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CINEMA DE PERRA GORDA

Ang Lee

RIDE WITH THE DEVIL (Ang Lee, 1999) Cabalga con el diablo

RIDE WITH THE DEVIL (Ang Lee, 1999) Cabalga con el diablo

Rodada entre la reconocida –y excelente- THE ICE STORM (La tormenta de hielo, 1997) y WO HU CANG LONG (Tigre y dragón, 2000), puede decirse que RIDE WITH THE DEVIL (Cabalga con el diablo, 1999) es, hoy por hoy, la película “maldita” de la ya notable filmografía del taiwanés Ang Lee. Sometida en el momento de su estreno a un recorte en su duración, y al parecer con una carrera nada exitosa, lo cierto es que queda como una especie de laguna en un conjunto de títulos generalmente acogidos de forma cálida por público y crítica. En cualquier caso, creo que no se puede dejar de señalar que se trata de una película coherente con las inquietudes temáticas y estéticas y estéticas de su artífice. Al mismo tiempo, pienso que se trata de un producto apreciable, que alcanza incluso momentos magníficos pero que, bajo mi punto de vista, acusa una serie de desequilibrios que impiden que su conjunto alcance plenamente sus objetivos.

Unos objetivos estos que se centran en el joven Jake Roedle (Tobey Maguire), hijo de familia alemana y gran amigo de Jack Bull (Skeet Ulrich). Pero lo que es determinante en esta amistad es situar su marco en el contexto de la guerra de secesión norteamericana y entre las fronteras de Kansas y Missouri. Ambos jóvenes se alistarán no en el bando de los federales, sino en el seno de una banda que pululaban en su entorno, haciendo estragos entre la población –en los primeros instantes del film, Jack asiste horrorizado como testigo al asesinato de su padre por parte de tropas confederadas-, antes de abandonar la familiaridad y cordialidad de sus hogares.

Lo cierto es que ese es, quizá, el primer elemento que define la película a lo largo de su desarrollo. La vivencia de una inocencia y una felicidad perdidas. Jake y Jack evidencian desde los primeros, felices y relajados instantes del film, su amistad y compenetración. La pertenencia a una familia inmigrante alemana del primero, introducirá de igual modo un elemento muy importante en la película, en aquel tiempo y –lamentablemente- en el posterior devenir de la historia norteamericana; el racismo. Ello se manifestará en algunos momentos en el personaje protagonista –del que incluso su mejor amigo comentará poco antes de morir y viendo cercana su desaparición, que pensaba que este lo haría antes de él; un detalle de superioridad y deformado paternalismo de un americano auténtico sobre otro “adoptado”-. Pero esa mirada sobre el racismo tendrá otro exponente importante en el combatiente negro -Daniel Holt (Jeffrey Wright)- que sorprendentemente es respetado por los componentes de la banda en la que se encuentran, al estar protegido de uno de los responsables del mismo –George Clyde (Simon Baker-Denny)-.

Es algo muy evidente que esta historia –procedente de una novela al parecer muy leída, obra de Daniel Wondrell-, era un material acorde a las inquietudes y la mirada crítica, desapasionada y elegante de Ang Lee. Y esa circunstancia se manifiesta en este interesante “western” de pérdida de la inocencia, que merece destacarse en la medida en que elude hábilmente en peligrosos clichés propios del cine teen en los que podría haber recaído con bastante facilidad, que sabe ser intenso y sutil al mismo tiempo –la dura secuencia en la que sus amigos cortan el brazo engangrenado a Jack, que monta con un desgarrador plano general exterior de la cabaña donde se está realizando la finalmente infructuosa amputación-, y que logra integrar una visión bastante desoladora de la propia condición humana. En este último rasgo, no se sabe si realmente merece la pena intentar resultar noble y honesto –ese oficial confederado que es “salvado” por Maguire y que responderá a ello matando al padre de este-, o como en esos planos casi de cierre, dejar con vida a un personaje absolutamente despreciable como es el bandido que interpreta Jonathan Rhys Meyers –últimamente reivindicado por su protagonismo en m MATCH POINT (2005, Woody Allen), cuando en los últimos años ya ha demostrado sobradamente ser un personalísimo joven intérprete-.

En esa dualidad en la que no se sabe donde se encuentra la ética, la lealtad o la honestidad –quizá porque en un contexto dominado por el horror y la muerte no sea posible encontrarlas, y en ese entorno no se puede delimitar que personajes pueden definirse como positivos o negativos-, se desarrolla la mirada progresivamente evolucionada del personaje protagonista, impregnada en algunos momentos de bellos exteriores llenos de paz, filmada siempre con ese adecuado aprovechamiento de la pantalla ancha, e insertando en determinados instantes de escaramuzas bélicas impregnadas de un extraño humor negro –como aquella en la que Jake pierde el dedo meñique por un disparo (parece una remembranza del Howard Hawks de THE BIG SKY (Río de sangre, 1952), y otro de los combatientes es traspasado por una bala por las mejillas (cuando bebe un trago de whisky el líquido se le escapará por los orificios)-.

A partir de estos aciertos parciales y una buena dirección de actores –que logra incluso una labor solvente del generalmente inexpresivo Skeet Ulrich-, sorprende en sentido negativo lo desangelada que resulta la plasmación de la –en potencia- terrible secuencia del asalto a una población por las tropas sudistas que comanda un sanguinario oficial. Se trata de una escena que demuestra blandura donde se tendría que haber aportado fuerza expresiva, que da la impresión de no lograr algo que Lee tenía en mente –está rodada de una forma absolutamente personal en su aparente combinación de vida cotidiana alternada con el asalto-, pero que llegó a recordarme por su escasa credibilidad, las embajadas que se realizan en las fiestas de moros y cristianos de las provincias de Alicante y sur de Valencia.

Sorprende eso aún más si cabe, cuando momentos después se filma con tanta convicción y acierto un combate entre federales y confederados, llegando a la cima de su intensidad con la muerte de George Clyde, que se despide del negro sudista al que siempre ha protegido, con lo que supone para este la pérdida de esa extraña libertad de la que siempre ha gozado en un territorio en esencia hostil para su raza. El instante está excelentemente planteado, y con la expresión transpuesta de los dos personajes, se describe a la perfección el drama del amigo que va a morir y el que a partir de su muerte va a perder el espejismo de su libertad. Ello hará replantear a Holt viajar finalmente hasta Texas para comprar la libertad de su mujer –en una emotiva secuencia final, que separará para siempre a dos seres unidos precisamente por ser “diferentes” al prototipo establecido en los propios Estados Unidos, de lo que es ser el “bien americano”, sin saber entre otras cosas que precisamente una de sus virtudes como pueblo es la enorme confluencia de razas y etnias.

En definitiva, RIDE WITH THE DEVIL es una propuesta interesante, aunque desequilibrada o fallida en algunos momentos, que se integra en las inquietudes del realizador, pero que al mismo tiempo no puede ser considerada entre sus mejores obras.

Calificación: 2’5

BROKEBACK MOUNTAIN (2005, Ang Lee) Brokeback Mountain. En terreno vedado

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Sucede en algunas ocasiones –sobre todo a la hora de intentar saborear el cine de los últimos años- que importa en demasía la valoración en “efecto dominó” imbuida por unas opiniones en muchas ocasiones poco rigurosas, y uno acude a la pantalla a contemplar un producto aclamado, con una mezcla entre miedo a finalmente disentir y las ganas de desmarcarse de un criterio que ya te han marcado de antemano. Eso me sucedió personalmente cuando me disponía a visionar BROKEBACK MOUNTAIN (Brokeback Mountain. En terreno vedado, 2005. Ang Lee), tras tener ocasión de leer una auténtica catarata de comentarios entusiastas y una carrera de galardones que se inició con el León de Oro del festival de Venecia 2005.

Pero más allá de todo ello y de las sorprendentes posibilidades que tiene cara a la carrera de los Oscars 2006, lo cierto es que me guiaba y esperanzaba el buen recuerdo que me dejaron dos anteriores títulos firmados por el realizador taiwanés, como fueron SENSE AND SENSIBILITY (Sentido y sensibilidad, 1995) y, fundamentalmente, THE ICE STORM (La tormenta de hielo, 1997) –con la que esta película conserva ciertas afinidades, sobre todo en su carácter descriptivo de determinados estratos de la sociedad estadounidense-. Una vez contemplada, y hasta permitir que el paso de unos años pueda determinar si se consolidan sus cualidades mas allá del relativo atrevimiento que se plantea en el momento de su estreno, me atrevo a señalar que la película de Ang Lee es una brillante propuesta cinematográfica, en ocasiones incluso conmovedora, deudora de un clasicismo narrativo innegable, portadora de una mirada desencantada sobre las represiones de unos periodos y entornos de la “América profunda”, que cuenta con una magnífica labor del conjunto de intérpretes, ambientada de forma muy creíble –sobre todo en sus descripciones de esa mezcla rural y urbana y, fundamentalmente –y creo que ello es lo que quedará como elemento más perdurable con el paso del tiempo-, portadora de una historia de frustración que bordea la búsqueda del disfrute de la felicidad como seres humanos, finalmente truncada por unos condicionamientos y criterios totalmente arraigados en el entorno donde se desarrolla la misma, y que incluso llegan a impedir a uno de sus dos protagonistas a decidirse a asumir hasta sus últimas consecuencias la pasión amorosa que le une a su inicial compañero de trabajo.

 

Pese a todos estos elementos netamente positivos, no puedo considerar BROKEBACK MOUNTAIN como ese producto redondo que tantos se empeñan en pregonar, por cuanto en él se detectan ciertas debilidades, entre las que curiosamente no citaré una que otros han argumentado –su larga duración-. Creo que la película goza de un tempo adecuado, pero en su defecto observo algunos insertos facilones –el recuerdo de infancia de Ennis, encima mostrado con un ridículo ralenti; el último plano en que aparece Jack y se muestra la realidad de su destino- o situaciones algo tópicas –el instante en que el ganadero Joe Aguirre contempla con sus prismáticos a los dos jóvenes correteando alegremente por el valle sin camisa-.

 

La película de Ang Lee me recordó poderosamente dos de las obras mayores –en una opinión muy personal- del moderno cine norteamericano. Una de ellas, reconocida por el propio realizador, y a la que le une la presencia del guionista Larry McMurtry, es la de THE LAST PICTURE SHOW (La última película, 1971), la obra cumbre de Peter Bogdanovich. Y en esta ocasión por momentos parece que se logre una continuidad por medio de esas calles de pueblos del Oeste contemporáneo, llenas de vaqueros, polvo, casas de escasa altura ubicadas en un marco urbano casi fantasmagórico y fuera de época y en el que parece no discurrir el normal devenir del tiempo. Es curioso señalar que el propio Bogdanovich dio vida una auténtica continuidad con la poco recordada TEXASVILLE (1990), que se desarrollaba por marcos ambientales bastante similares. La otra referencia –que al parecer no ha advertido nadie- se acerca a la gran película de Elia Kazan SPLENDOR IN THE GRASS (Esplendor en la hierba, 1960). Y de aquel inolvidable film se traslada esa sensación final de fracaso vital, de falta de arrojo a la hora de lograr la realización personal e intentar huir de lo “normalmente establecido” que, en muchas ocasiones, ahoga la libertad del individuo -por muy atrevida que esta huída pueda parecer-, que impregnaba fundamentalmente aquel inolvidable final –uno de los más memorables de la historia del cine-, aunque en este caso adquiera unos tintes mas sombríos y progresivamente trágicos.

 

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Como quiera que el argumento de BROKEBACK MOUNTAIN –basado en un relato corto de E. Annie Proulx- está bastante difundido y conocido por todos, creo que solo baste con señalar que la película nos muestra a grandes rasgos el encuentro a partir del verano de 1963 de dos jóvenes cowboys –Jack Twist (Jake Gyllenhaal) y Ennis del Mar (Heath Ledger)-. Ambos han acudido al valle Brokeback Mountain para lograr una sustanciosa paga salvaguardando las ovejas del acecho de animales salvajes. Jack es un joven extrovertido y alegre mientras Ennis es completamente introvertido y escasamente conversador. Pese a la oposición de caracteres –o quizá gracias a ello-, ambos revelarán finalmente una pasión amorosa incontrolable, sobre todo en el caso de Ennis, que pese a su progresiva y fiel relación con Jack, jamás consentirá en vivir el resto de su vida junto a él, tal y como su amante le señala en ocasiones. Ambos prolongarán su relación por espacio de dos décadas, con encuentros esporádicos en ese valle que para ellos se convertirá en símbolo y auténtico arcano de su felicidad. Ambos al paso de pocos años se casarán y tendrán hijos, llevarán una vida mas o menos caracterizada por el trabajo, pero fundamentalmente por la frustración y el secreto recuerdo de aquel verano que les permitió, siquiera fuera por poco tiempo, sentir en su cuerpo y su alma la felicidad y el amor.

Mucho se ha hablado y escrito sobre BROKEBACK MOUNTAIN, por lo que en estas líneas me gustaría detenerme en algunos aspectos concretos que llamaron mi atención. Por un lado hay que destacar la excelente utilización que el elemento paisajístico tiene en el desarrollo de la película, especialmente en la parte inicial que rebela el contacto y el inicio de las relaciones entre los dos protagonistas. Se trata de una presencia que en modo alguno se deja llevar por preciosismos –es uno de los riesgos que la película sabe eludir en todo momento-, y se integra en la evolución y el estado de ánimo de sus personajes –basta una mirada un poco atenta a su desarrollo, para comprobar esa afinidad que nos remite al cine del Oeste practicado por nombres como Anthony Mann o Henry Hathaway-. Al mismo tiempo, BROKEBACK... destaca en su desarrollo contenido –otro riesgo que logra sobrellevar es el del tremendismo de algunos momentos-, pudoroso, sensible y que al mismo tiempo logra penetrar con la mirada del entomólogo en la brutalidad de unas costumbres, de una cultura basada en un falso concepto de la virilidad, en la que la mujer tiene un papel siempre caracterizado por la servidumbre y el sufrimiento, y en donde de alguna forma se desliza una sorda mediocridad por sus calles, sus casas, sus costumbre rutinarias y en ocasiones anacrónicas e incluso en el anacronismo de su vestuario.

 

Esa mirada desencantada, pesimista y opresiva, adquiere en esta película unos tintes progresivamente lúgubres como si para nuestros protagonistas se dispusiera una tela de araña de la que no pueden escaparse y que pese a su recuerdo, a sus vivencias periódicas, y a su lucha con los elementos y condicionamientos sociales, finalmente no podrá resolverse de forma positiva, quizá por que es precisamente esa forma de vida la que ha penetrado y alienado tanto a sus moradores –entre ellos al dubitativo Ennis-, que no pueden hacer el esfuerzo para ellos sobrehumano de salir y retornar, siquiera simbólicamente, a la vivencia plena de ese Brokeback Mountain que les marcará como una especie de Shangri La en el que parecen no envejecer en su interior, pese a las evidentes huellas que el paso del tiempo irá marcando en los inicialmente atractivos aspectos de Jack y Ennis.

 

Dentro de un conjunto preciso y bien modulado –pese a reiterar que no veo en el esa sublimación que le hace ser aclamado en muchos otros sectores-, destacaría tres momentos que personalmente llegaron a emocionarme, especialmente el último de ellos. Me estoy refiriendo al momento de la segunda entrada en la tienda de campaña de Ennis –antes han tenido ambos su primera relación sexual, narrada en un único plano-, en la que Jack lo abraza compasivo y ambos se besan, en un instante de una calidez y temperatura emocional admirable. Más aún lo es el instante en que ambos se reencuentran cuatro años después, fundiéndose en un sincero abrazo y besándose, aspecto que es contemplado por la esposa de Ennis apostada en la ventana, y ratificando las sospechas que ya tenía de la tendencia sexual de su esposo –previamente este ha querido hacer el amor con ella poniéndola de espaldas-.

 

Pero ambas secuencias palidecen por la sensación dolorosa y el nudo en la garganta que llega en la penúltima secuencia de la película –a mi juicio la que cierra el film es innecesaria y reiterativa-, en la visita de Ennis a casa de los padres de Jack. Se trata de un fragmento único, magistral, en el que el peso de las miradas de los actores, la duración de los planos, su iluminación, y los sentimientos que en ella se disponen, está dado de la mano con el atavismo de pensamientos que representan los padres de su amante. Él, aún perseverante en la típica mentalidad machista e intransigente, mientras que en la madre se advierte el profundo conocimiento de la relación que su hijo mantuvo con Ennis y se mostrará comprensiva y secretamente cómplice con este. Mas allá de valorar que BROKEBACK MOUNTAIN sea uno de los mas grandes films norteamericanos de los últimos años –afirmación que no comparto abiertamente-, lo cierto es que esa pequeña secuencia de apenas un par de minutos de duración si que puede considerarse uno de los momentos más dolorosos del cine en los últimos años.

 

Para finalizar, dos acotaciones. La primera de ellas lamentar el nefasto doblaje de la película ofrecido en España, que llega a distanciarnos de esos diálogos intimistas y presumo que casi susurrantes entre los protagonistas. Por otro lado, y aunque es cierto que en la mayor parte de los comentaristas se destaca especialmente la labor de Heath Ledger sobre la de Jake Gyllenhaal –en un estúpido contrasentido de estudio, se está lanzando al primero a ser nominado para galardones como actor protagonista mientras que el segundo se relega como intérprete secundario, cuando ambos permanecen en tiempos similares en pantalla-, he de señalar que aunque la de ambos me parece magnífica, prefiero la del segundo, más homogénea en su personalidad. Cierto es que Ledger –quien nunca me ha parecido un intérprete muy afortunado, aunque cierto es que a partir de aquí se le abren caminos muy estimulantes-, logra momentos absolutamente maravillosos caracterizados por su contención y expresión corporal, pero también detecté algunos instantes en los que su labor era insuficiente –algo raro, puesto que el conjunto de la dirección de actores es muy compacta y homogénea-.

Calificación: 3’5

 

SENSE AND SENSIBILITY (1995, Ang Lee) Sentido y sensibilidad

SENSE AND SENSIBILITY (1995, Ang Lee) Sentido y sensibilidad

Quizá el haberme situado siempre de forma remisa ante la llamada anual de “las películas que hay que ver cada temporada” –y pondré dos ejemplos de los últimos meses: la española MAR ADENTRO y la norteamericana THE AVIATOR-, me ha permitido valorar de forma desapasionada esas películas de qualité que se destacan cada año, algunas hipervaloradas y galardonadas generalmente en los festivales de Berlín y la ceremonia de los Oscar –son sus lugares adecuados de explotación-, y posteriormente en muchos casos vilipendiadas –sería cuestión de hacer un estudio al respecto-.

Esa distancia y el hecho de llegar a mi alcance e interés apriorístico la visión de algunos de dichos éxitos fulgurantes por lo menos tiene la ventaja de verlos sin prejuicios ya que las valoraciones contrapuestas que se han establecido poco tiempo después de su estreno ya pasaron al olvido. SENSE AND SENSIBILITY (1995) –SENTIDO Y SENSIBILIDAD-, es uno de los ejemplos del enunciado antes señalado. Se trata de una hábil producción que tiene la mano de la avispada y excelente actriz Emma Thompson –autora de la adaptación de la novela de Jane Austen en la que se basa el film y que logró un Oscar aquel año-, y que al mismo tiempo supuso el pistoletazo de salida del taiwanés Ang Lee de cara a su posterior aterrizaje en el cine norteamericano con la magnífica THE ICE STORM (1997) –LA TORMENTA DE HIELO-.

Más allá de la fidelidad o no de la película con respecto a la novela que le sirve de base –nunca me cansaré en reconocer mis limitaciones en cultura literaria-, y que al parecer se resumen en una simplificación de su espíritu; pasando por encima que al no haber seguido buena parte de la filmografía -poco extensa aún- de Lee, tampoco puedo hablar ante esta película de la presencia de un mundo personal –que de por sí tampoco implicaría sus mayores o menores cualidades-. Pese a todos estos condicionantes no puedo ocultar el hecho de que en mi opinión SENSE AND SENSIBILITY se ofrece finalmente como un producto dirigido al gran público -que duda cabe-, pero ejecutado con profesionalidad, un notable refinamiento, las suficientes dosis de emotividad, esmero en su plasmación visual, ritmo cinematográfico modulado y admirable conjunto interpretativo como para que me merezca el suficiente reconocimiento.

SENTIDO Y SENSIBILIDAD podría haberse reducido a una simple imitación de las edulcoradas andanzas de las MUJERCITAS de Louise May Alcot, mas no son esos sus resultados. Su eje narrativo gira en torno a las circunstancias que sufren Elinor y Marianne Dashwood (Emma Thompson y Kate Winslet, respectivamente), ambas hermanas e hijas de la segunda esposa de un acaudalado caballero que a su muerte decide entregar su mansión a su hijo primogénito –John (James Fleet)- aunque pidiendo a este en su lecho de muerte que cuide de su madrastra y hermanastras. Este –influenciado por su antipática esposa- cumple muy pobremente el mandato de su difunto progenitor y las tres hermanas –a las dos señaladas se une la pequeña Fanny- y su madrastra las manda abandonar la mansión. Será en sus últimos días en la misma cuando Elinor conocerá a Edward Ferrari (Hugo Grant), con el que rápidamente se establecerá una extraña atracción hasta que este tiene que acudir repentinamente a Londres. Las féminas de esta familia se trasladan finalmente a una nueva casa en la que trabarán contacto con una familia caracterizada por sus chismorreos. Sobre su entorno surge la figura del coronel Brandon (Alan Rickman) quien muy pronto se ve atraído por la alocada Marianne. Esta no obstante entrega su amor en la persona del apuesto y galante John Willoughby (Grez Wise, actual esposo de la Thompson), iniciando con él una apasionada relación que del mismo modo se interrumpe cuando el ha de acudir apresuradamente a Londres.

Por consejo que la ridícula familia que acompaña a las Dashwood, las dos hermanas mayores viajan a Londres con la intención nada velada de encontrarse con los hombres a quienes aman y cuya repentina desaparición de escena resulta inquietante. Ambas se llevarán enormes decepciones puesto que Ferrari adquirió en el pasado un compromiso con otra mujer, mientras Willoughby finalmente se ha comprometido por dinero y para salvaguardar una situación que ponía en cuestión su caballerosidad, pero su verdadero amor por Marianne siempre quedará amargamente vinculado a su personalidad. Por su parte el coronel Brandon logrará finalmente el cariño y el aprecio de Marianne –mas nunca la pasión amorosa que esta demostró por Willoughby-, mientras que en una pirueta de guión un tanto rebuscada, Edward regresa hasta Elinor y le anuncia que su prometida decidió casarse con su acaudalado hermano y por ello permanece libre, ofreciéndole su corazón de por vida.

SENSE AND SENSIBILITY se brinda como un retrato de las convenciones sociales de una Inglaterra rural y urbana de entorno victoriano, caracterizadas por la hipocresía y el peso social que otorga el dinero –en eso apenas hemos avanzado-. Al mismo tiempo se brinda en la contraposición de los caracteres de las dos hermanas protagonistas y a nivel visual se caracteriza por un cuidado esteticismo en la elección de sus encuadres. Esta circunstancia se combina con acierto en su condición de “gran producción”, de la cual afortunadamente no abusa erigiéndose como un relato muy contenido en dicha plasmación plástica –abundan los planos generales pausados, las panorámicas y escasean las grúas tan habituales en este tipo de films. Es en este sentido donde la película destaca por su cuidado visual, la perfección de su plasmación fotográfica y la sobriedad de su planificación, que sin duda es un rasgo que Ang Lee trasladó a su primera aventura norteamericana, la ya mencionada LA TORMENTA DE HIELO

La película reserva una parte nada desdeñable para la emotividad, que se ofrece en momentos como el llanto inicial de la madre ante la imposibilidad de seguir en su casa. Mas adelante Elinor expresará su dolor cuando ve que Edward se va y finalmente de forma más dura Marianne al enterarse de que Willoughby se ha marchado repentinamente tras un rápido pero intenso romance. Tristeza también por parte de Brandon al ver que su afecto hacia Marianne no puede tener lugar la deseada correspondencia mientras esta aún sienta algo por el joven jinete. Es en esa conjunción de personajes, sufrimientos y amores no recibidos en la misma medida, cuando SENSE AND SENSIBILITY adquiere sus mejores momentos, de entre los que habría que destacar el retorno final de Eward hasta Elinor, ofreciéndole sus sentimientos de por vida, y cuya secuencia real nos es relatada de forma distendida por la mas joven de las hermanas al subirse a su caseta en el árbol mientras el espectador no puede contemplar esa escena –aunque un instante antes si que haya podido asistir a la reacción de felicidad de la sensible amada-.

Ciertamente, uno de los capítulos en los que SENTIDO Y SENSIBILIDAD adquiere sus mejores cartas de naturaleza es el terreno interpretativo. Admitiendo de entrada la brillantez de todo su cast, no es menos cierto que son la propia Emma Thompson –su sollozo teñido de felicidad tras las palabras de entrega por parte de Edward es realmente conmovedor-; Kate Winslet –igualmente desencajada de dolor tras acudir a la fiesta en Londres en la que ve a Willoughby con otra mujer y se entera de sus próximas nupcias con ella-, o el propio Alan Rickman que compone su personaje del coronel Brandon con un hálito de dignidad humana y compresión de las circunstancias de la mujer a quien ama –Marianne-, a la que finalmente podrá ofrecer quizá no esa pasión que sí hubiera marcado el joven jinete –que contemplará montado a caballo y con aspecto abatido la ceremonia de la que siempre quedará como su verdadero amor-, pero sí al menos ese cariño necesario para una estabilidad en el cariño entre una pareja.

No es poco lo que nos ofrece, de forma siempre caracterizada por un ritmo sensual pero acompasado, este SENSE AND SENSIBILITY. Es innegable que en la película desentonan algunos personajes trazados de forma caricaturesca –como los propios herederos que se nos muestran al inicio o los vecinos chismosos y su hija tan desagradable (la hoy tan en boga Imelda Staunton). Quizá su conclusión final sea que la vida en muchas ocasiones no se disfruta tal y como desearíamos, sino según nos lo permite las circunstancias, reglas de moralidad y posibilidades económicas que marca cualquier sociedad.

Calificación: 3

THE ICE STORM (1997, Ang Lee) La Tormenta de Hielo

THE ICE STORM (1997, Ang Lee) La Tormenta de Hielo

Hasta el día de la fecha, la figura del taiwanes Ang Lee era una más de tantos realizadores más o menos prestigiosos en los últimos años de los que aún no había contemplado ninguna de sus obras. No me duelen prendas reconocerlo. Siempre he preferido atender las trayectorias de directores más clásicos o con films de difícil acceso. En el caso que nos ocupa, su cercanía hace posible completar con relativa facilidad su filmografía, y reconozco que pienso hacerlo.

Hasta el momento nueve han sido los títulos
trimonio Hood sobre cuyas relaciones de desconfianza se destilan numerosos apuntes narrativos que van desvelando la intuitiva revelación de la infidelidad de Ben-. Junto a ellos se desplega la familia Carver, cuya madre, Janey (Sigourney Weaver) es una esposa insatisfecha que se convierte en amante ocasional –y también insatisfecha- de Ben.

En la confluencia de estas dos familias se desarrollan estúpidas fiestas entre matrimonios amigos, ecos sobre una infancia perdida y en las que ya germinó el componente de represión –esa añoranza de Elena al contemplar furtivamente a su hija discurrir en bicicleta-. Realmente son numerosos los elementos narrativos que de forma soterrada completan este magnífico retablo social contemporáneo en el que se realiza una profunda mirada sobre unos comportamientos sociales ya caducos, al tiempo que se muestra con unas formas narrativas precisas, inspiradas y personales. El recurso al detalle, a las leves panorámicas, ciertos movimientos de grua, a la tristeza que ofrece la utilización de exteriores de una insólita y pavorosa belleza.

Y en la enumeración de sus cualidades hay algunos de especial significación. Por una parte el soterrado sentido del humor que ofrecen determinadas alusiones a comportamientos o tabús sexuales. Ello se plasma en el hilarante instante en el que Janey recoge el látigo que porta su hijo menor. Lo sostiene breves momentos, ofreciéndonos una instantanea precisa de sus frustraciones sexuales. Otros detalles divertidos al respecto se centra en la conversación que Ben tiene con Paul al aconsejarle como actuar en su comportamiento sexual o ese colchón de agua que preside la cama de matrimonio de los Carver.

Es evidente asimismo que otra de las virtudes que manifiesta Ang Lee en la película es su extraordinaria dirección de actores. Partimos de la base de un cast perfecto, no es menos evidente que la intensidad y precisión de su labor se manifiesta en una labor conjunta realmente creíble entre intérpretes de diversas edades. Entre el mismo, reconozco mi debilidad por la asombrosa labor de una Sigourney Weaver en estado de gracia, que compone un personaje en apariencia propenso a excesos histriónicos pero en la practica matizado y caracterizado por una intensa sobriedad –valga la paradoja-.

THE ICE STORM es una radiografía honda y un film excelente. Utilizando la catarsis de esa tormenta en la que todos los personajes manifestarán una mutación en sus vidas y tras las que la tragedia que sufrirá la familia Carver –mostrada igualmente de forma contenida- ejercerá como elemento en apariencia liberador. Ciertamente Ang Lee se revela como un magnífico narrador, sincero, honesto y personal. El doloroso placer que me ha proporcionado su TORMENTA DE HIELO me llevará a proseguir la pista de su filmografía.

Calificación: 4