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CINEMA DE PERRA GORDA

CHINA GIRL (1942, Henry Hathaway) Infierno en la tierra

CHINA GIRL (1942, Henry Hathaway) Infierno en la tierra

Desde los últimos años 30 y hasta bien entrado el decenio siguiente, una corriente de especial popularidad dentro del cine USA, la proporcionaron una serie de títulos que combinaban en sus argumentos, la aventura, el melodrama, la comedia, y gotas de contexto bélico, insertas en marcos y escenarios exóticos. Es una corriente de la que podríamos recordar títulos como TO HOT TO HANDLE (Sucedió en China, 1938. Jack Conway), y que se prolongaría a exponentes descritos en el ámbito de la Paramount, como CALCUTTA (Calcuta, 1946. John Farrow) o SAIGON (Saigón, 1947. Leslie Fenton), ambas protagonizadas por Alan Ladd. En medio de dicho contexto, surge en 1942 CHINA GIRL (Infierno en la tierra, 1942) rodada para la 20th Century Fox como una de las insólitas implicaciones en el ámbito de la producción, por parte del dramaturgo Ben Hetch -autor también del guion de la película- basada en una historia escrita por el inolvidable tycoon del estudio, Darryl F. Zanuck, bajo el seudónimo de Melville Crossman.

Fue una película que firmó Henry Hathaway -uno de los cineastas más fieles del estudio- quien, tras un periodo en los últimos años treinta y primeros cuarenta dominado por el elevado nivel de sus películas -JOHNNY APOLLO (1940), BRIGHAM YOUNG, FRONTIERMAN (1940), THE SHEPHERD OF THE HILLS (1941)- pilló en  un ámbito de cierta blandura, al encadenar una serie de títulos, todos ellos apreciables en su interés pero, por lo general, de menguante intensidad, en comparación con aquellos que le precedieron, hasta que mediada la década de los 40 su cine volvería a cobrar un impulso renovado, a partir de su implicación en la corriente verista de cine policíaco auspiciada por su estudio.

En esta ocasión, Hathaway intentará encauzar un argumento bastante enrevesado que, a grandes rasgos, describirá la evolución de un hombre sin conciencia hasta encontrar su lugar en el mundo. La ironía del inicio quedará enmarcada con ese rótulo que nos define la personalidad del protagonista; Johnny Williams (un George Montgomery sin el carisma necesario, pero asumiendo uno de sus roles más salvables, dado que se trató de un intérprete especialmente rocoso). Se trata de un reconocido fotógrafo de prensa, al que vemos detenido por una autoridad japonesa en 1941. La secuencia se describe en el interior de una iglesia cristiana violentada por los nipones, al inicio de la II Guerra Mundial, y teniendo como terrible acompañamiento los aterradores fusilamientos civiles, de interminables hileras de japoneses. A Williams se le ofrece una gran cantidad de dinero para ejercer de fotógrafo de las acciones bélicas japonesas -propuesta que rechazará- siendo encerrado en una celda, en la que será acompañado por al mayor Bull Weed (Víctor McLaglen), también preso. Será una extraña situación en la que irrumpirá la capitana Fifi (Lynn Bari), escenificando una violenta situación, que esconde facilitar a Bull un arma con el que procurar la huida de los dos presos. Dicha circunstancia comportará un episodio que, por momentos, parece evocarnos el paralelo de la magnífica y muy cercana ARISE MY LOVE (1940, Mitchell Leisen). Todo ello iniciará una larga peripecia en tierras chinas donde Williams se reunirá con combatientes, haciendo extensiva su amoralidad y siendo incapaz de solidarizarse con las intenciones de unos soldados USA empeñados en hacer una recolecta, para ayudar a la viuda de uno de los caídos. Johnny recibirá por escrito el despido en el medio en el que trabajaba, sableando a diversos compañeros e intentando aceptar que estos ejerzan como socios suyos en una improbable andadura como fotógrafo free lance. La secuencia tendrá lugar en un salón advirtiendo como Fifi intenta seducirlo, hasta que la presencia en el recinto de la joven Haoli Young (Gene Tierney), lo cambiará todo. Objeto de la fascinación del fotógrafo desde el primer momento, pronto comprobará que la muchacha es china e hija del veterano dr. Young (Philip Ahn), quien se encuentra empeñado en un proyecto pedagógico con niños, dentro de un contexto, en el que la invasión japonesa aparece como algo casi inevitable. Williams quedará hechizado por Haoli desde el primer momento,  en donde se iniciará un cúmulo de azarosas aventuras, en las que el protagonista deberá escudarse del acoso de Weed y Fifi, ambos espías japoneses, al objeto de recuperar un documento que este cogió de manera inadvertida, cuando pensaba que era el pasaporte que le habían preparado las autoridades niponas.

Ello modulará la columna vertebral argumental, al inclinarse esta en la plasmación de esa evolución existencial del protagonista, y en la que irá alternándose -con desigual fortuna- el elemento bélico, el romántico y sentimental -la presencia del pequeño indígena Chandú encarnado por un jovencísimo Robert Blake, que se erigirá como fiel ayuda del protagonista- e incluso el cercano a la comedia -esa torpe pelea descrita entre Williams y Weed-. En ayuda de Hathaway acudirán de manera significativa la iluminación en blanco y negro de Lee Garmes al insuflar una cierta densidad al relato, la eficacia del montaje del posterior realizador James B. Clark, y la complicidad del gran Hugo Friedhofer, a la hora de modular la línea marcada por las diversas incidencias de la película. Sin embargo, y logrando en su conjunto más o menos estimable, CHINA GIRL se distancia de lo mejor de la obra de su realizador, aunque sí que es cierto que se encuentra a unos niveles más o menos similares del conjunto en este periodo antes señalado en su filmografía. Lo cierto es que pese a contar con episodios y secuencias magníficas, uno tiene la sensación al contemplar esta película, de que se dejan por medio numerosos cabos sueltos. Parece que, en el fondo, ese objetivo argumental de plasmar ese proceso final de toma de conciencia de su protagonista -lo cual nos permitirá un plano final tan abierto como impactante- justifica dejar en el aire temas que, durante su metraje previo, han tenido su importancia en el mismo. Pienso, por ejemplo, en la manera con la que se abandonan esos dos espías japoneses que han acompañado las peripecias de Williams. O en ese macguffin del documento que, de repente, deja de tener importancia. Hay en ciertos momentos, la extraña sensación de contemplar una película que no sabemos a ciencia cierta el camino que retoma. Dichas carencias, dicha ausencia de armonía dramática, en algunas ocasiones permite giros inesperados, e incluso momentos magníficos, pero en su conjunto, en última instancia transmite una cierta sensación de insatisfacción.

Es verdad que entre sus cualidades, destaca por un lado la presencia de irónicos diálogos, sobre todo en las secuencias ‘a dos’. Sin embargo, justo es reconocer que su propio discurrir narrativo nos propondrá de manera ocasiones motivos de verdadero interés. Es algo que se ejemplificará en el percutante episodio de la fuga de Johnny, Weed y Fifi, rodado con una inequívoca aura documental -y preludiando con ello la posterior tendencia de Hathaway dentro del cine policiaco- brindándonos unos planos aterradores, en donde los fugados se camuflan en medio de un auténtico río de cadáveres de fusilados japoneses. O la manera con la que se introduce el personaje de Gene Tierney encuadrando su rostro, en medio de una silueta decorativa de forma cuadrada, introduciendo un tema musical ad hoc, o modificando la planificación de la secuencia incorporando los puntos de vista de diversos personajes, que reaccionan ante su presencia -más adelante, cuando esta se marche de viaje, Hathaway describirá con acierto dicha circunstancia mostrando a Williams al lado de esa mista pieza ornamental, en esta ocasión vacía de contenido-. No olvidaremos, ya en sus minutos finales, ese plano sostenido del pequeño Chandú, cuando se despida del que se ha convertido en casi su padre. O, por supuesto, la fuerza de su episodio final, donde la película alcanzará ese grado de densidad, que hasta entonces solo había rozado en sus instantes más brillantes. Unos minutos intensos describiendo el intenso bombardeo en el entorno de Haolin, su padre, y los niños de los que se responsabilizan, que culminarán casi en la antesala de la muerte, y que darán la medida de lo que podría haber sido una película, a la que su indefinición condena al estadio de la medianía.

Calificación: 2’5

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