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CINEMA DE PERRA GORDA

80,000 SUSPECTS (1963, Val Guest)

80,000 SUSPECTS (1963, Val Guest)

¿Ha llegado el momento de poner en valor la obra del británico Val Guest? Difícil coyuntura, cuando realizadores de aún mayores cualidades siguen sufriendo el sueño de los justos al igual que sucede con la generalidad del cine británico. No cabe duda que hay elementos que dificultan dicho recorrido. En primer lugar, dada la imposibilidad de acceder a buena parte de los más de 45 largometrajes que componen una filmografía, que se inicia en 1943 y culmina casi medio siglo después. También por el hecho de que a partir de finalizada la década de los 60, su aportación presumiblemente carecería de interés. En cualquier caso, y con la relativa ventaja que me brinda haber podido contemplar casi un tercio de sus largometrajes, me permite intuir que lo mejor de su cine se dirime -al igual que otros compañeros de profesión- en un ámbito de cine de género, en relatos tersos y dominados por conflictos de gran fuerza dramática, descritos desde mediada la década los cincuenta y el decenio siguiente, por lo general delimitados visualmente en relatos oscuros iluminados en contrastado blanco y negro, en los que su trazado de personajes aparece dominado en géneros tan diversos y complementarios como el cine criminal o policiaco, la ciencia-ficción, el drama bélico o, en este caso -y no será el único- la ficción especulativa.

Esta será la premisa de 80,000 SUSPECTS (1963), carente de estreno comercial o posteriormente digital en nuestro país. De entrada, las marcadas circunstancias de la vivencia de la pandemia Covid19 otorgan a esta película una inusitada actualidad, ya que plantea bajo el clásico prisma británico -es decir, la recreación de una situación límite plasmada con absoluta racionalidad en su desarrollo- la inesperada presencia de una epidemia de viruela en la localidad de Bath. De entrada, me gustaría señalar que pese a las escasas referencias existentes, considero esta una de las mejores cintas de Guest que he tenido ocasión de contemplar, partiendo de un guion suyo -a partir de una novela de Trevor Dudley Smith- e imbricando en un metraje casi siempre apasionante -tan solo decaerá en su percutante fuerza durante su tramo final-, el desarrollo de esa epidemia que romperá la cotidianeidad de esta ciudad media -el título aludirá a la población de la misma-. Todo ello quedará establecido al mismo tiempo dentro del estallido de la crisis de pareja vivida en el matrimonio formado por el prestigioso dr. Steven Monks (Richard Johnson) y su esposa, Julie (una fantástica Claire Bloom) a la que conoció siendo enfermera.

La película se iniciará con un elegantísimo y complejo plano de grúa que describe la celebración del fin de año. Entre la muchedumbre de los ciudadanos en la calle, y los cánticos del tradicional Auld Lang Syne, pronto descubriremos a la pareja protagonista del relato. Ellos se disponen a vivir una fiesta de alta sociedad, pero muy pronto en sus actitudes y diálogos percibiremos que sus relaciones no se encuentran en buen momento. La cámara de Guest y su estupendo uso deL formato panorámico -en el que siempre se mostró muy diestro- acentuará este apercibimiento de crisis, que muy pronto se verá completado con la presencia de la casquivana y ebria Ruth Preston (Yolanda Donlan, esposa del propio realizador). Se trata de la esposa del dr. Clifford Preston (un extraordinario Michael Goodliffe), que ha tenido que quedarse en la guardia en el hospital en que también trabaja Steven, y que no dudará en exteriorizar su coqueteo con este, hasta el punto que pronto sabremos que ambos han mantenido alguna infidelidad con sus respectivas parejas. Después de tirarse borracha a un pequeño estanque, Julie se encargará de trasladarla a su lujosa vivienda, mientras que Steven ha de acudir al hospital para recoger su cámara fotográfica, puesto que junto a su esposa van a disfrutar de unas merecidas vacaciones. Sin embargo, una llamada de atención de Clifford hacia una paciente que sufre extraños síntomas, hará predecir a Steven que se trata de un claro caso de viruela -como así sucederá-. Tras desinfectarse retornará a su vivienda, donde planteará a su esposa el dilema de iniciar las vacaciones o retornar al hospital, puesto que intuye que el recinto va a vivir una muy compleja situación. Será un momento en el que se exteriorizará con claridad el profundo drama vivido por la acomodada pareja, al tiempo que se irá revelando la hasta entonces oculta y pasada relación del médico con Ruth.

De alguna manera, la entraña dramática de 80,000 SUSPECTS se articula en el desarrollo dramático de la dualidad que porta la angustiosa, casi extenuante, y al mismo tiempo austera descripción de la rápida expansión de la pandemia en la localidad de Bath, y al mismo tiempo la implosión de la crisis y, con ella, la solución de la misma, por parte del matrimonio Monks. Puede quizá objetarse una cierta deriva convencional en la disolución de la vivencia en este segundo enunciado, pero es tan intensa y al mismo tiempo tan sincera la expresión de la misma, que el gran acierto de este magnífico film de Guest reside en su capacidad para incardinar ambos vectores dramáticos, y hacerlo además con un impecable sentido de la progresión dramática, en un relato tenso y muy bien articulado. En él destacará la brillantez de su montaje -en no pocas ocasiones contemplaremos imaginativos encadenados- buscando siempre una concatenación de situaciones, a modo similar de la premisa instaurada en la lejana e igualmente estupenda SEVEN DAYS TO NOON (Ultimátum, 1950. John & Roy Boulting). Una vez más, y como elemento fundamental en la articulación del cine inglés, y como exteriorización de una personalidad muy marcada en su estoicismo psicológico, Guest acierta al ir marcando el devenir de la epidemia de manera muy austera, desde el primer contacto de Steven con la oculta paciente, las manifestaciones iniciales de la desinfección, la presencia de un nuevo caso, la notificación a los responsables del hospital, las fuerzas de seguridad, la prensa, la presencia de equipos de vacunación… Todo ello irá sucediéndose en la pantalla sin olvidar en ningún momento el objetivo principal; localizar el conjunto de casos aparecidos, sus fuentes y, con ello, revertir por completo el desarrollo de la misma. Ello nos permitirá, en un segundo término, la contemplación de ese contexto social inmerso en clases obreras y desfavorecidas -la vivienda densamente poblada de la familia del caso inicial-, ese hotel mugriento que brindará una inesperada pista para avanzar en las dos vertientes que alberga la película, así como introducir elementos caracterizados por su intriga -la búsqueda de Ruth, que inicialmente ha huido a Londres escondiendo un aspecto esencial para la resolución de la película.

80,000 SUSPECTS destaca por esa minuciosidad en el recurrido de la extensión de la epidemia. En el cansancio y casi el agotamiento de los responsables de ponerle coto. En la tarea casi exhaustiva a la hora de perseguir de manera detectivesca los puntos donde esta se ha extendido. Algo en lo que los responsables de la película se empeñarán en una puesta en escena minimalista y centrada en el estudio de personajes, a través de los cuales articularán el resto de elementos -esos travellings laterales que describirán las colas de vacunación- y en la que colaborará de manera esencial la fuerza de la iluminación en b/n ofrecida por el hammeriano Arthur Grant. Ello se mostrará de igual modo en las silenciosas secuencias desarrolladas de manera casi claustrofóbica en el interior del hospital, en el que destacará la capacidad de percepción psicológica brindada por el veterano padre Maguire (el siempre espléndido Cyril Cusack). Lo cierto es que lo más perdurable, lo realmente magnífico en la película, reside sobre todo en esas secuencias ‘a dos’, en esos momentos revestidos de intensidad y sinceridad, donde sus personajes parecen desnudar sus sentimientos. Es algo que observaremos en el encuentro de los dos esposos, una vez Julie ha decidido ofrecerse como enfermera. En el que esta mantiene con el observador sacerdote. En el reencuentro de los dos esposos mientras ella se mantiene en cama. En la cita de Steven con ese enfermero moribundo y confinado en la cama de una vieja habitación de hotel. En la que finalmente mantendrá la esposa y Maguire, donde quedará claro que conocía la infidelidad de su esposo, que finalmente ha relativizado o, como no podía ser de otra manera, en esa llamada final de Ruth, totalmente desahuciada. Sin embargo, de ellas no dudo en destacar el encuentro mantenido en los últimos minutos entre Steven y Preston, su estrecho amigo, donde este último se mostrará totalmente hundido, y que culminará con un plano de este, de espaldas y arrodillado, llorando, en el que considero el instante más conmovedor de la película.

Es cierto que, en su tercio final, esa implacable serenidad que había caracterizado 80,000 SUSPECTS se acelera quizá rompiendo su equilibrio. Quizá la resolución del peligro de la pandemia está un poco pillada por los pelos, e incluso finalmente el recorrido sentimental de los protagonistas probablemente oscurezca el seguimiento del argumento central de la película. Son, en cualquier caso, levísimas objeciones a un relato en muchos momentos apasionante, en otros intenso por lo punzante de su articulación dramática, y que hay que sumar a la casi infinita relación de títulos magníficos del cine británicos olvidados de manera injustificada. A tiempo estamos de revertir esa lamentable desmemoria.

Calificación: 3’5

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