértil periodo screewall, y bastantes años antes d la renovación que el género acometería a partir de mediados de la década siguiente. Fue este un largo puente en el que se establecieron productoras como la Paramount, directores como Preston Sturges –emergente en este periodo-, Mitchell Leisen –menos reconocido- o Howard Hawks –que dejaría su impronta tanto en el decenio precedente como, de manera más esporádica, en el posterior, y aún en plenos años sesenta-. Pero es que más allá de evocar nombres significativos –habría que sumar a ellos tanto Leo McCarey como George Cukor o Frank Capra-, lo cierto es que resultaría revelador seguir la pista de un modelo de comedia que unía sus raíces a referente teatrales, ecos tardíos screewall, y unas maneras que podrían quedar como plenamente representativas de aquellos años. Esta misma reflexión la formulaba ante mi cercano visionado de THE MAN WHO CAME TO DINNER (1942), que probablemente fue la consecuencia directa de la previa inmersión de William Keighley en el terreno de la comedia, por medio de la insólita THE BRIDE CAME C. O. D. (1941) –al igual que aquella, jamás estrenada comercialmente en nuestro país-, ambas auspiciadas dentro de la Warner Bros. Personalmente, me quedo con la por momentos alocada adaptación teatral ofrecida por los propios Julius y Philip J. Epstein –también responsables del guión del título que comentamos, aunque en esta ocasión no procediera de un referente literario o escénico propio- que supuso el primero de los títulos citados, aunque bien es cierto que esta inclinación temporal del correcto pero nunca especialmente inspirado artesano que fue Keighley, brindó pocos años después una comedia tan olvidable como HONEYMOON (1947).

 

En todo caso, no se puede negar que, aún prefiriendo uno u otro título, nos encontramos con dos comedias más o menos insólitas, atípicas, en las que al menos se intentan abrir nuevos senderos dentro del género, marcando una línea de evolución, como la que el mismo Frank Capra ofreció muy poco tiempo después con ARSENIC AND OLD LACE (Arsénico por compasión, 1944). En esta ocasión, el material de base proviene de los prestigiosos Julius y Philip J. Epstein, brindando un juguete cómico que destaca por un planteamiento más o menos reconocible, aunque desarrollado bajo insólitos parámetros. La acción se inicia con el anuncio de la boda de un conocido director  de música ligera -Allen Brice (Jack Carlson)- con la heredera de un adinerado empresario petrolífero de rasgos bastante pueblerinos –Joan Winfield (Bette Davis)-. Ambos van a viajar en avioneta hasta Los Angeles pese a la oposición del padre de esta -Lucius (Eugene Pallette)-, cuestión de la que se entera casualmente el avispado Steve Collins (James Cagney). Acuciado por unas deudas que no puede acometer, relativas precisamente al vehículo aéreo que maneja, decide acordar con el padre de la muchacha el establecimiento de un insólito secuestro que trasladara a Joan a una lejana ciudad, pero eso si, soltera. De tal modo, inicia el vuelo tripulado únicamente por Collins y Joan, habiendo logrado con una estrategia dejar en tierra al estulto Brice. Sin embargo, lo que se vislumbraba como un vuelo de trámite, finalmente llevará a los dos tripulantes a un aterrizaje forzoso y nocturno en el desierto, insertándose a la mañana siguiente en una ciudad rural totalmente en ruinas, en la que prácticamente solo reside el veterano Pop (el siempre maravilloso Harry Davenport), completamente aislado de todos. Será en dicho desértico entorno donde se desarrolle el resto de peripecias del film, mientras por parte de los investigadores que han ido en busca de Steve –al objeto de que responda a sus deudas-, el padre de Joan, el pretendiente de este, acompañado por el periodista radiofónico encargado de divulgar a toda costa el enlace, provoquen de manera inesperada, un soplo de efímera vitalidad a un poblado absolutamente fantasmagórico. Con ello se alcanzará un paroxismo humorístico -preciso es reconocerlo- no siempre plenamente logrado, aunque en todo momento la función mantenga unas ciertas cotas de interés.

 

Es probable, en este sentido, que THE BRIDE… -que ofrece un espléndido leiv motiv de comedia como tema musical, evocando los tintes nupciales de la función, a cargo de un insospechado Max Steiner- sacrifique no pocos de los rasgos de su eficacia, en su desmedida inclinación hacia una búsqueda a toda costa de sorpresas, cambios de escenario, y giros en apariencia insospechados. Y es que, en este caso, sinceramente prefiero aquellos momentos en los que Keighley inclina su película en su vertiente decididamente slapstick que otros en los que la película apuesta por sus lejanos ecos screewall. Puede ser que todo ello obedezca a una visión absolutamente subjetiva –en realidad, cualquier apreciación personal estará teñida de esa subjetividad-, pero encuentro que las secuencias, momentos y situaciones que se centran en establecer la contraposición y progresiva oposición entre los caracteres que encarnan James Cagney y Bette Davis, no alcanzan casi nunca el debido feeling, quizá por que el realizador no alcanza la receta más certera en este sentido, y en parte quizá también por que no encuentro a Cagney demasiado adecuado en su rol –en su lugar, la Davis demuestra una notable versatilidad, al tiempo que ofrece registros mucho más mesurados que en sus habituales melodramas de aquellos años, en donde se adivina una proyección de su propio estudio a la hora de favorecer esta maleabilidad interpretativa-. Sin embargo, hay que reconocer que en la vertiente puramente cómica, la película ofrece no pocos motivos de regocijo, empezando por el impagable, accidentado y reiterado encuentro de Joan con los cactus del desierto, las luchas del tirachinas de Collins con la propia Joan, cuando esta intenta llamar la atención de una patrulla aérea, el momento en que se encuentran aislados en el viejo poblado californiano, la propia presentación de dicha fantasmal localidad, de la que inicialmente se extrae un buen planteamiento humorístico –prácticamente sus paredes se caen con solo tocarlas-, a lo que cabría añadir la ingeniosa y reiterada presencia de la conocida balada My Darling Clementine.

 

En cualquier caso, con toda su eficacia como comedia más o menos alocada en su apuesta splastick, aunque quizá menos efectiva cuando se detiene en las relaciones de su pareja protagonista, lo cierto es que BRIDE… desaprovecha la oportunidad de insertar en su planteamiento, un elemento crítico inherente en las grandes propuestas del género –tal y como en aquel entonces quedaba representado en la obra de Preston Sturges. Eso sí, como una pequeña puntualización, creo que pocos habrán advertido como la secuencia desarrollada en el aeropuerto y el inicio de los vuelos, e incluso la fisonomía cómica de los pilotos, fueron un claro referente que utilizó un par de décadas después el Stanley Kramer en IT’S A MAD, MAD, MAD, MAD WORLD (El mundo está loco, loco, loco, loco. 1963. Stanley Kramer) –recordando con ello una situación similar entre Buddy Hacket y Jonathan Winters

 

Calificación: 2’5

1 comentario

jordan 12 -

Every single mountain has a peak. Each valley has its low level. Everyday life has its ups and downs, its peaks and its valleys.No one particular is up all of the time,nor are they down every one of the time. Issues do finish. They are all resolved in time.