BACK STREET (1932, John M. Stahl) La usurpadora
Dejando de lado las cualidades que lo convierten en una ejemplar y personalísima muestra de melodrama, quizá la principal característica de BACK STREET (La usurpadora, 1932. John M. Stahl), es la de constituir un ejemplo modélico de lo que debiera haber constituido una perfecta transición de los modos del melodrama entre el periodo silente y la implantación del sonoro. Cierto es que nos encontramos ya en 1932, pero no me viene a la mente otro referente tan cristalino del género que pudiera expresarse visualmente de la misma manera siendo sonora, que si su metraje hubiera sido implantado en el periodo silente. Ello cabe atribuirse a dos razones, entrelazadas ambas en torno a la figura de su realizador, el tan olvidado como magnífico John M. Stahl. Una de ellas evoca su larga y casi por completo desconocida singladura dentro del periodo mudo. Sea por encontrarse varios de sus títulos perdidos, como por el hecho de que los que pervivan no han accedido a su contemplación, lo cierto es que no podemos darnos una idea exacta del –previsible- aprendizaje que dicha parte de su obra confirió a su personalísima concepción del melodrama. Es probable que en ese periodo se gestara esa mirada singular, ascética, en la que los hechos más dramáticos son expuestos con tanta normalidad, en la que importa mucho más el off narrativo o la pincelada de aspecto social en el que se inserta el núcleo argumental de sus películas. Todo ello se da cita, punto por punto, en esta magnífica película, basada en una novela de Fannie Hurst –figura recurrente dentro del melodrama-, que tuvo con posterioridad dos adaptaciones. Una de ellas es BACK STREET (Su vida íntima, 1941. Robert Stevenson), que lamento desconocer, mientras que la más reciente se remonta a 1961 –BACK STREET (La calle de atrás), gris intentona del productor Ross Hunter por rememorar el estilo utilizado con éxito por Douglas Sirk en la Universal, esta vez de la mano de un poco inspirado David Miller, y con el protagonismo de Susan Hayward y un inadecuado John Gavin. Cabría señalar como preferencia personal, que no dudo en considerar el título que nos ocupa como uno de los grandes films de su realizador –bajo mi punto de vista, junto a HOLY MATRIMONY (1943), LEAVE HER TO HEAVEN (Que el cielo la juzgue, 1945) y la poco apreciada THE FOXES OF HARROW (Débil es la carne, 1947)-, así como un referente paradigmático de las propiedades de su cine.
BACK STREET se inicia describiendo un marco rural casi idílico. Ya dice su rótulo inicial que nos encontramos en el Cincinatti previo a la 18ª enmienda. Con muy leves pinceladas se nos describe un mundo en transformación, un marco rural –es muy oportuno el uso en off del sonido del paso de caballos-, que se presta a un progreso casi inmediato. Por momentos, parece que nos encontremos ante un referente previo al utilizado por Orson Welles en su traslación de la novela de Both Tarkington en THE MAGNIFICENT AMBERSONS (El cuarto mandamiento, 1942), pero en este caso apenas unos pocos planos sirven para delimitar un marco social tan plácido en primera instancia como, en definitiva, gris y sin horizontes. Stahl nos lo ofrecerá en esa fiesta al aire libre, desarrollada junto a un templete de música, donde el baile o la degustación de cervezas parecen mostrar el único horizonte existencial de sus habitantes. No será el mismo objetivo que mostrará desde su juventud Ray Smith (una ejemplar Irene Dunne), que es descrita por sus conocidos como la chica más alegre de la ciudad. Ray ha intentado dejar de lado la rutina que se intuye bajo la aparente felicidad de los ciudadanos, aunque ello no deje de mostrar la contrariedad de su madrastra –Mrs. Schmidt (Jane Darwell)-, no compartida por su padre y su propia hermana. La protagonista es asimismo cortejada por un joven bueno e idealista –Kurt Shendler (George Meeker)-, empecinado en su idea de la implantación del automóvil –algo impensable en el contexto en que viven, aunque la muchacha no puede expresar ante él más que una sincera amistad. Pero de manera inesperada, aparecerá en la vida de nuestra protagonista el gran amor de su vida. Será el galante y atractivo Walter Saxel (John Boles), con el que de inmediato se prenderá una chispa de calidez emocional hasta entonces ausente en la vida de Ray. Para ella a partir de ese momento todo se centrará en su figura. Este hará vivir en ella algo inanisible hasta entonces, que le llevará incluso a asumir que su amante se encuentra a punto de contraer matrimonio. Walter –que en todo momento es presentado como un hombre de débil personalidad- le planteará incluso la posibilidad de conocer a su madre, y con ello intentar retroceder en el compromiso que mantiene con Corinne (Doris Lloyd). Ella se muestra dispuesta a conseguir la bendición de la anciana, pero una vez más el destino –representado en la inoportuna petición de ayuda de su hermana-, impedirá que la joven enamorada llegue al concierto en el que se había citado con su amante acompañado de su madre –de nuevo ese templete que aparecerá como epicentro de la partitura que representa su existencia-.
La llegada de Ray una vez ha finalizado el concierto y el público ha ido retirándose, será mostrada con uno de los escasos arrebatos visuales del realizador; un vibrante travelling de retroceso encuadrando a la solitaria protagonista, violenta esa cotidianeidad mostrada hasta entonces, y sirviendo como inflexión cara al futuro de una relación que, a partir de ese momento, se planteará bajo el prisma de la asunción por parte de Ray, de ocupar ese eterno segundo plano a la hora de convivir su sincero amor con Walter, que se casará y adquirirá una notoriedad social dentro de una dedicación a los negocios en la que estará apadrinado por su tío Félix, quien lo mandará a Europa a desarrollar las tareas empresariales. Los años pasan, y esta relación tan insólita será aceptada con resignación por nuestra protagonista, quien comprobará como crecen incluso los dos hijos de su matrimonio, viéndose relegada a compartir pequeños espacios de convivencia en el pequeño apartamento que su amante le sufraga. Serán pinceladas de felicidad, descritas con tanta densidad y autenticidad, que compensarán para Walter y, sobre todo, para su protegida, la constante humillación que sufrirá incluso cuando se vea violentada por la inoportuna visita de Richard (William Walter cortará de raíz cuando llegue de improviso a dicho apartamento.
En realidad, lo que convierte BACK STREET en un magnífico melodrama, es la plasmación certera del universo visual, narrativo e incluso conceptual que John M. Stahl logró aplicar de modo rotundo, recurriendo en ello a una narrativa desnuda, que solo utilizará la música en contadas y justificadas ocasiones –destacando con ello los crescendos de un relato sincrético-, que sabe detenerse en lo esencial, que no duda en utilizar la elipsis de manera casi revolucionaria –el que nos separa del maravilloso travelling de retroceso antes señalado, trasladándonos a cinco años después en Wall Street es buena prueba de ello-. Para Stahl la convención cronológica del tiempo no importa, como tampoco le interesa demasiado una narración que siga un recorrido más o menos minucioso del drama vivido por la pareja protagonista. Por el contrario, prefiere detenerse en aspectos esenciales o quizá en alguna ocasión secundarios, dejando en un manejo del off narrativo numerosos aspectos del discurrir dramático de sus protagonistas. El devenir de dos vidas paralelas y separadas al mismo tiempo, es mostrado a través de las pinceladas de amor puro que viven estos dos atribulados seres, consumidos por un contexto de apariencia y conformismo social –sobre todo por parte de Walter-. Pero no faltará en este recorrido la humillación que vivirá –también destacada por otro travelling que sigue el resignado discurrir de Ray en un buque-, mientras su amado pasea orgulloso junto a su esposa e hijos en su condición social. Pero incluso estos elementos que el posterior discurrir del género serían tratados con una visión quizá hasta tremendista, en esta ocasión son ofrecidos con tanta capacidad de comprensión, con ese constante intimismo, que mostrarán por ejemplo la oportuna inserción de primeros planos de una conmovida protagonista. En medio de ese contexto social en el que las convenciones ahogan la felicidad del individuo, por un momento la reaparición de Kurt –convertido en un acomodado fabricante de automóviles- propiciará una oportunidad hacia la protagonista para enderezar su difícil y sufrida condición, máxime cuando este aparece en un momento de distanciación de Walter. Sin embargo, el destino querrá que Saxel aparezca de nuevo de forma inesperada, devolviendo a nuestra ya madura protagonista en la pasión que ha mantenido con devoción durante toda su vida.
En BACK STREET no se olvida el apunte de conjunto, mostrando que no solo la joven provinciana vive la condición de amante oculta –en el mismo edificio de apartamentos se encuentra otra de similar condición, que vivirá con horror un accidente que le quemará la cara, intuyendo la soledad que va a ofrecerle su amante a partir de ese momento. Sin embargo, esa sobriedad constante, ese recurso a breves diálogos que en pocas palabras lo expresan todo, esa sensación de que los sentimientos se describen con las miradas, tendrán una sublimación en los minutos finales, mostrando el drama vivido por Walter, quien se había citado con Ray, al sufrir un colapso que lo dejará paralítico, no dudando en destinar sus últimos sentimientos a la mujer que lo ha amado con resignación, por medio de una construcción de asombrosa modernidad, en la que su verdadero amor percibirá la muerte del hombre de su vida, a través de los sonidos y gritos que escucha en el auricular telefónico que su hijo ha olvidado de colgar. Un momento prodigioso, como descrita con asombrosa delicadeza será la visita que su hijo, que tiempo atrás no dudó en despreciar a Ray, ofrece a esta, comprobando como mantiene en lugar destacado la foto de su amor. Será una secuencia provista de un pudor que impregna al espectador, sincerándose la amante ante un Richard que entenderá con pocas palabras la autenticidad de un amor que hasta entonces no supo asimilar. Son demasiadas emociones, y es por ello que BACK STREET culminará con una secuencia revestida de una textura casi fantastique, en la que la protagonista retrocederá en el tiempo, imaginando lo que podría haber sido su vida y, sobre todo, su relación con Walter, de haber llegado a tiempo a aquel lejano concierto. El deseo se supondrá a la realidad, y quizá sea el único asidero con el que la alegre muchacha de Cincinnati, podrá afrontar un destino que el film de Stahl sugiere ha llegado a un final paralelo. Hermosa y dolorosa conclusión para el que, es justo considerarlo, puede considerarse uno de los melodramas más valiosos y singulares de los primeros años treinta.
Calificación: 4
5 comentarios
Luis -
Feaito -
cheap nike air max uk -
http://www.nikesneakers.co.uk/
Carlos Díaz Maroto -
No sé yo Fannie Hurst, pero Stahl yo creo que no juzga en momento alguno la elección de Irene Dunne, ni la apoya; simplemente la expone, presentando de paso todo lo que ello conlleva.
Sergio Sánchez -
http://amordespuesdemediodia.blogspot.com/2011/04/la-usurpadora.html
Es un punto de vista psicológico, pero no me parece nada positiva, ni admirable, ni recomendable la situación que acepta la pobre Irene, y me quedé dudando si a Fannie Hurst y a Stahl sí que se lo parecía, o si tenían alguna opinión sobre ello, lo que no empaña ni un ápice lo enorme que me parece la película.
Un saludo
Sergio