THE LAST OF MRS. CHEYNEY (1937, Richard Boleslawski)
Siempre me ha sorprendido que en una obra tan extensa y de obligada referencia, como “50 años de cine norteamericano”, Tavernier y Coursodon olvidaran hacer mención alguna a la filmografía del polaco Richard Boleslawski. Otro más de los numerosos cineastas europeos que emigró hasta Hollywood, en esta ocasión debido a los desordenes de la revolución rusa. En más de una referencia, he llegado a leer que su prematuro fallecimiento impidió el florecimiento de lo que podría haber sido un cineasta de primera fila. En todo caso, creo que lo que podemos contemplar de su obra, revela la confluencia de un cineasta dotado de una singular sensibilidad, en la que el apoyo de las ambientaciones de época, iría unido por una especial cercanía en torno a sus personajes, uniendo a ello una valiosa dirección de actores. THE LAST OF MRS. CHEYNEY (1937) aparece por un lado como una muestra evidente de dicho enunciado, al tiempo que supuso su última obra, hasta el punto de fallecer antes de finalizar un rodaje, que tuvieron que completar George Fitzmaurice, que enfermó antes de culminar el mismo, aspecto que tuvo que dirimir la interesante Dorothy Arzner.
Lo cierto es que nos encontramos ante una producción Metro Goldwyn Mayer, que revela pese trascurrir casi ocho décadas desde su realización, una especial viveza, modificando su estructura inicial de comedia sofisticada, hasta un contexto claramente romántico, en el que habrá un lugar destacado para permitir ese alcance transgresor, en su crítica a los convencionalismos e hipocresías de las clases altas británicas. Segunda de las tres versiones que el estudio produjo, de la adaptación de la obra teatral de Frederick Lonsdale, el film de Boleslawski destaca ya desde sus primeros compases, por plantear unos modos de comedia relajados e irónicos, en donde la fuerza que adquirirá la hermosa Fay Cheyney (uno de los mejores roles de su tiempo para Joan Crawford), quien en apariencia por error se introducirá en el camarote del maduro y adinerado Lord Skelton (como siempre divertidisimo Frank Morgan). Muy pronto se acercará al contexto de las amistades de este, entre las que destacará el joven, atractivo y arrogante Arthur Dilling (Robert Montgomery). La personalidad de Fay se impondrá muy pronto en este conjunto de nobles ingleses, una vez se establezca en Londres. Allí, tras su participación en un acto de caridad, será invitada por la anciana pero jovial Duquesa de Ebley (magnífica Jessie Ralph), convencidos todos de que se encuentran con una joven viuda de nobles sentimientos. En realidad, ella no es más que la punta de lanza del plan urdido por Charles (impecable William Powell), un conocido ladrón de guante blanco, que junto a sus ayudantes, ha ideado una estrategia para robar el famoso collar de perlas que custodia la duquesa. Lo que en principio aparece como un plan de facil consecución, pronto conocerá dificultades, sobre todo debido a los constantes galanteos que Fay recibirá tanto de Skelton como, sobre todo, de Dilling. La creciente ligazón que –pese a ocultarlo- le va a cercando a este último, será un elemento determinante, como lo será el apego que sentirá por una serie de personajes disolutos, pese a las debilidades que les adornan. Sin embargo, ella seguirá fiel al cumplimiento del plan, para el cual recibirá la inesperada visita de Charles. No obstante, un elemento de última hora romperá con la inmutabilidad de tal decisión por parte de Fay. Será el punto de inflexión, a partir del cual esta y Robert, exteriorizarán los sentimientos de un modo tan peculiar como incluso humillante, como necesaria catarsis de cara a mostrar lo que en realidad ocultan sus corazones.
Como en otros títulos del realizador que he podido contemplar –no todos los que serían deseables-, Boleslawski intenta desplazar el dramatismo en sus ficciones. En su lugar, apuesta por una mirada revestida de serenidad, que en el ámbito narrativo se traduce en planos largos, apostando por escasos movimientos de cámara y sí, por el contrario, por crear una determinada temperatura emocional, a partir del trabajo con la dirección de actores. Así, pues, THE LAST OF MRS. CHEYNEY destacará por la franqueza con la que se expresará en sus secuencias, un trazado de personajes que nunca abandona una apariencia amable, para a partir de dicho punto de partida lograr tallar un grado de sinceridad dramática, que por momentos lega a sorprender. Un ámbito que tendrá su mayor grado de efectividad, en aquellas secuencias que servirán para poner en solfa la superficialidad y clasismo del conjunto de nobles que se encuentran reunidos en la invitación de esa veterana duquesa que, en un arrebato de sinceridad, descubrirá a Fay sus orígenes plebeyos. Esa mirada transgresora tendrá su primer dardo envenenado en el “juego de la verdad” que introducirá la veterana aristócrata, obligando y al mismo tiempo humillando la mezquindad de todos sus invitados, en una secuencia en la que ese sentido de la ironía, no ocultará una mirada disolvente en torno a una aristocracia que apenas se sostiene en la base de unos aparentes buenos modales, que en realidad esconden un comportamiento hipócrita y reprobable. Será algo que aparecerá con toda su fuerza en ese largo episodio, por momentos casi insoportable por su crudeza, aunque jamás perdiendo la elegancia en sus formas cinematográficas, en el que Fay se enfrentará a todos aquellos que intentan sobornarla con la compra de una carta que le enviara Skelton, en la que se ofrece una visión demoledora de todos ellos. Todo un auténtico juicio en el que se pondrá en solfa la sorprendente integridad de alguien que en teoría aparece como reprobable en su condición de ladrona, pero que en su coherencia y deseo para ser detenida por la policía –y con ella Charles-, no solo dará una lección de coherencia y nobleza, frente a los prejuicios de gentes ociosas y adineradas. Será todo ello el elemento de inflexión, para que a partir de esta situación extrema, tanto Chesney como Dilling vayan desnudándose de sus apariencias y, a partir de sus respectivas tomas de decisión, sepan entender y leer la auténtica razón de dichos comportamientos. Será una singular manera de sincerarse y prepararse para compartir sus vidas futuras. Algo que comprenderá el siempre elegante Charles, quien finalmente decida entregarse al inspector de policía. En este sentido, solo cabe achacar a THE LAST OF MRS. CHEYNEY, haber descuidado el destino último de los colaboradores de este golpe finalmente abortado. Una pequeña laguna de guión, en un título elegante y revelador, capaz de trasladar a la pantalla una apuesta por la autenticidad de los sentimientos, y que al margen de suponer la abrupta y trágica conclusión de un cineasta más que prometedor, solo nos transmite el deseo de poder acercarnos a más títulos de su cine, aún envueltos en la nebulosa del olvido.
Calificación: 3
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