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CINEMA DE PERRA GORDA

THE HOUSE OF THE SEVEN GABLES (1940. Joe May) Siete torres

THE HOUSE OF THE SEVEN GABLES (1940. Joe May) Siete torres

Aunque es bastante poco lo que he podido contemplar de su obra, desde hace bastante tiempo vengo sosteniendo la intuición –que puede que me falle-, que una retrospectiva más o menos completa de la filmografía del alemán Joe May (1880 – 1954) nos adentraría en el redescubrimiento de un cineasta de primera fila. No creo que alguien que fue una primera figura en el contexto del cine alemán de la UFA –compartiendo honores con el mismísimo Fritz Lang- debiera ser un cineasta desprovisto de talento. ASPHALT (Asafalto, 1929) es un título excelente, y lo que he podido contemplar de su adaptación de DAS INDISCHE GRABMAL (La tumba india, 1921), sin llegar a la altura del remake filmado –una vez más- por Lang a finales de la década de los cincuenta, se vislumbra como un título de notable interés. Desconozco las causas que motivaron su llegada a Hollywood tras emigrar de Alemania, engrosando la plantilla de realizadores de la Universal. En el seno de dicho estudio, estuvo confinado a producciones de serie B ligadas al cine fantástico o de misterio, de la cual THE INVISIBLE MAN RETURNS (El hombre invisible vuelve, 1940) resulta un título revelador de las posibilidades y limitaciones de May en este contexto de producción. Lo cierto es que su resultado se elevaba del progresivo desgaste que el estudio demostraba en su degradada explotación de los mitos del terror, que tanto éxito le proporcionaron en años precedentes, pero al mismo tiempo encorsetándose dentro de unos condicionamientos que impedían que aflorara el talento de un realizador capacitado para empresas mayores.

 

Es algo que quizá se puede manifestar en THE HOUSE OF THE SEVEN GABLES (Siete torres, 1940), que May rodó a continuación de la mencionada secuela de la célebre obra de H. G. Wells. En esta ocasión sin embargo, la propuesta se centró en un relato folletinesco desarrollado en New England de la primera mitad del siglo XIX, describiendo sus imágenes un relato en el que se imbrican elementos de cierta ascendencia gótica, alternando en su discurrir una descripción de vida provinciana, apostando con ello a la señalada tendencia mostrada por la literatura de Nathaniel Hathworne, de cuya novela se extrae el argumento del film. Dentro de dicha combinación de elementos, puede que cueste un poco para que THE HOUSE… prenda finalmente en la mirada del espectador y que incluso revele irregularidades y desequilibrios. Sin embargo, ello no me impide reconocer que nos encontramos finalmente ante un relato finalmente delicioso, que logra compensar esas deficiencias en base a una sencillez y una simplicidad –en bastantes momentos evocadoras del cine mudo-, que a partir de un momento determinado serán los principales aliados para que esta pequeña película revele las armas de su eficacia.

 

Durante más de un siglo, la rivalidad entre las dos familias tuvo como dramática prolongación la maldición lanzada por los segundos hacia sus competidores. Una diatriba de muerte que –sorprendentemente-, se ha venido cumpliendo de manera inexplicable, mientras los diversos descendientes de la familia Pyncheon se sucedían en la mansión denominada Seven gables. Será en 1828 cuando en el seno de dicho clan familiar se exprese el enfrentamiento de dos hermanos; el avieso Jaffrey (George Sanders) y el idealista Clifford (un juvenil Vincent Price). Esta circunstancia se verá acrecentada dramáticamente con la inesperada muerte del patriarca de la familia, hecho que este que Jaffrey aprovechará para lograr acusar a su hermano de la misma y, con ello, lograr apoderarse de la vieja mansión, intentando con ello proseguir en la deseada búsqueda de unos tesoros y documentos que la leyenda señala se esconden en algún rincón de la misma. Clifford será condenado a cadena perpetua en una vista de vergonzosa parcialidad, aunque su hermano finalmente no pueda alcanzar la propiedad de la mansión, ya que su padre la había otorgado en testamento a la joven Hepzibah (Margaret Lindsay). Esta, prima y ligada sentimentalmente al condenado, se encerrará literalmente en la vieja edificación, aislándose y amargando su carácter con la secreta esperanza de reencontrarse con su amado –pese a estar condenado a cadena perpetua-. Los años pasarán y la decadencia se asentará sobre Seven gables, mientras Clifford cumple años y más años de condena, aunque un día se propicie un encuentro en su celda con el joven Matthew Male (Dick Foran), heredero de la familia que tantos años atrás maldijo a los Pyncheon. El destino traerá a la arisca Hepzibah a su joven prima Phoebe (Nan Grey), quien le ayudará a sobrellevar una tienda que tiene que abrir en un frontal de la mansión, al objeto de poder alcanzar recursos para sobrevivir. Será a partir del encuentro del condenado con Matthew, este se instalará como alquilado en Seven gables, sin que ninguna de las dos mujeres que se encuentran en la misma sospechen de su contacto con Clifford. Todo ello llevará a numerosas incidencias de alcance folletinesco que concluirá con la llegada de la libertad para Clifford, pero que al mismo tiempo nos muestran el periodo de liberación de la esclavitud. En cualquier caso, la llegada del hasta entonces condenado a Seven gables no podrá evitar que su desalmado hermano –establecido como juez-, intente por todos los medios declarar a este induciendo que parece trastornos psíquicos.

 

Estamos, que duda cabe, dentro de un producto adecuadamente ambientado, y en el que sorprendentemente, aquellos elementos que insertan su resultado dentro de los parámetros de la serie B, se dirimen finalmente como positivos de cara a la necesaria homogeneización de su conjunto. May logra introducir al espectador desde el primer momento a partir de su ligereza con la cámara, llevándonos desde la maldición familiar que gravitará en todo momento en la película –y que de forma sorprendentes se mantendrá vigente hasta el último momento-, dentro de un conjunto quizá dominado por cierta ingenuidad, pero en el que tanto el realizador como el propio conjunto de su equipo técnico y artístico se insertan con pertinencia. El realizador alemán logra ofrecer no solo homogeneidad en sus secuencias, sino incluso la película dentro de ese cine novelesco que en Hollywood tuvo exponentes ilustres en las películas de Rowland W. Lee o en ejemplos concretos como A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935. Jack Conway).

 

En esta ocasión nos encontramos con una historia que se desarrolla manejando elipsis que hacen avanzar dos décadas -se centra en el periodo que Clifford se encuentra encarcelado-, mostrando en su desarrollo una adecuada progresión, e insertando en todo momento elementos visuales y narrativos dignos de interés. Detalles como la caída de la cubierta de un baúl, que alerta a Clifford de la secreta búsqueda de su hermano de viejos documentos, las rápidas panorámicas que servirán para plasmar el carácter fariseo de la población al comentar el tema de la venta de la mansión –un poco sucedía con la metáfora de las gallinas en la langiana FURY (Furia, 1936)-, la inserción de primeros planos de cartas que servirán para situar temporalmente la acción, la sobreimpresión de planos que nos mostrarán la decadencia de Seven gables en el periodo en el que Hepzibah se encierra en la misma, representados en esos ventanales progresivamente envejecidos, la fuerza vibrante que tiene la secuencia del juicio, acrecentada por la progresiva indignación de su acusado –espléndido Price-.

 

Sin embargo, nada hay más hermoso en esta película que el episodio que describe el retorno de Clifford a su mansión familiar, con el deseo de su siempre fiel y amada Hepzibah de intentar que este regreso aparezca como la simple llegada de un viaje. La temperatura emocional que se vive a la llegada de este a la mansión, sus miradas, la situación paralela de la propietaria encerrada en su habitación intentando sentir sin verlo la emoción del momento, y buscando vestirse con la prensa que a él tanto le gustaba. La apreciación de los dos del tiempo irremisiblemente perdido al comprobar como las ropas de ambos se encuentran podridas. La modulación, el montaje, la capacidad evocativa y la melancolía del momento alcanzan una sensación de veracidad, que llegará a un alcance casi conmovedor con el reencuentro entre ambos, en un instante donde la interpretación de los dos actores llega a ser memorable. Unos instantes de la máxima pureza melodramática, que tendrán su continuidad con el escarceo amoroso de Matthew a Phoebe, siendo contemplado por los veteranos amantes cuando ambos realizan su primer paseo de reencuentro por el jardín.

 

Calificación: 3

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