SEA DEVILS (1953, Raoul Walsh) Gavilanes del estrecho
Es lógico que en la obra de cualquier cineasta de los denominados pioneros, caracterizados por una amplia producción, se produzcan desequilibrios y altibajos. Se trata de algo que tuvo su caldo de cultivo en la dependencia con los encargos que les proporcionaban, y la sencillez general con la que se consideraba el desempeño de una profesión que no buscaba autorías y si, por el contrario, la satisfacción de una labor profesional y un rato de entretenimiento garantizado. Sin embargo, mi reciente recorrido intermitente por el cine de Raoul Walsh me ha llevado a contemplar tres títulos que, dentro de su generalizada dignidad, no puedo considerar ni de lejos entre lo mejor de su autor. Lo peor de todo no es esa relativa mengua de calidad, sino el hecho de tener que ratificar esos altibajos que, por ejemplo, veo más equilibrados en directores quizá similares en características, aunque quizá proclives a logros de menor valía. Pongo en ello como referente a Henry Hathaway, de quien todavía estoy por descubrir un título absolutamente memorable, pero al mismo tiempo me cuesta recordar una película suya que pueda descender de un nivel considerable.
Vienen a cuento estas disgresiones personales al contemplar SEA DEVILS (Gavilanes del estrecho, 1953, Raoul Walsh), al tener que asumir que a pesar de la consumada destreza de Walsh dentro del cine de aventuras, al buen nivel con el que se encontraba en el periodo de su realización, y al brillante uso que en otras ocasiones brindó con su pareja protagonista –él fue realmente quien descubrió a Rock Hudson-, no podamos considerar esta película entre sus mejores aportaciones al género. No por ello vamos a despacharla de forma simplista –es un producto clásico de cine “de palomitas”, que se contempla con agrado-, pero no cabe duda que en ella se echa de menos ese aliento épico y aventurero que su director imprimió a diversas de sus propuestas enclavadas dentro de estas coordenadas genéricas. Desarrollada en 1800 entre las costas inglesas y francesas, SEA DEVILS se centra fundamentalmente en la relación que se establecerá casualmente entre Gilliatt (Rock Hudson), un joven contrabandista, con la bella Droucette (Ivonne De Carlo). Gilliatt es uno más de tantos hombres de mar que se ha visto forzado al contrabando al prohibirse la actividad marinera. Tras sufrir una emboscada de las autoridades, se producirá el casual encuentro con Droucette, que le llevará finalmente a trasladarla hasta la costa francesa, en cuyo trayecto esta engañará a su porteador mintiéndole sobre sus intenciones reales –es una espía del mando británico destinada a suplantar a una aristócrata francesa que se encuentra encarcelada en el entorno de Napoleón-. A partir de ese contacto, de la fascinación irremediable que Droucette provocará en Gilliatt y del desengaño que inicialmente provocará en este, se desarrolla una aventura ambientada en un periodo napoleónico, y en donde aparecen personajes históricos como el conocido mandatario y su lugarteniente Fouché, en líneas generales caracterizada por su amenidad, pero en la que está ausente ese aura que pide a gritos la narración. Solo basta comparar el enfrentamiento que en esta película se establece entre el protagonista y su competidor Rantaine (Maxwell Reed), con el que definieron los recordados Gregory Peck y Anthony Quinn en THE WORLD IN HIS ARMS (El mundo en sus manos) del mismo realizador, y rodada apenas un año antes. Nada habría que enturbiara el buen desarrollo de la película, pero se aprecia una ausencia de ritmo quizá definido en una producción precaria o el hecho de ser un título que sobrellevó la presencia de rodaje en Inglaterra. No es la primera ocasión en la que se esgrime esta aparentemente chirriante confluencia, cuando lo cierto es que bajo mi punto de vista, en otras ocasiones se resolvió con un mejor resultado –y sin salirnos de la comparación con Hathaway, puedo citar el ejemplo solvente de THE BLACK ROSE (La rosa negra, 1950)-.
Por fortuna, el último tercio de SEA DEVILS se caracteriza por un ritmo mucho más vitalista, y su desarrollo sí que adquiere ese aura aventurera que hemos estado echando de menos durante cerca de una hora. Sorprenden estas carencias y limitan el disfrute de una película en la que hemos de recordar la presencia como actor del posterior realizador inglés Bryan Forbes, y los detalles fetichistas como el pañuelo rojo que se anuda sobre el cuello de Hudson –éste en el mejor momento de su andadura como galán romántico-, incluso en las secuencias en las que este se muestra descamisado e incluso atado en el barco de su eterno rival, Rantaine. En definitiva, un título apreciable y decepcionante a partes iguales, viniendo del solvente equipo que participó en su gestación –Walsh, Chase, Husdon, De Carlo-, representativo por un lado del peso específico que el género gozaba en aquellos años, y por otra de que esas fórmulas no siempre tenían que fraguar en un resultado rotundo.
Calificación: 2’5
2 comentarios
westerner -
opera 0 -