RIDE WITH THE DEVIL (Ang Lee, 1999) Cabalga con el diablo
Rodada entre la reconocida –y excelente- THE ICE STORM (La tormenta de hielo, 1997) y WO HU CANG LONG (Tigre y dragón, 2000), puede decirse que RIDE WITH THE DEVIL (Cabalga con el diablo, 1999) es, hoy por hoy, la película “maldita” de la ya notable filmografía del taiwanés Ang Lee. Sometida en el momento de su estreno a un recorte en su duración, y al parecer con una carrera nada exitosa, lo cierto es que queda como una especie de laguna en un conjunto de títulos generalmente acogidos de forma cálida por público y crítica. En cualquier caso, creo que no se puede dejar de señalar que se trata de una película coherente con las inquietudes temáticas y estéticas y estéticas de su artífice. Al mismo tiempo, pienso que se trata de un producto apreciable, que alcanza incluso momentos magníficos pero que, bajo mi punto de vista, acusa una serie de desequilibrios que impiden que su conjunto alcance plenamente sus objetivos.
Unos objetivos estos que se centran en el joven Jake Roedle (Tobey Maguire), hijo de familia alemana y gran amigo de Jack Bull (Skeet Ulrich). Pero lo que es determinante en esta amistad es situar su marco en el contexto de la guerra de secesión norteamericana y entre las fronteras de Kansas y Missouri. Ambos jóvenes se alistarán no en el bando de los federales, sino en el seno de una banda que pululaban en su entorno, haciendo estragos entre la población –en los primeros instantes del film, Jack asiste horrorizado como testigo al asesinato de su padre por parte de tropas confederadas-, antes de abandonar la familiaridad y cordialidad de sus hogares.
Lo cierto es que ese es, quizá, el primer elemento que define la película a lo largo de su desarrollo. La vivencia de una inocencia y una felicidad perdidas. Jake y Jack evidencian desde los primeros, felices y relajados instantes del film, su amistad y compenetración. La pertenencia a una familia inmigrante alemana del primero, introducirá de igual modo un elemento muy importante en la película, en aquel tiempo y –lamentablemente- en el posterior devenir de la historia norteamericana; el racismo. Ello se manifestará en algunos momentos en el personaje protagonista –del que incluso su mejor amigo comentará poco antes de morir y viendo cercana su desaparición, que pensaba que este lo haría antes de él; un detalle de superioridad y deformado paternalismo de un americano auténtico sobre otro “adoptado”-. Pero esa mirada sobre el racismo tendrá otro exponente importante en el combatiente negro -Daniel Holt (Jeffrey Wright)- que sorprendentemente es respetado por los componentes de la banda en la que se encuentran, al estar protegido de uno de los responsables del mismo –George Clyde (Simon Baker-Denny)-.
Es algo muy evidente que esta historia –procedente de una novela al parecer muy leída, obra de Daniel Wondrell-, era un material acorde a las inquietudes y la mirada crítica, desapasionada y elegante de Ang Lee. Y esa circunstancia se manifiesta en este interesante “western” de pérdida de la inocencia, que merece destacarse en la medida en que elude hábilmente en peligrosos clichés propios del cine teen en los que podría haber recaído con bastante facilidad, que sabe ser intenso y sutil al mismo tiempo –la dura secuencia en la que sus amigos cortan el brazo engangrenado a Jack, que monta con un desgarrador plano general exterior de la cabaña donde se está realizando la finalmente infructuosa amputación-, y que logra integrar una visión bastante desoladora de la propia condición humana. En este último rasgo, no se sabe si realmente merece la pena intentar resultar noble y honesto –ese oficial confederado que es “salvado” por Maguire y que responderá a ello matando al padre de este-, o como en esos planos casi de cierre, dejar con vida a un personaje absolutamente despreciable como es el bandido que interpreta Jonathan Rhys Meyers –últimamente reivindicado por su protagonismo en m MATCH POINT (2005, Woody Allen), cuando en los últimos años ya ha demostrado sobradamente ser un personalísimo joven intérprete-.
En esa dualidad en la que no se sabe donde se encuentra la ética, la lealtad o la honestidad –quizá porque en un contexto dominado por el horror y la muerte no sea posible encontrarlas, y en ese entorno no se puede delimitar que personajes pueden definirse como positivos o negativos-, se desarrolla la mirada progresivamente evolucionada del personaje protagonista, impregnada en algunos momentos de bellos exteriores llenos de paz, filmada siempre con ese adecuado aprovechamiento de la pantalla ancha, e insertando en determinados instantes de escaramuzas bélicas impregnadas de un extraño humor negro –como aquella en la que Jake pierde el dedo meñique por un disparo (parece una remembranza del Howard Hawks de THE BIG SKY (Río de sangre, 1952), y otro de los combatientes es traspasado por una bala por las mejillas (cuando bebe un trago de whisky el líquido se le escapará por los orificios)-.
A partir de estos aciertos parciales y una buena dirección de actores –que logra incluso una labor solvente del generalmente inexpresivo Skeet Ulrich-, sorprende en sentido negativo lo desangelada que resulta la plasmación de la –en potencia- terrible secuencia del asalto a una población por las tropas sudistas que comanda un sanguinario oficial. Se trata de una escena que demuestra blandura donde se tendría que haber aportado fuerza expresiva, que da la impresión de no lograr algo que Lee tenía en mente –está rodada de una forma absolutamente personal en su aparente combinación de vida cotidiana alternada con el asalto-, pero que llegó a recordarme por su escasa credibilidad, las embajadas que se realizan en las fiestas de moros y cristianos de las provincias de Alicante y sur de Valencia.
Sorprende eso aún más si cabe, cuando momentos después se filma con tanta convicción y acierto un combate entre federales y confederados, llegando a la cima de su intensidad con la muerte de George Clyde, que se despide del negro sudista al que siempre ha protegido, con lo que supone para este la pérdida de esa extraña libertad de la que siempre ha gozado en un territorio en esencia hostil para su raza. El instante está excelentemente planteado, y con la expresión transpuesta de los dos personajes, se describe a la perfección el drama del amigo que va a morir y el que a partir de su muerte va a perder el espejismo de su libertad. Ello hará replantear a Holt viajar finalmente hasta Texas para comprar la libertad de su mujer –en una emotiva secuencia final, que separará para siempre a dos seres unidos precisamente por ser “diferentes” al prototipo establecido en los propios Estados Unidos, de lo que es ser el “bien americano”, sin saber entre otras cosas que precisamente una de sus virtudes como pueblo es la enorme confluencia de razas y etnias.
En definitiva, RIDE WITH THE DEVIL es una propuesta interesante, aunque desequilibrada o fallida en algunos momentos, que se integra en las inquietudes del realizador, pero que al mismo tiempo no puede ser considerada entre sus mejores obras.
Calificación: 2’5
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