MANPOWER (Raoul Walsh, 1941) [Alta tensión]
Enclavada dentro de la inspirada eficacia con que se desarrollaron varias de las producciones de la Warner realizadas en un corto espacio de tiempo por Raoul Walsh –entre las que se encuentran dos obras de la altura de THE ROARING TWENTIES (1939) y HIGH SIERRA (El último refugio, 1941)-, se ubica este MANPOWER (1941) –nunca estrenada en España y limitada a pases televisivos con el título de ALTA TENSIÓN-. Generalmente poco conocida y comentada y considerada por algunos incluso como un producto algo decepcionante –es cierto que no se encuentra a la altura de los títulos antes señalados-, pero que personalmente considero un buen título encuadrado en el melodrama de aventuras, y que bajo mi punto de vista llega casi a la altura de la más valorada THEY DRIVE BY NIGHT (Pasión ciega, 1940). En este caso, se plantea un típico triangulo pasional encuadrado dentro de un grupo de profesionales dedicados a la reparación de los postes ubicados en las líneas de alta tensión.
A partir de esas sencillas y eficaces premisas se desarrolla una descripción llena de vitalismo, sentido de la observación y oportunos y acertados apuntes de comedia. De todo un conjunto de personajes que prácticamente comparten su vida diaria a través de su entrega en una profesión extremadamente arriesgada y en la que siempre está acechando la sombra de la muerte. Dentro de ese conjunto, se encuentra la profunda relación de amistad que existe entre Hank McHenry (Edward G. Robinson) y Johnny Marshall (George Raft). El primero es un hombre que no tiene ningún atractivo con las mujeres, mientras que el segundo se define por todo lo contrario, hasta tal punto que se manifiesta especialmente influido por algún desengaño amoroso.
Walsh describe a la perfección ambos personajes con brevísimas y eficaces pinceladas, insertadas en los primeros compases de una película que resulta absolutamente ejemplar en su cuarto de hora inicial. Con un rápido montaje y la impecable maestría del norteamericano para plasmar reencuadres en travelling, se introduce vertiginosamente al espectador en el contexto de la peligrosidad de la profesión, es descrito el entorno laboral en donde se insertan los personajes protagonistas, se llegan a apuntar entre momentos de comedia y de cotidianeidad, la psicología de este conjunto de trabajadores, e incluso se introduce con habilidad la presencia de ese personaje femenino que tendrá una capital importancia en la historia y que completará el círculo. Esta es la hija de uno de los trabajadores de la línea de alta tensión –“Pop” Duval (estupendo Egon Brecher)-. Pop es un hombre hundido, caracterizado por su fatalismo, y que quizá en su condición sea determinante el que en su momento abandonara a su mujer al no tener recursos y, con ello, no haber cuidado a su hija, fracasando como padre. Ella ha estado un año en prisión acusada de robo, y en su libertad ha influido poderosamente la mediación de Johnny. Sin embargo, y cuando este acompaña a Pop y contempla a la recién liberada, pronto la definirá como una auténtica cualquiera. Esta –Fay (Marlene Dietrich)- tratará con desprecio a su padre, lo cual hará ratificar la opinión negativa que de ella alberga Marshall alberga. Ese trato negativo hacia el ya veterano Pop, hará que este prácticamente se deje morir en pleno desempeño de su trabajo –es achicharrado ante la caída de unos cables que se encontraban atestados de hielo-.
A partir de la comunicación de la noticia de la muerte de su padre, Hank conocerá a Fay y se encaprichará de ella, aunque la joven –que trabaja en un club de alterne-, nunca esconderá la verdadera ausencia de sentimientos recíprocos hacia él que no se salgan mas allá de la consideración que le merece como buen hombre que es. Pero pese a su sentido de la honestidad encubierto bajo una fachada de aparente frialdad, Fay se convertirá en una femme fatal a pesar suyo, provocando dos muertes –su padre y su posterior esposo- en las que realmente no ha tenido nada que ver de modo directo. Y junto a ello, se manifestará ese triángulo emocional entre ella y los dos amigos de siempre, una circunstancia que Walsh jugará con habilidad insertando los momentos más intensos de la atracción que se establece entre Fay y Johnny, con el inserto de tensas equivalencias visuales con la profesión que muestra la película.
MANPOWER me recordó por su estructura una antigua película de Howards Hawks –también de la Warner- titulada TIGER SHARK (Pasto de tiburones, 1932), en la que se establecían unas características bastante similares –y también tenía como protagonista al gran Edward G. Robinson-. En ambas el protagonista mantenía una minusvalía física debida a un accidente de profesión, se insertaban elementos de comedia, se describía la dureza de un medio laboral, y se insertaba un triángulo pasional entre dos amigos de siempre. En esta ocasión, he de reconocer que uno de los elementos que más me han interesado en la película de Walsh –mas allá de la tensión narrativa que expresa en sus mejores momentos-, es la acertadísima presencia de numerosos instantes de comedia que se integran a la perfección en la película, que contribuyen a desdramatizarla, e incluso plantean momentos decididamente absurdos –ese sombrero que es devuelto al compañero de Hank cuando está en el probador de vestidos, el desternillante gag de la caída del enfermo que acompaña a los dos amigos heridos en diferentes momentos, y que queda colgado en su absoluta inmovilidad cuando un compañero de ambos le desmonta la cama; la secuencia de la rotura de cristales en un tiro de béisbol en el jardín de Hank, etc.-. A todo ello cabría unir la eficacia de sus efectos especiales y maquetas, que logran integrarse en los momentos más físicos de la película.
Sin embargo, no sería justo si dejara de señalar que hay un elemento que impide a MANPOWER alcanzar esa redondez como película que sí apuntan sus momentos más logrados. Me refiero a la inadecuada presencia de Marlene Dietrich como protagonista femenina. Si bien es cierto que en los momentos más intimistas sabe dotar a su personaje de la necesaria intensidad, en otros queda absolutamente forzada, su aparente frialdad encaja muy poco en su personaje –al margen de la recurrencia a mostrar sus piernas sin venir a cuento- y llega a parecer ridícula en aquellos momentos en los que viste atavíos de ama de casa –eso si, bien cortos, para que las piernas luzcan-. Sorprendentemente, y por encima incluso de Robinson, el modulado hieratismo de George Raft logra imbuir a su personaje de una personalidad interior –se nota desde el primer momento que su desprecio hacia Fay, que luego se traducirá en pasión, procede de pasadas y frustradas experiencias amorosas- realmente magnífica. Es por ello, que el relativamente acomodaticio final, de alguna manera deja un poso de insatisfacción a una historia que merecía un mayor grado de fatalismo. En cualquier caso, se trata de un buen producto, con el inequívoco sello y la competencia del equipo de la Warner, y en el cual Walsh logró imprimir su personalísima maestría cinematográfica.
Calificación: 3
1 comentario
DAVID GONZALEZ -
La interpretación de G.Raft, que nunca despertó mis simpatías, me parece extraordinaria. Y el tono elegido por E.G.Robinson equivocado. Siendo un actor de tantos matices a la hora de componer sus personajes no escoje el mejor enfoque.
El tono fatalista de los personajes de Walsh creo que también se cumple aquí, eso sí, sin un planteamiento abrupto entre los dos amigos, salvo al final. La unión de Raft y la Dietrich, en el cierre de la película casi ni se muestra, parece que Walsh sintió cierto pudor.