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CINEMA DE PERRA GORDA

THE GLASS MENAGERIE (1950, Irving Rapper)

THE GLASS MENAGERIE (1950, Irving Rapper)

Salvo error u omisión, THE GLASS MENAGERIE (1950, Irving Rapper) supone la primera de las adaptaciones cinematográficas que conoció el dramaturgo Tenesse Williams. Una producción de “prestigio” de la 20th Century Fox, que de forma involuntaria inició un auténtico subgénero dentro del melodrama durante casi dos décadas en el seno de las cinematografías norteamericanas y, en menor medida, británicas. Fue el pistoletazo de salida de una serie de características teatrales que en su momento marcaron una determinada ruptura con el teatro existente hasta entonces, y en el que la decadencia, la pérdida de la lucidez, la sexualidad reprimida, un cierto contexto asfixiante y una mirada que contemplaba esa otra realidad vital, rodeada de hogares y contextos absolutamente vencidos por la mediocridad y el fracaso. Nadie duda que ese marco dramático era pieza apetecible para ser trasladado a una pantalla que pedía del cine que hasta entonces se contemplaba, más franqueza en aquellos elementos que hasta entonces había configurado su conjunto de expresiones. Es por ello que, merced por un lado al atractivo que en aquel entonces podía ofrecer la obra de Williams, la sexualidad que emanaban en sus propuestas –que fueron bocado muy apetecible por los jóvenes actores que los encarnaron, generalmente procedentes del Actor’s Studio-, brindaron al espectador de su época una audacia que, mucho me temo, ha quedado superada por el paso del tiempo.

 

En este sentido, cierto es que en el conjunto de adaptaciones de la obra de Williams se encuentran títulos de cierto relieve firmados por cineastas de la talla de Richard Brooks, Joseph L. Mankiewicz, Elia Kazan o John Huston. Es verdad también que tras tanta mítica, probablemente ninguna de sus traslaciones fílmicas lleven la consideración de logro absoluto –aunque confieso mi debilidad por SWEET BIRD OF YOUTH (Dulce pájaro de juventud, 1962. Richard Brooks), que me sigue pareciendo la propuesta más lograda de todas ellas cómputo de adaptaciones-. Y es que nada hay más caduco que la apariencia de lo  provocador, y en la obra de Williams y, por ende, en las películas tomadas de sus obras, hay mucho de histriónico y estéril fórmula de fácil éxito teatral. Quizá sea un poco arriesgado cuestionar de esta manera una figura tan respetada, máxime cuando un servidor no se considera ni de lejos un experto teatral. Pero lo cierto es que el sedimento que me queda de la traslación fílmica del mundo de Williams, se reduce a creaciones teatrales caracterizadas para destacar protagonistas caracterizados por una fuerte sexualidad, e insertando en ella igualmente poderosos personajes destinados a intérpretes de carácter, dominados por un primitivo y exhibicionista concepto del histrionismo.

 

Dicho esto, nada hay más revelador para representar estas constantes y debilidades, que detectarlas en esta su primera muestra en la gran pantalla, en la que de alguna manera se da la plena representación de todos esos tics que, corregidos, ampliados, pulidos o distorsionados con mayor o menor grado de acierto, se extenderían en el conjunto de tratamientos cinematográficos de sus obras. THE GLASS MENAGERIE –por cierto, jamás estrenada en las pantallas españolas-, se inicia con la descripción del sórdido apartamento en el que viven los tres representantes de la familia Wingfield. Será su primogénito Tom (Arthur Kennedy), quien en la apertura, y desde su atalaya laboral trabajando en un buque, con el relato de su voz en off nos retrotraiga al pasado reciente convivido con su posesiva madre –Amanda (Gertrude Lawrence)- y su delicada hermana Laura (Jane Wyman) –poco después de su triunfo personal con JOHNNY BELINDA (Belinda, 1948, Jean Negulesco)-. Ambos componen una familia cotidiana y gris destacada por la ausencia del padre, en la que Amanda malvive realizando suscripciones de una semanario, Tom trabaja en una fábrica pero desea convertirse en marino mercante, y la joven Laura destaca por su sensibilidad –posee una pequeña estantería llena de figuras de animales todas ellas de cristal-, en la que su ligera cojera ejerce como impedimento para que mantenga cualquier tipo de vida social. La vivienda de los Wingfield es tan rutinaria como la vida diaria que sobrellevan, llena de privaciones y con un futuro oscuro y de escasas posibilidades, en el que las constantes ingerencias de la madre ejercen como contrafuerte para una existencia más relajada y disfrutable. Esa madre que no deja de discutir con su rudo pero sensible hijo, y que del mismo modo intenta de manera obsesiva buscar para Laura algún pretendiente que pueda hacerla salir de esta inadaptación social –escenificada de manera un tanto burda por la secuencia desarrollada en la escuela de comercio, donde la muchacha huirá despavorida ante el contexto hostil que vivirá en la clase de mecanógrafas-.

 

En una ocasión Tom llevará a cenar a su casa a un compañero de trabajo. Se trata del joven Jim O’Connor (Kirk Douglas), cita esta que Amanda intentará transformar en una oportunidad para emparejar a su hija. La cena se producirá en condiciones poco gratas –Laura se sentirá temerosa e indispuesta y se ausentará de la cena, un apagón se producirá al no haber pagado Tom el recibo-, pero sí que llegará a producirse un acercamiento entre Jim y Laura. Un contacto inesperadamente intenso y sincero, que supondrá un punto y aparte para la evolución en la personalidad de la joven, pero que al mismo tiempo tendrá una débil extensión, quedando configurado como una actualización del cuento de cenicienta.

 

A partir de este desarrollo argumental, lo cierto es que THE GLASS MENAGERIE introduce al espectador en unas constantes muy pronto habituales en las adaptaciones fílmicas del universo del dramaturgo. La presencia de ese oscuro blanco y negro –estupenda aportación de Robert Burks-, una escenografía de los suburbios newyorkinos decadente y abigarrada y, como no podía ser menos, conflictos y discusiones marcadas por un oportuno histrionismo, protagonizados fundamentalmente por los roles encarnados por la veterana Gertrud Lawrence y Arthur Kennedy. Nada hay que objetar a la intensidad de su labor pero –y este es el elemento más negativo de la película, extensible a otras varias adaptaciones del universo de Williams-, casi seis décadas después de su adaptación queda muy evidente el “cartón” teatral de la propuesta. Los caracteres aparecen artificiosos y envarados. No hay autenticidad en unos estereotipos que, con todas las variaciones que se desee introducir, fueron reiterándose título tras título, hasta quedar casi como caricaturas al servicio del lucimiento de los intérpretes, sin que ello facilite una mayor densidad en su trazado psicológico. Esa “carpintería teatral” a la que antes aludía, domina de forma notable los dos primeros tercios del film, por más que el veterano Rapper logre sortear un lastre que estimo ya intuía, insuflando a la narración de una cierta espesura visual con su reconocida habilidad tras la cámara.

 

Por fortuna, la película acoge un nuevo rumbo a partir del instante en que Jim “descubre” a Laura en una mirada furtiva –un instante plasmado con agudeza por Rapper-, iniciando un episodio de acercamiento que quizá, no sea muy apreciado por los amantes de la iconografía teatral de Williams pero que, a mi modo de ver, se erige con diferencia como el fragmento más intenso y perdurable de la película, hasta el punto de levantar el escaso interés que esta había planteado hasta el momento. Acentuado por una inusual química establecida entre la espléndida Jane Wyman y un Kirk Douglas sorprendentemente contenido y dotado para una interpretación relajada, el realizador de NOW, VOYAGER (La extraña pasajera, 1942) brinda a este largo fragmento de una cadencia y musicalidad notable, rememorando sus mejores cualidades como especialista en el melodrama, alcanzando incluso una delicadeza y musicalidad que en sus instantes finales, una vez sobrepasada esa decepción en la muchacha ante la revelación que supone su trato con Jim –que confiesa con entereza no poder prolongar su relación con la muchacha, al ser un hombre comprometido e incluso en puertas de una próxima boda-, en los que de nuevo la narración en off de Tom recordará el instante en que finalmente decidió abandonar ese contexto existencial que tanto le ahogaba, decidiendo vivir una singladura errante pero libre como marino, llevando con ello el recuerdo de su madre y su hermana siempre presente, hasta el punto de que la sobreimpresión de su imagen ante la del único hombre de la familia, permita en el instante final ligar ambos contextos con un notable lirismo.

 

En definitiva, y pese a resultar en su conjunto bastante irregular, THE GLASS MENAGERIE alcanza cierta temperatura cuando la sensibilidad de Irving Rapper –fraguada en numerosos melodramas precedentes- se impone ante las convenciones del mundo dramático de un dramaturgo tan exitoso en su momento, como un tanto envejecido en su mundo expresivo, bien sea en la escena como, sobre todo, en sus adaptaciones para la pantalla.

 

Calificación: 2

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