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CINEMA DE PERRA GORDA

3:10 TO YUMA (2007, James Mangold) El tren de las 3:10

3:10 TO YUMA (2007, James Mangold) El tren de las 3:10

No es habitual encontrar entre las escasas muestras que el western ofrece en los últimos años, lo que generalmente vengo denominando “duros de chocolate”. Es decir, películas caracterizadas con la vitola de una pretendida seriedad y que, en realidad, esconden bajo sus pulidos perfiles todo un tratado de la inanidad cinematográfica. En otras palabras; se trata de la sensación que me vino a la mente al contemplar este remake del film que realizó medio siglo atrás el estupendo y olvidado Delmer Daves, en el periodo de mayor febrilidad creativa de su filmografía. No se trata de realizar comparaciones. El recuerdo que me queda de la versión auspiciada por Daves y protagonizada por Glenn Ford y Van Hefflin, es el de un western seco, denso y claustrofóbico que utilizaba admirablemente el blanco y negro –en su oposición a la habitual adscripción al color por parte de su director en todas sus restantes aportaciones al cine del Oeste-, ligando su presencia con esa corriente psicologista, que brindó al género americano por excelencia varios de sus títulos de gloria.

 

A la hora de destacar la decepción que me brinda 3: 10 TO YUMA (El tren de las 3:10, 2007. James Magnold), he de confesar que en nada tiene que ver cualquier efecto de comparación con el referente antes citado. Es más, entiendo que con el mismo planteamiento se podría haber planteado esa loable aportación que, muy de tarde en tarde, se intuye podría haber sido la película. Por desgracia, esta circunstancia no llega a producirse, hundiéndose de forma considerable sus resultados en un auténtico culto al enfatismo, al propio maniqueísmo, y al rechazo casi completo de establecer personajes que gocen de la debida humanidad en sus descripciones. El film de Mangold resulta, por el contrario, un auténtico tratado de manierismo, una tendencia que si en cualquier género no se incorpora con pertinencia, deviene en el molesto resultado que ofrecen las imágenes del título que nos ocupa. Por eso, su discurrir resulta tan artificioso como escasamente creíble, y solo cuando esa tendencia narrativa queda de lado, planteándose instantes íntimos y confesionales en los que sus protagonistas se sinceran ante su opositor, es cuando 3:10 TO YUMA alcanza una cierta temperatura emocional.

 

Estamos situados en Arizona, y tras un ataque sufrido por parte de Glen Hollander (Lennie Loftin), los componentes de la familia Evans –encabezada por el ranchero Dan (Christian Bale)- se verán implicados de alguna manera en la detención del peligroso delincuente. Dan es un combatiente que ha perdido parte de su pierna, y se encuentra ante una muy delicada situación económica, al tiempo que sufre con intensidad el escaso reconocimiento que su propia familia le manifiesta –una sensación tangible y situada en un segundo término tras el trato cordial que en una visión superficial manifiestan todos ellos-. Es importante destacar esta circunstancia, en la medida que la confluencia de la desesperada situación económica de los Evans, y el hecho de que dan finalmente tenga que ofrecer a su familia un planteamiento en teoría heroico es, en definitiva, el elemento motriz del film de Mangold, y el que proporciona buena parte de su escaso e intermitente atractivo. Será sin duda algo en el que tendrá bastante que ver la aportación de Russell Crowe y Christian Bale quienes, cuando la planificación se lo permite, articulan esa oposición y al mismo tiempo mutua admiración que se profesan. No es ninguna novedad esta extraña relación mantenida entre el triunfante bandido Ben Wade (Crowe) y el hombre honesto, disminuido en esa cojera pero grande en su dignidad –Dan-, en la que el primero encuentra un auténtico antagonista, con quien plantea una mefistofélica relación que no podrá controlar ni siquiera en el postrer momento de ambos.

 

Estoy convencido que de haber seguido ese sendero, esta revisitación de 3:10 TO YUMA hubiera alcanzado un status y una autenticidad que, por desgracia , queda ausente del conjunto de la función. Es algo que manifiesta una planificación empeñada en agresivos primeros planos, en la que incluso la adecuada utilización de sus exteriores, aparece en todo momento artificiosa. Tanto como lo puede resultar la larguísima secuencia en la que tanto Wade como su vigilante recorren de manera veloz y sincopada, como si nos encontráramos ante cualquiera de los más “modernos” títulos firmados por John Woo o cualquiera de sus acólitos. Es la demostración definitiva de la claudicación de Mangold –un director que nunca me ha dicho nada que vislumbre en él más que a un funcional yes men de los productores que le contratan-, renunciando a cualquier aportación personal dentro de un género tan complejo de tratar con credibilidad en nuestros días, y adoptando en sus postulados un molestísimo alcance. De todos modos, y aún reconociendo la incidencia de tantos matices que arruinan las posibilidades que atesora un punto de partida y un equipo tan interesante como el que plantea la película, nada hay que me enerve en ella más que la insoportable prestación de Ben Foster, encarnando al lugarteniente de Wade –Charlie Prince-. Un ser de irrefrenable tendencia al sadismo y la maldad, que esconde una nada solapada homsexualidad desarrollada en torno a la figura de su líder, y que cada vez que aparece en escena logra ese efecto de desafección que no me puede compensar la ocasional presencia de Peter Fonda, demostrando que con el paso de los años aquel pésimo actor juvenil pudo transformarse en un efectivo intérprete de carácter.

 

Calificación: 1’5

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