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CINEMA DE PERRA GORDA

BRIGHAM YOUNG (1940, Henry Hathaway) [El hombre de la frontera]

BRIGHAM YOUNG (1940, Henry Hathaway) [El hombre de la frontera]

Lo primero que cabe admirar de BRIGHAM YOUNG (1940, Henry Hathaway) –jamás estrenada comercialmente en España, aunque editada en DVD bajo el título EL HOMBRE DE LA FRONTERA-, es comprobar casi desde su primer fotograma el sello indeleble del mejor cine de la Fox. Se trata de una atmósfera, un modo de concebir el producto cinematográfico, e incluso una inquietud humanística que, por encima de la rudeza que caracterizaba su personalidad exterior, caracterizaron las producciones de Zanuck en estos primeros años cuarenta. Las imágenes del film de Hathaway, respiran o en algún caso preludian los rasgos emanados en títulos tan reconocidos como THE GRAPES OF WRATH (Las uvas de la ira, 1940. John Ford), THE OX-BOW INCIDENT (1943, William A. Wellman) o incluso THE SONG OF BERNADETTE (La canción de Bernadette, 1943. Henry King). De ambas recoge una mirada que trasciende la referencia a convicciones religiosas, erigiéndose por el contrario todos estos títulos como auténticos alegatos en defensa de la tolerancia de una sociedad norteamericana que en más ocasiones de las deseadas, demostró no estar a la altura del talante libre y hospitalario con el que se creó aquel gran país.

 

Fueron además todas ellas, películas que articulaban la crónica social, mostradas a través de sombrías imágenes en blanco y negro, y de alguna manera este conjunto de producciones se podría describir con claridad quizá como la aportación más valiosa y contundente del género denominado Americana, en el que por derecho propio cabe incluir esta insólita propuesta firmada por un inspirado Henry Hathaway, que lamentablemente nunca gozó de un especial reconocimiento, probablemente por desarrollar su argumento teniendo que abordar una religión más o menos incómoda, como es la mormona. Estoy convencido incluso que esa referencia expresa, es la que motivó que en su momento la película no se estrenara en nuestras pantallas. Pero más allá de esta circunstancia puntual, lo cierto es que BRIGHAM YOUNG emerge en nuestros días como una película magnífica, quizá una de las más valiosas de la filmografía del gran realizador norteamericano, en la que además se incardinan a la perfección sus elementos de producción –el tono fotográfico sombrío, la elección del magnífico reparto, el alcance historicista aportado por el guión de Lamar Trotti...- junto a la inclinación de Hathaway por el uso de exteriores, su interés en formular un relato que tenga su clara vertiente física, o esa mirada primitivista a la que apunta en algún momento.

 

La historia se inicia de manera casi sincopada ubicando su cronología a mediados del siglo XIX, con planos y encuadres de gran expresividad, asistiendo a la arenga de un grupo de desalmados –vecinos de una localidad- decididos a eliminar la presencia de los mormones en sus cercanías. Llegarán hasta una casa de campo, donde azotarán e incluso matarán a varios de sus adeptos, incendiando a continuación sus sedes. El terrible asalto llevará al cabeza de dicha religión –Joseph Smith (Vincent Price)- a revelarse contra los asaltantes, siendo por ello juzgado por traición en una vista en la cual el fiscal no dudará en ofrecer una demagógica diatriba en su contra. Llegado el momento de la defensa, únicamente intervendrá Brigham Young (Dean Jagger), realizando un conmovedor y elocuente alegato de Smith, apelando en esencia a la necesaria libertad religiosa que debería predominar en los Estados Unidos de América. De nada valdrán estas palabras, ya que el creador de la religión mormona será condenado a muerte, pero incluso no llegará a morir ajusticiado, sino que las turbas lo acribillarán en su propia celda –en una secuencia de una enorme fuerza dramática-.

 

El tiempo pasará, y cuando los mormones han logrado asentarse en otra ciudad la realidad les forzará a huir de nuevo, realizando un larguísimo traslado en la búsqueda de tierras vírgenes para poder implantar su pueblo de forma definitiva. Será una odisea que dirigirá el carismático y mesurado Young, quien por otra parte anhela cualquier señal o revelación divina para asumir la responsabilidad de dicha tarea. Como este contacto no llegará, simulará ante sus seguidores esa llamada, para con ello poder trasladar este inmenso flujo humano a través de duros recorridos y no menos inhóspitas situaciones. De forma paralela, tendrá que ir contrarrestando las zancadillas que en todo momento le proporciona Angus Duncan (Brian Donlevy), un auténtico villano que desea hacerse con el mando de la religión, aunque en realidad está más preocupado por el enriquecimiento económico, algo que la religión mormona prohibe expresamente. También entre los más fervorosos seguidores de Young se encuentra el joven Jonathan Kent (Tyrone Power), que perdió a su padre mormón en la secuencia inicial, y que acompaña a Zina Webb (Linda Darnell), que viaja con ellos y simpatiza con Jonathan, pero no desea adscribirse como tal mormona.

 

A partir de estos elementos de partida, BRIGHAM YOUNG combina esa mirada humanística en contra de la intolerancia, que en definitiva se erige como uno de los temas fundamentales del film. Otro de ellos será la posibilidad que brinda la película para describir un recorrido, mitad histórico, mitad puramente cinematográfico, asistiendo a paisajes, lugares y situaciones que muy pronto se harían familiares en el western. El gran mérito del film de Hathaway es la pertinencia en la incorporación de todos estos fragmentos, que irán unidos mediante la voz en off de Brigham, con el que precisamente los grandes momentos quedan orillados, deteniéndose la acción especialmente en situaciones más o menos coloquiales, y al mismo tiempo asistiendo a las dudas que este mantiene de forma casi constante, centradas en lo que podríamos denominar –antes de que Ingmar Bergman hiciera familiar el término- el “silencio de Dios”. Con todos estos elementos la película atrapará de inmediato al espectador, que se sentirá cercano al contemplar esa auténtica epopeya humana, y admirará incluso la capacidad de entrega de todos sus habitantes.

 

Lo cierto es que BRIGHAM YOUNG se erige como un preciso trozo de historia, una de esas páginas poco comentadas que hablan de la capacidad de lucha de ese grupo de personas que, por sentirse unidos ante una religión que les ha sido revelada, unirán sus trayectorias vitales pero ya como pueblo. En este contexto encontramos momentos de gran fuerza expresiva, uno de los cuales sería el instante en el que el enfermo protagonista se despierte de repente y describa desde el interior del carro el paisaje que se extiende en el horizonte. Será el que finalmente entienda le ha anunciado Dios para poder establecerse como pueblo. Pese a la resistencia de Angus –que deseaba llevar la extensa comitiva hasta California, aprovechando allí la fiebre del oro-, en poco tiempo se crearán las primeras rústicas viviendas, iniciando un proceso en el que el sacrificio se dará de la mano con la esperanza. La llegada de un invierno especialmente crudo, provocará poco a poco la desazón de los seguidores de Brigham, entre los que se incluirá la del siempre fiel Jonathan, cuando regrese y compruebe como Zina y sus propios hermanos sufren los estragos de la ausencia de alimentos. Una catarsis de desesperación, que tendrá su epicentro al comprobar todos los habitantes del incipiente poblado el ataque de los grillos a sus cosechas –en un episodio que me recordó la secuencia más célebre de THE GOOD EARTH (La buena tierra, 1937. Sidney Franklin)-. Será la última batalla de los mormones contra las adversidades que les han acompañado en su peregrinaje, y también el punto de inflexión que servirá a su bondadoso líder para ofrecerse a la divinidad y reconocer su error al haberse atribuido ser el elegido ante su comunidad, pidiendo esa señal divina aunque ello suponga su renuncia absoluta a dicha responsabilidad. En esos momentos, cuando se encuentre a punto de revelar a su colectivo la impostura de su designación, esa señal se producirá, en una especie de curioso precedente de la posterior THE BIRDS (Los pájaros, 1963) de Alfred Hitchcock.

 

Semejanzas e influencias apartes, y aún reconociendo las enormes cualidades del film de Hathaway, no me cabe ninguna duda intuir que de haber estado realizada por Henry King –otro de los realizadores estrella de la 20th Century Fox-, el mismo guión hubiera estado complementado con una serie de matices –que podrían ir de su vertiente mística hasta la implicación de matices políticos que se encuentran ausentes en esta ocasión, y que tendrían una expresión rotunda en la ya mencionada y posterior THE SONG OF BERNADETTE-. Caso de que se hubiera hecho cargo del proyecto William A. Wellman, aunque quizá sea mucho vaticinar, probablemente este hubiera incidido de manera muy especial en el alcance físico de momentos tan duros como la auténtica epopeya que viven los mormones protagonistas –secuencias como la del traslado por el lago helado o las penalidades vividas en la nueva población colonizada, hubieran sido desarrolladas con más intensidad por el veterano pionero, tal y como demuestran las posteriores YELLOW SKY (Cielo amarillo, 1949) o WESTWARD THE WOMEN (Caravana de mujeres, 1951)-.

 

En su oposición, Hathaway sabe situarse en un terreno más neutral, llevando a su terreno el inconfundible –y admirable- look de Zanuck, mediante su inclinación hacia los parajes naturales, e incorporando incluso notas de cierto alcance humorístico, como lo manifiesta la divertida secuencia en la que el personaje encarnado por John Carradine, conversa con Tyrone Power sobre la peculiar concepción del matrimonio puesta en práctica por los mormones. Se trata de una manera distendida de afrontar una de las cuestiones más espinosas de esta religión, en una propuesta valiente –en la medida que el propio Zanuck asumía el riego luego confirmado de un escaso éxito-, y que sabe sobresalir de una anécdota concreta, para erigirse como un alegato contra la intolerancia. En definitiva, y tal y como el propio Brighham Young señalará en su conmovedor pero ineficaz alegato de defensa de Joseph Smith; “déjennos que creamos lo que ustedes no quieren creer”.

 

Solo una oposición a su conjunto; la sintonía musical de Victor Young es una de las más molestas y machaconas que jamás he tenido la ocasión de soportar en el cine norteamericano de aquel tiempo.

 

Calificación: 3’5

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