DOWN TO THE SEA IN SHIPS (1949, Henry Hathaway) El demonio del mar
Es bastante probable que se pueda situar DOWN TO THE SEA IN SHIPS (El demonio del mar, 1949) entre las mejores aportaciones al cine de aventuras de Henry Hathaway y, en líneas generales, al conjunto de su dilatada filmografía. Si no me atrevo a afirmarlo con rotundidad, dado el alto nivel de los más de treinta títulos suyos que he podido visionar hasta el momento, es quizá por no haber alcanzado el total de su filmografía, y al mismo tiempo existir en ella una extraña paradoja; está llena de obras magníficas, pero quizá entre ellas no se encuentre ninguna obra maestra. Sin embargo, existe en esta estupenda producción de la Fox una confluencia de circunstancias que permiten un resultado remarcable, aunando por un lado esa tendencia del realizador a plasmar en sus películas la dualidad del descubrimiento y la educación. Junto a ello, expresará su agudizado sentido de la aventura física entremezclado junto a la vertiente interior de la misma, un espléndido tratamiento en la interacción de los tres protagonistas, adecuadamente complementados por un impecable trazado de los personajes secundarios. Además de todo, hay un elemento premonitorio que induce a esperar una película de interés; la presencia en el reparto de ese auténtico “talismán” que era el entonces niño Dean Stockwell.
DOWN TO THE… se inicia con la llegada del viejo patrón del barco Bering Joy (Lionel Barrymore) a tierra, después de una larga temporada en alta mar pescando ballenas. Se trata de un hombre de avanzada edad, que provoca la desconfianza de las compañías aseguradoras precisamente debido a ello –camina ayudado con muletas-. Sin embargo, tales circunstancias no le han impedido ni sobrellevar un cargamento récord de barriles de aceite de ballena, ni ser un auténtico mito en el ambiente marino que le rodea. Algo que también está en la consideración de su pequeño nieto Jed (Stockwell), para el que su horizonte vital se encierra en los límites del mar, pese a que su abuelo haya intentado compaginar su aprendizaje del mundo del mar en calidad de ayudante, con la insistencia en que sobrelleve paralelamente sus estudios. Ambas circunstancias –la vejez de Bering y la capacidad educativa de su nieto-, se pondrán a prueba en la estancia de ambos en tierra. La primera de ellas se resolverá con la incorporación en calidad de oficial de Dan Lunceford (Richard Widmark), un joven surgido tras un brillante aprendizaje de academia mientras que el joven Jed se someterá a un examen en el que el profesor –que en su juventud vio frustrada su inquietud por el mar, merced al consejo del abuelo de este-, aprueba al muchacho pese a sus deficiencias en la prueba sometida, comprendiendo lo que de importante resulta para el futuro de Jed sortear las normas impuestas. El episodio se desarrollará en una secuencia admirablemente modulada y con una patina de emoción contenida que trasciende al fotograma, que se caracterizará en el desarrollo posterior de la película, cuando la acción se traslade a alta mar. Allí se producirá la interacción del trío de protagonistas, conformando un relato denso, humano, en el que la dualidad de la educación y el conocimiento se confrontará con el peso de la experiencia, y ello se manifestará y tendrá su repercusión en el muchacho, quien ya forma parte de la tripulación, por lo que no dependerá de su abuelo, sino del oficial. Es a partir de ese momento y pese a reticencias iniciales, cuando Jed vaya sintiendo una progresiva fascinación hacia Lanceford, hacia sus conocimientos, y la forma que este tiene de lograr que el pequeño marino estudie. Esta cercanía permitirá igualmente al oficial aflorar su lado más humano, ya que aunque no lo manifieste abiertamente se ha encariñado con el niño. Y esta circunstancia, lógicamente, provocará cierto recelo por parte de su abuelo, que se agudizará cuando Lanceford rompa las normas y acuda a salvar a los tripulantes que han ido de caza de ballena, y no han regresado tras sufrir una noche impregnada de niebla. En la barca perdida se encuentra Jed, quien no entenderá que su abuelo degrade a Lanceford, mostrando desde el primer momento su distancia con este. Poco antes, el veterano capitán le diría al sancionado que nunca podría olvidar como humano lo que había hecho, pero las normas estaban para cumplirse, aunque en este caso no produzcan placer llevarlas a cabo.
La película alcanza un tono sombrío a partir de este momento, a lo que habría que añadir la enfermedad del capitán que obligará a que Lancefot retome el mando de la nave. Dentro de esa compleja tesitura se cruzarán con un banco de hielo, en el que desarrollarán unos momentos de vibrante aventura pura, intentando sortear el choque con estos bloques, y restañar las heridas que estos han dejado en la nave, en las que Bering tendrá parte activa –como un nuevo capitán Achab- coordinando gravemente enfermo la difícil situación vivida en la nave. Finalmente, el viejo y carismático ballenero morirá ganándose el respeto y el recuerdo permanente de todos, haciéndose Lancefort con el mando, quien además podrá tener en Jed alguien a quien querer.
Henry Hathaway legó una propuesta en la que el sentido de la aventura se encuentra siempre presente, y en su discurrir dominado por la sensibilidad –que no la sensiblería-, propone personajes creíbles y humanos –todos ellos espléndidamente interpretados-, junto a esa complementariedad en las distintas formas existentes de aprendizaje –el vital o el que se puede estudiar- en una de sus mejores películas. Un título que pese a su intimismo se puede considerar como uno de los más logrados de cuantas propuestas de aventuras en el mar, fueron rodadas en el ámbito del Hollywood clásico.
Clasificación: 3’5
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