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CINEMA DE PERRA GORDA

THE SCARF (1951, E. A. Dupont)

THE SCARF (1951, E. A. Dupont)

Quizá no sea la mejor manera de acercarme por vez primera a la obra del cineasta alemán Ewald André Dupont (1891 – 1956), que hacerlo a través de uno de los últimos títulos que compusieron su filmografía. Una andadura cinematográfica que en el terreno de la dirección se inició en 1918 –en pleno periodo silente-, concluyendo a mediados de la década de los cincuenta una filmografía que rondaba el medio centenar de títulos. Es más, estoy convencido que de no haberse producido su inesperada muerte, Dupont hubiera seguido prolongando su andadura como realizador. Una faceta que en lo referente a su figura, se centra de forma esencial en dos títulos. El primero de ellos es VARIETÉ (1925), mientras que pocos años después legaría PICADILLY (1929). De manera lamentable, parece que el resto de su filmografía haya quedado oscurecida en la niebla del olvido, hecho este al que hay que añadir la nula distribución o recuperación de ninguno de sus títulos –incluso los dos ya señalados-. En definitiva, que Dupont es uno de esos claros ejemplos de profesional inventivo citado en todas las enciclopedias del cine, pero del que apenas el aficionado ha tenido ocasión de contemplar nada de su obra. De alguna manera, eso era lo que a mi me sucedía hasta que he tenido la oportunidad de contemplar THE SCARF (1951), inoculando en una mirada desprejuiciada, la posibilidad de contemplar un título por completo a contracorriente, alejado de todas las modas y géneros existentes, y que con precisión podríamos considerar como una auténtica fantasmagoría, que emparenta en extrañeza propuestas de más o menos similar calado, auspiciada por cineastas fluctuantes tan al margen del sistema, como el veterano Allan Dwan. Ida Lupino o el mismísimo Edgar G. Ulmer.

En esta ocasión, el veterano cineasta alemán traslada a la pantalla un relato centrado en la figura de John Howard Barrignton (un magnífico y sensible John Ireland), fugado del pabellón de reclusos dementes de la prisión de Atlanta, tras dos años de sufrir condena de cadena perpetua por el asesinato de una joven, y a la que solo sus problema psiquiátricos le libraron en su momento de ser condenado a muerte. La fuga le llevará a la aridez del desierto –ya plasmado en los títulos de crédito del film, presididos por la imagen de ese árbol adusto que se convertirá en auténtico leiv motiv de la función-, en donde tras una accidentada huída tendrá la suerte de ser rescatado por el veterano Ezra Thomspon (magnífico James Barton). Pese al inicial recelo que se establece entre ambos, muy pronto un atisbo de confianza se impondrá en el veterano y solitario criador de pavos, quien aún sabiendo la búsqueda e incluso la recompensa de doscientos dólares que han propuesto por la captura de Barrington, su intuición le hará confiar en él, instalándose entre ambos una enorme complicidad.. El fugado viajará hasta Los Angeles para cerrar una compra que debía efectuar Ezra, transportando en el camino a una autostopista. Se trata de Connie Carter (Mercedes McCambridge), una mujer aún joven y de azarosa existencia, por lo general ligada a clubs, que porta un pañuelo –el título del film- que a nuestro protagonista le permitirá evocar aspectos de ese crimen que está convencido ha cometido y por el que ha sido condenado, pero del que no tiene constancia en su recuerdo. Del mismo modo que sucediera con Ezra, también Connie confiará en la franqueza que le ofrece John, que se extenderá incluso cuando conozca el hecho de la condición de fugado que sobrelleva, e incluso supere la tentación de denunciar su presencia ante la importante recompensa que –aportada por el padre adoptivo del condenado-, se elevará a cinco mil dólares. A partir de ese momento, y aunque parece que Connie se va a apartar definitivamente de la vida de ese fugado que parece tener la “ternura de un cervatillo”, su apoyo unido al de Ezra, será crucial para que una vez detenido se revele la verdad de ese crimen por el que se le condena de forma injusta.

Será precisamente la resolución del mismo en la pantalla, uno de los aspectos más insatisfactorios de esta, pese a ello, sorprendente y magnífica película, que combina su condición de singular parábola bíblica –es curiosa esa negación que proporciona el veterano granjero a la figura del perdón-, apelando a esa importancia de la fe como elemento de enriquecimiento del ser humano, con ese grado de primitivismo que nos retrotrae al mejor cine mudo. Ese alcance se muestra en muchos momentos, como en la manera en la que el espectador contempla el encuentro del fugado con Ezra –una imagen borrosa en plano subjetivo del protagonista, que poco a poco se va haciendo más nítida, con esos planos de detalle; el violín, que nos va permitiendo acceder a la personalidad del viejo granjero-, la descripción que se ofrece del entorno desértico en que está enclavado el solitario hogar de Ezra, detalles tan ingeniosos y directos como esa superposición de los cinco mil dólares de recompensa sobre el rótulo de un club nocturno, que contempla Connie exteriorizando la imagen el pensamiento de la joven, la manera con la que esta se entera de la detención de John –se encuentra cantando una canción y visiona una página de periódico que mueve el pianista-. Todo en THE SCARF proporciona una sensación de extrañeza, de salirse de las convenciones existentes en el cine de aquellos tiempos. No cabe duda que el caso de Dupont no fue el único que decidió proseguir por senderos paralelos dentro de un cine realizado con bajo presupuesto –el ejemplo ya citado de los cineastas mencionados con anterioridad es similar al que nos ocupa-. Sin embargo es perceptioble una sensación de que el cineasta, también guionista y artífice de un proyecto que intuyo asumió con entusiasmo, decidió responsabilizarse de un título contracorriente –como lo podrían ser ejemplos como THE NIGHT OF THE HUNTER (La noche del cazador, 1955. Charles Laughton) o DER VERLOENE (1951, Peter Lorre)-, en el que quizá no era tan importante el seguimiento de una base argumental simple, sino trasladar  a la expresión de los mismos la máxima autenticidad como tales sentimientos. Es por ello que las miradas de complicidad de Ezra tienen tanta fuerza, como lo tiene esa conversación entre John y Connie en plena noche en el campo, en donde el fugado se siente libre por completo–y que incluso permitirá un pequeño juego de falso suspense en torno al pañuelo que la joven porta, levantando el lado oscuro de nuestro protagonista-. Se percibe en THE SCARF una insólita sensación de libertad creativa –amparada por la United Artists-, de película rodada fuera de cualquier marco genérico –por momentos aparenta ser cine noir, en otros un desaforado melodrama, no faltan toque de humor-, a la que contribuye no poco ese asombroso contraste que se ofrece del contexto árido –y aparentemente anclado en el pasado- del desierto, con la actualidad de un Los Angeles... Sin duda nos encontramos ante un título con ciertas imperfecciones, pero al mismo tiempo es cine en estado puro, a lo que contribuye no poco lo sorprendente de su conclusión –en el que la previsible relación de Connie y John queda como un hermoso recuerdo, enaltecido por la canción que ella brinda en su sempiterno club-, mientras que el protagonista una vez libre de todo cargo, decidirá prolongar su sendero por la vida junto al viejo Ezra, y apartado por completo de un mundo que probablemente no le gusta y del que desea permanecer al margen de su rutina cotidiana. Extraña conclusión para una propuesta inclasificable, realzada por la fuerza fotográfica proporcionada por el veterano Franz Planer, que queda en las fronteras del marco cinematográfico en que fue inserta, y que a nivel personal me deja el regusto necesario para ir redescubriendo el cine de su artífice, el olvidado y reivindicable E. A. Dupont.

Calificación: 3’5

2 comentarios

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