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CINEMA DE PERRA GORDA

LES MISÈRABLES (1935, Richard Boleslawski)

LES MISÈRABLES (1935, Richard Boleslawski)

Durante el discurrir de la década de los años treinta, uno de los principales elementos de prestigio en los grandes estudios de Hollywood, fue la adaptación de célebres y conocidas adaptaciones literarias. Productos especialmente cuidados con los que se competía entre las propias majors para obtener tanto un considerable éxito popular como, paralelamente, lograr prestigiar la labor de sus diferentes equipos de producción. Era, por así decirlo, una tarea que de alguna manera les “redimía” en su condición de fabricantes de títulos englobados en los géneros tradicionales, por lo general calificados implícitamente como “innobles”.

 

Es bastante probable que fuera la Metro Goldwyn Mayer quien, en mayor medida, incidiera en esta vertiente. Era lógico, por otra parte, cuando en la propia idiosincrasia del mencionado estudio se definía su pretencioso empeño de hacerse valer como el estudio más importante de todos. Fue una circunstancia esta que pese a que buena parte de sus empeños en este sentido se sucedieran, también le permitiría alcanzar títulos que perduran como modélicos ejemplos de esta tendencia. Sin hacer mucha memoria, podría citar las estupendas A TALE OF TWO CITIES (Historia de dos ciudades, 1935. Jack Conway) o THE GOOD EARTH (La buena tierra, 1937. Sidney Franklin). Ni que decir tiene que el resto de estudios también se incorporaron a esta tendencia, aportando títulos que siempre se expresaban como competentes productos “de equipo”, y en los que mas allá de la labor de sus correspondientes realizadores, se podía manifestar el empeño de sus respectivos departamentos para rodar películas de la mayor magnitud y brillantez posible. Por lo general, estos eran los exponentes que representaban de partida las posibilidades de cada uno de ellos de cara a aquellos lejanos Oscars, sin tanta trascendencia mediática como en nuestros días, pero con similar influencia en el mercado norteamericano.

 

Pues bien, uno de dichos ejemplos lo brinda, LES MISÈRABLES (1935, Richard Boleslawski) –por cierto, en esta línea de competición para los Oscars, logró cuatro nominaciones-, auspiciada por la entonces aún no en todo su esplendor 20th Century Fox, y que suponía una ya entonces no inicial adaptación de la inmortal novela de Victor Hugo. Indudablemente, con ella se mostraba una auténtica superproducción que en líneas generales sintetizaba el argumento de tan ilustre referente literario, erigiéndose como un producto hábil, en ocasiones inspirado, y del que inicialmente cabe agradecer no dejarse llevar en demasía por la exhibición de medios de producción. Antes al contrario, se distinguía en su oposición en la apuesta por la veta intimista del relato,  mostrando por encima de todo la confrontación de la justicia con la ley, la primera identificada con una raíz divina, y la segunda en rango de inferioridad con la primera, en la medida que ha sido ideada por el hombre, y por ello revela su imperfección y frío determinismo. Se trata de una pugna que en la película tendrá su personificación en los personajes de Jean Valjean (Fredrich March) y el frío e implacable inspector Javert (Charles Laughton). El primero de ellos es un hombre que desde el primer momento ha estado marcado por tener que sufrir la injusticia de diez años de condena de galeras por haber robado un pan para sus hijos. A partir de esa dura experiencia su vida tendrá que verse marcada por sucesivos cambios de identidad y, sobre todo, una constante lucha de superación que le llevará en dos ocasiones a convertirse en un hombre respetable y acaudalado, aunque ello no le evite padecer el sufrimiento consustancial de haber variado su identidad y, con ello, contravenido lo que marcan las leyes. Por su parte, Javert se trata de un hombre reprimido en sus sentimientos, y que basa la previsible eficacia de su andadura en la vida –de la que se desprende una frustrada infancia marcada por una familia conflictiva-, en el estricto cumplimiento de la ley. Sin incorporar a la misma ningún ápice de sentimiento, solo se expresará en una personalidad alienada en esta vertiente, que tendrá en el progresivo descubrimiento de la personalidad oculta del piadoso Valjean –al que reconoce cuando ocupa la identidad del respetado industrial convertido en alcalde-, un competidor no tanto en elementos personales, sino por el hecho de representar aquello que se opone a cuadriculada su manera de entender la vida.

 

Es a partir de esta oposición donde se desarrolla el devenir cuasi folletinesco de LES MISÈRABLES –dividido en tres partes que se corresponden con las identidades que Valjean tiene que asumir a lo largo de su vida-. Y cuando señalo deliberadamente lo de “cuasi”, lo hago en la medida que el film de Boleslawski huye en buena medida de dicha tendencia, erigiéndose como un título de notable sobriedad en su expresión cinematográfica. Y ello es algo que quizá procediera de la elección de ese extraño realizador ruso, al que su prematuro fallecimiento puede  que impidiera una andadura más perdurable en el cine norteamericano. Sin embargo, y a tenor de lo que de ella he tenido oportunidad de contemplar –especialmente en su sorprendente THE GARDEN OF ALLAH (El jardín de Alá, 1936)-, en él se expresaba un singular hombre de cine, que lograba mostrar una mirada revestida de personalidad dentro del terreno en que describía sus proyectos. Y es que a partir de su experta mano en el melodrama, ofrecía sorprendentes variaciones, en una tendencia que se ofrece igualmente en el título que nos ocupa. Caracterizado por una excelente fotografía de Gregg Toland, quizá destacaría en esta película la fuerza que tiene la utilización de determinados objetos, que se erigen como auténticos catalizadores de la acción. Es probable que ello fuera un referente de alguien que había logrado un prestigio previo notable como director escénico, pero desde el primer plano del film esta inclinación queda manifiesta. La estatua que representa la justicia da paso a una panorámica que nos inserta en el juicio que condena injustamente a Valjean. Muy pronto tendremos otros constantes exponentes de esta tendencia, que  a mi modo de ver ejercen como auténticos hilos conductores de los conflictos generados en el film. Desde la manera de mostrar a Javert a través de sus botas, la importancia que a nivel de transmisión de ideas ejercen esos dos candelabros que prácticamente se erigen como símbolo de la conciencia de Valjean, pasando por la imaginería religiosa ubicada en el campo que condicionará la andadura vital del protagonista –especialmente ese encuentro con una talla de la Virgen que le hará reafirmarse en los sentimientos justos que le ha transmitido su estancia en la vivienda del obispo Bienevnu (Cedric Hardwicke)-. Todo en el film de Boleslawski se rige por esa inclinación que valoriza objetos y decorados, ayudados por una oportuna dramatización de su iluminación.

 

Ni que decir tiene que todo ello deviene en un rasgo de originalidad, y en buena medida proporciona los mayores atractivos de un film que abiertamente renuncia a introducirse por senderos llenos de facilidad o inclinados a los excesos de producción, inclinándose por el contrario en una vertiente intimista indudablemente no muy habitual en títulos de estas características. Ello, bajo mi modo de ver, no nos ha de llevar a concluir que nos encontramos ante un film totalmente logrado. Es indudable que LES MISÉRABLES mantiene bastante interés, pero encuentro que la película -en ese afán de huir de su natural inclinación con el melodrama folletinesco-, no logra articular plenamente ese camino divergente emprendido basándose en secuencias expresadas a modo de pinceladas –quizá en ello tendría bastante que ver el prestigio escénico de Boleslawski-, unidas por un considerable uso de elipsis, que en buena medida sirven igualmente para extractar la densidad de su referente literario. Pero, con todo ello, echo de menos una mayor intensidad, un mayor arrojo. Nadie puede dudar que hay una implicación personal a la hora de hacer progresar sus imágenes, pero no tengo tan claro si el camino emprendido sea siempre el más adecuado, puesto que en no pocos momentos personalmente me siento ajeno al sufrimiento de sus personajes. Unido a ello, y en el terreno de la dirección de actores, no se puede objetar el enorme esfuerzo puesto en práctica por Fredric March –desarrolla cuatro personalidades a lo largo de la película; no olvidemos jamás su breve pero admirable encarnación del alelado que por su parecido con este, está a punto de ser condenado al ser confundido con Valjean-. Sin embargo, no puedo decir lo mismo del trabajo realizado por Laughton. Pese a su esfuerzo de “histrionismo contenido”, el retrato que se realiza del frío Javert no me convence. Incluso en un personaje de determinismo tan acusado se tendría que haber manifestado un mínimo vestigio de humanidad en su evolución –que, preciso es reconocerlo, se manifiesta en sus imágenes finales-. Estoy convencido, que conociendo el puntillismo de Laughton y adivinando que Boleslawski estuvo muy cerca en esta vertiente –en la que basa bastante de sus intenciones dramáticas-, el rodaje debió ser bastante conflictivo para ambos.

 

Calificación: 2’5

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