SUSAN AND GOD (1940) [Susana y Dios]
Entre finales de la década de los años treinta y los primeros años cuarenta, el cine de George Cukor se enclavó en el contexto de producción de la Metro Goldwyn Mayer, alcanzando un notable grado de éxito, que incluso le permitió uno de sus títulos más valiosos –THE PHILADELPHIA STORY (Historias de Filadelfia, 1940)-, así como otros atractivos como GASLIGHT (Luz que agoniza, 1944), o tan curiosos como KEEPER OF THE FLAME (1942). En definitiva, se trataba de una productora que quizá permitía a nuestro cineasta navegar en unas aguas siempre peligrosas, que oscilaban entre un sustrato kitsch, del que Cukor conseguía en ocasiones emerger con esa capacidad suya para mirar cara a cara a sus personajes, logrando extraer sinceridad e incluso intensidad fílmica a su obra. Dentro de dichas coordenadas, no puede decirse que SUSAN AND GOD (1940) aparezca como uno de sus exponentes más distinguidos, aunque cierto es que por encima de la desigualdad y, en último término, discreción, que ofrece su resultado, podría quedar como perfecto ejemplo de sus limitaciones cuando tenía que sobrellevar un material dramático de limitadas posibilidades. Al mismo tiempo, demuestra su capacidad para elevarse por encima de los mismos a través de su dominio de esas secuencias que insertaba como intervalos entre los bloques en teoría de mayor interés argumental. Secuencias de enlace, momentos íntimos y sinceros, que decían mucho más de sus personajes y sus conductas, que lo que podían emanar de propuestas dramáticas quizá sofisticadas pero en el fondo banales, dominadas además por un diseño de producción o un servilismo a sus stars que ahogaban el grado de intimismo que sí lograba el cine de Cukor en sus momentos más sinceros.
Todo ello se da, punto por punto, en esta adaptación de una exitosa –así se detalla en los propios títulos de crédito- obra teatral de Rachel Crothers, llevada a la pantalla de la mano de la experta de Anita Loos, quien ya se había hecho responsable de otro éxito muy cercano en el realizador –THE WOMEN (Mujeres, 1939)-, de tal forma que habría que considerar el film que comentamos, como un curioso más no especialmente distinguido puente entre este título y el casi inmediato y mencionado THE PHILADELPHIA STORY. De ambos mantiene ese tono coral, mientras que se relaciona en mayor medida con el primero al describir una fauna femenina –cierto es que también en ella se dan cinta personajes masculinos, aunque todos ellos adquieren siempre un lugar más secundario y desprovisto de hondura-, de nuevo sofisticada y frívola. En esta ocasión la mirada se describe en torno a un colectivo acomodado, dado a las fiestas, al propio engaño entre las relaciones que se establecen entre sus componentes, casi todas ellas dominadas por la hipocresía e incluso la infidelidad. Se trata de un entramado entre el que resulta bastante complejo quedarse con algunos de dichos personajes –sin duda una de las debilidades del material dramático de base-, entre los cuales el retorno de la sofisticada Susan Trexel (Joan Crawford) constituirá un inesperado revulsivo, regresando después de un largo viaje a su entorno habitual, y siendo buscada por su esposo –Barrie Trexel (Fredrich March)-. Este se ha dado a la bebida, intentando recuperar un matrimonio que su esposa da de lado, con la sola esperanza de obtener de él el divorcio. La película nos muestra sobre todo el intento de este de volver hacia la hija de ambos –Blossom-, buscando a través de la muchacha la posibilidad –para Susan casi imposible- de reconstruir dicho matrimonio. Además, esta ha regresado a su contexto de sofisticación embebida de una superficial adscripción hacia Dios, en base a las presuntas enseñanzas que ha logrado de la veterana Millicent Wigstaff (Constance Collier), de la cual entiende el traslado de una enseñanza divina, a partir de un simple y superficial revulsivo que consiste en plantear las situaciones reales existentes entre sus semejantes. En tanto en cuanto su caldo de cultivo social se extiende en torno a una galería dominada por la falsedad y la apariencia, le resultará bastante sencillo ejercitar con tanta suficiencia su nueva filosofía de la existencia. Sin embargo, no le resultará lo mismo extender estas enseñanzas ante su propia situación matrimonial, aunque en un momento determinado ofrezca a Barrie–del que solo espera ese divorcio, entendiendo que su matrimonio ha fracasado-, proporcionándole un verano junto a la hija de ambos, dándose una oportunidad que por parte de ella aparece de antemano perdida.
A partir de dichos mimbres, SUSAN AND GOD ofrece por un lado esa vertiente de casi irritante superficialidad, centrada en el retrato de esa frívola galería de personas diletantes y acomodadas que en apariencia no tiene nada que ofrecer a la existencia, más que lo fatuo de su condición social. Dentro de dicho contexto, su retraje no deviene más que una sucesión de lugares comunes, diálogos pretendidamente chispeantes, y un rosario de casi vodevilescas situaciones amorosas, en el que importa poco si encontramos a un actor –John Carroll- que pretende unirse a una mujer casada -una joven Rita Hayworth-, reiterando la querencia del director por el mundo de la representación, o la presencia del arrogante y divertido Michael (Bruce Cabot) supone otro elemento de atracción masculina dentro de una fauna con superioridad entre el sexo débil. En medio de dicho contexto, el afán casi ejemplarizante de Susan resulta por momentos detestable y, si por todo lo hasta ahora señalado, hubiera que calificar SUSAN AND GOD, el resultado no podría ser más que mediocre. Sin embargo, y aunque ello no nos lleve a elevar en exceso su grado de interés -que en conjunto no cabe considerar más allá de los límites de la discreción-, lo cierto es que una vez más, en la película la presencia de detalles y secuencias que sirven de enlace entre las que en teoría suponen los números fuertes de la función, son las que logran proporcionar a su desmedido metraje, esas cuotas de sinceridad y efectividad cinematográfica. Todo ello, unido a la sinceridad brindada por la interpretación de Fredrich March –no cabe decir lo mismo de una cargante Joan Crawford-, sirven como contrapeso de esa trasnochada comedia frívola que se ofrece en primer plano. Es en los gestos de un hundido Barrie, en las miradas que se intercambia con su hija, en los instantes entre secuencias que dicen mucho de sus personajes –como aquel en el que el actor y su pretendiente se plantean la validez de las estrambóticas teorías de Susan- que en realidad sí que han servido para violentar un contexto dominado por la hipocresía. Esa presencia de elementos de sinceridad e incluso otros divertidos, tendrán su crescendo con en la llegada de estos a su residencia, o los comentarios maliciosos de la pareja de sirvientes –impagable el comentario de esta, señalando que la casa parece la del conde Drácula-. A partir de esa segunda mitad, el film de Cukor logra trascender episodios como el improvisado canto de la llegada de Millicent, que podría preveer un fragmento dominado por la cursilería, pero que brindará al realizador no solo la oportunidad de describir con la cámara el estado de ánimo de los presentes, sino incluso de perfilar esa inesperada atracción amorosa de la hija por un apuesto joven –Bob Kent-, que de manera paralela es cortejado por otra muchacha –magnífico el detalle de esa insignia que este porta en la solapa, que servirá para determinar el triunfo final de Blossom-. Toda esa capacidad de observación, de mirar cara a cara a sus personajes, que tendría de nuevo en THE PHILADELPHIA STORY uno de los ejemplos más rotundos del cine de su autor, tendrá en esta película un personaje que, pese a su breve protagonismo, mostrará en la función un detonante, brindando a su conclusión de forma paradójica un grado de insatisfacción conformista, aunque brinde con anterioridad su personaje más sincero y creíble. Me refiero a la avanzada Charlotte (una espléndida Ruth Hussey), eterna enamorada en secreto de Barrie, y que en el último momento se sincerará e incluso sacrificará por él, ofreciendo dicho gesto la base para la normalización de la vida sentimental de este matrimonio imposible. Una conclusión insatisfactoria, que en buena medida supone el corolario de esta película caduca en aquello que se plantea como decisorio, y valiosa cuando lo secundario da paso a lo sincero y perdurable. Pese a sus muchos inconvenientes, SUSAN AND GOD ofrece la oportunidad de reconocer las carencias y posibilidades de un director prolífico, talentoso y quizá más desigual de lo que pudiera arrastrar su prestigio.
Calificación. 2
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santi -