Blogia
CINEMA DE PERRA GORDA

LA BAIE DES ANGES (1963, Jacques Demy) La bahía de los ángeles

LA BAIE DES ANGES (1963, Jacques Demy) La bahía de los ángeles

Conforme el paso del tiempo me ha permitido acercarme a la filmografía del francés Jacques Demy –una andadura quizá no demasiado extensa en títulos, aunque sí en intensidad y capacidad para ofrecer sentimientos y emociones-, no voy a negar que se ha incentivado en mí la curiosidad de conocer al que me está pareciendo una de las personalidades más atractivas y menos valoradas de la Nouvelle Vague francesa. Esa capacidad de generar emociones, su manera de plasmar en la pantalla las relaciones amorosas,  sus cualidades evocadoras de sentimientos o su musicalidad, son elementos que poco a poco me han llevado a considerarlo un referente de valía, sobre todo a partir de las tremenda conmoción que me produjo la contemplación de su célebre LES PARAPLUIES DE CHERBOURG (Los paraguas de Cherburgo, 1964), que no dudo en considerar una de los mejores títulos de la historia del cine francés. Se que la figura de Demy, y esta película en concreto, para algunos es el paradigma de la cursilería. Sin embargo, en ocasiones una toma de partido resulta obligada a la hora de destacar un cineasta sensible –como podría suponer en aquellos años el ejemplo de Richard Quine en el cine USA-, ignorado o menospreciado por un sector considerable de aficionados o comentaristas.

 

Viene todo este preludio a colación tras contemplar la apenas conocida LA BAIE DES ANGES (La bahía de los ángeles, 1963), el título que sirvió de puente en la obra de Demy entre la revelación provocada con LOLA (1961) y el éxito inmediatamente posterior del mencionado LES PARAPLUIES…. Su visión como elemento de ensamblaje de las inquietudes y rasgos visuales que conformarían el mundo cinematográfico del francés, no puede ser más coherente. Tal y como sucedía en la previa LOLA y se plasmaría muy poco después en el musical que recibió la Palma de Oro del Festival de Cannes 1964, en LA BAIE... podemos encontrar relaciones amorosas envueltas en parejas dominadas por un elemento masculino más frágil e inseguro que sus vértices femeninos. Podremos atisbar ambientes ensoñadores y casi irreales, una sensación casi evanescente del amor y un eco musical, embriagando sus secuencias de una cierta aura de hechizo o irrealidad.

 

En esta ocasión, el planteamiento –igualmente ofrecido por el propio Demy-, mostrará la casi instantánea adicción al juego que dominará la hasta entonces plácida existencia del joven Jean Fournier (Claude Mann), un empleado de banca hasta entonces definido en un contexto de vida tan ordenado como gris. Merced al señuelo que le proporcionará repentinamente un compañero adicto a los juegos de casino, se verá dotado de una cierta intuición que le proporcionará una inmediata y pequeña fortuna de 450.000 francos, introduciéndole en una inesperada espiral que le hará acudir a la Costa Azul. Hasta allí viajará en sus vacaciones, buscando la manera de consolidar ese deseo de fortuna, y pese a que nos encontremos con un joven en apariencia distanciado de las casi enfermizas dependencias existentes entre los clientes de los casinos. En su visita al de Cannes pronto se producirá el encuentro de nuestro protagonista con Jackie Demaistre (Jeanne Moreau), una mujer mundana y carismática, con la que de inmediato trabará acercamiento,  envolviéndose ambos en una importante racha de ganancias. A partir de dicho encuentro, y aún en un marco temporal que apenas  se extenderá escasos días, ambos seres se encomendarán en unas vivencias centradas por el placer proporcionado a Jackie en su adicción por el juego, mientras que para Jean esta  efímera relación poco a poco revelará en él una atracción hacia su compañera de juegos, que quizá ella más que no intuir, no desea llegue a formalizarse. Así pues, estarán a punto de perder toda su fortuna, llegando finalmente a la conclusión de la imposibilidad de Jackie de atender a la llamada que le formula Jean, dado que para esta el juego se plantea casi de manera absoluta, como una manera de encontrar satisfacciones que tiene como base una existencia rutinaria y carente de alicientes –estuvo casada con alguien acaudalado, e incluso llegó a ser madre de un niño del que apenas se acuerda-. Las emociones –mezcla de vértigo por los repentinos triunfos muy pronto convertidos en absolutas derrotas-, apelarán en el joven e inexperto Jean a un rápido aprendizaje vital y, lo que es más importante, a ver en la ya veterana Jackie un espejo para iniciar su relación. Será algo no correspondido por ella, que considera a su joven acompañante un mero objeto que le trae suerte en los casinos. Llegados a una inflexión dramática, la efímera fortuna lograda por los dos protagonistas se desvanecerá, marcando un punto sin retorno en el que quizá solo valdrá la específica renuncia a la espiral definida por el juego, y dejando paso al disfrute del sentimiento compartido.

 

LA BAIE… posee un inicio magnífico, mágico. Sobre un plano reencuadrado con objetivo circular que nos muestra a Jeanne Moreau, la cámara se aleja de ella en un travelling larguísimo, describiendo la bahía de los ángeles que da título al film, mientras se suceden los títulos de crédito y suena la maravillosa sintonía al piano creada por Michel Legrand. No se puede conocer otro inicio más atractivo, para una historia que parece concitar cierta influencia del cine de Bresson a la hora de marcar un cierto ascetismo en la interrelación de sus personajes –la manera con la que se relacionan inicialmente los dos oficiales de banca-. Sin embargo, esta apreciación pronto se disipa, dando paso a esa inveterada apuesta de Demy por lo efímero, lo evanescente, por un determinado glamour, que en realidad solo permanecerá finalmente como un fondo en el que se desarrolle la infelicidad de un amor apenas disfrutado unos momentos, pero pronto mantenido en las aguas de la insatisfacción y una nostalgia permanente. En este sentido, y aunque la conclusión del film nos pueda inducir a la presencia de un apresurado happy end, la realidad deja entrever que solo se trata de un espejismo en el camino, una desesperada huída de un contexto en el que, sin lugar a duda, jamás podrán evadirse probablemente de por vida.

 

Se suele decir, en ocasiones no sin cierta razón, que el sustento dramático que sostiene el cine de Demy resulta especialmente frágil, en ocasiones lindando con la vaciedad más absoluta. De alguna manera algo de ello se puede detectar en el film que nos ocupa, preocupado fundamentalmente por atender la sensación, la fragilidad de las emociones, por mostrar esa insatisfacción casi existencial que se desprende fundamentalmente de esa Jackie que ha decido huir de la grisura de la vida cotidiana –incluso de una existencia acomodada-, al optar por el vértigo que el juego le proporciona casi de manera constante. En cualquier caso, y pese a la ausencia de un mayor substrato dramático, la película muestra una vez más lo efímero del sentimiento, la capacidad casi fabulesca de su director por trasladar a la pantalla las emociones más deseadas por el ser humano. Esa capacidad de ofrecer un contexto singularmente melodramático, basándose en objetivos urbanos e incluso cotidianos y escasamente estimulantes. Es así como desde su débil pero en última instancia estimulante entramado dramático, el francés plasmará en LA BAIE… una nueva pasión amorosa latente, dominada por un personaje femenino de mayor fuerza y entidad y un vértice masculino caracterizado por una mirada más inocente y pura, prolongando de alguna manera el esquema ya marcado en la previa LOLA, aunque optando por una narrativa más cotidiana. Desde el injustificado desconocimiento que en nuestros días existe de la misma, es indudable que la visión de LA BAIE DES ANGES se antoja obligada, para entender la coherencia manifestada por una de las personalidades más singulares, controvertidas y mágicas, surgidas al amparo del periodo más libre generado en la historia del cine francés.

 

Calificación: 3

0 comentarios