IMMORTAL SERGEANT (1943. John M. Stahl) El sargento inmortal
Pese a lo engañosas que pueden parecer sus imágenes iniciales, no en la medida de encontrarnos con un mal film, sino ante todo hacerlo ante una película que en mayor o menor medida atendiera a las convenciones del cine bélico propagandístico de la época, lo cierto es que muy pronto IMMORTAL SERGEANT (El sargento inmortal, 1943) deja entrever la singularidad como cineasta de John M. Stahl. Haber tenido la oportunidad de acercarme a varios de sus títulos –menos de los que uno quisiera-, me han llevado a confirmar el personalísimo estilo de este cineasta aún tan desconocido por muchos, y que se podría definir de manera sucinta como una auténtica oposición al tremendismo o la aplicación del melodrama en base a choques emocionales. Por el contrario, el cine de Stahl estará en todo momento representado en una mirada absolutamente atonal, relajada, apostando por la desdramatización, por el dominio de la elipsis, y centrada en definitiva en pequeños momentos que, en una visión de conjunto, definirán de manera más decisiva la evolución de sus personajes, más que cualquier otro acontecimiento en apariencia más trascendente.
Dentro de dichas constantes, el planteamiento de IMMORTAL… no es ninguna excepción, y además a mi modo de ver revela la necesaria invalidación de ese argumento más o menos extendido que apuesta por el interés decreciente que en su obra marcaron los títulos que rodó en la década de los cuarenta bajo su contrato en la 20th Century Fox. Es más, personalmente me atrevería a formular una aseveración quizá un tanto atrevida; la de pensar que el paso por el estudio de Darryl F. Zanuck permitió a Stahl, como a mayor escala sucedería con el excelente director Henry King, una extraordinaria depuración de su manera de entender el cine, hasta el punto de que quizá en este estudio lograra buena parte de los exponentes más valiosos de su filmografía. Es algo que, de alguna manera, ratifica el título que nos ocupa, a primera instancia una propuesta de cine bélico, que en manos de nuestro cineasta logra un contraste bastante marcado en su interconexión con el melodrama –las secuencias desarrolladas en la misión bélica en Libia, confrontadas con aquellas que, a modo de flash-back, recuerdan la relación del protagonista, Colin Spence (un excelente Henry Fonda), con la joven Valentine (estupenda Maureen O’Hara)-. Todo ello confluirá en un insólito y muy atractivo monólogo interior de Spence, suponiendo la dificultosa andadura bélica, una auténtica catarsis personal para vencer su personal falta de confianza en sí mismo. Un planteamiento dramático puesto en marcha por el experto Lamar Troti tomando como base la novela de John Brophy, y que no cabe duda es poco habitual dentro de las constantes del cine bélico de la época, pero al mismo tiempo no se puede dudar que el encuentro que Stahl manifestó a la hora de plantearse cualquier variante genérica en su cine, siempre estuvo definido por esa visión tan singular y desdramatizada. Así pues, la película no dejará de plantear situaciones revestidas de enorme crudeza e incluso poco habituales incluso dentro de las constantes del cine bélico –el enfrentamiento del comando que encabeza el Sargento Kelly (Thomas Mitchell) contraatacando en pleno desierto el avance de un avión italiano, que finalizará con un tremendo choque de este con un camión del grupo protagonista es una de las más reveladoras-, pero las intenciones de los responsables del film no se centran en ese alcance, sino la repercusión que todas estas dramáticas incidencias tendrán a la hora de configurar la necesaria estabilidad emocional del protagonista. Se trata de un joven amable, tímido y considerado, dotado de un alto grado de sentido ético, pero al mismo tiempo de un menguado alcance de autoestima. Será esta la circunstancia que impedirá el necesario afianzamiento de la relación sentimental que mantiene con Valentine, en todo momento intentando ser cortejada por el avispado y triunfante escritor Benedict (Reginald Gardiner), que se aprovecha en todo momento del carácter timorato de Colin. Serán momentos que se intercalarán en la narración como recuerdos entrecortados insertados dentro de la misión en pleno desierto, que ejercerán como auténticos asideros morales y motivos de reflexión en el particular calvario emocional e incluso físico vivido por el protagonista. Todo ello será narrado por Stahl con tanta distanciación como implicación, dejando que sus personajes hablen por sí mismos y ofreciendo una manera muy personal de plantear el contraste dramático en la pantalla. Es decir, IMMORTAL… mostrará momentos terribles, e incluso algunos de ellos plenamente inscritos dentro de las constantes del cine bélico, pero al mismo tiempo las despreciará plenamente en los minutos finales, al aportar una elipsis tras realizarse la peligrosa ofensiva comandada por Spence y, por el contrario, detenerse previamente en los preparativos de la misma, atendiendo a las reflexiones de este, e incluso apostando por un elemento de carácter casi sobrenatural, al encontrarse presente los consejos del ya fallecido Kelly, casi como un consejero de ultratumba para nuestro protagonista, necesitado de una especial ayuda, que ninguno de sus compañeros de comando le puede proporcionar. Son esos elementos, esos detalles, en donde se muestra el verdadero arte de Stahl, quien no dudará en mostrar las situaciones más terribles de la manera más sobria, apostando en ello por un sentido de la dramaturgia que, a mi modo de ver, es el rasgo por el que el realizador debería ocupar un lugar de honor dentro los especialistas que brindaron su sabiduría y singularidad al cine norteamericano.
En esta película, quizá el ejemplo más pertinente de la personalidad cinematográfica de nuestro realizador, se plantea en la larga, terrible secuencia que marcará el ataque a un convoy italiano, frustrado por un tropiezo del Sargento Kelly, y que culminará con la muerte de este por un disparo realizado por el propio sargento, al quedar herido y totalmente inmóvil, teniendo la suficiente lucidez para asumir que el intento de mantenerle con vida, tan solo serviría para mermar por completo la capacidad de supervivencia de los componentes del comando. En una terrible secuencia desarrollada en la soledad de la noche del desierto, a solas Spence y Kelly, este último –sensacional Thomas Mitchell, en uno de los mejores momentos de su carrera- revelará y trasladará una auténtica lección de madurez hacia un aterrorizado soldado, no se sabe si por el hecho de pensar en la muerte de su admirado superior o, más probablemente, ante la casi inevitable posibilidad de tener que asumir el comando. Es dentro de ese contexto, donde IMMORTAL… plantea momentos revestidos de una notable intensidad dentro de su inicial insignificancia –esa degustación del último cigarrillo que conserva el comando, planteada casi como un ritual funerario, coronando la secuencia con el precioso gesto de enterramiento de la colilla-, o incluso aporta detalles de insospechada eficacia retroactiva –el momento en el que Spence confiesa a sus soldados, tras el instante en el que atisban un oasis, que guardaba una lata de piña como oculto recurso ante la carencia de agua-.
Con todos estos elementos, con la manera singular que la película muestra al introducir –quizá un poco abruptamente, todo hay que decirlo- los recuerdos de Spence en lo relativo a su relación con Valentine –uno de ellos, especialmente significativo, muestra al protagonista en el fragor del ardiente calor del desierto, fundiendo con el recuerdo de la joven en pleno baño en un lago-, y en la distendida conclusión del relato, es donde el film de Stahl muestra la extraña y contundente vigencia de los modos y maneras de un realizador todavía hoy no demasiado considerado, que probablemente encontró en los caracteres y rasgos marcados en la Fox una plataforma de privilegio para plantear título tras título un contexto de inusitada madurez en su cine. Será algo que sin duda, y pese a sus levísimos elementos cuestionables, caracterizará el alcance y la validez de esta atractiva y progresivamente apasionante IMMORTAL SERGEANT.
Calificación: 3’5
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