WALK THE LINE (2005, James Mangold) En la cuerda floja
Contemplando las imágenes –pulidas, aparentemente comprometidas y finalmente complacientes- de WALK THE LINE (En la cuerda floja, 2005. James Mangold), cualquier espectador más o menos avezado tendrá en su mente la irremediable representación del biopic en el cine norteamericano. Da igual que el sistema de cine de géneros se desmontara, o que las estructuras cinematográficas sean hoy día mucho más impersonales que en tiempos pasados. Una de las fórmulas que nunca han fallado en el cine ha sido el terreno de las biografías noveladas de mayor o menos éxito popular o trascendencia artística. Con independencia de su mayor o menor entidad como mero producto –el biopic resulta en sí mismo un auténtico escollo para plasmar un resultado creativo o valioso-, todos sus exponentes se centran en una serie de estereotipos o patrones más o menos reiterados. A saber; personaje de pasado atormentado, contraste o choque con la sociedad que le rodea, turbulenta historia amorosa, correspondencia de su andadura vital con el resultado de su obra, admirativa visión final de la misma, selección interesada de aspectos vitales del personaje elegido, apartes que demuestren su valía como ser humano, dotado con un aura especial, su incomprensión, etc…
A todos estos elementos se adhiere el extenso y al mismo tiempo fluido metraje de WALK THE LINE, planteando un recorrido parcial sobre la biografía del cantante Johnny Cash que parte de la autobiografía realizada por el propio cantante antes de morir, y que en la película se centra en el turbulento periodo definido entre inicios de la década de los cincuenta y finales de los sesenta. Será un espacio en el que un joven casado y con dos hijos, condenado a una existencia gris y anodina, se rebele contra este entorno opresivo precisamente con su música. Será el pronto conocido Cash (Joaquin Phoenix), quien se consagrará con un nuevo modo de entender la música folk, en un periodo en el que coexistirán nombres legendarios como Presley y Jerry Lee Lewis, dentro de la denominada edad de oro del rock & roll. En este contexto, muy pronto encontrará Cash su lugar destacado mientras coquetea con la cantante June Carter (Reese Witherspoon), se convierte en un adicto a las pastillas, y sobrelleva como puede el enfrentamiento latente con su padre –iniciado en las circunstancias en la que falleció su hermano-, y las responsabilidades que a través de este hecho, tanto padre como hijos asumieron internamente.
Será esta la base primordial de una película que sigue la mayor parte de las convenciones antes señaladas, y se brinda como un relato dominado por sus composiciones en pantalla ancha, por los travellings y panorámicas laterales, que del mismo modo no se puede decir que caiga con especial incidencia en efectismos tan habituales en títulos de estas características –los pocos instantes en los que se incide en momentos llenos de tensión, se resuelven con una encomiable sobriedad-. Sin embargo, todo resuena a falso, a cliché. Desde las frases y encuentros con Elvis, el encuentro previo de Johnny con el promotor musical, al que finalmente logrará convencer con sus canciones… Ciertamente, todo el recorrido argumental de la película es una sucesión de situaciones más o menos previsibles en este tipo de films mostradas, eso si, con una cierta elegancia cinematográfica.
Pero llegados a este punto ¿Qué es lo que puede separar un título tan insalvable como YOUR CHEATIN’ HEARTH (1964, Gene Nelson), del que nos ocupa? En apariencia bastante poco, puesto que ambos parten de planteamientos paralelos y conclusiones similares. Sin embargo, justo es reconocer en el film de Mangold un intento de proporcionar un producto pulido y con gancho de cara al público norteamericano, confiando buena parte de las posibilidades del film a la presencia de sus dos principales protagonistas –la película está por completo dedicada a su lucimiento-. Y es en esa vertiente, donde podemos detectar la química que se establece entre Phoenix y la Witherspoon, que consigue en base a ello elevar las cotas de interés de una base argumental claramente bañada en convenciones y lugares comunes. No sin algún exceso histriónico, el primero de los actores logra una magnífica recreación de la figura elegida, destacando el hecho de cantar él mismo sus canciones y la capacidad demostrada para moverse –sobre todo en las actuaciones- con todo su cuerpo –por ejemplo, el modo con que maneja la guitarra-. Por su parte, nadie puede negar la esforzada labor de su oponente femenina, aunque también pienso que su aplicado trabajo no merecía, ni de lejos, la dorada estatuilla que se le concedió, mientras que al más merecido Phoenix le fue negada.
Como no podía ser de otra forma, WALK THE LINE se despide con el abrazo de la pareja en plena actuación y un previsible ralenti. Por fin el protagonista se ha logrado incorporar en la normalidad de la vida. Antes habrá sufrido enormes crisis debidas a su atormentado pasado y al abuso de sustancias estupefacientes. Es así como con aparente corrección formal, pero revestido de un aire ciertamente conservador y conformista, finaliza esta biografía que se pretende tormentosa, y finalmente deviene un producto adornado con celofán desteñido.
Calificación: 1’5
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KEN'AY -
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