THE PAINTED VEIL (1934, Richard Boleslawski) El velo pintado
A efectos puramente ligados a la mitología de Hollywood, no dudaría en considerar THE PAINTED VEIL (El velo pintado, 1934) como una de las mejores películas de cuantas forjaron la filmografía de Greta Garbo. Pero eso sería, sin duda, simplificar el notable caudal de virtudes que emanan de una producción que, de principio a fin, marca la personalidad de su realizador, ese extraño emigrado ruso llamado Richard Boleslawski, que debería merecer alguna retrospectiva en su obra, en la que sin duda emergería como uno de los más inclasificables estetas surgidos en el seno de la muy conservadora Metro Goldwyn Mayer –otros ejemplos que le podrían acompañar en dicha corriente, podrían ser los del hoy olvidado Sydney Franklin y, años después, el igualmente sorprendente Albert Lewin-. Con ambos compartió la facilidad de adentrarse en relatos que adornaba con constante referencias plásticas que, contra lo que podría intuirse dentro de un estudio tan poco dado a coherencias estilísticas, aparecían incorporadas a los sustratos dramáticos de sus relatos, enriqueciendo y dotando a los mismos de una extraña densidad que, en un momento determinado, le permitió asumir relatos que rozaban el delirio más absoluto –el ejemplo brindado por la espléndida THE GARDEN OF ALLAH (El jardín de Ala. 1936) quizá resulte su exponente más definitorio al respecto-. En cualquier caso, lo que nos ofrece esta adaptación de la obra de William Somerset Maugham –que sirvió como base para un nuevo y discreto remake fílmico en 2006 de la mano de John Curran-, muestra casi de sus minutos iniciales, esa voluntad de Boleslawski de adueñarse de la producción, hasta exponer en ella todo un compendio de personalidad como director que, con el paso de los años, permite que su resultado aparezca lleno de frescura.
El argumento del film es bastante conocido, y relata la historia de una joven perteneciente a una familia que vive en una pequeña población rural austriaca, y que en el fondo no desea pasar el resto de su vida en un contexto provinciano con tan pocas posibilidades. Ella es Katrin (Garbo), de quien en los primeros instantes vemos ha contemplado la boda de su hermana, lo que le permitirá huir de aquel lugar en apariencia amable, aunque en realidad claro destinatario de una existencia gris y sin posibilidades de realización personal. Llegados a este punto, nuestra protagonista aceptará la inesperada proposición de boda que le solicita Walter Fane (Herbert Marshall), un joven doctor oriundo de dicha localidad –a la que ha acudido con motivo de dicha boda- y que desde pequeño estuvo enamorado secretamente de esta. Fane ha viajado desde Honk-Kong, destino al que tendrá que retornar, y que hará una vez la proposición de boda sea aceptada. Muy pronto Katrin comprobará que los quehaceres laborales de su esposo le mantienen separado de ella casi por completo, y en dichas ausencias conocerá a un atractivo joven –Jack Towsend (George Brent)- que, aún estando también casado, no dejará de cortejarla, aprovechando las ausencias laborales y, sobre todo, vocacionales, de su esposo. Ello provocará una tensa situación cuando Walter advierta la situación, retando abandonar a su esposa si Townsend acepta del mismo modo divorciarse de la suya. Como quiera que este no asume el envite, el matrimonio Fane viajará hasta una lejana localidad situada a quinientos kilómetros de Hong-Kong, en donde Walter tendrá que asumir el mando de una epidemia de cólera que está causando estragos entre la población. Katrin se tomará dicho destino como una venganza de su esposo, aunque las circunstancias y la comprensión de este, poco a poco le harán descubrir que en la persona de su marido se encuentra un ser especial, contagiándole de la vocación de servicio que ha convertido en el centro de su existencia. Será el momento en el que el amor que siempre ha manifestado Fane hacia su esposa, se vea por vez primera correspondido.
Es probable que el paso del tiempo haya permitido variar la consideración de la obra literaria de Somerset Maugham, de la que presumo sería muy fácil extraer conclusiones ilusorias a la hora de ser definidas como relatos acomodaticios e incluso reaccionarios, pero que quizá el paso del tiempo ha permitido encontrar en ellas una serie de matices de complejidad, encerrados en su obsesión por narrar historias en escenarios más o menos exóticos, que ejercieran como detonante para la transformación de sus principales personajes, en cuyos marcos inhabituales se estableciera una especie de catarsis metafísica que transformara una serie de conceptos hasta entonces mediatizados por una simplista visión occidentalizada. El cine se hizo eco de dicha circunstancia en adaptaciones fílmicas tan magníficas como THE RAZOR’S EDGE (El filo de la navaja, 1946. Edmund Goulding), a la que habría que añadir –entre otras- esta notable película, que se beneficia de la sintonía que se establece entre lo que propone el dramaturgo, y la capacidad del realizador de origen ruso para extraer del mismo el máximo de posibilidades al aplicarle su personalísima concepción de la puesta en escena. Ello se manifestará en primer lugar en la agilidad con la que se plantea la narración, algo desacostumbrado en el cine de aquel tiempo –y máxime dentro de la productora de la que parte su proyecto-. Lo mostrará también en la brillantísima dirección de actores, que no solo permite a la Garbo ofrecer uno de sus mejores roles, sino que incluso logra que el por lo general grisáceo George Brent aparezca provisto incluso de cierta sensualidad a la hora de aparecer como inesperado amante de la protagonista. Huelga mencionar la brillante aportación de Herbert Marshall, puesto que se trata de un intérprete que en cualquier momento de su carrera demostró enormes cualidades como intérprete. Pero casi desde sus primeros minutos, Boleslawski dará muestras de su inventiva como hombre de cine. Será algo que quedará manifiesto ya en la brillante secuencia en la que Fane se declare a la que poco después se convierta en su esposa. Lo hará tras desarrollarse entre ambos una conversación en la que predominará el uso de unos primeros planos caracterizados por la sinceridad de sus protagonistas – poco antes hemos percibido en ciertas actitudes, el latente hastío que se manifiesta en Katrin ante un previsible futuro en aquel perdido rincón austriaco-, y en donde el realizador aplicará uno de los elementos de estilo más frecuentados –y eficaces- de la película; el uso de percutantes encadenados de secuencias, en las que la presencia de un objeto en el último plano o en el primero del encadenamiento, sirva para ofrecer al espectador detalles sobre la percepción interna de sus personajes. En este caso lo ofrecerá la presencia de esa tetera que, en el momento en el que el doctor propone a la protagonista las nupcias, suena como elemento de tensión, cerrando la secuencia un comentario irónico del futuro esposo, señalando que prefiere un whisky antes que el té ya en su punto. La acción pasará sin solución de continuidad al viaje que –tras disfrutar de una luna de miel en distintas ciudades- llevará a ambos hasta Hong-Kong. Será una breve secuencia en la que el excesivo predominio de las transparencias, quizá aparente un cierto desnivel en el relato. Por fortuna, será una impresión pasajera. Muy pronto en su desarrollo aparecerá el personaje de Townsend, instalando en la progresión del relato un elemento que oscilará entre la tensión y una casi irresistible sensación de fascinación. Será en dicho fragmento, donde de nuevo Boleslawski recurrirá a esa utilización de los encadenados de secuencias con elementos que adelanten al espectador la tensión subyacente –uno de ellos mostrará el sonar de una pequeña campana de aviso tras un encuentro entre los dos amantes, otro nos trasladará de Katrin cenando sola a esta tomando una taza de te en un restaurante donde se proyecta su imagen en un espejo y espera a su amante. No será, sin embargo, más que el preludio a un fragmento admirable, que por derecho propio debería incluirse entre lo mejor jamás rodado por su artífice. Me refiero, por supuesto, al disfrute de los dos amantes de una celebración china. Una secuencia en la que el director se dejará seducir por la fascinación existente en ese tipo de fastuosos festejos, pero que al mismo tiempo serán filmados desde cierta distancia, con una mirada impresionista y adoptando planos de corta duración insertados de manera casi improvisada, sin duda para con ello trasladar al espectador las sensaciones que tan lujosa celebración provoca en los dos occidentales que al mismo tiempo se muestran dichosos en su relación de infidelidad mutua. Será el oportuno contraste con una secuencia aún más hermosa –quizá la más memorable del film, en la que detectaremos ecos del mejor Sternberg-, que nos mostrará la visita de Katrin y Townsend a un templo en el que, de manera armónica, convivirán diversas imágenes de deidades orientales. Un breve matiz relajado, provisto de un sentimiento casi místico, en el que la planificación relacionará los sentimientos de ambos en torno a la mirada que les ofrecen las figuras de los dioses allí presentes, e incluso Katrin escuchará la predicción de su futuro que le proporcionará un viejo sacerdote. Será, pese a la placidez que vivirán ambos, el principio del fin de su relación, que Fane logrará interrumpir al plantear entre los dos amantes la posibilidad de un divorcio paralelo, que Townsend rechazará, demostrando la oculta mezquindad de su personalidad.
De tal forma, el matrimonio Fane viajará hasta esa vieja y lejana población esquilmada por el cólera, donde Katrina se mostrará tan sumisa como incapaz de reaccionar. Boleslawski logrará plasmar de manera ejemplar dicha situación en la secuencia en la que los recién llegados acudan a la modesta vivienda que ocupaba el doctor que previamente murió allí del cólera. El traslado de la cama del fallecido delante de la estremecida Sra. Fane, la visión de la bandeja en la que se mostraba su foto familiar junto a sus guantes de operaciones, o la decisión de su esposo de hacer quemar todo reducto de las pertenencias de este, proporcionarán a dicha llegada un matíz tan denso como inquietante. Pero llegará el momento de la catarsis. Será en esa parte final, donde nuestra protagonista adevertirá en su asumida soledad, que en su esposo no se encuentra alguien vengativo ante su actitud, sino un hombre que ha hecho del trabajo y la entrega hacia sus pacientes el elemento central de su existencia. La rebelión de sus habitantes ante la decisión de Fane de quemar unas viviendas que propagaban el cólera en su subsuelo y la virulenta respuesta de estos, serán la señal del casi forzado sacrificio de este, poco después de comprobar que tras una sincera conversación mantenida con su mujer, pensaba que ella había decidido abandonarlo, comprobado muy pocos después que Katrin por el contrario no solo deseaba acompañarlo, sino incluso ayudarle en su labor de entrega a los demás. Será la base sobre la que emergerá la semilla de un amor quizá siempre presente, pero que hasta ese momento no había podido germinar con la fuerza suficiente. No importará que en esos momentos casi trágicos Townsend acuda, bien sea por ayudar, o bien por recuperar a su amante. Cuando contemple la situación, tan solo se limitará a ofrecer su colaboración, ya que ha advertido la decisión última de Katrin, mostrada por Bolelaswski con una intensidad y sencillez digna de un Frank Borzage o Leo McCarey.
Sin ser un logro absoluto, THE PAINTED VEIL es un estupendo melodrama, que sobrepasa con mucho los perfiles marcados en buena parte de la filmografía de la actriz sueca. En esta ocasión, su propia presencia –con ser magnífica-, no aparece como el epicentro de un relato sincero, intenso e incluso místico en sus momentos más brillantes.
Calificación: 3
2 comentarios
Feaito -
Alfredo -